Infanticidas condicionales y el «efecto Bruce»

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Seguramente usted ha contemplado miles de asesinatos en la pantalla (basta ver un ratito la tele), sin embargo, es improbable que en esa misma pantalla haya visto muchas escenas explícitas de infanticidio. Quiero decir, en plan bestia, recreándose en los detalles. Naturalmente. la imagen de un adulto cargándose a un niño pequeño da muy mal rollo y sería considerado «hard core». El infanticidio es tabú.Y sin embargo ha estado presente en todas las sociedades pasadas y presentes. Pero no es mi inteción hablar hoy de este fenómeno en nuestra especie sino en otros mamíferos.

Resulta que en muchas especies de mamíferos, el infanticidio es muy, muy frecuente, tal como demostró un largo y meticuloso estudio publicado en Science (el trabajo aquí). Un caso bien estudiado es el de los monos langures (Semnopithecus), un género que habita en la India y muchas áreas de la cordillera del Himalaya. Naturalmente, la matanza de crías no es el resultado de una conducta caprichosa, sino que es una estrategia deliberada. Los perpetradores son siempre machos y las víctimas nunca son los hijos biológicos de éstos. Cuando un grupo de machos se apodera de un grupo de hembras, desplazando a los anteriores machos dominantes, comienza la matanza sistemática de las crías. Por supuesto, las madres se resisten todo lo que pueden. Nada es más contrario a los intereses reproductivos de una madre que la destrucción de su crianza. El problema es que el tiempo juega en contra de la cría; tarde o temprano el macho asesino encontrará una oportunidad.

Por mucho que esta conducta ofenda nuestras convicciones morales, constituye una buena estrategia reproductiva para los machos. Evidentemente, los perpetradores no pueden ser los padres biológicos; la muerte de las crías acelerará el siguiente celo de las hembras y los nuevos dominadores tendrán la opción de aparearse y engendrar ellos nuevas crías. Crimen perfecto. El problema es que (en la medida en que esta conducta está controlada por genes, y debe estarlo) la reacción de las hembras perpetúa el instinto infanticida en los machos. En buena lógica ellas no deberían aparearse con los asesinos de sus hijos. Y sin embargo eso es precisamente lo que hacen , porque las hembras tienen que atender a sus intereses reproductivos aquí y ahora, y no pueden permitirse el lujo de hacer una huelga sexual como las mujeres de Lisístrata. Es una pena que las crías hayan sido asesinadas pero eso ya no tiene remedio y hay que mirar hacia adelante. Un comentario. Esto no tienen nada que ver con el bien de la especie. Tiene que ver con que los intereses reproductivos de ambos sexos son en este caso muy diferentes hasta el punto de chocar de manera dramática. La lista de infanticidas es larga. Ocurre, por ejemplo, entre los leones y los gorilas. En estos últimos se han dado cifras de hasta un 14% de mortalidad en las crías a manos de machos externos al grupo y entre los langures tan altas como el 33%.

Las hembras de langur no pueden, la mayoría de las veces, salvar a sus crías. Sin embargo, si aparece un grupo de machos deambulando, se ha visto que las hembras tienden a solicitar sus atenciones y a aparearse con ellos, incluso hembras que ya están preñadas, lo que a primera vista no tiene mucho sentido. Es posible que la conducta de estas hembras sea «preventiva». Si la banda de machos deambulantes llega a desplazar a los residentes, éstos no podrán estar seguros de que las crías no son suyas si se han apareado previamente. Si las hembras no pueden evitar el infanticidio, al menos pueden manipular la información que tienen los machos acerca de la paternidad de las crías. Y esto es clave. Conductas similares han sido descritas en chimpancés. Por ejemplo, cuando los científicos del famoso bosque de Gombe pudieron estudiar la paternidad de las crías mediante análisis del DNA, descubrieron que una alta proporción de padres eran individuos externos al grupo y completamente desconocidos incluso para los científicos, que seguían a los chimpancés 24/7. Y mira por dónde, que un buen número de hembras se las ha  arreglado para despistar a los machos residentes, y a los científicos, con objeto de realizar actividades extracurriculares con machos desconocidos ¿Se trata de una estrategia de prevención de infanticidios o es mera atracción por lo desconocido?

Debora Cantoni y Richard Brown (el trabajo aquí) estudiaron a una especie de ratón californiano que nos proporciona una historia mucho más constructiva. En esta especie los dos sexos trabajan hombro con hombro para sacar adelante a las crías. Los machos son fieles (por lo que sabemos) y pueden estar razonablemente seguros de su paternidad, ya que no dejan a la hembra ni a sol ni a sombra y practican el sexo cientos de veces al día. Y claro, en esas condiciones uno puede estar seguro. Ni que decir tiene que aquí el infanticidio es impensable. Y la virtud es recompensada: el porcentaje de supervivencia de las crías es cuatro veces mayor que en especies que practican la crianza monoparental. No todos los roedores son así ni mucho menos. Y lo que resulta fascinante son las variaciones entre especies en la conducta de los machos a este respecto. Más aun, en algunos casos empezamos a conocer los fundamentos genéticos y moleculares del este comportamiento y tiene que ver con la distribución de los receptores de la hormona vasopresina en el cerebro de los machos. Sí señores, sí. La distribución de estas proteínas cerebrales es lo que separa a un padre amantísimo de un incurable Don Juan. Pero  eso es tema para otro post.

En las especies con machos desaprensivos, el problema no se limita a la falta de colaboración de éstos, sino -una vez más- a sus intentos pertinaces de controlar la reproducción de las hembras por la vía del infanticidio. De nuevo, la pregunta clave para el ratón infanticida es: ¿es mío o no? Para resolver este conudro algunas especies han desarrollado una estrategia curiosa. Por defecto, un macho devora a cualquier cría que se encuentre, pero si se aparéa con alguna hembra, se pone en marcha un reloj biológico que inhibe esta conducta durante 21 días. Pasado este plazo, retornará a sus hábitos caníbales. La cosa es que al cabo de 21 días las crías que haya podido engendrar estarán criadas, destetadas y emancipadas y si se encuentra con alguna ¡seguro que no es mía! ¡me la como! Evidentemente, el ratón macho no necesita tener una idea explícita de su estrategia reproductiva. Lo único que necesita es una inquina sin límites contra todas las crías a menos que se haya apareado dentro del plazo de seguridad. La Naturaleza es sabia.

De nuevo, las ratonas necesitan estrategias para contrarestar esto, o al menos para limitar los daños. Necesitan saber qué machos tienen altas probabilidades de devorar a su prole y cuáles están dentro del periodo de gracia. En otras especies, no todos los machos son infanticidas (sólo los machos alfa) y el resto es más o menos de fiar. Tener esta información es de capital importancia. En este sentido, la hembra puede verse en la necesidad de decidir si merece la pena o no seguir invirtiendo recursos en la crianza. Si la probabilidad de que ésta acabe en el estómago de algún macho es muy alta, a lo mejor merece la pena abandonar y esperar a que las circunstancias mejoren para reproducirse. Y aquí es donde entra el efecto Bruce, así nombrado por su descubridora, la zoóloga británica Hilda Margaret Bruce. Lo que observó esta científica es que las hembras inducían una reabsorción de los embriones si eran expuestas de forma persistente al olor de ratones macho distintos del padre biológico. Puede pensarse que el efecto Bruce es una estrategia defensiva frente al más que probable infanticidio de la camada no-nacida. Resulta irónico que en esta especie las hembras provoquen el aborto de toda la camada en aras de maximizar su eficacia reproductiva a largo plazo. Así que en esta especie, «pro-choice» es «pro-vida». Las cosas son complicadas.

 

 

 

 

 

 

Las superbacterias te matarán (probablemente)

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Hace ya tiempo contaba en este mismo blog la triste historia de Albert Alexander, un policía inglés que murió a consecuencia de un accidente de jardinería: se pinchó con una rosa. Suena un poco raro ¿no? En general, no pensamos que la jardinería sea una actividad de alto riesgo. Bueno, esto ocurrió  en el año 1941, justo antes de la Era de los Antibióticos. La trágica muerte de Albert contribuyó precisamente al desarrollo de la penicilina, ya que Florey y Chain (los verdaderos descubridores de la misma) utilizaron todas sus existencias para tratar la septicemia de Albert, el cual mejoró notablemente al principio, y luego empeoró rápidamente al cesar el tratamiento. Un resultado perfecto para la Ciencia aunque trágico para Albert, ya que hizo que se redoblasen los esfuerzos en el proceso de obtención del antibiótico.

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El problema es que en el mismo momento que empezaron a utilizarse los antibióticos se inició un proceso de selección natural que favore a las bacterias resistentes. El propio Fleming advirtió de este proceso, que por otra parte es «inescapable». La Evolución actuando delante de nuestras narices. Parte del problema está en que la llegada de superbacterias resistentes a los antibióticos es un proceso insidioso, que está entrando de forma callada, sin provocar muchas muertes de golpe (de hecho está provocando muchas muertes pero de una en una y en muchas partes del mundo). No es una pandemia que se presenta de repente, como la gripe aviar o el zika. En un goteo. Así es difícil estar en los titulares y en las agendas de los políticos. Pero el problema es muy grave y es altamente probable que acabe afectando a todo el mundo. A usted, también.

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Algunos datos. El número de muertes por sepsis bacteriana en USA ha aumentado un 35% en los últimos 8 años. La lista de villanos es amplia: Staphiloccocus aureus, Klebsiella pneumoniae, Acinetobacter baumanni y Pseudomonas aeruginosa ya campan por sus respetos por los hospitales de todo el mundo. Clostridium difficile y diversas enterobacterias acechan en los productos alimenticios.La gonorrea, una enfermedad de transmisión sexual considerada hasta hace poco como relativamente leve, resulta cada vez más difícil de controlar. La tuberculosis ha vuelto a ser un problema de salud pública de primera magnitud (incluso en países ricos) y cada vez es más resistente a los fármacos que solían ser eficaces. La lista es larga. Ya están aquí.

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¿Quiénes serán los más afectados? Aquellos cuyo sistema inmunológico no funcione al 100%, niños, ancianos y enfermos con inmunodepresión. Está claro que las superbacterias se cebarán en las residencias de tercera edad y también -trágicamente- en las guarderías infantiles. La muerte de un ser querido siempre es un asunto serio; pero es evidente que morir a los 80 es menos trágico que hacerlo a los 8. Para los padres modernos, acostumbrados a que sus hijos sobrevivan prácticamente en el 100% de los casos, la vuelta a una mortalidad infantil elevada será sencillamente inimaginable. Por otra parte, muchos de los procedimientos hoy considerados rutinarios en medicina pasarían a ser de alto o riesgo o simplemente tendrán que descartarse. Estoy pensando en una implantación de una prótesis de cadera o en un simple transplante de riñón ¿Se imagina un mundo sin cirugía?

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¿Qué podemos hacer? No podemos evitar la evolución de las bacterias, pero sí podemos retrasar el proceso. Para empezar, usando los antibióticos en pacientes humanos de forma responsable, es decir, no utilizándolos si no es estrictamente necesario y, una vez iniciado un tratamiento, siguiéndolo meticulosamente hasta el final. España ha sido uno de los países líderes en irresponsabilidad; los antibióticos se conseguían sin receta médica hasta hace poco y el control de la dosis sigue siendo muy pobre. En otros países, sólo es posible conseguir la dosis exacta que haya prescrito un médico preparada por el farmaceútico de forma personalizada. Otro problema relacionado es que, al parecer, existe una curiosa des-información sobre cómo funciona la resistencia a antibióticos. Según un estudio reciente, mucha gente piensa que la resistencia se genera en las personas no en las bacterias. Es decir, si yo abuso de los antibióticos éstos dejarán de hacer efecto en mi organismo. Evidentemente esta idea es totalmente errónea, pero incita a las personas a abandonar el tratamiento en cuanto se ha producido una mejora, en la creencia errónea de que así no dejarán de funcionar.

Otro importante campo de batalla en la lucha contra la resistencia a antibióticos está en costumbre del sector ganadero de emplearlos de forma masiva para estimular el crecimiento y evitar la proliferación de bacterias en las condiciones de hacinamiento típicas de la producción animal. Estas prácticas han sido denunciadas repetidas veces por la comunidad científica (unánime en este asunto). Es evidente que la producción de carne debe adaptarse a la no-utilización de antibióticos, admitiendo que esto puede incrementar los costes. En la Unión Europea se han hecho importantes avances en la legislación en este sentido, pero el problema es global.

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Algunos problemas son de índole económico. Es posible que las compañías farmaceúticas tengan pocos incentivos para desarrollar nuevos antibióticos. Deben ser los Estados, por tanto, los que intervengan. Sería particularmente importante que las intstituciones públicas desarrollasen nuevos antibióticos y no los pusieran inmediatamente en uso, reservándolos como «última línea» de defensa; y es evidente que no puede esperarse que las compañías privadas lleven a cabo una acción como esta.

Y por supuesto, hace falta mucha más investigación en este campo. Los avances en genómica podrían permitit a los médicos saber rápidamente las características del agente infeccioso al que se enfrenta, permitiendo una toma de decisiones mucho más inteligente sobre qué tipo de antibiótico se debe recetar (si es que se debe recetar). Aunque cada vez resulta más difícil encontrar nuevas sustancias antibióticas, esto no es descartable. Ni es descartable que se encuentren nuevas estrategias para combatir las infecciones. Políticos: hace falta dinero para esto.

Mi última reflexión es que a pesar de los posibles avances de la Biología, es probable que la Época de los Antibióticos esté a punto de acabarse y en un futuro próximo nuestra relación con las enfermedades bacterianas será mucho más problemática ¿Se acabó la fiesta?

 

 

 

 

 

 

 

Nuestros antepasados

The Journey of Man: a genetic Odissey.

Spencer Wells, 2003, Random House

Deep Ancestry: Inside the Genographic Project.

Spencer Wells, 2007, National Geographic.

Cro-magnon: How the Ice Age gave birth to the first modern humans

Brian Fagan, 2011, Bloomsbury Press

 

Nuestra especie, Homo sapiens, apareció hace relativamente poco tiempo (desde la perspectiva de la Evolución), entre 200.000 y 150.000 años, en algún lugar del Este de Africa. Al principio, nuestro modo de vida no debió ser muy diferente del de las otras especies del género Homo: H. heidelbergensis (nuestro probable antecesor directo) y H. erectus (mucho más antigua). Paradójicamente, en esa primera etapa nuestro aspecto físico debió ser muy semejante al de los humanos actuales pero los utensilios que fabricábamos eran casi indistinguibles de las especies anteriores.

Hace algo más de 70.000 años ocurrió algo que nos puso al borde de la extinción: la erupción del volcán Mount Toba, en Indonesia. Esta erupción, de una magnitud 1000 veces superior a la del Krakatoa, lanzó ingentes cantidades de gases y ceniza a la atmósfera. En consecuencia, un “invierno volcánico” se abatió sobre el planeta provocando un cambio climático a gran escala. A los H. sapiens no les pudo afectar la erupción directamente, pero las sequías y las bajas temperaturas hicieron que el número total de individuos descendiera peligrosamente. Se estima que tan sólo quedaron entre 1000 y 4000 hembras reproductoras; esto provocó un «cuello de botella genético» y es una de las razones por las que somos una especie con poca variabilidad genética.

Pero no nos extinguimos. Durante los siguientes 20.000 años nos fuimos recuperando lentamente y ocupando prácticamente la totalidad de continente africano. Debió llegar un momento en que la presión demográfica se hizo muy fuerte. Hace unos 55.000 años (la fecha es incierta) los humanos modernos salimos de Africa y comenzamos un viaje que nos llevaría a colonizar incluso los ambientes más duros del planeta. No era la primera vez que un grupo de homínidos abandonaba Africa, su patria ancestral. Homo erectus colonizó Eurasia hace 1,8 millones y Homo heidelbergensis hizo lo propio más tarde, dando lugar a los neandertales europeos. Pero a la postre, ninguna de estas especies ha sobrevivido.

Hace 40.000 años ya habíamos alcanzado Australia, Asia y Europa. Y 20.000 o 25.000 años después llegamos a América a través del estrecho de Behring. Muy probablemente, este viaje se realizó en buena parte siguiendo la línea de costa,  que entonces era  muy diferente de la actual. Las pruebas arqueológicas de esta migración deben de estar hoy día sumergidas bajo el agua, pero el estudio del DNA humano en combinación con los datos arqueológicos, paleoclimáticos y lingüísticos nos ha permitido reconstruir la imagen, aunque borrosa, de nuestro primer y definitivo viaje.

Aunque muy simplificado y con alguna licencia poética, este podría ser el relato que hace la Paleontología actual sobre el origen de los humanos modernos, una especie de Génesis con base científica, aunque seguramente no definitivo. El relato ha cambiado bastante en las últimas décadas y es muy probable que nuestro conocimiento sobre el tema siga aumentando. Esta historia fascinante sobre nuestros orígenes constituye el tema principal de los tres libro que he querido reseñar en esta entrada.

Spencer Wells, autor de los dos primeros, es uno de los científicos destacados en el estudio del DNA humano y líder del proyecto Genographics, cuyo objetivo es justamente obtener un mapa detallado de las migraciones humanas basado en la diversidad genética. Es, asímismo, un prolífico escritor de divulgación científica. Como suele ocurrir, ninguno de los libros está realmente disponible en español, a pesar de que ambos han sido traducido. «El viaje del Hombre» está descatalogado y «Nuestro Antecesores» agotado. Una muestra más de lo raquítico del mercado de libros de divulgación científica en nuestro idioma.

