La izquierda darwinista

Al hilo de la tertulia del martes pasado en el pub Savoy, cuelgo aquí este artículo de Peter Singer (incluido en su libro «Writings on an ethical life» Ed Harper Collins, 2000). El artículo es una sinopsis de su libro «The Darwinian left». Espero que este interesante debate puede continuar a través de este foro.

El texto original, traducido por Marianela Santoveña está aquí

La izquierda darwinista

Peter Singer

La izquierda necesita un nuevo paradigma. Los partidos socialistas democráticos han abandonado el tradicional objetivo socialista de la propiedad pública, y esto, junto con la caída del comunismo, ha dejado a la izquierda sin las metas que anheló durante los dos siglos en que alcanzó una posición de gran poder político e influencia intelectual. Me ocupo aquí no tanto de la izquierda como una fuerza política organizada, sino de la izquierda como un amplio cuerpo de pensamiento, un espectro de ideas en torno a la consecución de una sociedad mejor. En tanto tal, la izquierda necesita urgentemente de ideas nuevas. Quiero proponer como fuente de tales ideas una aproximación al comportamiento humano basada firmemente en la comprensión moderna de la naturaleza del hombre. Ya es tiempo de que la izquierda tome en serio el hecho de que hemos evolucionado desde otros animales; llevamos las pruebas de esta herencia no sólo en nuestra anatomía y en nuestro ADN, sino en nuestros anhelos y en la manera en que muy probablemente tratemos de satisfacerlos. En otras palabras, ya es tiempo de desarrollar una izquierda darwinista.

¿Podría la izquierda adoptar a Darwin y, aún así, seguir siendo izquierda? Depende de lo que se considere esencial. Permítaseme responder de manera personal a esta cuestión. El año pasado hice un documental para la televisión y también un libro sobre Henry Spira. Para la mayoría de la gente este nombre no significará nada, pero Spira es la persona más extraordinaria con la que jamás haya trabajado. Cuando tenía doce años, su familia vivía en Panamá. Su padre tenía una pequeña tienda que no marchaba del todo bien; para ahorrar dinero, la familia aceptó la oferta de un acaudalado amigo que les propuso vivir en su casa. La casa era una mansión que ocupaba una manzana entera de la ciudad. Un día, dos hombres que trabajaban para el dueño de la propiedad le preguntaron a Henry si quería acompañarlos a cobrar las rentas. Henry lo hizo y vio cómo se financiaba la lujosa existencia del benefactor de su padre: se dirigieron a las barriadas, donde la gente pobre fue amenazada por los cobradores armados. En aquella época Henry no tenía ningún concepto de “la izquierda”, pero de ese día en adelante formó parte de ella. Más tarde, Spira se mudó a Estados Unidos, se volvió trotskista, trabajó como marinero, formó parte de las listas negras durante la era de McCarthy, fue al sur para apoyar a la gente negra, dejó a los trotskistas porque habían perdido contacto con la realidad y dio clases a niños de los guetos de Nueva York. Y como si esto no fuera suficiente, en 1973 leyó mi ensayo Liberación animal y decidió que había aún otro grupo de seres explotados que necesitaba ayuda. Con el tiempo, Spira llegó a ser el activista más empeñoso del movimiento por los derechos de los animales en Estados Unidos.

Spira posee la habilidad de plantear las cosas de manera simple y llana. Cuando le pregunté por qué había pasado su vida defendiendo todas esas causas, me dijo sencillamente que estaba del lado de los débiles, y no de los poderosos; de los oprimidos, y no del opresor; de la montura, y no del jinete. Spira me habló de la inmensa cantidad de dolor y sufrimiento que existe en nuestro universo, y de su deseo de hacer algo para disminuirlo. Y esto, según creo, es de lo que se trata la izquierda. Si nos encogemos de hombros frente al sufrimiento evitable de los débiles y los pobres, de los que son explotados y despojados, entonces no somos de izquierda. La izquierda quiere cambiar esta situación. Existen muchas ideas diversas sobre la igualdad que son compatibles con esta imagen amplia de la izquierda. Y en un mundo en el que las cuatrocientas personas más ricas poseen conjuntamente una riqueza neta mayor a la del 45 por ciento de la población mundial situada en la base de la pirámide, no resulta difícil encontrar puntos comunes en el camino hacia una distribución más equitativa de los recursos.

Hasta aquí sobre la izquierda. Pero, ¿qué hay de la política del darwinismo? Una forma de responder a la pregunta consiste en invocar la distinción entre hechos positivos y valores normativos. Puesto que “ser de izquierda” quiere decir tener ciertos valores, y puesto que la teoría de Darwin es una teoría científica, la imposibilidad de deducir valores a partir de hechos significa que la evolución no tiene nada que ver con la izquierda ni con la derecha. Por lo tanto, tan fácilmente puede existir una izquierda darwinista como una derecha darwinista.

Sin duda, ha sido la derecha la que más ha retomado el pensamiento darwiniano. Andrew Carnegie, por ejemplo, recurrió a la evolución para sostener que la competencia económica nos conduciría a la “supervivencia del más apto”, y haría mejorar así la vida de la mayor parte de la gente. También se invoca el pensamiento darwiniano en la afirmación según la cual las políticas sociales podrían contribuir a la supervivencia de los “menos aptos” y tener consecuencias genéticas nocivas. Esta afirmación es sumamente especulativa. Su base fáctica es más sólida en lo que respecta a la prestación de tratamientos médicos a personas con enfermedades genéticas; sin tratamiento, estas personas morirían incluso antes de poder reproducirse. No cabe duda de que hoy existen muchas más personas que nacen con diabetes prematura debido al descubrimiento de la insulina. Pero nadie propondría seriamente retirar la insulina a los niños con diabetes a fin de evitar las eventuales consecuencias genéticas que comporta el surtir dicha sustancia.

Hay un aspecto más general del pensamiento darwiniano que sí se debe tomar en serio. Es la afirmación según la cual comprender la naturaleza humana, a la luz de la teoría evolutiva, puede ayudarnos a estimar el precio que habremos de pagar por lograr nuestras metas sociales y políticas. Esto no quiere decir que cualquier política social sea incorrecta por ser contraria a las ideas darwinianas; antes bien, deja en nuestras manos la evaluación ética y se limita a proporcionar datos relevantes para poder tomar una decisión.

El núcleo de la concepción izquierdista del mundo es un conjunto de valores; pero también existe una nebulosa de creencias fácticas que se suelen asociar con la izquierda. Debemos preguntarnos si estas creencias fácticas se oponen al pensamiento darwiniano, y si lo hacen, cómo sería la izquierda sin ellas.

En términos generales, la izquierda intelectual, y sobre todo los marxistas, se han mostrado entusiastas ante el recuento que Darwin da sobre el origen de las especies, siempre y cuando las implicaciones que tenga para los seres humanos se limiten a la anatomía y la fisiología. La teoría materialista de la historia, según Marx, implica que no existe una naturaleza humana definida. La naturaleza humana cambia con cada nuevo modo de producción. Ya ha cambiado en el pasado –del comunismo primitivo al feudalismo, y del feudalismo al capitalismo– y podría cambiar de nuevo en el futuro.

La creencia de que la naturaleza humana es maleable ha sido importante para la izquierda, porque le ha proporcionado fundamentos para tener la esperanza de que un tipo distinto de sociedad es posible. La verdadera razón por la cual la izquierda rechazó el darwinismo es porque éste destrozaba el gran sueño de la izquierda: la perfectibilidad del hombre. La idea de construir una sociedad perfecta había estado presente en la conciencia occidental incluso antes de la República de Platón. Desde que la izquierda existe, ha buscado una sociedad en la que todos los seres humanos vivan en armonía y cooperen los unos con los otros, en paz y libertad. Para Darwin, en cambio, la lucha por la existencia, o al menos por la existencia de la propia prole, es interminable.

En el siglo XX, el sueño de la perfectibilidad del género humano se convirtió en las pesadillas de la Rusia estalinista, de la China de la Revolución Cultural y de Camboya bajo el régimen de Pol Pot. La izquierda despertó ofuscada de estas pesadillas. Se han registrado intentos por crear una sociedad nueva y mejor con resultados menos terribles –la Cuba de Castro, los kibbutzim israelíes– pero ninguno ha sido un éxito rotundo. Tenemos que dejar atrás el sueño de la perfectibilidad y eliminar así una barrera más para una izquierda darwinista.

Pero, ¿qué hay de la maleabilidad de la naturaleza humana? ¿Qué queremos decir por maleabilidad y qué tan esencial resulta para la izquierda? Dividamos el comportamiento humano en tres categorías: aquel que varía en gran medida de cultura a cultura; aquel que muestra algo de variación de cultura a cultura, y aquel que presenta poca o ninguna variación.

En la primera categoría, mostrando una inmensa variación, incluiría las distintas formas en que producimos nuestro alimento –recolectando y cazando, criando animales domésticos o sembrando. A estas diferencias corresponden diferencias en los estilos de vida –nómada o sedentario– así como en el tipo de comida que ingerimos. En esta primera categoría también incluiría algunas estructuras económicas, prácticas religiosas y formas de gobierno, pero no –y esto resulta significativo– la existencia de alguna forma de gobierno, que parece ser casi universal.

En la segunda categoría, como comportamiento que muestra ligeras variaciones, incluiría la sexualidad. Los antropólogos victorianos quedaron muy impresionados por las diferencias en la actitud que su propia sociedad y las sociedades que eran objeto de su estudio mostraban hacia la sexualidad; por ello, tendemos a exagerar el grado en que la moral sexual es relativa a cada cultura. Por supuesto, existen diferencias importantes entre las sociedades que permiten a un hombre tener una esposa y las que autorizan a los hombres a tener más de una esposa; pero casi toda sociedad cuenta con un sistema de matrimonio que implica restricciones a las relaciones sexuales fuera de la institución. Además, mientras que a los hombres se les permite una esposa o más, según la cultura, los sistemas de matrimonio en que se permite a las mujeres tener más de un marido son escasos. Sean cuales fueren las reglas del matrimonio, y sin importar qué tan severas sean las sanciones por infringirlas, la infidelidad y los celos sexualmente motivados parecen ser elementos universales del comportamiento humano.

En esta segunda categoría también incluiría la identificación étnica y sus contrarios, la xenofobia y el racismo. Vivo en una sociedad multicultural con un nivel relativamente bajo de racismo, pero sé que existen sentimientos racistas entre los australianos y que los demagogos pueden azuzar estos sentimientos. La tragedia de Bosnia ha demostrado cómo el odio étnico puede resurgir entre pueblos que han convivido pacíficamente durante décadas. El racismo se puede aprender y se puede olvidar, pero el hecho es que los demagogos racistas elevan sus antorchas sobre un material sumamente inflamable.

En la tercera categoría, como un comportamiento que muestra poca variación de una cultura a otra, contaría el hecho de que somos seres sociales preocupados por los intereses de nuestra estirpe. Nuestra presteza para establecer relaciones de cooperación y para reconocer obligaciones recíprocas es igualmente universal. Aunque de manera más controvertida, agregaría que la existencia de una jerarquía o un sistema de rangos es una tendencia casi generalizada. Existen muy pocas sociedades humanas sin distinciones de estatus social; y cuando se hacen intentos por abolir dichas distinciones, estas tienden a reaparecer muy pronto. Finalmente, los roles de género también presentan variaciones muy ligeras. Las mujeres casi siempre desempeñan el papel principal en el cuidado de los niños, mientras que los hombres, más que las mujeres, suelen involucrarse en el enfrentamiento físico, tanto en el interior del grupo social como en la guerra entre distintos grupos. Además, los hombres tienden a desempeñar un papel desproporcionado en el liderazgo político del grupo.

Por supuesto, la cultura influye para agudizar o atenuar las tendencias más profundamente enraizadas en la naturaleza humana. Y puede haber variaciones de individuo a individuo. Nada de lo que he dicho se contradice con la existencia de personas que no se preocupan por su estirpe, o de parejas en las que el hombre cuida de los niños mientras que la mujer trabaja en el ejército. También debo subrayar que mi clasificación general del comportamiento humano no conlleva matices valorativos. No estoy diciendo que si el predominio masculino es característico de casi todas las sociedades, esto signifique que es bueno, o aceptable, o que no deberíamos tratar de cambiarlo. No intento deducir el deber ser a partir del ser, sino evaluar el precio que tendríamos que pagar por la consecución de nuestras metas.