En «El viaje del Hombre», Wells empieza por contarnos la historia de su particular campo de investigación. Tradicionalmente, la Paleontología se basaba sobre todo en el estudio de restos fósiles y artefactos de piedra. Sin embargo, en los últimos 25 años disciplinas muy dispares están haciendo contribuciones importantísimas; fundamentalmente la Genética Molecula, la Paleoclimatología y la Lingüística. Seguramente el gran pionero de gran fusión multidisciplinaria fue Luigi Cavalli-Sforza, el cual estaba convencido que el estudio combinado de la diversidad genética humana y la lingüística podía resolver muchos misterios históricos. Su trabajo, realizado en los años 60 y 70 empleó los marcadores genéticos que estaban disponibles en aquel momento, así que no es extraño que los métodos iniciales y algunas de sus conclusiones hayan sido superadas. No obstante, se le puede considerar como el fundador del campo.

Como casi siempre que se pronuncian juntas las palabras «genética» y «humana», surge la polémica. Cavalli-Sforza y otros científicos (incluído Wells) son anti-racistas declarados. Aun así, el mero hecho de estudiar las diferencias genéticas humanas ha sido (y sigue siendo) un tema tabú. Todavía hay personas que piensan que hablar de diversidad genética en humanos es políticamente incorrecto. Paradójicamente, los estudios indican muy claramente que los humanos somos una especie con muy poca variabilidad genética comparada con otras especies, seguramente debido a lo reciente de nuestra evolución y al cuello de botella antes mencionado. Esto no significa que no pueda evaluarse el grado de parentesco genético entre individuos. Las nuevas tecnologías del DNA permiten distinguir muestras a nivel de individuo /pariente cercano, como las que se emplean en investigación forense. Técnicas similares permiten descifrar la genealogía de los indivuos de la población general. Esto es particularmente interesante si se trata de «nativos» (nativos son personas cuyos antecesores han vivido muchas generaciones en el mismo lugar); estos datos contribuirán en un futuro próximo (ya lo hacen) a  reconstruir nuestra historia.

Los dos libros de Wells tienen algunos puntos débiles ( particularmente el segundo). En primer lugar son algo desordenados. En ellos se  mezclan anécdotas personales varias con cuestiones de genética de poblaciones bastante especializadas (aunque no demasiado claramente expuestas) y, en cambio se trata otros asuntos de una forma muy elemental. En definitiva, no está claro a quién está dirigido el libro: el lector generalista puede quedarse in albis mientras que al lector especializado le puede llegar a aburrir. Otro aspecto negativo es el momento de la publicación. El Proyecto Genographics se encontraba a mitad de camino en el momento de escribir «Deep Ancestry» y el propio Wells no deja de recordarnos el carácter preliminar de los resultados ¿no hubiera sido mejor publicar el libro un poco más adelante? Con todo, ambos tienen un considerable valor para el lector interesado por este tema, siendo bastante  más compacto el primero que el segundo. De este último encuentro particularmente interesante los apéndices y figuras, que constituyen un resumen excelente y actualizado.

Cro-Magnon, de Brian Fagan es un libro mucho más logrado desde el punto de vista de la divulgación científica. Se centra un tema más concreto: los origenes de los europeos modernos ( o sea, lo Cro-Magnon), aunque de paso trata con bastante profundidad a los neandertales. Integra muy bien las diferentes fuentes de datos en las que se basa la paleonotología moderna, con particular énfasis en la paleo-climatología. También cuenta los avances en marcadores de DNA, de forma más sucinta y más eficaz que en los libros de Wells. Brian Fagan es, por otra parte un conocidísimo escritor en este campo que ha publicado varias obras de enorme éxito.

Cro-Magnon es un libro de divulgación que mantiene en todo momento el interés pero que muestra una vocación de libro de texto. El inconveniente es que el «tempo» resulta algo premioso, en su afán de ser didáctico. El autor no duda en repetir, resumir y volver a aclarar las cosas. Sin embargo, al final, el lector se queda con una clara imagen de Prehistoria europea, lo cual es más complicado de lo que parece ya que para ello tiene que manejar una cantidad notable de datos de fuentes diversas. En este sentido, las  figuras y esquemas ayudan mucho a retener y organizar la información. Sin duda, Cro-Magnon merece estar en la lista de best sellers del Los Angeles Times. La pregunta es: ¿cómo no se ha traducido todavía al español?

Si tuviera que elegir entre los tres me quedaría con este último, aunque (por supuesto) no son mutuamente incompatibles.

La venganza de los bajitos

¿Se imaginan que se pudiera eliminar de un plumazo en cáncer y la diabetes? Estas dolencias figuran entre las 5 principales causas de mortalidad en el mundo. La posibilidad de que ambas enfermedades (que en realidad comprenden docenas de patologías diferentes) pueden relacionarse con cambios en un único gen abre la puerta aun tratamiento en el futuro, si bien esta posibilidad es todavía remota, de acuerdo con un artículo reciente publicado en Science Translational Medicine.

Esta investigación se ha centrado en individuos que sufren una rara enfermedad genética, el síndrome de Laron, que produce -en primer lugar- enanismo. En zonas remotas de Ecuador existen poblaciones donde esta enfermedad es relativamente frecuente, lo que ha permitido hacer un estudio de estos pacientes en comparación con parientes cercanos que no la sufren. Durante décadas, el Dr Guevara-Aguirre, del Instituto de Endocrinología, Metabolismo y Reproducción de Quito, ha estudiado a una muestra cercana a cien pacientes con este síndrome. Evidentemente, el síntoma más importante es la baja estatura; el hombre más alto medía 1,40 y la mujer más alta 1,24. Sin embargo, y esto es sorprendente, los afectados por el síndrome de Laron rara vez desarrollan cáncer o diabetes. Desde los años sesenta sólo uno ha tenido cáncer; una mujer desarrolló un tumor en el ovario, pero éste remitió del todo después de un tratamiento con quimioterapia. Y ninguno de ellos ha padecido diabetes, a pesar de que su enfermedad favorece la obesidad. Estos datos contrastan con los de la población general y los de los 1.600 parientes que se incluyeron en el estudio a modo de control.

Los investigadores han encontrado la relación entre el síndrome de Laron y la baja frecuencia de estas dos enfermedades. Al parecer, los enfermos tienen niveles bajos de insulina en sangre y sus célular responden a glucosa en mucho mayor medida que las normales. Ambas condiciones fisiológicas explicarían la ausencia de diabetes. La ausencia de tumores es evidentemente más difícil de explicar, pero parece ser otra consecuencia indirecta de la enfermedad.  Los afectados sufren una mutación recesiva en el receptor de la hormona del crecimiento . Por ello sus células no pueden responder a esta sustancia, lo que explica su baja estatura. Pero la hormona del crecimiento tiene otros muchos efectos fisiológicos en el cuerpo humano, incluso cuando el periodo de crecimiento ha terminado. Esta hormona estimula la producción de otras sustancias reguladoras, como el «factor de crecimiento similar a adrenalina 1» (IGF-1 del inglés Insuline-like growth factor 1) y existen indicios de que elsta sustancia está puede favorecer el desarrollo de cáncer. En estudios genéticos en ratones mutantes que no producen hormona del crecimiento se ha visto que, además del pequeño tamaño, se observa una baja frecuencia de cáncer: perfecta concordancia entre los datos del modelo animal y las investigaciones en humanos.

Pero esta resistencia al cáncer y a la diabetes tiene un alto precio. Además del pequeño tamaño, los Laron son más susceptibles a enfermedades infecciosas y tienen mayor tendencia a sufrir accidentes (en buena parte porque tienen que vivir con un mobiliario urbano que no ha sido diseñado para su tamaño). En conjunto, su esperanza de vida no es superior a la población normal. Sin embargo, este descubrimiento abre la posibilidad de encontrar una forma de modificar las consecuencias fisiológicas de la hormona del crecimiento de una forma positiva. Según los expertos, esto no una tarea fácil. Incluso en adultos, eliminar por completo dicha hormona puede tener numerosos efectos indeseados. Aunque tal vez sea posible modificar de forma selectiva algunar rutas metabólicas que se activan por la hormona del crecimiento.

Tal vez.

El abstract aquí

Unidos por los genes (un estudio sugiere que los genes influyen en los amigos que elegimos)

¿Qué tipo de razones nos llevan a elegir a nuestros amigos? ¿Son razones puramente circunstaciales (p.e. compañeros de clase) o hay claras afinidades psicológicas? ¿O (seguramente) una combinación de factores? Sin emabrgo, hasta ahora nadie había atribuido a los genes un papel en la determinación de nuestras relaciones amistosas. En constraste, hay pruebas claras de que los genes sí influyen en nuestras «decisiones de apareamiento», aunque tal influencia parece ser pequeña en nuestra especie (más info aquí).

Un estudio publicado en PNAS (el artículo aquí) sugiere precisamente que estas decisiones están influidas (en parte) por algunos genes, en concreto dos. Curiosamente, un gen influye en el sentido de atraer a individuos con la misma versión particular de dicho gen (homofilia), mientras que el otro tiene el efecto contrario: juntar a personas con diferencias en el mismo (heterofilia). En otras palabras, los investigadores han encontrado un ejemplo de «Dios los cría y ellos se juntan» y otro de «los extremos se atraen».

El primero es el gen DRD2, que codifica un receptor de dopamina; variantes de este gen han sido asociadas con una tendencia al alcoholismo y, en general, a manifestar una conducta compulsiva. Los autores señalan que esta tendencia a juntarse de los individuos con la misma variante de DRD2 puede reflejar simplemente el tipo de ambientes que frecuentan. Si, influido por tus genes, te pasas la vida en locales nocturnos, no es raro que tus amigos también frecuenten estos lugares, a su vez influidos por sus propios genes. Es también posible que el tipo de personalidad que se desarrolla a consecuencia de una variante particular de DRD2 resulte poco atractiva para los que no la comparten.

Mucho más misterioso y difícil de explicar es el otro gen, CYP2A6, que codifica una enzima implicada en la eliminación de sustancias tóxicas en el hígado. Alguna variante de CYP2A6 se ha relacionado con una mayor tendencia a fumar, lo que se explica porque esta enzima interviene en el metabolismo de la nicotina. De manera que los efectos de esta sustancia pueden ser diferentes en distintos individuos, por lo que no es difícil pensar que en algunos casos la variante haga más difícil el dejar de fumar. Al parecer, este gen tendría un efecto de «heterofilia»: la atracción se produce entre personas con distintas variantes del mismo. Los investigadores carecen de una explicación a este hecho.

En cualquier caso, conviene destacar que los efectos de estos genes son pequeños y que otros muchos factores, genéticos y culturales, deben estar influyendo en nuestras decisiones acerca de qué amigos hacemos y cuáles conservamos.

Voulez-Vous Coucher Avec Moi (Ce Soir?): El extraño experimento de Clark & Hatfield

A finales de los ochenta los psicólogos R. Clark y E. Hatfield [1]realizaron un experimento muy poco convencional. Contrataron a una serie de jóvenes con notable atractivo físico (chicos y chicas) con la misión de pasearse por un campus universitario y, de forma aleatoria, abordar a un desconocido/a y decirle: ‘te encuentro muy atractivo/a’, y después una de las siguientes frases: 1) ‘¿quieres quedar conmigo esta noche?; 2) ‘¿quieres venir a mi apartamento esta noche?; o 3) ‘¿quieres acostarte conmigo esta noche?’. Naturalmente, el propósito consistía en estudiar si los hombres y las mujeres respondían de forma distinta a las tres preguntas. Y por supuesto, así fue. Más o menos el 50% en ambos casos respondió afirmativamente a la primera. En la segunda, sólo el 6% de las chicas dijeron que sí, frente al 69% de los chicos. En la tercera pregunta las diferencias fueron abismales: ninguna de las mujeres aceptó la proposición, frente al 75% de los hombres. Lo más gracioso es que el 25% de los chicos que se negaron a semejante proposición parecían muy ‘cortados’ y balbucearon excusas. El experimento se repitió en diversos campus con resultados semejantes. Los autores concluyen que los hombres son más proclives a tener relaciones sexuales a corto plazo. En cierto modo este experimento va a contracorriente; lo normal es que los científicos se esfuercen en averiguar cosas que nadie conoce y en este caso el objetivo era demostrar algo que todo el mundo sabe. Tenemos toneladas de evidencia anecdótica al respecto: los hombres son más promiscuos y menos selectivos que las mujeres. Reconozco que esto último es un tópico, pero considero que el tratamiento correcto con respecto a los tópicos consiste en no creer que son necesariamente ciertos, ni tampoco necesariamente falsos. Supongo que la razón de este pintoresco experimento era justamente obtener una evidencia experimental y cuantitativa sobre el tema, o sea el tipo de resultado que uno puede publicar en una revista científica. Admitiendo que el experimento estaba justificado, creo que la metodología tal vez no sea tan adecuada como parece. Es posible que las personas entrevistadas estuvieran tratando de defender su ‘reputación’. Después de todo, el comportamiento de los atractivos experimentadores resultaba inusual; así, los entrevistados debían estar preguntándose de qué iba el asunto. Por ejemplo, se me ocurre que los hombres podían pensar que se trataba de una broma de sus amigos o de un programa de cámara oculta o de una ‘trampa’ organizada por su esposa. Imagino que al entrevistado podía preocuparle que su novia se enterase de que había aceptado la proposición o (aun peor) que sus amigos se enterasen de que no la había aceptado.

No obstante, otros estudios confirman la idea de que los hombres tienen mayor interés por las relaciones de corto plazo. Por ejemplo, Buss y sus colaboradores abordaron la cuestión haciendo un gran número de entrevistas a estudiantes universitarios en Estados Unidos[2].  En todos los casos, los hombres manifestaron un mayor deseo por mantener relaciones de ‘una noche’ y por tener mayor número de compañeras sexuales. Para ellos, la media del número ideal de amantes en un año era de seis y para ellas, dos. Cuando se preguntaba por el mínimo tiempo de relación previa necesario para considerar la posibilidad de tener relaciones sexuales (con personas consideradas como atractivas) ambos grupos dieron respuestas muy diferentes. Para las mujeres, la media era un tiempo mínimo de seis meses, mientras que para los hombres fue de una semana. Hay que señalar que para los hombres, un tiempo de relación previa tan corto como una hora fue considerado como ligeramente inhibitorio; es decir, el factor tiempo disminuía algo, pero no mucho, las posibilidades de que estuvieran dispuestos a practicar el sexo con una pareja atractiva. En cambio, la mayoría de las mujeres manifestó una clara repulsa a acostarse con cualquier individuo si la relación previa era menor de una semana. En cualquier caso, creo que no necesitamos una publicación científica para aceptar que los hombres tienen más interés por el sexo rápido y por un mayor número de compañeras sexuales. El hecho de que los consumidores de ‘servicios sexuales’ y pornografía sean mayoritariamente hombres constituye una prueba abrumadora en este sentido. No estoy negando que las mujeres puedan comprar favores sexuales en ocasiones, pero es evidente que lo hacen en una proporción mucho menor que los hombres.

Esta diferencia es concordante con la conducta de apareamiento de la mayoría de las restantes especies de mamíferos, lo que sugiere una base biológica para esta diferencia. Es posible, sin embargo, que esta diferencia se deba exclusivamente al condicionamiento cultural y que desaparezca a medida que dicho condicionamiento diferencial termine. Veremos.


[1] Clark, R.D. and Hatfield, E. (1989) “Gender differences in recepeptivity to sexual offers” Journal of Psychology and Human Sexuality 2:39-55

[2] Buss, D.M. and Schmitt, D.P. (1993) “Sexual strategies theory: an evolutionary perspective on human mating” Psychological Review 100:204-232

Descubierta una nueva «especie» afín al Neanderthal

Denisovianos (o denisovanos). Ese es el nombre que se ha asignado a esta nueva especie? descubierta en la cueva de Denisova (en la foto), en las montañas Altai, al sur de Siberia. El hallazgo ha sido publicado en la revista Nature por el archiconocido equipo de Svante Pääbo (y otros colaboradores) del Instituto Max-Planck. Según este trabajo, los denisovianos fueron una especie cercana al Nenderthal que habitó en zonas del centro y este de Eurasia hasta una fecha tan cercana como 30.000 años.

Muy pocos restos han sido encontrados hasta la fecha; tan sólo un molar (de un adulto) y un meñique (de una niña), así que de momento es imposible ponerle cara a este nuevo miembro de nuestra familia. Sin embargo, se ha podido purificar DNA a partir del dedo y se ha obtenido una secuencia del genoma completo, que tiene una calidad bastante buena. Los análisis genéticosindican que la poseedora del meñique tenía una cercanía genética con el neaderthal mayor que la nuestra. El árbol filogenético de la figura adjunta nos muestra a los denisovianos como una especia hermana del Neanderthal

Sin embargo, el descubrimiento más sorprendente se produjo al comparar cuidadosamente las secuencias comunes entre el genoma denisoviano y los humanos modernos. Los datos indican sin lugar a dudas que se produjo un intercambio de material genético entre éstos y algunas poblaciones de humanos modernos, cuyos descendientes habitan en la actualidad en Nueva Guinea. Esta situación es paralela a la que ocurrió con los neanderthales, los cuales también tuvieron intercambiaron material genético con los humanos modernos en Europa Occidental. Se calcula que una pequela parte del genoma de los europeos (1-4%) proviene del neanderthal.

En definitiva, la hipótesis out of Africa, según la cual se produjo un desplazamiento de las especies humanas que habitaban Eurasia por los humanos modernos procedentes de Africa, parece que es un poquito más complicada. Al menos en dos ocasiones, los humanos modernos pillaron genes de dos especies pre-establecidas en Eurasia. No puede descartarse que haya otros parientes en nuestro álbum de familia por descubrir.

Los autores del trabajo prefieren no entrar en la polémica de si se trata de una especie diferente del neanderthal o no, amparándose en que ya hay bastante discusión sobre si los neanderthales constituyen una especie diferente a la nuestra.

¡Démos la bienvenida a nuestros primos denisovianos!

La ciencia de la felicidad (1)

Es curioso. Se supone que para las personas lo más importante es ser feliz, y sin embargo la ciencia ha dedicado (hasta hace poco) muy poca atención a este asunto. No así la filosofía. Prácticamente todos lo filosófos conocidos le han dedicado algún pensamiento al asunto, lo que normalmente va acompañado de alguna receta sobre lo que hay que hacer para ser feliz. Naturalmente, muy pocos filósofos se han preocupado en investigar de forma rigurosa si sus recetas funcionan o no, ya que los experimentos de cualquier tipo están, de alguna forma, vedados a los filosófos.