Por ejemplo, si vivimos en una sociedad cuya jerarquía se basa en una aristocracia heredada y abolimos dicha aristocracia, como lo hicieron los revolucionarios franceses y estadou-nidenses, probablemente nos topemos con que una nueva jerarquía emerja, basada quizás en el poder militar o en la riqueza. Cuando la revolución bolchevique en Rusia abolió tanto la aristocracia hereditaria como la riqueza privada, se desarrolló sin demora una jerarquía fundada en el rango y la influencia dentro del Partido Comunista; esto se convirtió en la base de toda suerte de privilegios. La tendencia a constituir jerarquías puede verse en toda clase de conductas mezquinas dentro de las corporaciones y las burocracias, en las que la gente otorga una enorme importancia a qué tan grande es su oficina y cuántas ventanas tiene. Nada de lo anterior significa que la jerarquía sea buena, o deseable, o incluso inevitable; pero sí que deshacerse de ella no será tan fácil como los revolucionarios de antes pensaban.

La izquierda debe aceptar y comprender nuestra naturaleza de seres producto de la evolución. Pero hay distintas maneras de lidiar con las tendencias inherentes a la naturaleza humana. La economía de mercado se funda en la idea de que los seres humanos pueden trabajar duro y mostrar iniciativa sólo si, al hacerlo, les es dado alimentar sus propios intereses económicos. Para satisfacer nuestros intereses lucharemos por producir bienes mejores que los de nuestros competidores, o por producir bienes similares a un menor costo. Así, como dijera Adam Smith, los deseos egoístas de una multitud de individuos se conjuntan, como por obra de una mano invisible, para trabajar en beneficio de todos. Garrett Hardin resumió este punto de vista en The Limits of Altruism, cuando escribió que las políticas públicas debían basarse en “una adhesión inquebrantable a la regla cardinal: nunca le pidas a una persona que actúe contra sus propios intereses”. En teoría –esto es, en una teoría abstracta, libre de cualquier suposición sobre la naturaleza humana–, un monopolio estatal debería ser capaz de proporcionar los servicios públicos más baratos y eficientes, y también el transporte y, para el caso, el suministro de pan; a decir verdad, dicho monopolio tendría enormes ventajas en materia de escala y no estaría obligado a generar ganancias para sus propietarios.

Sin embargo, cuando tomamos en cuenta la suposición popular de que el interés –más específicamente, el deseo de enriquecerse– impulsa a los seres humanos a trabajar bien, el panorama cambia. Si la comunidad es dueña de una empresa, los gerentes no se benefician de su éxito. Sus intereses económicos personales y los de la empresa apuntarían en direcciones distintas. El resultado es, en el mejor de los casos, la ineficacia; en el peor de los casos, la corrupción generalizada y el robo. Privatizar la empresa asegurará que los propietarios tomen las medidas necesarias para recompensar a sus gerentes de acuerdo con su desempeño; a su vez, los gerentes tomarán las medidas necesarias para asegurar que la empresa opere tan eficazmente como sea posible.

Esta es una manera de ajustar nuestras instituciones a la naturaleza humana, o al menos a una cierta concepción de la naturaleza humana. Pero no es la única. Incluso en términos de la regla cardinal de Hardin, aún debemos preguntarnos qué queremos decir con “interés propio”. La adquisición de riquezas materiales, más allá de un nivel relativamente modesto, tiene poco que ver con el interés en el sentido biológico de maximizar el número de descendientes que uno deja atrás como futuras generaciones. No existe razón alguna para suponer que el crecimiento de la riqueza personal deba ser, ya sea consciente o inconscientemente, la meta que la gente se fije. A menudo se dice que el dinero no puede comprar la felicidad. Esto puede sonar trillado, pero implica que estamos más interesados en ser felices que en ser ricos. Entendido de manera adecuada, el interés va más allá del interés económico. La mayoría de la gente quiere que sus vidas sean felices, satisfactorias o significativas, y reconocen que el dinero es, cuando mucho, un medio para lograr algunos de estos fines. Las políticas públicas no deben fundarse, pues, en el interés, entendido éste en un estrecho sentido económico.

El pensamiento darwiniano moderno abarca tanto la competencia como el altruismo recíproco (un término técnico para la cooperación). Al enfocarse en el factor de la competitividad, la economía moderna de mercado tiene sus premisas en la idea de que nos mueven deseos de adquisición y competencia. Las economías de mercado libre están diseñadas para canalizar nuestros deseos adquisitivos y competitivos de manera tal que operen en beneficio de todos. Sin duda, esto es mejor que una situación en la que dichos deseos operaran sólo para el beneficio de algunos. Pero incluso cuando las sociedades de consumo competitivas trabajan de la mejor manera posible, no constituyen la única vía para armonizar nuestra naturaleza con el bien común. En lugar de ello, deberíamos buscar el fomento de un sentido más amplio del interés individual, una concepción de interés por la que tratemos de construir sobre la faceta social y cooperativa de nuestra naturaleza, antes que sobre la faceta individualista y competitiva.

El trabajo de Robert Axelrod sobre el dilema del prisionero nos brinda una base para la construcción de una sociedad más cooperativa. El dilema del prisionero describe una situación en la que dos personas pueden escoger entre cooperar o no cooperar la una con la otra. El inconveniente es que a cada una le va mejor en el nivel individual si no coopera; pero si ambas toman esta misma decisión, a ambas les irá peor que si las dos hubieran optado por cooperar. El resultado de las decisiones a la vez racionales e interesadas, por parte de dos o más personas, puede hacer que a todos les vaya mejor que si hubieran actuado sólo por interés personal. Actuar motivados sólo por intereses individuales puede ser contraproducente en el ámbito colectivo.

La gente que a diario acude al trabajo en automóvil se enfrenta cada día a esta situación. A todos les iría mejor si, en lugar de estar sentados en medio del intenso tráfico, abandonaran sus automóviles y usaran los autobuses, que entonces viajarían sin demora por las calles despejadas. Pero a ningún individuo le interesa cambiar su auto por el autobús, ya que mientras la gente continúe usando un automóvil propio, los autobuses siempre serán más lentos que los automóviles.

A Axelrod le interesaba saber qué tipo de estrategia –si la cooperativa o la no cooperativa– genera los mejores resultados para las partes que se enfrentan una y otra vez a situaciones de este tipo. ¿Deben cooperar siempre? ¿Deben dar siempre la espalda, como la estrategia de no cooperación lo sugiere? ¿O deben adoptar alguna estrategia mixta, que de alguna manera pase de cooperar a dar la espalda? Axelrod invitó a la gente a proponer estrategias que dieran los mejores resultados a la persona que las adoptara, si es que esta se hallaba repetidamente en situaciones similares al dilema del prisionero.