Para los psicólogos evolucionistas, los sentimientos negativos son -en general- fáciles de explicar en términos de fitness. P.e. el miedo nos lleva a huir de los peligros, el asco evita que consumamos alimentos potencialmente tóxicos. Los sentimientos positivos resultan un poco más difíciles. Evidentemente, el placer que nos proporciona una buena comida o encontrar una pareja atractiva tienen un conexión directa con la supervivencia/reproducción. Sin embargo, no parece obvio que la sensación profunda y prolongada de bienestar, que asociamos generalmente al término felicidad, tenga algún efecto positivo sobre nuestra fitness.

No obstante, la profesora Barbara Fredrickson, de la Universidad de Carolina del Norte (USA) ha iniciado una fructífera línea de trabajo encaminada a entender las bases evolutivas de la felicidad. Según la hipótesis de Bárbara, los sentimientos positivos aumentan nuestras capacidades cognitivas y nos permiten acumular recursos psicológicos para aguantar las malas rachas en el futuro. Evidentemente, este tipo de estado de ánimo sólo tiene lugar cuando nos encotramos «bien» (seguros, alimentados, etc); en una situación de crisis, la felicidad se evaporaría y nuestra mente entraría en un estado diferente para sobrevivir a la crisis (huir, pelear,etc). Fredrickson ha denominado a su teoría «broaden and built» en alusión a que la felicidad «expande» la mente y «construye» nuestra personalidad. Si alguien tiene interés en profundizar en este tema, debería echar un vistazo en la página de esta investigadora (aquí).

Lo importante es que Fredrickson y son colaboradores llevan años reuniendo pruebas experimentales que apoyan esta teoría. Por ejemplo, han visto que después de visionar un vídeo cómico, los sujetos del experimento resolvieron mejor un test de creatividad que los del grupo control (Journal of Personality and Psychology, 52:1122). En otro experimento vieron que un estado de «buen humor» mejoraba las capacidades verbales (PNAS, 104:383).

En la parte del «built», Fredrickson y colaboradores comprobaron que los individuos que reportaron mayor frecuencia de sentimientos positivos antes del 11S, también tuvieron menos problemas de depresión en los meses siguientes (Journal of Personality and Psychology, 84:365).

Aunque la teoría está lejos de poder considerarse totalmente probada, la evidencia acumulada en su favor sugiere que la felicidad y los sentimientos positivos, al igual que los negativos, probablemente tienen un valor adaptativo y han sido objeto de la selección natural. Esto es normalemente difícil de probar má allá de toda duda razonable, pero como hipótesis resulta totalmente plausible. El hecho de que los estudios realizados con gemelos idénticos indiquen que aproximadamente la mitad de las variaciones individuales en el grado (auto-reportado) de felicidad son heredables genéticamente, está en corcodancia con la teoría de Fredrickson. Deben existir pues, variantes alélicas que nos predispongan hacia desarrollar personalidades más o menos felices, de la misma manera que se han encontrado genes que nos predisponen hacia otras características psicológicas (más info aquí ).

Es evidente que la ciencia de la felicidad es un tema interesante y nos deja muchas preguntas en el tintero ¿Existe relación entre felicidad y nivel económico?¿Existen sociedades más felices que otros?¿Han encotrado los científicos «recetas» para la felicidad?

Continuará

Más info: New scientist, 25 September 2010, p44.

El gen de la sonrisa

“¡Tienes los mismos gestos que tu padre!” Me decía mi abuela con cierta frecuencia. Y la verdad es que nunca le di mucho crédito a la pobre. En parte porque no consideraba a mi abuela como una alta autoridad académica y en parte porque en aquella época –en los años 60 del pasado siglo- (casi) todo el mundo pensaba que los gestos eran algo aprendido, como el idioma que uno habla, y que no tenían nada que ver con los genes. Esta creencia (que las expresiones faciales son resultado exclusivo de la transmisión cultural) es una piedra más en la negación de la naturaleza humana que caracterizó a la segunda mitad del siglo XX, y en la que seguimos instalados en buena parte

Lo dicho hasta ahora no implica negar que muchos gestos constituyen convenciones culturales y que tienen significados distintos en diferentes países. Las consecuencias de estas diferencias pueden ser embarazosas. Una amiga me contó una situación bastante violenta, y al mismo tiempo divertida, cuando estaba organizando un encuentro entre empresarios japoneses y españoles. En un momento dado, trató de llamar discretamente la atención de uno de los invitados japoneses por el conocido método de mover de adelante a atrás el dedo índice extendido. Por lo visto, este es un gesto completamente obsceno en Japón.

Sin embargo, las expresiones faciales parecen ser harina de otro costal. El propio Darwin (que aparentemente estuvo reflexionando sobre casi todo) sostenía firmemente que éstas eran innatas. Entre otras líneas de evidencia, Darwin se basó en experimentos realizados con uno de sus hijos de corta edad y su cuidadora. Ésta simuló que estaba llorando y la criatura adquirió instantáneamente una expresión de infinita tristeza. Darwin recopiló estas investigaciones en un libro “La expresión de las emociones en el hombre y los animales” (Darwin, 1888). Un libro, desde luego mucho menos conocido que “El origen de las especies”. El razonamiento de Darwin se basaba en que los gestos faciales que expresan emociones básicas son muy parecidos en culturas muy diferentes (incluso en culturas que apenas han tenido contacto con el exterior); asimismo, también son muy parecidos en niños de corta edad y, tal vez la prueba definitiva, en personas ciegas de nacimiento. Darwin procuró bastantes datos en este sentido, por lo que su hipótesis debería haber sido, al menos, “admitida a trámite”. Y sin embargo, no lo fue. Por ejemplo, el famoso antropólogo Ashley Montagu sustentaba la opinión contraria (Montagu, 1968) (por cierto, sin ofrecer prueba alguna, a favor de la hipótesis del aprendizaje).

Durante más de 30 años, Paul Ekman y Wallace Friesen, se han dedicado a explorar de forma muy minuciosa la hipótesis de Darwin sobre el carácter innato de las expresiones faciales. A lo largo de los años, estos investigadores han recogido miles de fotografías y otros documentos gráficos, hasta elaborar un completísimo atlas de las expresiones faciales humanas en diferentes ambientes culturales (Ekman and Friesen, 1975; Ekman et al., 1972). Tal vez el estudio más convincente de todos sea uno realizado con los kukukuku, una belicosa tribu de Nueva Guinea que no había tenido prácticamente ningún contacto con otras civilizaciones (según parece, Ekman y Friesen trabajaron con una película filmada por otro investigador). La conclusión parece firme: las expresiones faciales que representan emociones básicas son muy similares en todas las culturas. Esto sugiere de manera insistente que este carácter está gobernado por los genes y que tiene relativamente poca influencia de factores culturales.

La guinda de esta historia la ha puesto un trabajo  publicado por G. Peleg y sus colaboradores de la universidad de Haifa (Israel) (Peleg et al., 2006), en el cual han encontrado pruebas de que las expresiones faciales de individuos emparentados son, de hecho, más similares que entre la población general. Aunque los autores comienzan reconociendo que las expresiones faciales son básicamente universales, un estudio computerizado de las expresiones permite obtener una especie de “firma facial”, lo que a su vez, permite comparar el grado de similitud entre gestos realizados por diferentes personas. Expresado poéticamente, el programa permite decir si tu sonrisa y la mía se parecen. Una vez que tenían un método para analizar las diferencias individuales en las expresiones faciales, los investigadores lo aplicaron a personas ciegas de nacimiento, por lo cual era sumamente improbable que hubiesen “aprendido” los gestos por imitación, y las compararon con las de sus parientes y las de la población no emparentada. Los investigadores analizaron las denominadas seis expresiones básicas: sorpresa, alegría, asco, enfado, tristeza y pensamiento concentrado. El análisis estadístico demostró que las expresiones faciales entre los parientes eran significativamente más parecidas, lo cual implica que han sido heredadas genéticamente, lo que significa que debe habe genes implicados en la determinación de este carácter. Dios mío: ¡Mi abuela tenía razón!

Entrada publicada el 20/1/2007, re-editada en «celebración» del post número 300 de este blog.

Darwin, C. (1888). “The expression of the emotions in man and animals,” Appleton, New York.

Ekman, P., and Friesen, W. V. (1975). “Unmasking the face : A guide to recognizing emotions from facial clues,” Prentice-Hall ; Prentice-Hall of Canada, Englewood Cliffs, N.J. Toronto, Ont.

Ekman, P., Friesen, W. V., and Ellsworth, P. (1972). “Emotion in the human face: guide-lines for research and an integration of findings,” Pergamon Press, New York.

Montagu, A. (1968). “Man and Agrression,” Oxford University Press, New York.

Peleg, G., Katzir, G., Peleg, O., Kamara, M., Brodsky, L., Hel-Or, H., Keren, D., and Nevo, E. (2006). Hereditary family signature of facial expression. Proc. Natl. Acad. Sci. USA 103, 15921-15926.

El código de barras de la vida

Aunque no puedo considerarme un biólogo de campo, puedo identificar la mayoría de las plantas comunes, así como la gran mayoría de las aves, siempre que no saquen muy lejos de mi pueblo. Por el contrario, en mis (escasos) viajes a zonas tropicales me he sentido totalmente perdido y abrumado por la ingente biodiversidad que no podía identificar. Al parecer, incluso los expertos que trabajan en zonas tropicales se sienten así; a pesar de acumular un conocimiento ingente, la biodiversidad natural les sigue sobrepasando.

Parece lógico que los biólogos estén buscando una forma rápida y fácil de identificar cualquier ser vivo en este planeta. Y la analogía obvia es el código de barras. Con este aparentemente simple artefacto es posible identificar al instante cualquier objeto de un supermercado ¿No se podría construir algo así para los seres vivos?

El aparatito, un poco al estilo de las películas clásicas de ciencia ficción, no dejaría de tener alguna utilidad práctica. Podríamos visualizarlo como una especie de teléfono móvil con una pequeña entrada por la que se introduce una muestra biológica de cualquier tipo. Segundos después nos responde con el nombre y la información básica del animal, planta o microorganismo correspondiente. Si me pica una garrapata en Estados Unidos, tendré interés en saber si esa especie transmite o no la enfermedad de Lyme. Si encuentro una muda de serpiente en mi casa en Australia, necesitaré saber si es una especie venenosa. Más aun, el inspector de aduanas podría decir si determinada partida contiene una planta invasora o una plaga potencial.

La fabricación de un aparato así no está tan lejos de lo que podría pensarse, gracias a una inciativa denominada BOLD Systems (Barcode Of Life Data) y su mayor adalid es Paul Herbert de la Universidad de Guelph en Canada. La idea básica es escontrar un sólo gen presente en todas las criaturas vivas que posea  la «cantidad adecuada» de variación. Bastaría entonces secuenciar dicho gen y podríamos deducir directamente la especie correspondiente. El gen que ha propuesto Herbert y colaboradores es el de la citocromo c oxidasa (COI) mitocondrial. Este grupo de investigadores ha estudiado esta secuencia en más de 13.000 especies de animales en las bases de datos y han llegado a la conclusión de que la divergencia dentro de la misma especie es menor del 1% mientras que entre especies distintas es mayor de 2%. Esto permite trazar una línea clara entre ambos casos.

El cacharro Identificador Automático Universal de Especies (marca ACME), aunque parezca algo fantástico, no es la parte más difícil del proyecto y al parecer, ya hay algunas compañías trabajando en ello. La parte más difícil está en construir la base de datos, es decir, en obtener de forma sistemática la secuencia COI en, literalmente, millones de muestras biológicas «bien clasificadas». Se tratade un esfuerzo considerable y la idea no deja de tener sus detractores. Algunos expertos afirman que en la práctica habría muchas situaciones en las que el barcoding daría un resultado incierto. Otros señalan el alto coste que tendría el proyecto.

Lo que sí es cierto es que en campos donde es casi imposible emplear caracteres morfológicos para consturir taxonomías, p.e. hongos o bacterias, una estrategia de tipo barcoding se está imponiendo. Por ejemplo, en los hongos se emplean fundamentalmente dos «genes» ITS (realmente un fragmento intermedio entre genes de RNA) y el de la beta tubulina. En taxonomía bacteriana se suele emplear el RNA ribosómico 16S, (al que tampoco le faltan detractores).

En cualquier caso, creo que una iniciativa de este tipo justifica su coste, por el avance que supondría en la catalogación de la biodiversidad en el planeta, en el que se calcula que habitan 10 millones de especies sólo de animales. Muchas se están extinguiendo antes de que lleguemos a saber de su existencia.

2011 ¿El año de la Diversidad Genética Humana?

Aunque a menudo estoy de acuerdo con los  fines de la Corrección Política, estoy convencido de que ésta tiene un lado oscuro y que muchas veces acaba teniendo un efecto exactamente contrario al que se pretendía. Por ejemplo, cuando nos referimos  a los ciegos como «personas con visibilidad limitada», éstos pueden  sentirse aun más marginados por ello ¿acaso su condición es tan horrible que tenemos que usar un circunloquio para referirnos a ella? Yo creo que lo ciegos no necesitan Corrección Política, sino instituciones como la ONCE que les ayuden de verdad.

La Corrección Política ha hecho un daño incalculable al estudio de la diversidad genética humana, relegando a esta disciplina en la creencia (comprensible pero absurda) de que el mero reconocimiento de que existen diferencias genéticas en nuestra especie supone apoyar al racismo. En este blog mantenemos la idea de que la diversidad genética humana es algo para celebrar, no para esconderlo debajo de la alfombra. Sobre todo, si tenemos en cuenta que somos una especie muy homogénea genéticamente, ya que descendemos de una pequeña población africana que existió hace unos 200.000 años.

No obstante, algunos humanos salieron de Africa hace unos 80.000 años y se extendieron por el planeta ocupando muchos hábitats diferentes. En este proceso,  tuvieron que adaptarse genéticamente y culturalmente a los enormes retos que planteaba la supervivencia en estos nuevos lugares. Hasta hace muy poco, no se sabía casi nada de la evolución humana reciente, pero esta situación ha dado un vuelco en los últimos años con el descubrimiento de varios genes que parecen haber evolucionado en los últimos 50.000 años o menos. Por fortuna, parece que el tabú se ha levantado de una vez.

Un trabajo muy reciente publicado en Science nos cuenta cómo los pueblos tibetanos se han adaptado a vivir a más de 4.000 metros de altitud. Esto se debe, al parecer, a una mutación en el gen EPAS1  (Science. 2010 Jul 2;329(5987):75-8) que regula la percepción del oxígeno en en el cuerpo. Esta mutación debió resultar muy ventajosa, ya que se encuentra en el 90% de la población tibetana y tan sólo en el 10% de la (genéticamente cercana) población Han, que habita a nivel del mar.

Otra historia interesante nos la cuenta Mark Stoneking del Instituto Max Planck de Leizpig. Este equipo ha identificado un gen llamado TRPV6 , que regula la captación de calcio en el intestino (Proc Natl Acad Sci U S A. 2010 May 11;107 Suppl 2:8924-30. Epub 2010 May 5 ). Se han encontrado 23 variantes de este gen entre los europeos. Esta distribución sugiere la hipótesis que las variantes europeas se originaron en Africa, pero fueron seleccionadas posteriormente en poblaciones ganaderas al permitir una utilización más eficaz de la leche. De manera que este gen habría co-evolucionado con el que permite la utilización de lactosa en adultos (más info aquí).

El desarrollo de la agricultura supuso un cambio drástico en la dieta de nuestros antecesores, el cual pudo propiciar la selección de alelos que permitieran una mejor utilización del alimento y esta selección pudo producirse en poblaciones diferentes. Examinando los datos procedentes de individuos europeos y de oriente próximo se encontró que ambos grupos poseen una variante del gen PRLP2, el cual permite la rápida utilización de las grasas vegetales (PLoS One. 2008 Feb 27;3(2):e1686. ). Cuando se compara la frecuencia de este alelo en poblaciones distintas adaptadas y no-adaptadas a la agricultura, el resultado sugiere fuertemente que se trata de una adaptación a las nuevas condiciones (véase la figura adjunta).

Sin duda, la demostración de estos cambios representan genuinas adaptaciones al medio y no son una mera consecuencia de la frecuencia de dichos alelos en la población fundadora no es una tarea fácil y requerirá muchos años de trabajo, así como herramientas estadísticas sofisticadas. No obstante, hay una buena noticia para los investigadores de este campo (y por extensión para todas las personas interesadas en la Evolución Humana). El próximo mes de diciembre se harán públicos los resultados del Proyecto «1000 Genomes». Mil genomas humanos de diversos orígenes étnicos serán accesibles en las bases de datos, lo cual permitirá sin duda encontrar nuevos casos de evolución humana reciente.

Permanezcan en antena.

(de Science (2010) 239: 740-742)

Biodiversidad en peligro

En los próximos meses, a menos que alguien lo impida, se producirá la mayor pérdida (evitable) de biodiversidad ocurrida en  los últimos 50 años, y esto sucederá – paradójicamente – en el así declarado año de la Biodiversidad.

No se trata de un enclave de la selva amazónica o de la sabana africana. El lugar se encuentra del término municipal de San Petersburgo y contiene una de las colecciones de germoplasma mayores del mundo, incluyendo más de 4000 variedades de «frutas del bosque» (grosella, arándano, fresa).

La pérdida de razas y variedades de animales y plantas domésticos no suele ocupar titulares en los periódicos, pero supone una pérdida grave no sólo por la disminución de la biodiversidad (algo negativo en sí mismo), sino porque estas variedades, seleccionadas a lo largo de los siglos, pueden tener una importancia capital en un futuro próximo, cuando la agricultura tenga que adaptarse a un planeta más cálido.

La estación experimental Pavlosk contiene la colección iniciada por el grandísimo genetista ruso Nikolai Vavilov, considerado el padre de la Mejora Genética Vegetal. Vavilov fue, además un mártir de la causa, ya que murió por defender la Genética, una pseudociencia burguesa durante la dictadura de Stalin.

Desafortunadamente, los terrenos que ocupa la estación van a ser destinados a una operació inmobiliaria de gran envergadura. Lo peor es que la cosa tendría arreglo, en principio. Trasladar la colección no es tarea fácil, pero podría abordarse, aunque hacen  falta medios y voluntad política. Hasta ahora, el tándem Putin/Medvedev ha desoído todos los llamamientos nacionales e internacionales al respecto.

En teoría, trasladar una colección de semillas parece sencillo pero no lo es. Muchas de las variedades tienen que conservarse como plantas adultas, de las que se obtienen estaquillas. En otros casos, las semillas tienen una viabilidad limitada y no admiten congelación. Buena parte de la colección tiene que ser sembrada periódicamente para su mantenimiento. Por otro lado, las regulaciones en sanidad vegetal hacen difícil su traslado rápido a otros países.

Si se produce la muerte anunciada de la colección será un acto de barbarie comparable a la destrucción de los Budas de Afganistán, sólo que más estúpido, dado el enorme valor económico potencial de la misma.

Los buldozers esperan.

Para enviar cartas de protesta al gobierno ruso  aquí

Chimpancés belicosos

La existencia de las «guerras de chimpancés» supusieron un «schock «para la comunidad científica, más tarde llevado a la literatura por William Boyd en su famosa novela «Brazzaville beach«. Desde entonces, las pruebas sobre esta conducta han ido acumulándose y ya nadie en su sano juicio podría negarla (negacionista hay siempre, claro).  Lo más terrorífico es la «actitud deliberada» de los chimpancés cuando inician un raid: caminando en fila india, en silencio, deteniéndose de vez en cuando. Resulta muy difícil pensar que los chimpancés no sepan a lo que van, aunque lo hagan a su manera no verbal. La idea de intencionalidad me parece irrestible aquí.

El estilo de lucha suele ser bastante cobarde y, característicamente, esta actividad está limitada casi exclusivamente a los machos. Un vez iniciado el raid, los asaltantes atacan preferentemente a individuos aislados, sobre todo si son jóvenes, o a grupos muy inferiores numéricamente. Cuando las cosas están equilibradas, es frecuente que el ataque se aborte. Este estilo también es característico de las guerras entre cazadores-recolectores, donde las «batallas» son algo bastante más infrecuente que las simples emboscadas. Lo que no estaba demasiado claro hasta ahora era la motivación de estos ataques ¿Qué pretenden conseguir los atacantes, hembras o territorio?

Un artículo reciente publicado en Current Biology parece inclinar la cuestión hacia esto último. Los investigadores realizaron un meticuloso seguimiento de un grupo de chimpancés en el  Parque Nacional Kibale (Uganda) durante casi 10 años. Comprobaron, que los machos atacaban ferozmente a las hembras que se encontraban en su camino y que las supervivientes nunca se integraron en el grupo vencedor ni se aparearon con ellos. Además, la mayoría de los incidentes se produjeron en una zona «fronteriza» entre dos grupos. De manera que la motivación parece más inmobiliaria que sexual. Sin embargo, al aumentar su territorio y sus recursos alimenticios, es esperable que los machos vencedores atraigan más hembras y se reproduzcan más.

Los datos también indican que los chimpancés son incluso más belicosos que las tribus humanas más belicosas, a juzgar por la frecuencia de asesinatos. El equipo de Mitani encontró una frecuencia de homicidios un 50% superior a la encontrada en sociedades agrícolas pre-estatales, y unas 17 veces superior que las típicas de los cazadores-recolectores. Aunque no conviene generalizar. Es posible que el grupo de Kibale sean equivalentes a los jíbaros entre los chimpancés.

Está claro que la guerra en los humanos tiene profundas raíces biológicas. Eso no quiere decir que sea algo aceptable ni inevitable, pero sí que el condicionamiento de la conducta tiene que trabajarse a tope para mantenernos en un estado de relativo pacifismo.

El artículo: mitani_2010

Más info en este blog

Un vídeo de una partida de guerra

El árbol de la vida

La imagen muestra el primer árbol filogenético de la Historia, garabateado por el propio Darwin en su cuaderno. La idea del ‘árbol de la vida’ es una de las grandes aportaciones de Darwin a la Biología y tiene una base intuitiva cuando consideramos, por ejemplo, que los caballos se parecen más a los burros que a las ballenas, y evidentemente, es posible clasificar a los seres vivos en grupos atendiendo a sus similitudes. En la actualidad puede parecer obvio que esta idea nos lleva a pensar que todos los seres vivos, desde los rodaballos a los presidentes de gobierno, deben descender de un antecesor común. En cambio, los naturalistas de aquella época no pensaban de esta manera. Reconocían, eso sí, que los seres vivos podían agruparse por características morfológicas y a este empeño dedicaron bastantes esfuerzos, pero no interpretaban que el grado de similitud entre dos especies se debiera a un origen común, o más exactamente, al mayor o menor tiempo transcurrido desde que se produjo la divergencia evolutiva entre ambas especies. Hoy día estamos tan acostumbrados a ver los diagramas ‘en forma de árbol’ que representan la historia evolutiva que nos resulta difícil imaginarnos cómo podía pensarse de otra forma, pero  la idea no era ni mucho menos evidente en aquella época.

Aunque la idea del antecesor común de todos los seres vivos en uno de los pilares de la Teoría Evolutiva, ha habido algunas especulaciones recientes (sobre todo entre los microbiólogos) sobre hipótesis alternativas. Dado que los microorganismos intercambian genes con relativa facilidad, es posible que entre las primeras formas de vida se hubiera dado este intercambio. En tal caso, no tendría exactamente un antecesor común, sino un cierto número de ellos. Esta hipótesis ha sido contrastada de forma rigurosa por métodos computacionales por Douglas Theobald, en un artículo publicado en Nature el pasado 13 de mayo.

Theobald comparó las secuencias de 23 proteínas en 12 especies, que incluían bacterias, arqueas y eucariotas, y analizó los árboles filogenéticos resultantes con diferentes métodos estadísticos. Todos los modelos indicaron que la hipótesis del antecesor único era mucho más probable que la de diversos antecesores. El estudio sugiere que aunque la vida pudo originarse en la Tierra muchas veces, sólo uno de estos eventos primordiales resultó ser el antecesor común de todos los organismos vivos que conocemos. No es imposible, sin embargo, que algún día se encuentre un microorganismo que se salga de esta pauta y que sería descendiente de otra «célula primordial».

Theobald, D. L. 2010. A formal test of the theory of universal common ancestry. Nature 465 (May 13): 219-223

Gripe A: la conjura de los necios

En las últimas semanas hemos asistido al linchamiento moral de la Organización Mundial de la Salud  (y otras instituciones) por su recomendación a los gobiernos de adquirir suficientes dosis de vacunas con el único objetivo (supuestamente) de favorecer los intereses de algunas compañías farmacéuticas. La cuestión se ha comentado en todos los medios de comunicación y está empezando a adquirir un tinte «conspiracionista» preocupante. En concreto, se afirman dos cosas, que deben analizarse separadamente:

A) Que algunos expertos exageraron los riesgos de la gripe A y que esto benefició económicamente a algunas compañías.

B) Que los mismos expertos habían recibido dinero (de forma directa o indirecta) de esas mismas compañías.

La afirmación A es falsa. La decisión de declarar la pandemia y recomendar la vacuna era la única racional. La gripe es un asunto serio; en un año normal causa una mortalidad considerable y la pandemia de 1918 ha sido la peor de la historia en número de muertos. Los datos en abril de 2009 sugerían que el virus de la gripe A tenía una tasa de mortalidad elevada. Además, no se puede predecir la evolución de un virus a los seis meses, que es lo que se tarda en producir una vacuna. Por otro lado, las vacunas constituyen un método terapéutico generalmente seguro (aunque no totalmente exento de riesgos).

Más aun, la gripe A no ha sido tan leve como se suele pensar. De acuerdo con un trabajo publicado recientemente el PloS, si nos fijamos en el número de años de vida perdidos y no sólo en el número de muertos (véase el gráfico), la pandemia de 2009 fue mucho peor que un año de gripe estacional severa, incluso peor que la gripe de 1968. Ello es debido a que la edad media de los fallecidos en 2009 ha sido de 37 años, mientras que en la gripe estacional la media es de 76. El trabajo aquí.

No obstante, es perfectamente posible que la afirmación B sea cierta. A la vista del cariz que estaban tomando las cosas no es raro que las compañías quisieran sacar tajada o al menos asegurarse una porción. Por lo que es  posible (e incluso hay indicios serios) de que se hayan producido casos de conducta poco apropiada. Esto es lamentable se debería tratar de evitar en el futuro. No voy a discutir los detalles porque el punto clave, en mi opinión es que de la afirmación B no se desprende directamente la validez de A.  Si el virus hubiera evolucionado hacia mayor virulencia y no se hubieran tomado medidas, habría que oír  las críticas furibundas, tal vez de los mismos que ahora critican las medidas contrarias.

Además, las acusaciones de haber recibido dinero deben ponerse en perspectiva. No es lo mismo un pago directo que el hecho de que una compañía financie una investigación. En algún caso, las acusaciones se basaban en que algunos expertos habían participado en conferencias (y cobrado por ello) financiadas por las compañías farmacéuticas. Hay que decir que la inmensa mayoría de los congresos en Biomedicina son hoy por hoy financiados en parte por éstas.

Es muy probable que el debate que se está llevando a cabo en los medios esté llegando a conclusiones totalmente erróneas. El problema no es que se emplease dinero público en producir unas vacunas que no llegaron a utilizarse. Eso es exactamente lo que ocurre la mayoría de las veces que contratamos un seguro. El problema es que no disponemos de métodos de producción de vacunas a gran escala que sean lo suficientemente rápidos para responder a la aparición de nuevas cepas.

Lo que no suelen comentar los periódicos en que en Europa Occidental la responsabilidad de producir vacunas recae exclusivamente en compañías privadas. De modo que inevitablemente tendrá que derivarse un beneficio económico del hecho de acometer la producción de estos fármacos porque, nos guste o no, las compañías privadas necesitan tener algún beneficio por lo que hacen. Esto no tiene por qué ser así necesariamente. Los gobiernos podrían crear y financiar instituciones que tuvieran los medios y la capacidad de ocuparse de este tipo de tareas. Eso eliminaría la sospecha permanente del «beneficio económico» en una situación de emergencia y daría mayor margen de maniobra a los gobiernos a la hora de manejar estas crisis. Lo que no está garantizado es que fueran más eficaces y menos costosas que las compañías privadas.

La pandemia de gripe A de 2009 resultó más leve de lo que al principio parecía y debemos alegrarnos por ello. Sin embargo, sería un error pensar que la próxima nueva cepa de virus que surja va a ser también relativamente benigna. Puede que lo sea o puede que no.

Más info aquí

El código Altamira

Resulta fácil dejarse impresionar por las fantásticas pinturas rupestres de cuevas como Altamira y Lascaux. Sin embargo, acompañando a las extraordinarias figuras de uros, caballos y bisontes hay unos signos infinitamente más modestos, pero también más intrigantes. Se trata de imágenes pequeñas y abstractas, tales como puntos, rayas, espirales, siluetas de manos y cosas así. Desde que estas cuevas comenzaron a estudiarse, los expertos se han preguntado si estas marcas tendrían un significado simbólico. Recientemente,  Genevieve von Petzinger y April Nowel, de la Universidad de Victoria (Canada) parecen haber dado un paso más en el esclarecimiento de esta cuestión. Estas dos investigadores comenzaron construyendo una base de datos exhaustiva de los signos procedentes de 146 yacimientos arqueológicos de Francia, datados entre 30.000 y 10.000 años.

El resultado de esta pesquisa es fascinante. 26 signos aparecen una y otra vez en estas cuevas (véase la figura de abajo). Lo más interesante es que con mucha frecuencia, estos signos se encuentran asociados. Esta es una característica de los lenguajes jeroglíficos, en los que se inventan nuevos signos mediante la asociación de signos pre-existentes. En algunos casos, estas investigadoras encontraron signos menos abstractos que parecen representar la figura completa. Por ejemplo, se dibujan los colmillos del mamut y no el animal completo. Este «truco» (técnicamente llamado «sinécdoque») es otra de las características de los lenguajes jeroglíficos incipientes. El trabajo fue presentado en el último  Congreso de la Sociedad de Paleantropología en Chicago.

Es en el Sur de Francia y Norte de España donde aparece mayor variedad de signos. No obstante, muchos de éstos también se han encontrado en otros lugares y otras épocas, lo cual abre la cuestión de cuándo se produjo realmente esta especie de «explosión creativa». Las autoras sugieren que el sistema de símbolos podría haberse establecido hace 30.000 o 40.000 años o antes. En tal caso, habría viajado con las primeras migraciones africanas, extendiéndose por Australia, Asia, Europa y América. Aunque es cierto que muchos de los signos han sido encontrados en todos estos lugares, no hay pruebas de que su origen sea el mismo.

En todo caso, la pregunta más difícil permanece:

¿Qué querrían decir?

Ravilious, K. (2010) «Messages from the Stone Age» New Scientist, (2) 2010:30-34.

Diversidad genética y éxito sexual

En los mamíferos parte de nuestra capacidad para combatir infecciones  está ligada a un grupo de genes del denominado Antígeno Mayor de Histocompatibilidad, cuyas siglas en inglés son MHC. Éstos constituyen un grupo complejo de genes diferentes implicados en la regulación de la respuesta inmunológica y presentan un enorme grado de polimorfismo, es decir, en las poblaciones existen numerosos alelos para cada gen. Por ejemplo, en el ratón suele haber del orden de 100 alelos distintos, por lo que existe un número altísimo de posibles combinaciones. Las proteínas codificadas por estos genes cumplen un papel importante en el reconocimiento de proteínas extrañas por parte de un tipo particular de células inmunológicas, los linfocitos T. Por tanto, las diferencias entre los MHC de distintos individuos se asocian a la capacidad de reconocer y responder ante distintos patógenos, de manera que la «cantidad» de variabilidad genética presente en los MHCs de un individuo está relacionada con su capacidad de combatir infecciones. Simplificando mucho, individuos con alta variabilidad poseerían «mejores genes» (en este aspecto) que individuos con menos variabilidad.

Además, la variabilidad de los MHC juega un papel en la determinación del olor corporal de cada individuo, debido a que afectan a la producción de proteínas solubles capaces de unirse a sustancias volátiles, y por ello responsables del olor. Estas proteínas afectan al tipo de bacteria que puede crecer en la piel, lo que también tiene un efecto indirecto en el olor corporal por lo que  pueden ser percibidos por las parejas potenciales. Por tanto, es razonable pensar que los individuos con alta variablidad en sus MHCs podrían resultar más atractivos como parejas.

Para probar esta hipótesis, Hanne Lie y sus colaboradoras de la University of Western Australia analizaron la diversidad genética en buen número de voluntarios (estudiantes universitarios, como suele ser habitual), a los que también pasaron un cuestionario acerca de sus costumbres sexuales y de su éxito en estos asuntos. Después de ajustar algunas variables (como la actitud frente al sexo y la edad de la primera relación) los investigadores encontraron que la diversidad del MHC estaba positivamente relacionada con la frecuencia de compañeros sexual. Este efecto no se observaba con la variabilidad genética en general, lo que sugiere que la este carácter ha podido ser objeto de selección sexual en nuestra especie. Curiosamente, el efecto tampoco se observaba en los chicos, sin que exista una explicación aparente para ello.

La verdad es que squedan muchas preguntas sin constestar ¿cómo perciben las potenciales parejas la variabilidad de los MHC? Posiblemente, a través del olfato, pero eso también hay que demostrarlo ¿Tiene un valor adaptativo este fenómeno? Es posible, pero tampoco hay una prueba irrebatible. En otros artículos se ha visto que los individuos, en muchas especies de mamíferos (incluidos los humanos), tienden a aparearse con individuos con alelos MHCs diferentes a los propios; lo cual es una cuestión distinta, aunque también tiene como consecuencia una descendencia con mayor variabilidad en dichos genes ¿son compatibles ambos fenómenos? En cualquier caso, debe tenerse en cuenta que el MHC no constituye el único (ni remotamente el más importante) «criterio de apareamiento» en humanos.

M.I.S.N. (Más Investigación Será Necesaria)

El trabajo aquí

La explosión de hace 10.000 años

Los tiempos deben estar cambiando, porque hace unos años este libro hubiera desatado un huracán de críticas y, sin embargo, ha pasado relativamente desapercibido (o al menos no se ha montado un cirio demasiado grande) ¿La razón? Sus autores, Cochran y Harpending, abren uno de los «melones» más temidos de la Biología/Psicología, el de las (supuestas) diferencias cognitivas entre grupos étnicos.

Pero empecemos por el principio. La tesis fundamental del libro es que la evolución humana no se ha detenido en los últimos milenios, sino que por el contrario, se ha acelerado con la llegada de la civilización y el progreso. Los autores sostienen que las nuevas condiciones de vida creadas por el desarrollo de la agricultura -primero- y por la creación de los estados  -después- crearon nuevas presiones selectivas en las poblaciones humanas. Esta idea no es, en sí misma, particularmente revolucionaria; lo que es difícil es presentar evidencia experimental sólida que la avale. Sin duda, los autores hacen un esfuerzo por argumentar bien sus tesis aunque, en mi opinión, éstas son de momento hipótesis cuya confirmación empírica queda bastante lejos. Hay que reconocer también que los autores son bastante honrados en ese sentido: dicen claramente cuándo están especulando y cuándo sus afirmaciones están bien sustentadas.