Cuando recibió las respuestas, Axelrod comparó, con ayuda de una computadora, cada una de ellas con todas las demás unas doscientas veces a través de un torneo. La ganadora fue una estrategia simple llamada tit for tat.1 Cada vez que daba inicio un certamen contra un nuevo jugador, el ejecutante de esta estrategia comenzaba por cooperar. Después de esto, simplemente hacía lo que el otro jugador había hecho en su turno anterior. Así que, si el otro cooperaba, entonces él cooperaba, y seguía haciéndolo a menos que el otro le diera la espalda: entonces, también daba la espalda y seguía haciéndolo hasta que el otro jugador cooperaba de nuevo. Tit for tat también ganó un segundo torneo organizado por Axelrod, incluso aunque esta vez la gente que proponía estrategias sabía que tit for tat había ganado el torneo anterior.

Los resultados de Axelrod, respaldados por trabajos posteriores en este mismo campo de estudio, pueden servir como base para una planeación social que debería ser atractiva para la izquierda. Cualquier persona de izquierda debería darle la bienvenida al hecho de que la estrategia con mejores resultados comience por una acción cooperativa, y de que nunca sea la primera en abandonar la idea de cooperar o de intentar explotar la “bondad” de la otra parte. Aunque los miembros de la izquierda más idealista podrían lamentar que tit for tat no siga cooperando pase lo que pase, una izquierda que comprenda a Darwin debe darse cuenta de que esto resulta esencial para el éxito. Al ser reactiva, tit for tat genera una espiral virtuosa en la que la vida se vuelve más difícil para los abusivos, y en la que, por ende, hay menos de ellos. En palabras de Richard Dawkins, si hay “bobos”, entonces hay “abusivos” que pueden prosperar aprovechándose de los primeros. Al rehusarse a ser tomado por un bobo, el estratega de tit for tat puede lograr que las partes que cooperan obtengan mejores resultados que los abusivos. Una izquierda no darwinista culparía a la pobreza o a la falta de educación o al legado de formas retrógradas de pensamiento por la existencia de los abusivos. Una izquierda darwinista se daría cuenta de que, aun cuando todos estos factores inciden en el nivel a que llegan los abusos, la única solución permanente consiste en modificar los resultados finales de manera tal que los abusivos no prosperen.

La cuestión que debemos abordar es: ¿bajo qué circunstancias la estrategia tit for tat sería una estrategia exitosa para todos? El primer problema es de escala. Tit for tat no puede funcionar en una sociedad de extraños que nunca se encuentren los unos con los otros. Esta es la razón por la cual la gente de las grandes ciudades no siempre muestra la consideración hacia los demás que resulta común en asentamientos rurales, donde la gente se conoce de toda la vida. Necesitamos encontrar estructuras capaces de sobreponerse al anonimato de las sociedades en que vivimos, sociedades enormes, sumamente móviles, y que al parecer no harán más que seguir creciendo.

El siguiente problema es aún más difícil. Si nada de lo que tú haces cambia de verdad algo para mí, tit for tat no funcionará. Así que, aun cuando la estrategia no necesita la igualdad, una disparidad muy grande en materia de poder o de riqueza eliminará el incentivo de la cooperación mutua. Si dejáramos a un grupo de personas tan fuera de la riqueza social mancomunada que no tuvieran nada con qué contribuir, las estaríamos enajenando de las prácticas sociales y de las instituciones de las que forman parte, y casi sin duda estas personas se convertirían en adversarios que representarían una amenaza para dichas instituciones. La lección política del pensamiento darwiniano del siglo XX es totalmente diferente de la del darwinismo social del siglo XIX. Los darwinistas sociales consideraban que, si los menos aptos eran abandonados en el camino, esto no era más que la forma en que la naturaleza descartaba a los débiles: un resultado inevitable de la lucha por la existencia. Tratar de superar esto les parecía inútil, si no es que claramente dañino. Una izquierda darwinista que comprende las condiciones para la cooperación mutua, así como sus beneficios, luchará por evitar las condiciones económicas que generan marginación.

Permítaseme entretejer algunas líneas de pensamiento. ¿Qué distingue a una izquierda darwinista de las versiones anteriores de la izquierda? En primer lugar, la izquierda darwinista no negaría la existencia de una naturaleza humana, ni insistiría en que la naturaleza humana es intrínsecamente buena, ni infinitamente maleable. En segundo lugar, esta izquierda no pretendería poner fin a todo conflicto y toda lucha entre los seres humanos. En tercer lugar, no supondría que todas las desigualdades se deben a la discriminación, al prejuicio, a la opresión o al condicionamiento social. Algunas se deberán a estos factores, pero no todas. Por ejemplo, el hecho de que entre los directores ejecutivos haya menos mujeres que hombres puede deberse a que los hombres están más dispuestos a subordinar sus vidas e intereses personales a sus metas profesionales; las diferencias biológicas entre hombres y mujeres pueden ser un factor en la medida en que puede haber entre los primeros una mayor disposición a sacrificar todo con tal de llegar a la cima.

¿Y qué hay de aquello que una izquierda darwinista sostendría? En primer lugar, esta izquierda reconocería que hay algo llamado naturaleza humana, e intentaría saber más sobre ella, de manera tal que lograra fundarse en la mejor evidencia disponible sobre lo que los seres humanos son. En segundo lugar, anticiparía que, aun bajo sistemas sociales y económicos muy distintos, mucha gente actuará de manera competitiva para afianzar su estatus, ganar poder y alimentar los intereses de su estirpe y los propios. En tercer lugar, la izquierda darwinista esperaría que, sin importar el sistema social y económico en que viva, la mayoría de la gente responderá positivamente a una invitación a involucrarse en formas de cooperación que resulten en el beneficio mutuo, siempre y cuando la invitación sea genuina. En cuarto lugar, esta izquierda promovería estructuras que fomentaran la cooperación antes que la competencia, e intentaría canalizar la competencia hacia fines socialmente deseables. En quinto lugar, reconocería que la manera en que explotamos a los animales es el legado de un pasado predarwiniano que exageró el abismo entre los humanos y otros animales y, por ende, trabajaría en pos de un estatus moral más alto para los animales. Y en sexto lugar, la izquierda darwinista sustentaría los valores tradicionales de la izquierda poniéndose del lado de los débiles, de los pobres y de los oprimidos, pero pensando muy cuidadosamente qué opciones sí funcionarían para beneficiarlos de verdad.

En algunos sentidos, esta es una visión mucho más modesta de la izquierda, en la que se sustituye sus ideas utópicas por una visión realista y desapasionada de lo que puede lograrse. Sin embargo, en el plazo largo, no sabemos si nuestra capacidad de razonar nos pueda llevar más allá de las restricciones darwinistas convencionales sobre el grado de altruismo que una sociedad puede fomentar. Somos seres racionales. Una vez que comenzamos a razonar, podemos sentirnos impulsados a seguir una cadena de argumentos hasta una conclusión que no habíamos anticipado. La razón nos permite reconocer que cada uno de nosotros es sencillamente un ser entre otros, otros que tienen deseos y necesidades que los preocupan, de la misma manera en que nos preocupan nuestros deseos y necesidades. ¿Podrá esta concepción sobreponerse algún día a la fuerza de otros elementos en nuestra naturaleza evolucionada que actúan contra la idea de velar imparcialmente por todos los demás seres humanos o, lo que sería aún mejor, por todos los demás seres que sienten?

Un defensor del darwinismo como Richard Dawkins, ni más ni menos, sostiene la posibilidad de “cultivar y alimentar deliberadamente un altruismo puro y desinteresado, algo que no tiene lugar en la naturaleza, algo que nunca ha existido antes en la historia entera del mundo”. Aunque “estamos construidos como máquinas de genes”, nos dice Dawkins, “tenemos el poder de oponernos a nuestros creadores”. He aquí una verdad importante. Somos la primera generación que comprende no sólo que hemos evolucionado, sino también los mecanismos por los cuales hemos evolucionado. En su épica filosófica, la Fenomenología del espíritu, Hegel esbozaba el fin de la historia como un estado de sabiduría absoluta, en el que la mente se conoce a sí misma tal como es, y de esta manera obtiene su propia libertad. No tenemos que aceptar la metafísica de Hegel para darnos cuenta de que algo parecido ha sucedido durante los últimos cincuenta años. Por primera vez desde que la vida surgiera del caldo primigenio, hay seres que entienden cómo han llegado a ser lo que son. En un futuro más distante, que apenas alcanzamos a vislumbrar, esto podría ser un requisito para una nueva forma de libertad: la libertad de moldear nuestros genes para que, en lugar de vivir en sociedades limitadas por su origen evolutivo, podamos construir esa sociedad que consideremos la mejor de todas.

17 comentarios en “La izquierda darwinista

  1. O sea, la izquierda es un corazón sin cabeza y busca una idea.

    Lo normal cuando alguien empieza admitiendo que la izquierda ha fracasado es dejar la izquierda. Pero no, pocos párrafos más allá leemos que están las infinitas ansias de redención del oprimido, el fundamento descerabrado de la izquierda, las buenas intenciones como coartada para meterse en la vida de los demás. ¿No habíamos quedado que todo había fracasado? ¿no es el momento de darse cuenta que el fracaso proviene de esas ansias?

    » ¿qué hay de la maleabilidad de la naturaleza humana? ¿Qué queremos decir por maleabilidad y qué tan esencial resulta para la izquierda?»

    Pues eso, que es esencial y la desmiente el darwinismo.

    Con lo fácil que es hacer lo que tantísimos hemos hecho antes, dejar la izquierda de una puñetera vez.

    Estamos ante el enésimo fracaso de la izquierda y una de las mil maneras de ser progre: alguien que se cree mejor que los demás por el hecho de ser de izquierdas (¿no apestan los párrafos donde se nos relata una vez más ese inmenso corazón de los de izquierdas y que, por contraste, no tienen los de derechas?) Y, como siempre, robando la ciencia para su uso (es que el enorme corazón de la izquierda tiene base científica), igualito que desde Marx, pasando por los eugenistas y llegando a la ciencia de la calentología.

    Ya está bien ¿no tenemos suficiente tiranuelo con Obama y Zapatero que encima unos progres les dan argumentos en Darwin?

  2. Hay que reconocer el mérito.
    Reconoce todos los fracasos y sin embargo no
    ceja en la pretensión de imponer el «ideal».»Moldeando los genes», para más señas.
    Que miedo da esta gente.

  3. Interesantisimo.
    Es una lectura incitante que entrega novedosos elementos para refrescar el pensamiento social progresista.
    Gracias por compartirlo.
    1 abrazo desde Chile,

    Gustavo Cesped Cariaga
    Sociólogo

  4. Quiza el nuevo paradigma de la izquierda es la búsqueda de las protecciones sociales, o dicho de otro modo: hacer contrapeso al neoliberalismo. Lo cual es una de las misiones mas importantes de un grupo humano a dia de hoy.
    Yo doy por supuesto de que no se pueden eliminar las jerarquías, pero sí se pueden eliminar los escalones y mejorar el sistema de participacion en dichas jerarquías (méritos, cualidades, etc). Aqui quiza me vuelco en la idea platonica de reública.
    Muy curiosa la frase esa «reconocería que la manera en que explotamos a los animales es el legado de un pasado predarwiniano». Yo diría que aquí el llamado ‘mal catolico’ es el evidente culpable. Sin entrar en temas religiosos, diferenciar al hombre del resto del planeta (ego?) ha producido no solo que explotemos animales, sino tambien que explotemos a seres humanos que podemos considerar inferiores (y quiza en un extremo incluso eliminarlos).
    Cuando hablas de las utopias del siglo XX («En el siglo XX, el sueño de la perfectibilidad…»), no mencionas las importantisimas ideas que brotaron durante los 60-70, a las que les debemos demasiado.
    En resumen, en mi opinion la izquierda deberia madurar, desligandose de la tendencia revolucionaria/anarquista, y dedicarse a la importante tarea de regular el neoliberalismo.
    Interesante entrada, por cierto.

  5. Curiosa una cosa menor: la idea propuesta «a la izquierda» de que adopte la convicción de la genealogía biológica del hombre, o en otras palabras, su pertenencia al reino animal. Esto lo vengo proponiendo yo aunque no «a la izquierda» sino al que no tenga miedo de pensar hasta las últimas consecuencias. El resultado está en la serie de post que vengo publicando desde octubre uno detrás del otro (tan largos que no me animo a pedirle a nadie que los lea y menos si la discusión le da igual porque de todos modos piensa quedarse como estaba, es decir, «más seguro»). Ayer subí la 4ta. entrega (¡y ña más larga!) y estoy finiquitando la 5ta. y casi seguramente última.