En esencia, Cochran y Harpending lanzan tres (arriesgadas) ideas a la palestra. La primera es que los humanos modernos (cro-magnon) que reemplazaron en Europa a los neanderthales debieron adquirir de éstos algunos alelos mediante un proceso conocido como introgresión. Dichos genes habrían permitido a los cro-magnones adaptarse a las duras condiciones europeas durante la última glaciación. La idea no es disparatada. Por ejemplo, se ha visto que el color del pelaje de los lobos de Alaska y Canadá se debe en cierta medida a un fenómeno de introgresión (más info). Sin embargo, los datos genéticos obtenidos hasta el momento muestran que cro-magnones y neanderthales permanecieron genéticamente separados. Es posible que en el futuro nuevos datos cambien el panorama, pero en este momento esta evidencia es inexistente (véase).

La segunda hipótesis tiene que ver con la aparición de la tolerancia a lactosa en nuestra especie. Este tema ha sido tratado otras veces en este blog (aquí). Los autores van un poco más lejos y afirman que la aparición de esta mutación que permite a los adultos ingerir leche, constituyó una ventaja determinante para los pueblos indoeuropeos hasta el punto de ser la causa de que la migración indo-europea tuviera lugar. De nuevo, es posible que haya sido así pero los datos en los que se basa la hipótesis son todavía insuficientes.

Por último, nos vamos a la hipótesis más controvertida de todas: según los autores, los judíos ashkenazi se vieron obligados a dedicarse a profesiones relacionadas con la banca y las finanzas de forma casi exclusiva durante la Edad Media; debido a esta presión selectiva, los ashkenazi serían más inteligentes que otros grupos étnicos. Los autores emplean el número de premios Nobel conseguidos por individuos con esta ascendencia en el último siglo.

Este tipo de controversias siempre suponen una especie de raya en la arena: hay que estar en contra o a favor. Así que voy a definirme: me niego a aceptar rayas en la arena. Por un lado, creo que los argumentos empleados por los autores son insuficientes (aunque presentan su caso de forma convincente). Sería necesario encontrar alelos claramente ligados a la inteligencia (entendida como IQ, lo que tiene una evidente limitación) y luego demostrar que en determinados grupos étnicos dichos alelos son más frecuentes que en otros. A día de hoy, los datos no son conclusivos ni mucho menos.

Por otra parte, me parece posible que una hipótesis de este tipo llegue a estar fuertemente apoyada por los datos algún (¿acaso no hay poblaciones genéticamente más altas que otras?). Cuando eso ocurra, estoy dispuesto a dejarme convencer, porque creo que la ciencia es mucho más importante y menos dañina a largo plazo que la corrección política (más sobre esto).

Pero ese día no ha llegado.

PS. Sobre la evolución de la especie humana en la actualidad hablaremos otro día

Bioquímica del estatus

A mediados de los años setenta, McGuire y Raleigh[1] comenzaron una fructífera línea de investigación sobre las relaciones entre dominancia y química cerebral. Estos investigadores demostraron que en una especie de macaco, los cambios en el nivel de serotonina estaban relacionados con cambios en el estatus del animal. En una serie de fascinantes experimentos, encontraron que si se separaba un animal de bajo rango y se le trataba con el fármaco Prozac, el cual eleva la serotonina, se observa que el animal tratado subía de rango al reintegrarse al grupo, en algunos casos hasta convertirse en el líder o macho alfa. Este resultado es particularmente interesante porque nos indica que una propiedad bioquímica del cerebro puede ser el resultado de la interacción con el ambiente y, al mismo tiempo, la modificación de esta propiedad por métodos farmacológicos puede cambiar el tipo de interacción entre un individuo y el resto. Ambiente y cerebro son una carretera de doble vía.

En estos experimentos, los macacos dominantes mostraban una conducta ‘mesurada’ y ‘auto-controlada’; en cambio, los individuos subordinadas tendían a sobresaltarse y su conducta parecía estar gobernada por estímulos externos, más que internos. En estos individuos, se observó una conducta impulsiva e incluso una tendencia a la agresión compulsiva contra otros individuos. Los etólogos interpretan que en individuos de bajo rango, los bajos niveles de serotonina resultan beneficiosos ya que inhiben su actividad motora, permitiéndoles ahorrar energía y evitar confrontaciones con individuos de alto rango. La conducta impulsiva observada en estos individuos resulta, a primera vista, paradójica; sin embargo, la relación entre baja serotonina y conducta agresiva e impulsiva ha sido demostrada en muchas especies. Es posible que esta tendencia impulsiva en individuos de bajo rango también tenga un valor adaptativo. Recordemos que encontrarse al fondo de la escala de dominancia es una situación bastante mala desde el punto de vista reproductivo. Cabe pensar que un individuo que se encuentre en esta situación se enfrente a la ‘muerte darwiniana’, esto es a no dejar descendientes. En esas circunstancias, una conducta impetuosa, como arrebatar la comida a un individuo de mayor rango, puede resultar beneficiosa. No olvidemos que la incapacidad crónica para controlar la agresividad puede determinar que un individuo pierda su integración en el grupo. En la mayoría de los casos, esto tiene un coste reproductivo para dicho individuo, pero si éste se encuentra cerca del ‘fondo’ de la escala su salida del grupo puede resultar indiferente, o incluso beneficiosa en términos reproductivos mediante estrategias sociales alternativas (tales como copulaciones clandestinas o la búsqueda de un nuevo grupo).  A veces, una situación desesperada requiere una solución desesperada.


[1] Raleigh, M.J., McGuire, M.T., Brammer, G.L., Pollack, D.B., and Yuwiler, A. (1991) “Setoninergic mechanisms promote dominance acquisition in adult male vervet monkeys”  Brain Res. 559:181-190

Infinitas maneras de ser importante

Ha llegado el momento de plantear la pregunta inevitable ¿somos los humanos una especie jerárquica? La respuesta es ‘probablemente, sí’. Reconozco que esta pregunta puede causar cierto resquemor y resultar, una vez más, políticamente incorrecta. No cabe duda de que la cuestión del estatus en nuestra especie constituye un tabú. Resulta muy sospechosa la escasez de estudios realizados sobre la materia. La mayoría de los textos de Psicología no dicen explícitamente que el deseo de estatus constituya una motivación importante en nuestra especie, a pesar de los muchos indicios que tenemos al respecto. Parece como si hubiéramos decidido tácitamente dejar de lado esta cuestión. Si miramos hacia otro lado, tal vez consigamos creer que la bestia no existe.

Pero la bestia existe. El deseo de estatus es universal. Lo encontramos en todas las sociedades que han sido estudiadas; eso sí, con gran variaciones sobre el tipo de cosas  que confiere estatus a los individuos. De hecho, la Antropología constituye una fuente de información sobre este tema mucho más valiosa que la Psicología. Veamos algunos ejemplos. Entre los kwakiult, un pueblo de la costa Oeste de Norteamérica, hoy desaparecido, los individuos de alto estatus se veían obligados a organizar monstruosas fiestas, llamadas potlatch, si querían mantenerlo. Las fiestas duraban varios días y se organizaban por las razones más diversas, como nacimientos, bodas o el ingreso en sociedades secretas. Otras veces se organizaban por motivos triviales, ya que el verdadero objeto de estas fiestas era mostrar la riqueza de los organizadores, a través del consumo exagerado de todo tipo de comida, así como el reparto de regalos fabulosos entre los invitados. En algunos casos, los anfitriones terminaban la fiesta quemando la casa para mostrar públicamente su generosidad y desprendimiento. Aunque esta costumbre nos pueda parecer chocante, los jefes tribales que la protagonizaban estaban actuando de forma egoísta, ya que cuanto mayor fuera el dispendio realizado mayor sería su prestigio dentro de esta sociedad. Evidentemente, nuestras ‘bodas’, ‘bautizos’ y ‘comuniones’ tienen algún elemento en común con los potlatch.

Para los yanomami, las formas de conseguir prestigio son bien distintas. Esta tribu habita en selvas ecuatoriales en las orillas del río Orinoco, entre Venezuela y Ecuador. En la actualidad se estima que deben quedar menos de 10.000 habitantes y se encuentran continuamente amenazados por las actividades de mineros  –garimpeiros- que penetran ilegalmente en sus tierras. La subsistencia de este pueblo se basa en una agricultura semi-nomádica de ‘corta y quema’. Esta cultura, que se caracteriza por una extrema agresividad, ha sido muy estudiada por los antropólogos[1] [2]. Para un joven yanomami el camino hacia el éxito social pasa por emboscar y matar a muchos hombres de poblados vecinos y violar a muchas mujeres. Dentro de un mismo grupo, las peleas y el maltrato de los hombres hacia las mujeres no son nada infrecuentes. Cabe esperar que incluso los partidarios acérrimos del relativismo cultural califiquen estas prácticas de ‘dudosas’.

Entre los ¡Kung del desierto del Kalahari, los criterios de estatus son bastante más pacíficos. Este pueblo mantiene (o lo hacía hasta hace poco) un modo de vida nómada basado en la recolección y la caza. Los ¡Kung forman pequeños grupos sin líder aparente y, en general, constituyen una sociedad pacífica, sin clases sociales claramente definidas. La desigualdad económica es virtualmente imposible en su modo de vida, ya que no tienen forma de acumular riqueza, y las piezas cobradas son frecuentemente compartidas entre los miembros de la tribu. A pesar de su aparente igualitarismo, los estudios antropológicos revelan la existencia de una jerarquía laxa basada en la experiencia y la habilidad de un individuo como cazador. Al parecer, los individuos de alto ‘rango’ ejercen el liderazgo de forma suave, influyendo sobre las decisiones del grupo pero sin imponer su voluntad. Por otro lado, la sociedad valora la modestia del cazador habilidoso y las normas de educación exigen que éste no alardee de su capacidad como tal.

De acuerdo. Para los cazadores-recolectores el estatus es importante, pero ¿nos afecta eso a nosotros, los occidentales del siglo XXI? Obviamente sí, incluso en mayor medida que a las sociedades antes mencionadas. Después de todo. Los cazadores-recolectores son relativamente igualitarios, ya que resulta casi imposible acumular riqueza en esas condiciones. Resulta evidente que la lucha por el estatus individual constituye uno de los factores esenciales para explicar muchas de las conductas que observamos de forma cotidiana en nuestra sociedad, hasta el punto de que no creo necesario aportar pruebas o argumentar al respecto.


[1] Changnon, N. “Yanomamo: the fierce people” Holt, Rinchart and Winston, Inc. 1997.

[2] Eibe-Eibesfeldt, I. “El Hombre Preprogramado”. Alianza Editorial, Madrid 1977.

El hombre que susurraba a las gallinas

Si colocamos a un grupo de gallinas ‘desconocidas’ en un mismo corral, observaremos la siguiente conducta. Al principio, los animales se muestran frecuentemente agresivos unos con otros. Se producen numerosas ‘peleas’ a picotazos, en general poco cruentas. Sin embargo, a medida que va pasando el tiempo las peleas son menos frecuentes. Lo que se observa es que las gallinas han establecido un ‘rango’ que determina exactamente el orden de dominancia. Si aparece comida, el animal dominante tiene preferencia para picar, luego lo hará el siguiente y luego el siguiente hasta el último. Como es lógico, lo que determina el rango de cada individuo es el resultado de las diferentes confrontaciones en la fase inicial. De alguna forma, cada uno ‘sabe’ las posibilidades que tiene de ganar una pelea, lo que permite que se vaya directamente al resultado, ahorrándose la agresión propiamente dicha. Los experimentos realizados, en los que se sacaba a un animal del grupo y se le volvía a introducir después de un intervalo, indican que éstos recuerdan la jerarquía aproximadamente dos semanas. Se ha comprobado que si se altera artificialmente el orden social, los animales crecen más lentamente y ponen menos huevos.

Este fenómeno, el orden de picoteo en las gallinas, fue descrito por primera vez en 1922 por el científico sueco Thorleif Schjelderup-Ebbe[1]. Resulta curioso que esta conducta pasara desapercibida durante los miles de años anteriores, en los cuales los humanos y las gallinas han tenido una estrecha convivencia. Está claro que el comportamiento de estos animales no suscitó demasiado interés hasta que este investigador comenzó sus experimentos. Al parecer, Schjelderup-Ebbe era un verdadero enamorado de las gallinas desde su más tierna infancia, y cuentan que su madre le hizo construir un gallinero en su casa para que pudiera observarlas a placer.

El orden de picoteo ha sido observado en centenares de especies de aves y mamíferos. Dado que los mamíferos no picotean, los científicos prefieren utilizar el término ‘jerarquía’ para nombrar el fenómeno, del cual existen numerosas formas y variantes, aunque la idea básica es la misma en todos los casos: algunos animales dominan sobre otros. Por ejemplo, entre los machos de rata común (Rattus norvegicus) existen sólo dos clases: los dominantes y los dominados[2]. Los primeros, llamados alfa, son animales de aspecto fuerte y no suelen tener signos de lesiones. Estos machos se comportan de forma más confiada, se mueven libremente sin ser molestados y atacan a los intrusos si penetran en su territorio. No son frecuentes las peleas cruentas entre machos alfa, aunque sí las posturas de amenaza y algunos enfrentamientos. Los machos beta se retiran cuando aparecen los alfa, no atacan a los intrusos y se comportan ‘amigablemente’ entre ellos.

La existencia de sistemas de jerarquía suele ir acompañada de pautas de amenaza y sumisión, los cuales constituyen verdaderos códigos de comunicación entre animales y permiten ahorrarse los verdaderos actos de agresión. El suizo R. Schenkel [3]estudió a mediados del siglo XX los códigos de pelea de los lobos (Canis lupus). Los animales de rango superior tienen una postura de agresión característica, con la cola levantada y las patas tiesas, mientras el animal gruñe y levanta el labio superior descubriendo sus caninos. Los animales subordinados adoptan posturas de sumisión agachando las orejas y llevando ‘el rabo entre las piernas’. No es infrecuente observar estas pautas de comportamiento en los perros domésticos.


[1] Schjeldrup-Ebbe, T. (1922) “ Beiträge zur Social-psychologie des Haushuhns” Z Psicol. 88:226-

[2] Barnett, S.A. “La conducta de los animales y del hombre” Alianza Editorial p.192.1972

[3] Schenkel, R. (1947) “Ausdrucks-studien an Wolfen” Behaviour 1:81-129

La izquierda darwinista

Al hilo de la tertulia del martes pasado en el pub Savoy, cuelgo aquí este artículo de Peter Singer (incluido en su libro «Writings on an ethical life» Ed Harper Collins, 2000). El artículo es una sinopsis de su libro «The Darwinian left». Espero que este interesante debate puede continuar a través de este foro.

El texto original, traducido por Marianela Santoveña está aquí

La izquierda darwinista

Peter Singer

La izquierda necesita un nuevo paradigma. Los partidos socialistas democráticos han abandonado el tradicional objetivo socialista de la propiedad pública, y esto, junto con la caída del comunismo, ha dejado a la izquierda sin las metas que anheló durante los dos siglos en que alcanzó una posición de gran poder político e influencia intelectual. Me ocupo aquí no tanto de la izquierda como una fuerza política organizada, sino de la izquierda como un amplio cuerpo de pensamiento, un espectro de ideas en torno a la consecución de una sociedad mejor. En tanto tal, la izquierda necesita urgentemente de ideas nuevas. Quiero proponer como fuente de tales ideas una aproximación al comportamiento humano basada firmemente en la comprensión moderna de la naturaleza del hombre. Ya es tiempo de que la izquierda tome en serio el hecho de que hemos evolucionado desde otros animales; llevamos las pruebas de esta herencia no sólo en nuestra anatomía y en nuestro ADN, sino en nuestros anhelos y en la manera en que muy probablemente tratemos de satisfacerlos. En otras palabras, ya es tiempo de desarrollar una izquierda darwinista.

¿Podría la izquierda adoptar a Darwin y, aún así, seguir siendo izquierda? Depende de lo que se considere esencial. Permítaseme responder de manera personal a esta cuestión. El año pasado hice un documental para la televisión y también un libro sobre Henry Spira. Para la mayoría de la gente este nombre no significará nada, pero Spira es la persona más extraordinaria con la que jamás haya trabajado. Cuando tenía doce años, su familia vivía en Panamá. Su padre tenía una pequeña tienda que no marchaba del todo bien; para ahorrar dinero, la familia aceptó la oferta de un acaudalado amigo que les propuso vivir en su casa. La casa era una mansión que ocupaba una manzana entera de la ciudad. Un día, dos hombres que trabajaban para el dueño de la propiedad le preguntaron a Henry si quería acompañarlos a cobrar las rentas. Henry lo hizo y vio cómo se financiaba la lujosa existencia del benefactor de su padre: se dirigieron a las barriadas, donde la gente pobre fue amenazada por los cobradores armados. En aquella época Henry no tenía ningún concepto de “la izquierda”, pero de ese día en adelante formó parte de ella. Más tarde, Spira se mudó a Estados Unidos, se volvió trotskista, trabajó como marinero, formó parte de las listas negras durante la era de McCarthy, fue al sur para apoyar a la gente negra, dejó a los trotskistas porque habían perdido contacto con la realidad y dio clases a niños de los guetos de Nueva York. Y como si esto no fuera suficiente, en 1973 leyó mi ensayo Liberación animal y decidió que había aún otro grupo de seres explotados que necesitaba ayuda. Con el tiempo, Spira llegó a ser el activista más empeñoso del movimiento por los derechos de los animales en Estados Unidos.

Spira posee la habilidad de plantear las cosas de manera simple y llana. Cuando le pregunté por qué había pasado su vida defendiendo todas esas causas, me dijo sencillamente que estaba del lado de los débiles, y no de los poderosos; de los oprimidos, y no del opresor; de la montura, y no del jinete. Spira me habló de la inmensa cantidad de dolor y sufrimiento que existe en nuestro universo, y de su deseo de hacer algo para disminuirlo. Y esto, según creo, es de lo que se trata la izquierda. Si nos encogemos de hombros frente al sufrimiento evitable de los débiles y los pobres, de los que son explotados y despojados, entonces no somos de izquierda. La izquierda quiere cambiar esta situación. Existen muchas ideas diversas sobre la igualdad que son compatibles con esta imagen amplia de la izquierda. Y en un mundo en el que las cuatrocientas personas más ricas poseen conjuntamente una riqueza neta mayor a la del 45 por ciento de la población mundial situada en la base de la pirámide, no resulta difícil encontrar puntos comunes en el camino hacia una distribución más equitativa de los recursos.

Hasta aquí sobre la izquierda. Pero, ¿qué hay de la política del darwinismo? Una forma de responder a la pregunta consiste en invocar la distinción entre hechos positivos y valores normativos. Puesto que “ser de izquierda” quiere decir tener ciertos valores, y puesto que la teoría de Darwin es una teoría científica, la imposibilidad de deducir valores a partir de hechos significa que la evolución no tiene nada que ver con la izquierda ni con la derecha. Por lo tanto, tan fácilmente puede existir una izquierda darwinista como una derecha darwinista.

Sin duda, ha sido la derecha la que más ha retomado el pensamiento darwiniano. Andrew Carnegie, por ejemplo, recurrió a la evolución para sostener que la competencia económica nos conduciría a la “supervivencia del más apto”, y haría mejorar así la vida de la mayor parte de la gente. También se invoca el pensamiento darwiniano en la afirmación según la cual las políticas sociales podrían contribuir a la supervivencia de los “menos aptos” y tener consecuencias genéticas nocivas. Esta afirmación es sumamente especulativa. Su base fáctica es más sólida en lo que respecta a la prestación de tratamientos médicos a personas con enfermedades genéticas; sin tratamiento, estas personas morirían incluso antes de poder reproducirse. No cabe duda de que hoy existen muchas más personas que nacen con diabetes prematura debido al descubrimiento de la insulina. Pero nadie propondría seriamente retirar la insulina a los niños con diabetes a fin de evitar las eventuales consecuencias genéticas que comporta el surtir dicha sustancia.

Hay un aspecto más general del pensamiento darwiniano que sí se debe tomar en serio. Es la afirmación según la cual comprender la naturaleza humana, a la luz de la teoría evolutiva, puede ayudarnos a estimar el precio que habremos de pagar por lograr nuestras metas sociales y políticas. Esto no quiere decir que cualquier política social sea incorrecta por ser contraria a las ideas darwinianas; antes bien, deja en nuestras manos la evaluación ética y se limita a proporcionar datos relevantes para poder tomar una decisión.

El núcleo de la concepción izquierdista del mundo es un conjunto de valores; pero también existe una nebulosa de creencias fácticas que se suelen asociar con la izquierda. Debemos preguntarnos si estas creencias fácticas se oponen al pensamiento darwiniano, y si lo hacen, cómo sería la izquierda sin ellas.

En términos generales, la izquierda intelectual, y sobre todo los marxistas, se han mostrado entusiastas ante el recuento que Darwin da sobre el origen de las especies, siempre y cuando las implicaciones que tenga para los seres humanos se limiten a la anatomía y la fisiología. La teoría materialista de la historia, según Marx, implica que no existe una naturaleza humana definida. La naturaleza humana cambia con cada nuevo modo de producción. Ya ha cambiado en el pasado –del comunismo primitivo al feudalismo, y del feudalismo al capitalismo– y podría cambiar de nuevo en el futuro.

La creencia de que la naturaleza humana es maleable ha sido importante para la izquierda, porque le ha proporcionado fundamentos para tener la esperanza de que un tipo distinto de sociedad es posible. La verdadera razón por la cual la izquierda rechazó el darwinismo es porque éste destrozaba el gran sueño de la izquierda: la perfectibilidad del hombre. La idea de construir una sociedad perfecta había estado presente en la conciencia occidental incluso antes de la República de Platón. Desde que la izquierda existe, ha buscado una sociedad en la que todos los seres humanos vivan en armonía y cooperen los unos con los otros, en paz y libertad. Para Darwin, en cambio, la lucha por la existencia, o al menos por la existencia de la propia prole, es interminable.

En el siglo XX, el sueño de la perfectibilidad del género humano se convirtió en las pesadillas de la Rusia estalinista, de la China de la Revolución Cultural y de Camboya bajo el régimen de Pol Pot. La izquierda despertó ofuscada de estas pesadillas. Se han registrado intentos por crear una sociedad nueva y mejor con resultados menos terribles –la Cuba de Castro, los kibbutzim israelíes– pero ninguno ha sido un éxito rotundo. Tenemos que dejar atrás el sueño de la perfectibilidad y eliminar así una barrera más para una izquierda darwinista.

Pero, ¿qué hay de la maleabilidad de la naturaleza humana? ¿Qué queremos decir por maleabilidad y qué tan esencial resulta para la izquierda? Dividamos el comportamiento humano en tres categorías: aquel que varía en gran medida de cultura a cultura; aquel que muestra algo de variación de cultura a cultura, y aquel que presenta poca o ninguna variación.

En la primera categoría, mostrando una inmensa variación, incluiría las distintas formas en que producimos nuestro alimento –recolectando y cazando, criando animales domésticos o sembrando. A estas diferencias corresponden diferencias en los estilos de vida –nómada o sedentario– así como en el tipo de comida que ingerimos. En esta primera categoría también incluiría algunas estructuras económicas, prácticas religiosas y formas de gobierno, pero no –y esto resulta significativo– la existencia de alguna forma de gobierno, que parece ser casi universal.

En la segunda categoría, como comportamiento que muestra ligeras variaciones, incluiría la sexualidad. Los antropólogos victorianos quedaron muy impresionados por las diferencias en la actitud que su propia sociedad y las sociedades que eran objeto de su estudio mostraban hacia la sexualidad; por ello, tendemos a exagerar el grado en que la moral sexual es relativa a cada cultura. Por supuesto, existen diferencias importantes entre las sociedades que permiten a un hombre tener una esposa y las que autorizan a los hombres a tener más de una esposa; pero casi toda sociedad cuenta con un sistema de matrimonio que implica restricciones a las relaciones sexuales fuera de la institución. Además, mientras que a los hombres se les permite una esposa o más, según la cultura, los sistemas de matrimonio en que se permite a las mujeres tener más de un marido son escasos. Sean cuales fueren las reglas del matrimonio, y sin importar qué tan severas sean las sanciones por infringirlas, la infidelidad y los celos sexualmente motivados parecen ser elementos universales del comportamiento humano.

En esta segunda categoría también incluiría la identificación étnica y sus contrarios, la xenofobia y el racismo. Vivo en una sociedad multicultural con un nivel relativamente bajo de racismo, pero sé que existen sentimientos racistas entre los australianos y que los demagogos pueden azuzar estos sentimientos. La tragedia de Bosnia ha demostrado cómo el odio étnico puede resurgir entre pueblos que han convivido pacíficamente durante décadas. El racismo se puede aprender y se puede olvidar, pero el hecho es que los demagogos racistas elevan sus antorchas sobre un material sumamente inflamable.

En la tercera categoría, como un comportamiento que muestra poca variación de una cultura a otra, contaría el hecho de que somos seres sociales preocupados por los intereses de nuestra estirpe. Nuestra presteza para establecer relaciones de cooperación y para reconocer obligaciones recíprocas es igualmente universal. Aunque de manera más controvertida, agregaría que la existencia de una jerarquía o un sistema de rangos es una tendencia casi generalizada. Existen muy pocas sociedades humanas sin distinciones de estatus social; y cuando se hacen intentos por abolir dichas distinciones, estas tienden a reaparecer muy pronto. Finalmente, los roles de género también presentan variaciones muy ligeras. Las mujeres casi siempre desempeñan el papel principal en el cuidado de los niños, mientras que los hombres, más que las mujeres, suelen involucrarse en el enfrentamiento físico, tanto en el interior del grupo social como en la guerra entre distintos grupos. Además, los hombres tienden a desempeñar un papel desproporcionado en el liderazgo político del grupo.

Por supuesto, la cultura influye para agudizar o atenuar las tendencias más profundamente enraizadas en la naturaleza humana. Y puede haber variaciones de individuo a individuo. Nada de lo que he dicho se contradice con la existencia de personas que no se preocupan por su estirpe, o de parejas en las que el hombre cuida de los niños mientras que la mujer trabaja en el ejército. También debo subrayar que mi clasificación general del comportamiento humano no conlleva matices valorativos. No estoy diciendo que si el predominio masculino es característico de casi todas las sociedades, esto signifique que es bueno, o aceptable, o que no deberíamos tratar de cambiarlo. No intento deducir el deber ser a partir del ser, sino evaluar el precio que tendríamos que pagar por la consecución de nuestras metas.

Por ejemplo, si vivimos en una sociedad cuya jerarquía se basa en una aristocracia heredada y abolimos dicha aristocracia, como lo hicieron los revolucionarios franceses y estadou-nidenses, probablemente nos topemos con que una nueva jerarquía emerja, basada quizás en el poder militar o en la riqueza. Cuando la revolución bolchevique en Rusia abolió tanto la aristocracia hereditaria como la riqueza privada, se desarrolló sin demora una jerarquía fundada en el rango y la influencia dentro del Partido Comunista; esto se convirtió en la base de toda suerte de privilegios. La tendencia a constituir jerarquías puede verse en toda clase de conductas mezquinas dentro de las corporaciones y las burocracias, en las que la gente otorga una enorme importancia a qué tan grande es su oficina y cuántas ventanas tiene. Nada de lo anterior significa que la jerarquía sea buena, o deseable, o incluso inevitable; pero sí que deshacerse de ella no será tan fácil como los revolucionarios de antes pensaban.

La izquierda debe aceptar y comprender nuestra naturaleza de seres producto de la evolución. Pero hay distintas maneras de lidiar con las tendencias inherentes a la naturaleza humana. La economía de mercado se funda en la idea de que los seres humanos pueden trabajar duro y mostrar iniciativa sólo si, al hacerlo, les es dado alimentar sus propios intereses económicos. Para satisfacer nuestros intereses lucharemos por producir bienes mejores que los de nuestros competidores, o por producir bienes similares a un menor costo. Así, como dijera Adam Smith, los deseos egoístas de una multitud de individuos se conjuntan, como por obra de una mano invisible, para trabajar en beneficio de todos. Garrett Hardin resumió este punto de vista en The Limits of Altruism, cuando escribió que las políticas públicas debían basarse en “una adhesión inquebrantable a la regla cardinal: nunca le pidas a una persona que actúe contra sus propios intereses”. En teoría –esto es, en una teoría abstracta, libre de cualquier suposición sobre la naturaleza humana–, un monopolio estatal debería ser capaz de proporcionar los servicios públicos más baratos y eficientes, y también el transporte y, para el caso, el suministro de pan; a decir verdad, dicho monopolio tendría enormes ventajas en materia de escala y no estaría obligado a generar ganancias para sus propietarios.

Sin embargo, cuando tomamos en cuenta la suposición popular de que el interés –más específicamente, el deseo de enriquecerse– impulsa a los seres humanos a trabajar bien, el panorama cambia. Si la comunidad es dueña de una empresa, los gerentes no se benefician de su éxito. Sus intereses económicos personales y los de la empresa apuntarían en direcciones distintas. El resultado es, en el mejor de los casos, la ineficacia; en el peor de los casos, la corrupción generalizada y el robo. Privatizar la empresa asegurará que los propietarios tomen las medidas necesarias para recompensar a sus gerentes de acuerdo con su desempeño; a su vez, los gerentes tomarán las medidas necesarias para asegurar que la empresa opere tan eficazmente como sea posible.

Esta es una manera de ajustar nuestras instituciones a la naturaleza humana, o al menos a una cierta concepción de la naturaleza humana. Pero no es la única. Incluso en términos de la regla cardinal de Hardin, aún debemos preguntarnos qué queremos decir con “interés propio”. La adquisición de riquezas materiales, más allá de un nivel relativamente modesto, tiene poco que ver con el interés en el sentido biológico de maximizar el número de descendientes que uno deja atrás como futuras generaciones. No existe razón alguna para suponer que el crecimiento de la riqueza personal deba ser, ya sea consciente o inconscientemente, la meta que la gente se fije. A menudo se dice que el dinero no puede comprar la felicidad. Esto puede sonar trillado, pero implica que estamos más interesados en ser felices que en ser ricos. Entendido de manera adecuada, el interés va más allá del interés económico. La mayoría de la gente quiere que sus vidas sean felices, satisfactorias o significativas, y reconocen que el dinero es, cuando mucho, un medio para lograr algunos de estos fines. Las políticas públicas no deben fundarse, pues, en el interés, entendido éste en un estrecho sentido económico.

El pensamiento darwiniano moderno abarca tanto la competencia como el altruismo recíproco (un término técnico para la cooperación). Al enfocarse en el factor de la competitividad, la economía moderna de mercado tiene sus premisas en la idea de que nos mueven deseos de adquisición y competencia. Las economías de mercado libre están diseñadas para canalizar nuestros deseos adquisitivos y competitivos de manera tal que operen en beneficio de todos. Sin duda, esto es mejor que una situación en la que dichos deseos operaran sólo para el beneficio de algunos. Pero incluso cuando las sociedades de consumo competitivas trabajan de la mejor manera posible, no constituyen la única vía para armonizar nuestra naturaleza con el bien común. En lugar de ello, deberíamos buscar el fomento de un sentido más amplio del interés individual, una concepción de interés por la que tratemos de construir sobre la faceta social y cooperativa de nuestra naturaleza, antes que sobre la faceta individualista y competitiva.

El trabajo de Robert Axelrod sobre el dilema del prisionero nos brinda una base para la construcción de una sociedad más cooperativa. El dilema del prisionero describe una situación en la que dos personas pueden escoger entre cooperar o no cooperar la una con la otra. El inconveniente es que a cada una le va mejor en el nivel individual si no coopera; pero si ambas toman esta misma decisión, a ambas les irá peor que si las dos hubieran optado por cooperar. El resultado de las decisiones a la vez racionales e interesadas, por parte de dos o más personas, puede hacer que a todos les vaya mejor que si hubieran actuado sólo por interés personal. Actuar motivados sólo por intereses individuales puede ser contraproducente en el ámbito colectivo.

La gente que a diario acude al trabajo en automóvil se enfrenta cada día a esta situación. A todos les iría mejor si, en lugar de estar sentados en medio del intenso tráfico, abandonaran sus automóviles y usaran los autobuses, que entonces viajarían sin demora por las calles despejadas. Pero a ningún individuo le interesa cambiar su auto por el autobús, ya que mientras la gente continúe usando un automóvil propio, los autobuses siempre serán más lentos que los automóviles.

A Axelrod le interesaba saber qué tipo de estrategia –si la cooperativa o la no cooperativa– genera los mejores resultados para las partes que se enfrentan una y otra vez a situaciones de este tipo. ¿Deben cooperar siempre? ¿Deben dar siempre la espalda, como la estrategia de no cooperación lo sugiere? ¿O deben adoptar alguna estrategia mixta, que de alguna manera pase de cooperar a dar la espalda? Axelrod invitó a la gente a proponer estrategias que dieran los mejores resultados a la persona que las adoptara, si es que esta se hallaba repetidamente en situaciones similares al dilema del prisionero.

Cuando recibió las respuestas, Axelrod comparó, con ayuda de una computadora, cada una de ellas con todas las demás unas doscientas veces a través de un torneo. La ganadora fue una estrategia simple llamada tit for tat.1 Cada vez que daba inicio un certamen contra un nuevo jugador, el ejecutante de esta estrategia comenzaba por cooperar. Después de esto, simplemente hacía lo que el otro jugador había hecho en su turno anterior. Así que, si el otro cooperaba, entonces él cooperaba, y seguía haciéndolo a menos que el otro le diera la espalda: entonces, también daba la espalda y seguía haciéndolo hasta que el otro jugador cooperaba de nuevo. Tit for tat también ganó un segundo torneo organizado por Axelrod, incluso aunque esta vez la gente que proponía estrategias sabía que tit for tat había ganado el torneo anterior.

Los resultados de Axelrod, respaldados por trabajos posteriores en este mismo campo de estudio, pueden servir como base para una planeación social que debería ser atractiva para la izquierda. Cualquier persona de izquierda debería darle la bienvenida al hecho de que la estrategia con mejores resultados comience por una acción cooperativa, y de que nunca sea la primera en abandonar la idea de cooperar o de intentar explotar la “bondad” de la otra parte. Aunque los miembros de la izquierda más idealista podrían lamentar que tit for tat no siga cooperando pase lo que pase, una izquierda que comprenda a Darwin debe darse cuenta de que esto resulta esencial para el éxito. Al ser reactiva, tit for tat genera una espiral virtuosa en la que la vida se vuelve más difícil para los abusivos, y en la que, por ende, hay menos de ellos. En palabras de Richard Dawkins, si hay “bobos”, entonces hay “abusivos” que pueden prosperar aprovechándose de los primeros. Al rehusarse a ser tomado por un bobo, el estratega de tit for tat puede lograr que las partes que cooperan obtengan mejores resultados que los abusivos. Una izquierda no darwinista culparía a la pobreza o a la falta de educación o al legado de formas retrógradas de pensamiento por la existencia de los abusivos. Una izquierda darwinista se daría cuenta de que, aun cuando todos estos factores inciden en el nivel a que llegan los abusos, la única solución permanente consiste en modificar los resultados finales de manera tal que los abusivos no prosperen.

La cuestión que debemos abordar es: ¿bajo qué circunstancias la estrategia tit for tat sería una estrategia exitosa para todos? El primer problema es de escala. Tit for tat no puede funcionar en una sociedad de extraños que nunca se encuentren los unos con los otros. Esta es la razón por la cual la gente de las grandes ciudades no siempre muestra la consideración hacia los demás que resulta común en asentamientos rurales, donde la gente se conoce de toda la vida. Necesitamos encontrar estructuras capaces de sobreponerse al anonimato de las sociedades en que vivimos, sociedades enormes, sumamente móviles, y que al parecer no harán más que seguir creciendo.