    Tal vez mi punto de vista no sea sino mío y de unos cuantos desarraigados, pero en todo caso, exijo el mismo derecho de «buen enfoque» que cualquier postura coherente que se pueda sostener.

    Me hace gracia, por decir algo, el que el autor del artículo reproducido en el post se dirija «a la izquierda» y sobre todo que, partiendo de la aceptación que él mismo le propone (verse como un resultado de la evolución, uno más, etc.) y que cómo no suponer que él haya antes «asumido» a fondo, caiga en la repetida e infructuosa (y frustrante) manía de operar mediante sumas o intentos de mezclas incompatibles. Me explico: «izquierda» + «animalidad del hombre» es como intentar sumar como aceite y agua. Y esto porque «izquierda» no puede ser sino racionalismo positivista (mientras no se trate de la «izquerda hipócrita y desconcertante o mentirosa» del Poder y la camarilla que lo detenta. Y ello implica por definición «superioridad» humana distintiva y no «la conciencia como una herramienta de supervivencia más» (¡incluso no por igual en manos de diversos hombres!) , «humanidad única» en lugar de manadas o grupos, pretensión de alcanzar La Verdad que se supone que está en alguna parte, ya sea en poseción de los dioses, ya sea en un cofrecito enterrada desde el principio de los tiempos y que el «superhombre consciente o de vanguardia» acabará descubriendo a caballo del proletariado o del pueblo… alque engaña y al que oprimirá sin duda alguna en nombre del «futuro», del la «futura emancipación», etc. ¡La Historia ya lo ha requetemostrado, leñe! Pero… erre que erre…

    Ni una palabra en todo el artículo que permita explicar al «hombre de izquierda» ni al «intelectual en general» como producto de la evolución ni como expresión de la animalidad genética evolucionada… En cambio: recomendaciones para «añadir» (o «sumar») las «necesarias correcciones morales».

    En fin, ¿cómo se puede declarar algo, decir que es todo un hallazgo, incluso una «solución» y en los hechos… negarlo todo y… repetirse hasta la saciedad, simplemente apareciendo con un nuevo disfraz? Sin dudas, hay que siendo «de izquiedas», siendo «racionalista» y «cientificista», siendo un miembro de la «clase» de los «especialistas burocratizados» de los que intento hacerme cargo desde que inicié mi blog.

    En fin, no podía «callar» y espero que moleste lo menos posible esta larga y visceral intervención. Gracias por ello al (me consta) inquieto e inteligente autor del blog por permitirlo.

    Y feliz año nuevo calendario.
    Carlos.

  6. Leído en el blog Ráfagas, y a propósito de Charles Darwin y el sentido de la justicia (totalmente alejado de lo que algunos espúreamente han considerado «darwinismo social»):

    En el libro “Viaje de un naturalista alrededor del mundo”, que recoge las impresiones obtenidas por Charles Darwin a lo largo de su expedición en el barco Beagle (1831-6), Darwin no sólo se refiere a los aspectos biológicos que constituían el objeto esencial de su estudio. Además, no puede sustraerse a la realidad humana y social que ve a su alrededor. Uno de los párrafos más impactantes se contiene en el capítulo XXI:

    «El 19 de agosto abandonamos en definitiva las costas de Brasil, dando yo gracias a Dios de no tener que volver a visitar países de esclavos. Todavía hoy, cuando oigo un lamento lejano me acuerdo de que al pasar por delante de una casa de Pernambuco oí a alguien quejarse; en el acto se me representó en la imaginación, y así era en efecto, que atormentaban a un pobre esclavo […] En Río de Janeiro vivía yo frente a la casa de una señora vieja que tenía tornillos para estrujar los dedos a sus esclavas. He vivido también en una casa en la que un joven mulato era sin cesar insultado, perseguido y apaleado como si fuera el más ínfimo animal. Un día vi (antes de que pudiera interponerme) dar a un niño de seis o siete años, tres porrazos en la cabeza con el mango del látigo, por haberme traído un vaso que no estaba limpio; el padre del chico presenció este verdadero tormento y bajó la cabeza sin atreverse a proferir ni una palabra […] He visto a un hombre, tipo de benevolencia a los ojos del mundo, a punto sde separar de los hombres, a las mujeres y a los niños que constituían numerosas familias […] ¡Figuraos cuál sería vuestra vida si tuvieseis constantemente presente la idea de que vuestra mujer y vuestros hijos -esos seres que las leyes naturales hacen tan queridos hasta a los esclavos- os han de ser arrancados del hogar para ser vendidos, como bestias de carga, al mejor postor! Pues bien, hombres que profesan gran amor al prójimo, que creen en Dios, que piden todos los días que se haga su voluntad sobre la tierra, son los que toleran, ¿qué digo?, ¡realizan esos actos! ¡Se me enciende la sangre cuando pienso que nosotros, ingleses, que nuestros descendientes estadounidenses, que todos cuantos, en una palabra, proclamamos tan alto nuestras libertades, nos hemos hecho culpables de actos de ese género».

    Darwin no va más lejos. Todavía es un hombre creyente (posteriormente dejará de serlo y se volverá agnóstico). Además, no ha escrito aún sus dos obras fundamentales, “El origen de las especies” (1859) y “El origen del hombre” (1871). Pero no creo que Darwin dejara de sentir una intensa desazón al constatar que el ser vivo que más ha desarrollado su inteligencia, aquél que más lejos ha llegado en la comprensión del mundo y en su capacidad de transformarlo…, es capaz de ignominias tan crueles como la esclavitud.

    Este verano he leído el «Viaje de un naturalista…» y, más que sus apreciaciones biológicas, me ha llamado la atención el párrafo transcrito.

    Darwin era un hombre de ciencia, uno de los mejores de todos los tiempos. Pero no sólo eso. Era además (y afortunadamente) un hombre al que, delante de la injusticia, se le encendía la sangre.

  7. Hola Paolo,

    «…la izquierda deberia madurar, desligandose de la tendencia revolucionaria/anarquista, y dedicarse a la importante tarea de regular el neoliberalismo.»
    Creo que eso es exactamente lo que Singer quiere decir

  8. Gracias querida Emilia por compartir un párrafo tan conmovedor.
    Gracias no tan sólo por tu generosidad, sino también por tus reflexiones profundas en torno a éste, así como también por el tiempo dedicado, ya que tu aporte, es lejos más prolongado que la media.
    Un calido y agradecido abrazo desde Chile, y mis mejores deseos para tu 2010.