El siguiente problema es aún más difícil. Si nada de lo que tú haces cambia de verdad algo para mí, tit for tat no funcionará. Así que, aun cuando la estrategia no necesita la igualdad, una disparidad muy grande en materia de poder o de riqueza eliminará el incentivo de la cooperación mutua. Si dejáramos a un grupo de personas tan fuera de la riqueza social mancomunada que no tuvieran nada con qué contribuir, las estaríamos enajenando de las prácticas sociales y de las instituciones de las que forman parte, y casi sin duda estas personas se convertirían en adversarios que representarían una amenaza para dichas instituciones. La lección política del pensamiento darwiniano del siglo XX es totalmente diferente de la del darwinismo social del siglo XIX. Los darwinistas sociales consideraban que, si los menos aptos eran abandonados en el camino, esto no era más que la forma en que la naturaleza descartaba a los débiles: un resultado inevitable de la lucha por la existencia. Tratar de superar esto les parecía inútil, si no es que claramente dañino. Una izquierda darwinista que comprende las condiciones para la cooperación mutua, así como sus beneficios, luchará por evitar las condiciones económicas que generan marginación.

Permítaseme entretejer algunas líneas de pensamiento. ¿Qué distingue a una izquierda darwinista de las versiones anteriores de la izquierda? En primer lugar, la izquierda darwinista no negaría la existencia de una naturaleza humana, ni insistiría en que la naturaleza humana es intrínsecamente buena, ni infinitamente maleable. En segundo lugar, esta izquierda no pretendería poner fin a todo conflicto y toda lucha entre los seres humanos. En tercer lugar, no supondría que todas las desigualdades se deben a la discriminación, al prejuicio, a la opresión o al condicionamiento social. Algunas se deberán a estos factores, pero no todas. Por ejemplo, el hecho de que entre los directores ejecutivos haya menos mujeres que hombres puede deberse a que los hombres están más dispuestos a subordinar sus vidas e intereses personales a sus metas profesionales; las diferencias biológicas entre hombres y mujeres pueden ser un factor en la medida en que puede haber entre los primeros una mayor disposición a sacrificar todo con tal de llegar a la cima.

¿Y qué hay de aquello que una izquierda darwinista sostendría? En primer lugar, esta izquierda reconocería que hay algo llamado naturaleza humana, e intentaría saber más sobre ella, de manera tal que lograra fundarse en la mejor evidencia disponible sobre lo que los seres humanos son. En segundo lugar, anticiparía que, aun bajo sistemas sociales y económicos muy distintos, mucha gente actuará de manera competitiva para afianzar su estatus, ganar poder y alimentar los intereses de su estirpe y los propios. En tercer lugar, la izquierda darwinista esperaría que, sin importar el sistema social y económico en que viva, la mayoría de la gente responderá positivamente a una invitación a involucrarse en formas de cooperación que resulten en el beneficio mutuo, siempre y cuando la invitación sea genuina. En cuarto lugar, esta izquierda promovería estructuras que fomentaran la cooperación antes que la competencia, e intentaría canalizar la competencia hacia fines socialmente deseables. En quinto lugar, reconocería que la manera en que explotamos a los animales es el legado de un pasado predarwiniano que exageró el abismo entre los humanos y otros animales y, por ende, trabajaría en pos de un estatus moral más alto para los animales. Y en sexto lugar, la izquierda darwinista sustentaría los valores tradicionales de la izquierda poniéndose del lado de los débiles, de los pobres y de los oprimidos, pero pensando muy cuidadosamente qué opciones sí funcionarían para beneficiarlos de verdad.

En algunos sentidos, esta es una visión mucho más modesta de la izquierda, en la que se sustituye sus ideas utópicas por una visión realista y desapasionada de lo que puede lograrse. Sin embargo, en el plazo largo, no sabemos si nuestra capacidad de razonar nos pueda llevar más allá de las restricciones darwinistas convencionales sobre el grado de altruismo que una sociedad puede fomentar. Somos seres racionales. Una vez que comenzamos a razonar, podemos sentirnos impulsados a seguir una cadena de argumentos hasta una conclusión que no habíamos anticipado. La razón nos permite reconocer que cada uno de nosotros es sencillamente un ser entre otros, otros que tienen deseos y necesidades que los preocupan, de la misma manera en que nos preocupan nuestros deseos y necesidades. ¿Podrá esta concepción sobreponerse algún día a la fuerza de otros elementos en nuestra naturaleza evolucionada que actúan contra la idea de velar imparcialmente por todos los demás seres humanos o, lo que sería aún mejor, por todos los demás seres que sienten?

Un defensor del darwinismo como Richard Dawkins, ni más ni menos, sostiene la posibilidad de “cultivar y alimentar deliberadamente un altruismo puro y desinteresado, algo que no tiene lugar en la naturaleza, algo que nunca ha existido antes en la historia entera del mundo”. Aunque “estamos construidos como máquinas de genes”, nos dice Dawkins, “tenemos el poder de oponernos a nuestros creadores”. He aquí una verdad importante. Somos la primera generación que comprende no sólo que hemos evolucionado, sino también los mecanismos por los cuales hemos evolucionado. En su épica filosófica, la Fenomenología del espíritu, Hegel esbozaba el fin de la historia como un estado de sabiduría absoluta, en el que la mente se conoce a sí misma tal como es, y de esta manera obtiene su propia libertad. No tenemos que aceptar la metafísica de Hegel para darnos cuenta de que algo parecido ha sucedido durante los últimos cincuenta años. Por primera vez desde que la vida surgiera del caldo primigenio, hay seres que entienden cómo han llegado a ser lo que son. En un futuro más distante, que apenas alcanzamos a vislumbrar, esto podría ser un requisito para una nueva forma de libertad: la libertad de moldear nuestros genes para que, en lugar de vivir en sociedades limitadas por su origen evolutivo, podamos construir esa sociedad que consideremos la mejor de todas.

El pico del tucán sirve para emitir calor

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Aunque la mayoría de los europeos nunca hemos visto un tucán en libertad, todo el mundo tiene una imagen suya en la cabeza debido a su pico descomunal (érase un pájaro a un pico pegado…). Sin duda, el de mayor tamaño relativo de todas las especies de aves.

La pregunta obvia es para qué tiene ese pedazo de pico. Estar seguros de que algo en Biología cumple una función suele ser más difícil de lo que parece, excepto en casos obvios, pero éste está lejos de serlo.

Cuando se trata de explicar una características de los seres vivos aparentemente inútiles y pintorescas, los biólogos suelen echar mano de la selección sexual. En este caso, (como la cola del pavo real) se trataría de un ornamento (el problema es que este razonamiento puede llevarse demasiado lejos: cualquier cosa podría considerarse un ornamento; necesitamos pruebas).

También se ha sugerido, que  constituye una refinada herramienta para la alimentación.

Sin embargo, según un artículo reciente publicado en Science,  el pico de tucán podría servir para emitir calor, disminuyendo así la temperatura corporal del ave. En definitiva, se trataría de un radiador.

Los autores colocaron a una serie de ejemplares de Ramphastos toco en cámaras de temperatura controlada y comprobaron la capacidad del pico para emitir calor. Más aun, este ave parece ser capaz de modular el flujo de sangre a través de este órgano  según las circunstancias.

Naturalmente, el hecho de que el pico pudiera constituir un órgano de termo-regulación no impide que también pudiera servir para la alimentación o que esté sometido a selección sexual (aunque esto es algo más improbable ya que machos y hembras no se diferencian en el tamaño). Evidentemente, un pico sirve para muchas cosas.

Tattersall et al. 2009

Humancé: híbrido de humano y chimpancé

humance

La mañana del 28 de febrero de 1927, el científico ruso Ilya Ivanovich Ivanov se encontraba en la estación experimental de Kindia, en la Guinea francesa (hoy República de Guinea) con una importante misión que le había encomendado el propio Stalin: crear el primer híbrido entre humano y chimpancé.

Probablemente no se encontraba de muy buen humor. Ivanov era un científico de reconocido prestigio. Su laboratorio había sido pionero en la puesta a punto de diversos de métodos de inseminación artificial y había logrado crear animales híbridos de cebra y caballo (entre otros éxitos), cosa que se creía imposible entonces. Y sin embargo, esos estúpidos funcionarios franceses le estaban poniendo las cosas difíciles. Tenía que actuar de tapadillo, como si fuera un criminal y si descubrían sus verdaderas intenciones podría tener un problema serio. Por otra parte, si no conseguía llevar a cabo su misión, las cosas también podían ponerse muy mal cuando volviera a Rusia. Stalin no tenía fama de ser muy comprensivo con los que fracasaban.

En esta tesitura, el doctor Ivanov se enjuagó el sudor, echó una mirada de reojo y procedió a insertar un instrumento metálico diseñado por él mismo, en la vagina de una de las dos hembras de chimpancé que habían sido capturadas y transportadas bajo su supervisión. Debe señalarse que el esperma (humano) no era suyo, sino de un donante no identificado. Ilya tenía que trabajar deprisa y en condiciones que no eran las ideales. Los dos intentos de inseminación fracasaron. Meses después volvió a intentarlo con otra hembra distinta. De nuevo, fracaso.

¿Por qué querría Stalin crear un híbrido de humano y chimpancé? Obviamente, es imposible saberlo. Las malas lenguas aseguran que su intención era crear una raza de super-guerreros: feroces en la guerra y obedientes en la paz (lo que le evitaría, supuestamente, tener que recurrir a las deportaciones masivas y a los campos de concentración). Según otra teoría (igualmente infundada), la creación de tal híbrido tendría un valor simbólico: mostrar los avances de la Biología soviética y fastidiar a los occidentales de orientación religiosa y, muy particularmente, al Papa.

Fracasado el primer intento, Ivanov no se dio por vencido: tenía un plan B. De vuelta en Rusia se dispuso a intentar el cruce recíproco, inseminar a una mujer con semen de un simio. Sorprendentemente, no le resultó difícil encontrar una voluntaria, a pesar de que ésta fue informada de la naturaleza del experimento y de las severas medidas de aislamiento a las que tendría que someterse. Faltaba el donante. En este caso, se trató de un orangután llamado “Tarzán”. Para bien o para mal, el experimento tuvo que suspenderse por la inesperada muerte de Tarzán debido a una fulminante hemorragia cerebral. Podemos estar seguros de que Ivanov, un hombre muy persistente, hubiera seguido intentándolo. Sin embargo, Ilya cayó en desgracia y fue detenido y condenado al exilio en Kazajstán. Murió un año después.

 Pero los experimentos de Ivanov, aunque éticamente cuestionables, plantean una interesante pregunta: ¿sería posible? Sin poder estar absolutamente seguros, la respuesta es –en principio- sí. La cercanía genética entre humanos y chimpancés es muy alta. La secuencia de los genes de estas dos especies tiene (en promedio) una similitud del 98% . Los caballos y los burros se cruzan con facilidad y aunque no sé exactamente cuál diferencia genética entre estas dos, no creo que sea muy diferente del 98% anterior. En cualquier caso, nadie sabe cuál es el “umbral” de diferencia a partir del cual la hibridación es imposible. Esta no es una ciencia exacta.

 Suele citarse el hecho de que existe una diferencia en el número de cromosomas entre el hombre (46) y en el chimpancé (48), por lo que probablemente el híbrido no sería fértil. No obstante, esto no representa una barrera absoluta. Además, el cromosoma 2 humano deriva de una fusión de dos cromosomas que no se produjo en el linaje del chimpancé. Por ello, es posible que los dos cromosomas correspondientes del chimpancé (2a y 2b) pudieran aparearse durante la meiosis con el cromosoma 2 humano, lo que resolvería el problema (o al menos lo paliaría). Otra “solución” consistiría en la duplicación del genoma completo del híbrido, dando lugar a un alo-poliploide genéticamente estable. Naturalmente, todo esto es una mera posibilidad.

 Otra pregunta, igualmente interesante, es si sería ético crear a este híbrido. Muchas personas piensan no sólo que no sería ético, sino que podría calificarse de acto abominable. La hostilidad a este tipo de experimentos suele ir de la mano de las ideas religiosas. La tradición filosófica judeo-cristiana ha tendido a exagerar las diferencias entre los humanos y el resto de las especies, en línea con la creencia de que los humanos tienen alma y los otros animales no. Por otra parte, la superación de la barrera de especie por métodos artificiales es algo que siempre ha generado mucha hostilidad entre los cristianos.

En cambio, algunos grupos relacionados con el activismo pro-animal contemplan esta ida (la del híbrido) con cierto entusiasmo. La mera existencia del humancé pondría de manifiesto la fragilidad de las barreras de especie y forzaría a los gobiernos a obrar en consecuencia ¿Qué derechos tendría el humancé? Las autoridades se verían obligadas a legislarlos.

Desde mi punto de vista (materialista/naturalista/utilitarista) no creo que la creación del humancé fuera una buena idea, aunque no por las mismas razones que los grupos religiosos. En el caso de que fuera posible, nadie podría garantizar al humancé una buena vida ¿Tendría que vivir confinado? ¿Sufriría discriminación? ¿Podría recibir tratamiento médico adecuado? ¿Estarían los bancos dispuestos a concederle una tarjeta de crédito?

Aunque no existe constancia de que el híbrido sea posible, el humancé no ha dejado nunca de aparecer en las cabeceras de los tabloides, junto con “Big Foot” y las consabidas apariciones de Elvis, así que –de momento- tendremos que dejarlo en el reino de los seres imaginarios. Pero, ¿se imaginan al primer humancé, Kalashnikov al hombro (proporcionado por los activistas de PETA *), defendiendo a las últimas poblaciones de chimpancés en la reserva de Gombe?

¡Menuda película harían en Holywood!

 

* Personas por la Ética en el Trato de los Animales

Boese, A. (2009). “Elephants on acid and other bizarre experiments”.p. 15-18. Pan Macmillan.

Rossiianov, K. (2002). “Beyond species: Ilya Ivanov and his experiments on cross-breeding humans with anthropoid apes” Science in Context 15:277-316.

El amante impasible

topi

Este macho de «topi», una especie de antílope africano, tiene una curiosa técnica de seducción. Se limita a permanecer en la cima de su termitero, como si fuera un quietista callejero. Su conducta no es tan pasiva como pudiera parecer; el macho tiene que defender su territorio frente a otros machos.

Al igual que en el negocio inmobiliario, la localización es absolutamente crucial. Las peleas por lograr un montículo bien situado son encarnizadas y por una buena razón. Las hembras tienden a aparearse con el macho que está situado en el centro de la zona, porque «saben» que es el más fuerte y «saben» que así obtendrán buenos genes para su descendencia (evidentemente, las hembras no lo saben, pero eso no cambia las cosas).

Ellas buscan…comparan…y se quedan con lo mejor.

¿Quién sabe contar?

numeros

Es evidente que uno de los conceptos esenciales de las matemáticas es el de «número»; no obstante, éste resulta muy difícil de definir. La mayoría de los libros de texto soslaya esta cuestión o admite que se trata de un concepto «intuitivo» y que no precisa de definición, ya que resulta «evidente por sí mismo». Por cierto, la definición que a mí me dieron en el bachillerato (lo que tienen en común dos conjuntos coordinables) es completamente falaz (conjuntos coordinables son aquellos que tienen el mismo número de elementos).

Es posible que los matemáticos consideren así zanjada la cuestión, pero para los psicólogos evolucionistas (y los biólogos en general), admitir que el concepto sea intuitivo es tan sólo el comienzo de la historia ¿compartimos con otras especies este capacidad? ¿tiene valor adaptativo? Curiosamente, en las últimas semanas se han publicado varios trabajos relativos a esta cuestión  ¿quién sabe contar?

Uno.- Los peces. Las hembras del pez mosquito son capaces de contar (dentro de ciertos límites) el número de colegas que nadan a su alrededor, de acuerdo con un trabajo que se publicará próximamente en la revista Cognition. Según los autores del trabajo, para estos animales el tamaño del banco es un factor de protección, de aquí que hayan aprendido a seleccionar el grupo de compañeros exclusivamente en función de su tamaño numérico. En los experimentos, prefirieron los grupos de tres individuos frente a los de dos, y a los de ocho frente a cuatro.

Dos.-Las abejas. En este caso, los experimentadores entrenaron a un grupo de abejas haciéndolas pasar por un túnel, en cuya salida había una señal dibujada, p.e. dos puntos azules. De ahí pasaban a una cámara con dos posibles salidas, si escogían la que tenía la misma marca que la de la entrada ¡bingo! recibían un premio. Pueden contar hasta 3.  Gross et al., PLoS ONE .

Tres.- Los bebés humanos. Veronique Izard y sus colaboradores mostraron a una serie de bebés de 4 días de edad secuencias con un cierto número de formas en una pantalla; a la vez eran expuestos a un número de sílabas habladas. Cuando ambos números coincidían, los bebés mantuvieron la mirada en la pantalla un tiempo significativamente más largo que en el caso contrario (Izard at al., PNAS).

Cuatro.- !Los pollitos recién nacidos! pueden distinguir conjuntos de dos o de tres objetos. Incluso son capaces de percibir operaciones simples de aritmética (Rugani et al., Proceeding of the Royal Society B).

Cinco.- ¡¡Las bacterias!! Aunque no se trata de bacterias normales, sino de cepas modificadas mediante ingeniería genética, en las cuales  se ha introducido un circuito genético que les permite «contar» hasta 3 pulsos de azúcar. Al tercero, la bacteria produce una proteína fluorescente, mostrando a los investigadores que ha realizado correctamente la operación. Estas cepas con un contador incorporado podrían ayudar a la monitorización de toxinas en el medio (Friedland et al., Science).

También se han descrito habilidades numéricas en chimpancés, delfines, ratas, salamandras e incluso alumnos de la LOGSE.


Out of Catalonia

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Hoy día, la mayoría de los paleontólogos acepta la denominada hipótesis «out of Africa», según la cual nuestros ancestros evolucionaron en Africa desde hace (al menos) 6 millones de años y nuestros antecesores directos (los primeros sapiens) salieron de este continente hace tan sólo 60,000 años. Sin embargo, es posible que nuestros antecesores lejanos, muy anteriores a los australopithecus procedieran de Eurasia, más concretamente de Cataluña.

Al menos eso creen los autores de un artículo publicado recientemente en PNAS por Moyà-Solà del Institut Català de Paleontologia (ICP) y colaboradores de diversas instituciones. Esta hipótesis se basa en un fósil de unos 12 millones de años antigüedad, al que se le ha dado el nombre de Anoiapithecus brevirostris, y del que sólo se encontrado algunos fragmentos de mandíbula, dientes y huesos faciales. Los restos han sido encontrados en la comarca barcelonesa de l’Anoia.

Este nuevo escenario «out of Catalonia» será probablemente controvertido. El problema no es la existencia de antecesores humanos en el Mioceno eurasiático, sino el hecho de concluir que éstos emigraron de Eurasia a Africa. Es cierto que tales fósiles no se han encontrado en el continente africano, pero también es cierto que la «densidad de excavaciones» en Europa es mucho mayor, lo cual introduce un sesgo.

El tiempo y los datos dirán

Un resumen del trabajo aquí

Cats

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Hace unas semanas fuí con mi familia de excursión al famoso Torcal de Antequera (Málaga) y  aparte de disfrutar del impresionante paisaje kárstico y de los no menos impresionantes ejemplares de Capra hispanica, presenciamos algo verdaderamente asombroso.

Nos cruzamos con un grupo de escolares que estaban, a la sazón, comiéndose un bocadillo. De repente, un revuelo. Gritos de excitación. El causante era un zorro joven atraído por el olor de la comida y que, de hecho, no se fue sin ganarse un buen bocado. Por lo que yo había leído sobre esta especie, esto es algo bastante raro. Se supone que los zorros son huidizos y es muy difícil mantenerlos en cautividad (entre otras cosas, porque viven en un estado de permanente terror). No obstante, en los años 50s, el científico ruso D. Belyaev inició un proyecto de mejora genética que culminó con la creación de una raza de zorro domesticada (más info aquí), pero el proceso llevó casi 50 años de cruces selectivos. Aparentemente, este mismo proceso está en marcha en el Torcal de Antequera, con la diferencia de que está sucediendo de manera espontánea. Los zorros se domestican solos.

Aquí una foto, para que me crean.

zorro

Pero no era mi intención dedicar este post al zorro, sino a otro caso de animal que al parecer también se domesticó solo: el gato.

Tradicionalmente se pensaba que el gato había sido domesticado en el antiguo Egipto, pero una serie de estudios recientes (basados en evidencia arqueológica y genética) indican que probablemente ocurrió en el Oriente Próximo y en una fecha muy anterior: unos 10.000 años.

Hasta hace poco, el origen de los gatos era un misterio difícil de romper. Lógicamente deriva del gato montés Felis silvetris, pero ¿de qué población exactamente? Como en muchas otras ocasiones, el análisis del DNA mitocondrial nos ha dado una respuesta clara. Cuando se compararon las secuencias de  mitocondrias procedentes de cientos de gatos domésticos y de las cinco subespecies conocidas de gato silvestre, los árboles filogenéticos agruparon a todos los gatos domésticos con F. silvestris lybica; una subespecie que habita en Oriente Próximo y Medio.

Sin embargo, en cuanto a la fecha de domesticación, el reloj molecular no nos permite afinar mucho más allá de unos 10.000 años. En cambio, la arqueología acude ahora en nuestra ayuda. En 2004 se encontró un esqueleto de un  gato de unos ocho meses de edad (en la misma orientación que el esqueleto humano) en un enterramiento de la isla de Chipre de unos 9.500 años de antigüedad. Esto sugiere una relación especial entre ambos.

La verdad es que -a priori- el gato no es buen candidato para la domesticación. En primer lugar (en su estado salvaje) es un cazador solitario y territorial; la mayoría de las especies domesticadas son sociales y típicamente jerárquicas (lo que facilita el proceso, ya que los humanos juegan el papel de individuos alfa). En segundo lugar, es exclusivamente carnívoro, con muy poca capacidad de utilizar alimentos vegetales.

La hipótesis más probable (en línea con lo que también debió ocurrir en el caso del perro) es que los gatos se domesticaran solos. Los excedentes de grano en los primeros asentamientos agrícolas debieron atraer a un gran número de ratones. Y seguramente los ratones atrajeron a los gatos. En cuanto a los humanos, lo más probable es que los tolerasen, ya que poco daño podían hacer, y en cambio comían ratones y serpientes de vez en cuando. Así debió domesticarse el gato.

¿Domesticado? No tan deprisa. La verdad es que no lo están totalmente , ya que suelen sobrevivir y reproducirse sin intervención directa de los humanos. Todo el que haya convivido con uno, sabe que un gato es un espíritu libre.

Cuando las técnicas neolíticas empezaron a expandirse, los gatos domésticos viajaron con ellas. Las autoridades del Antiguo Egipto, que realmente (y literalmente)  los adoraban, prohibieron su exportación; una medida que naturalmente no tuvo éxito. Así, los gatos se expandieron con el imperio romano y a través de las rutas comerciales con China. También se sabe que Colón llevaba algún gato en las carabelas.

A diferencia del perro, el gato no ha pasado por un proceso de selección artificial demasiado exigente. Los perros llevan milenios siendo seleccionados para determinadas funciones (pastor, guardián, cazador). No así los gatos que, como todo el mundo sabe, resulta imposible entrenarlos (no porque no sean inteligentes sino más bien por ser muy reacios a aceptar órdenes). Prueba de ello es la enorme diversidad fenotípica en los perros (compárese un San Bernardo y un chihuahua) que no se produce en los gatos. Si acaso, es posible que hayan sido «seleccionados» para resultar estéticamente agradables a los humanos (¿no son irresistibles de pequeños?). La cría y selección en serio no ha tenido lugar hasta periodos muy recientes.

El inicio de la agricultura supuso una revolución en toda regla, no sólo para los humanos, sino para otras muchas especies, ya que se generaron cambios radicales en los ecosistemas. Eso debió suponer un desastre para algunas y un oportunidad para otras, como nuestros domésticos amigos. Es evidente, que todo esto aceleró la evolución en algunos casos. En las últimas décadas, los cambios en los ecosistemas han sido también tan radicales que muchas especies se han puesto contra las cuerdas (o se han extinguido directamente). En cambio otras (las menos)  se están adaptando, como parece que está haciendo el simpático zorrito del Torcal de Antequera.

The Evolution of House Cats
Genetic and archaeological findings hint that wildcats became house cats earlier–and in a different place–than previously thought
By Carlos A. Driscoll, Juliet Clutton-Brock, Andrew C. Kitchener and Stephen J. O’Brien

Scientific American, June 2009

Los orígenes de la moral y la cultura

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Sin duda, “moral” y “cultura” son dos características eminentemente humanas. No es que estén totalmente ausentes en otras especies, pero entre los Homo sapiens han alcanzado muchísima más importancia y complejidad. No cabe duda de que ambas características han evolucionado en nuestra en especie y por tanto, deben tener una base biológica (que me perdonen lo ambientalistas fanáticos). Tampoco puede negarse la más que probable co-evolución entre genes y cultura (que me perdonen los biologicistas radicales). En cualquier caso, estoy seguro de que los dos artículos publicados en el último número de Science sobre el origen de (respectivamente) moral y cultura va a dar mucho que hablar a todos los interesados por estas cuestiones.

En ambos artículos, los autores llegan a explicaciones sorprendentes, atrevidas, contra-intuitivas y políticamente incorrectas, aunque (y esto es lo importante) las apoyan con datos y modelos matemáticos. No obstante, no creo que las dos cuestiones se vayan a zanjar aquí, sino más bien lo contrario. Entrando en materia, la hipótesis de Samuel Bowles (Bowles, S. 2009) afirma que el origen de la cooperación y la camaradería entre los humanos estriba justamente en…¡la guerra! Y para apoyar esta hipótesis ha “resucitado” una de las teorías más descalificadas en Biología Evolutiva en los últimos tiempos: la selección de grupo. Se trata, pues, de un tabú encima de un sacrilegio. Sin inmutarse, Bowles afirma que en el conflicto inter-tribal prolongado y letal puede promover la selección de genes “altruistas”. Pero antes de seguir comentando el artículo, conviene dar un pequeño rodeo.

Para empezar, la hipótesis de Bowles se mete de lleno en un pozo de “incorrección política”. Hasta hace pocos años, el Modelo Estándar en Ciencias Sociales favorecía la idea de Rousseau del “Buen salvaje” (el hombre es bueno por Naturaleza pero la sociedad lo hace malo), por lo que la mera sugerencia de que esta actividad forma parte de nuestro pasado evolutivo basta (o bastaba) para ser declarado indeseable. Aunque sea doloroso, hay que reconocer que el “Mito del Buen Salvaje” es notoriamente falso, como han puesto de relieve estudios antropológicos recientes. Por ejemplo, el arqueólogo Lawrence Keeley ha estimado la tasa de homicidios en diferentes sociedades. Veamos los datos: el récord de violencia lo tienen los legendarios jíbaros de Perú, donde cerca del 60% de los varones son víctimas de homicidio a manos de sus congéneres. Entre los yanomami, la tasa de homicidios varían entre el casi 40% de los ‘belicosos’ shamatari y el 20% de los más ‘pacíficos’ namowei. La mayor parte de las culturas estudiadas, procedentes sobre todo de Sudamérica y Nueva Guinea oscilaba entre estos valores. Incluso entre los pacíficos !Kung, el homicidio es más frecuente que entre los barrios considerados peligrosos de Los Ángeles. En contraste, la frecuencia de muerte por homicidio en Europa y Estados Unidos durante el siglo XX no pasa del 1%, y eso que incluye dos guerras mundiales con ‘armas de destrucción masivas’ y otros conflictos armados. En la actualidad y en algunos países, como Japón, la tasa frecuencia de homicidio es inferior al 0.1%, 100 veces menor que en la mayoría de los cazadores-recolectores y 600 veces menor que entre los jíbaros. O sea, que podemos reconocer que nuestro pasado evolutivo está plagado de conflictos inter-tribales, frecuentemente letales, sin hacer por ello una apología de la violencia y sin afirmar que ésta es inevitable. Pero los datos son los datos.

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El segundo berenjenal en el que se mete Bowles estriba en tratar de resucitar la teoría de selección de grupo, según la cual en animales sociales la unidad básica sobre la que opera la selección natural es el grupo, no el individuo. Por ejemplo, si pensamos en una manada de lobos, en una banda de macacos o en una bandada de grajillas, ninguno de estos animales puede sobrevivir por su cuenta, de manera que su destino individual se encuentra inevitablemente unido al del grupo. Si éste tiene éxito, aumentará de tamaño y si no lo tiene desaparecerá; por tanto, la selección natural puede mantener conductas que favorezcan al grupo en conjunto, aunque sean negativas para el animal que las ejecuta. Por poner un símil futbolístico, la selección natural estaría operando con equipos y no con jugadores individuales. Esta teoría es considerada poco plausible ya que incluso un flujo de genes moderado entre los grupos destruiría rápidamente las diferencias genéticas necesarias para que la teoría funcione; la mayoría de los biólogos acepta hoy día que la selección natural transcurre fundamentalmente a nivel de individuo.

Pero no todo el mundo está de acuerdo. Algunas publicaciones recientes han reabierto el debate al afirmar que, en algunos casos muy determinados, la selección de grupos puede ser importante. En este caso, Bowles hace una hipótesis realmente atrevida: que la estructura poblacional de los cazadores-recolectores del Paleolítico pudo permitir la selección (vía grupo) de genes que favorecen conductas altruistas. Bien es verdad que el modelo asume que la guerra entre tribus era frecuente y que ésta suponía un coste notable en vidas en todos los casos y, muy particularmente para los vencidos. Importa señalar que Bowles también admite la posibilidad de que el altruísmo se deba no sólo a los genes, sino a la aparición de memes relacionados con este tipo de conducta. Tanto los genes como los rasgos culturales son heredables (aunque no de la misma forma) y están sometidos al proceso evolutivo. El trabajo de Bowles se ha basado en datos arqueológicos previos según los cuales, como promedio, la guerra causó el 14-16% de las muertes en sociedades de cazadores-recolectores, tanto históricas como recientes. De acuerdo con el modelo matemático de Bowles, el coste de perder un conflicto armado es lo suficientemente alto como para equilibrar los riesgos individuales de la guerra, particularmente si el grupo es relativamente endógamo y sus miembros comparten muchos alelos comunes. Es evidente que construir un modelo matemáticamente correcto no es suficiente por sí mismo para demostrar una hipótesis. Y la validación de este modelo es, al menos, complicada. Los aficionados a las discusiones tendrán un filón aquí.

Además, el modelo deja algunos cabos sueltos. Muy notablemente no distingue entre los sexos a pesar de que las consecuencias de la guerra eran generalmente muy diferentes en cada caso; p.e. las mujeres no solían participar directamente y en caso de derrota podían ser “absorbidas” por los vencedores (eufemismo para “violación sistemática, esclavitud y eventual integración tras varias generaciones). El problema es que el apareamiento entre los hombres del grupo vencedor y las mujeres del vencido tendería a diluir los genes altruistas, y no a concentrarlos. Bowles argumenta que a pesar de todo, el modelo predice la selección de genes altruistas, aunque de forma más lenta respecto a la alternativa radical de liquidar a todos los vencidos.

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El segundo trabajo, firmado por Powell y colaboradores (Powell et al., 2009), aborda el misterio del rápido desarrollo de la tecnología y el arte en el Paleolítico superior (hace unos 45.000 años) a pesar de que los humanos genéticamente modernos habían surgido en África en un periodo muy anterior (tema tratado aquí recientemente). Según estos autores, el factor clave para que se produjera el Gran Salto Adelante fue la densidad demográfica. Por supuesto, las capacidades cognitivas necesarias va estaban allí, pero sin este elemento clave todavía podríamos estar empleando una tecnología no muy diferente de la del neanderthal.

Thomas y colaboradores también se basan en modelos matemáticos que tratan de explicar el patrón de “idas y venidas” en la aparición de la moderna cultura y tecnología. Aunque los humanos aparecimos hace 150-200.000 años, los primeros vestigios de cultura moderna (tales como collares, arpones, o el empleo de pigmentos) aparece brevemente en Africa hace unos 90.000 años. Después estos vestigios desaparecen y no volverán hasta la Edad de Oro del Paleolítico superior europeo, alrededor de 35.000 BC y coincidiendo con las pinturas rupestres del Cantábrico. La idea central de estos investigadores es que es necesario un número mínimo de personas para mantener tal nivel de conocimientos y destrezas en una población. Si no se alcanza el mínimo, la capacidad tecnológica tiende a fluctuar. Es posible que algunos avances se pierdan por que sus poseedores desparezcan sin trasmitirlos. Además, el avance tecnológico es más rápido cuando hay más personas tratando de resolver los mismos problemas. El modelo matemático establecido sugiere que cuando el número de grupos que interaccionan llega a 50, la capacidad tecnológica no aumenta con el número de grupos, sino con la densidad de población. Los autores sugieren que la tímida “revolución africana” de hace 90.000 años se vio truncada por una disminución de la población debida –seguramente- a un cambio climático.

Curiosamente, ambos trabajos plantean escenarios de evolución humana bien distintos, incluso contrapuestos. Por un lado, los humanos debían masacrarse unos a otros con frecuencia para ser altruistas; por otro lado, habría sido necesario la interacción cooperativa y el intercambio entre grupos humanos bastante amplios para que pudiera surgir la cultura moderna ¿O tal vez no? Una vez leí que durante la Guerra Civil española los soldados de las trincheras organizaban intercambios entre los dos bandos; tabaco por papel de fumar (vale lo de matarse unos a otros, pero… ¿quedarse sin fumar?).

Somos animales complicados.

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El perspicaz pájaro burlón

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Los habitantes de las ciudades suelen prestar bastante poca atención a la (escasa) bio-diversidad que los rodea. Personalmente, no comparto este desinterés. Por ejemplo, cuando llegan los vencejos a finales de marzo, me parece una noticia importante que debería aparecer en los periódicos locales. En algunos casos, la indiferencia es sustituida por una mal disimulada inquina, p.e. las palomas son consideradas «ratas con alas».

Independientemente de los gustos de cada cual, hay que reconocer que las especies capaces de medrar en hábitats urbanos suelen demostrar una notable flexibilidad de conducta y capacidad de adaptación.

Uno de los ejemplos más notables es el «mocking bird» (Mimus polyglottos), un ave exclusiva del continente americano y que no tiene un nombre común en español; de manera que lo llamaremos por su traducción literal: pájaro burlón. El nombre obedece a su costumbre de imitar el canto de otras especies y ejecutarlo de forma repetida, como si se estuviera riendo de los demás. Si alguien tiene interés en escuchar su canto: aquí.

El pájaro burlón no se limita a mofarse, sino que además demuestra una capaz cognitiva notable para un ave, de acuerdo con un trabajo muy reciente publicado en PNAS  (Levey et al. (2009))

Parece claro que los burlones son muy sensibles ante cualquier cosa que ocurra cerca de sus nidos. Si una persona se acerca demasiado, amenazan al intruso gritos de alarma. Lo realmente sorprendente es que también son capaces de reconocer individualmente a las personas que se acercan al nido y distinguir entre simples paseantes y amenazas potenciales. Los investigadores idearon un dispositivo experimental en el que había «intrusos» (personas que se acercaban al nido más de lo que los padres consideraron razonable) y «paseantes» (personas que se mantuvieron  dentro de una distancia de seguridad). Los burlones aprendían a distinguirlos con tan sólo dos exposiciones de 30 segundos. No está mal.

Esta capacidad refleja una flexibilidad de conducta que posiblemente resulta crucial para colonizar el hábitat urbano.