    Gustavo Cesped Cariaga
    Sociólogo

  9. Creo que muchos comentaristas no comprenden bien el sentido del titulo del artículo.

    Me parece necesario decir, que el autor (a mi juicio) se refiere a la «izquierda darwinista», en el sentido de una izquierda que evolucione, que se conciba a si mismo en constante movimiento, y para aquello es imposible la actitud arrogante de creerse los ÚNICOS portavoces, de un ÚNICO sujeto protagonista de la historia. Creo que a eso refiere por ejemplo la cita que hace Singer respecto de Henry Spira y su concepto de qué significa ser de izquierda: estar siempre del lado del marginado, del deposeído, de aquel que se encuentra en el lado más desfavorecido de las relaciones de poder. Algo que en todo caso tiene fundamento histórico: la izquierda se define como tal en cuanto a que en las postrimerias de la revolución francesa, no se colocó con quienes estaban a favor del rey, quienes se ubicaban a la derecha.

    Por otra parte, creo que precisamente la reflexion de Spira y Singer entregan elementos novedosos para refrescar el pensamiento social progresista, debido a que la crisis de la izquierda, se refiere a la fragmentación de la base social de los partidos zurdos, ya que si bien es cierto que las sociedades se han complejizado, y que ya no se divide el mundo basicamente en sólo 2 clases sociales (de hecho unca fue tampoco así), aún persiste -y tal vez hoy se ha acentuado más que nunca- las relaciones asimétricas de poder a las que se refiere Spira.

    Ser de izquierda hoy, en términos políticos y prácticos, debiese ser un ciudadano con profunda sensibilidad social respecto a todas las injusticias existentes, y actuar en concordancia/coherencia con esa sensibilidad., y en términos filosóficos, si bien sea según la visión postnietzcheana imposible llegar a la verdad, que jamás renunciemos a denunciar las mentiras de este mundo cada vez más corporatizado.

    En consecuencia, ser de izquierda, es abrazar el permanente cambio, y no a diferencia del dueño de este notable blog, con quien me permito discrepar, dedicarse meramente a ser el rompeolas del neoliberalismo, pues aquello da por sentada la renuncia a que otro mundo sea posible, y que no nos queda otro camino que el que nos han señalado Rockefeller, Ted Turner y Bill Gates.

    Gracias por todo, y feliz 2010 a tod@s desde Chile.

    Gustavo Cesped Cariaga
    Sociólogo

  10. Sin ser una experta en estos temas, quiero decir que la ética humana está fundada en la empatía (que es ponerse en el lugar del otro), y creo que esta empatía ha sido claramente favorecida por la evolución, pues los primitivos grupos humanos en que no existiera empatía no eran grupos compactados, y en ellos la necesaria acción cooperativa estaba anulada por los continuos enfrentamientos entre sus miembros.

    En los albores de la humanidad, cuando la lucha por el sustento y la autodefensa era vital, los grupos humanos en que no hubiera respeto básico entre sus miembros estaban abocados a la extinción.

    Por eso los grupos que prevalecieron fueron aquellos en que había una empatía y una ética básicas.

    Así pues, la empatía y la ética son producto de la evolución, al resultar necesarias para la superviviencia de los humanos.

    La justicia, la ética, la equidad son reelaboraciones o mixtificaciones a partir de la empatía. Esto, además, explica la conciencia, el sentimiento de culpa y el remordimiento, que no son conceptos primigeniamente religiosos, sino éticos.

    Hay una ética humana anterior a toda religión. De hecho, no es la ética quien ha bebido en las religiones, sino las religiones quienes han bebido en la ética. Los preceptos del Decálogo mosaico (no matar, no robar, no maltratar a los padres…) eran conceptos éticos con anterioridad a su asunción por las religiones monoteístas del tronco bíblico.

    En suma, hay una ética humana consustancial a nuestro cerebro, que es producto de la evolución. Y lo que pretende la izquierda es llevar esa ética a sus consecuencias más depuradas, primando en lo posible el valor de la igualdad.

    Igualdad es, en suma, una forma de corregir la suerte [la suerte en todas sus manifestaciones:
    .la suerte cromosómica,
    .la suerte geográfica,
    .la suerte social…].

    Las personas de izquierdas pueden aceptar que una persona muy inteligente tenga unos ingresos económicos mayores que los de una persona de bajo coeficiente intelectual; que quien nació en una familia adinerada o en un país rico tenga una vida más fácil que quien nació en un entorno pobre. Etc.

    Pero lo que la izquierda quiere es que esa brecha o distancia no sea demasiado grande, y sobre todo que a nadie (listo o tonto, rico o pobre…) le falte lo más básico: alimento, educación, sanidad, vivienda.

    A mi modo de ver los planteamientos de la izquiera entroncan directamente con el sentido ético humano, que es producto de la evolución, y constituye un estadio de mayor sensibilidad empática. Esto explica que las personas con más sensibilidad (creadores, literatos, artistas…) suelan ser de izquierdas: porque, al ser personas más sensibles, son también más empáticas.

    Gracias y un saludo.

  11. Me gusta la idea de regular el neoliberalismo, ya veremos lo que es eso.

    Pero este párrafo es más demoledor:

    «Permítaseme entretejer algunas líneas de pensamiento. ¿Qué distingue a una izquierda darwinista de las versiones anteriores de la izquierda? En primer lugar, la izquierda darwinista no negaría la existencia de una naturaleza humana, ni insistiría en que la naturaleza humana es intrínsecamente buena, ni infinitamente maleable. En segundo lugar, esta izquierda no pretendería poner fin a todo conflicto y toda lucha entre los seres humanos. En tercer lugar, no supondría que todas las desigualdades se deben a la discriminación, al prejuicio, a la opresión o al condicionamiento social.»

    Es decir y, en mi opinión, una nueva revisión del pensamiento socialista que, casualmente, conduce a visiones liberal/libertarias y no conservadoras. Es como si cada vez que se requiere renovar el pensamiento izquierdista tuviera que inspirarse en Popper sin poder admitirlo. Queda estéticamente bien llamarlo «izquierda» y resumirlo en «queremos un mundo mejor». Pero esto lo dicen los clérigos de todas las religiones.

  12. Pablo: con esto de las fiestas se me pasó el comentarte algo sobre la charla que diste en el Savoy y la posterior discusión sobre el tema (yo era el tipo ese de negro que no paraba de intervenir con tonterías).

    Muy interesante tu presentación sobre la psicología evolucionista, aunque me faltaron algunos puntos que creo que son importantes para evitar caer en esa eterna (y aburrida, y realmente inexistente) dicotomía entre «genético» y «aprendido» o «innato» vs. «adquirido», que inevitablemente surge en discusiones de este tipo. El punto que me pareció que tocaste poco es el que hace de puente entre la evolución y la conducta: la arquitectura cognitiva, los mecanismos psicológicos construidos por selección natural para operar en el entorno en el que evolucionó nuestra especie. Es un tema que me toca bastante de lleno porque es en el que en parte trabajo, pero entiendo que con tan poco tiempo de exposición tampoco era para andarse con florituras. El que se dedicara más tiempo a la discusión general me pareció muy bueno, no sé si es una práctica habitual de vuestras reuniones pero es desde luego algo que me gustaría ver más a menudo en los seminarios de los departamentos y en las conferencias.

    Sobre la izquierda darwinista de Singer, poco que añadir. Conozco algo de su obra, aunque no he leído el libro, y estoy algo familiarizado con el Proyecto Gran Simio. Sólo sé que un proyecto político que no tenga en cuenta el funcionamiento de la mente humana, tal y como ha sido diseñada por selección natural (amén de otros procesos), es un proyecto político destinado a fracasar, y en este sentido, el proyecto de Singer merece ser tenido en cuenta.

    Saludos!

    Lorenzo

  13. Hola Lorenzo,
    Sentí no haber podido hablar contigo un rato al final. Evidentemente, mi exposición sobre la Psicología Evolucionista fue terriblemente esquématica (no quería pasar de 30 minutos). Coincido en que el tema que plantea Singer es interesante, pero está básicamente por hacer.
    Un saludo

  14. Algunas ideas sueltas que me han sugerido la lectura del texto y de los comentarios:
    -La mención que se hace de Adam Smith me trae a la cabeza la máxima «vicios privados, virtudes públicas», que no recuerdo si es suya, pero que creo que está en la base del pensamiento liberal o neoliberal. Según ella la suma social de comportamientos que en el ámbito privado no serían considerados como especialmente valorables (egoismo, codicia, competitividad…), serían sin embargo, al trasladarse a la esfera de lo social, «útiles» para el desarrollo de las sociedades. Dentro de esa idea, que también se menciona en algunos comentarios, de que la misión de la izquierda sería «sujetar» o mantener bajo control el liberalismo, (también podría ser, y quizás más propiamente, por venir de su campo, una misión de la derecha) habría que empezar por reformular ese principio hacia algo así como «vicios privados demasiado exagerados, también vicios públicos» o algo que fuera más sonoro o pegadizo. Lo lanzo como tarea para la derecha.
    -Brillante la aportación de Emilia Alarcón sobre la que volveré en más ocasiones. Puro humanismo a mi entender.
    -La mención sobre los distintos roles sociales de los hombres y las mujeres en casi todas las sociedades, me trae a la cabeza algo que pensaba hace tiempo a propósito del doble significado de la palabra «competencia» y de porqué las mujeres ocupan un menor número de puestos directivos en la esfera social-laboral: las mujeres son igual de «competentes» (o más) pero no veo que sean igual de «competitivas». Y no nos engañemos, para llegar a jefe hay que currarse esa competencia, en el sentido de competitividad
    -Pensar en el concepto de «lo público», como aquel por el que se pueda encontrar una vía para encauzar las dicotomías en que nos movemos desde hace 2 siglos. Lo público no es lo «comunitario». Es la parte de nosotros mismos (por tanto «privada») que toma forma por el hecho de vivir en comunidad. Se mueve en la esfera del «dilema del prisionero». Básicamente buscamos nuestro bienestar y el de nuestra estirpe (sentimiento egoista) pero, al no ser ermitaños que vivamos en soledad, la excelencia del ambiente en el que nos movamos repercute también en nuestro bienestar. Por tanto propondría la idea de que lo público y lo privado no son conceptos contrarios o antagónicos , sino expresiones en campos diferentes de la individualidad, que no se deben pensar por separado o entendidos como contradictorios.
    – Que el texto me ha parecido interesantísimo, que efectivamente «está todo por hacer» y que he aportado lo que he podido.
    Saludos.

  15. El benemérito Ortega y Gasset decía en 1937: «Ser de izquierda es, como ser de derecha, una de las infinitas maneras que el hombre puede elegir para ser un imbécil: ambas, en efecto, son formas de hemiplejia moral….»
    Desde la época del hombre de las cavernas se ha desarrollado la necesidad de instaurar instituciones por encima de los individuos, para tener orden y progreso. En la actualidad, la democracia republicana con un capitalismo educado, sería el paradigma de lo mejor que se puede tener en estos estadios de la civilización. Por lo tanto, lo único que hay que proponer es HACER LAS COSAS BIEN, mejorando y perfeccionando: la república de los tres poderes independientes, la igualdad ante la ley, la creación de riqueza sustentable con un capitalismo encuadrado en la legalidad, el apoyo irrestricto al débil, la secularidad de los poderes públicos, el cuidado del ambiente, el sometimiento a los resultados de la ciencia, etc.
    Ponerle títulos de izquierda o derecha a las ideas para «construir esa sociedad que consideremos la mejor de todas» es, a mi entender, perder el tiempo y entorpecer el desarrollo social con discuciones vanas. Parafraseando a Ortega «¡Ciudadanos, a las cosas!»

  16. Me siento como un espectador cuando veo en la arena un nuevo debate entre derecha e izquierda. Y no sé si reir o llorar cuando metemos el muy mal llamado darwinismo de por medio.

    ¡Qué tendrá que ver Darwin con todo esto!

    Veo que me va a resultar harto complejo expandir el meme del Spencerismo Social.

    Aquí un humanista que necesita de una respuesta ¿Qué entendemos por derecha e izquierda? Una vez estén claros estos conceptos podemos seguir con el debate. Creo que tenemos muchos memes en el inconsciente que provocan discusiones absurdas.

    A mis 39 otoños pensé que habría frases que jamás escucharía, pero no, me equivoqué. Ocurrió en el debate tras la charla de Pablo de «Bases biológicas del estatus social». Hubo unos 30 testigos.
    Un tertuliano, en un intento de mantener a flote el estandarte de «la izquierda» llegó a afirmar que los regímenes totalitarios soviéticos y demás genocidas, no eran de izquierdas. «Que la izquierda no es eso».

    Un saludo

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