La paradoja del dolor

He aquí la paradoja: el dolor intenso y continuado es seguramente una de las experiencias más horribles por las que se puede pasar y, al mismo tiempo, el dolor es tu amigo porque te avisa de que hay algún proceso en marcha sumamente negativo para tu integridad corporal y para tu supervivencia. Por ejemplo, la señorita C (un personaje frecuente en los libros de texto de Psicología) no podía percibir dolor alguno ¿qué suerte, no? Pues no. La señorita C podía estar charlando tranquilamente en la cocina mientras su mano se freía inadvertidamente en una sartén; la señorita C casi se arranca la lengua de un mordisco sin darse cuenta, y así un largo etcétera. La señorita C murió a los 29 años después de múltiples traumas en la piel y los huesos. Por otro lado, millones de personas sufren jaquecas recurrentes e incapacitantes, que constituyen un problema médico en sí, y no por ser el síntoma de algún otro mal subyacente. En estos casos el síntoma es la enfermedad y el dolor el mal a combatir.
El utilitarismo, que en mi opinión es la filosofía moral más avanzada que tenemos, nos induce a maximizar la felicidad y a minimizar el dolor, afirmando implícitamente que el dolor es malo o por lo menos, aquello que produce dolor debe ser evitado. Algunos filósofos utilitaristas, Peter Singer a la cabeza, afirman que la consideración de minimizar el dolor no debe limitarse a los humanos sino a todos los seres “sentientes”. No es la capacidad de hablar, ni la de razonar lo que hace a un ser vivo digno de consideración moral, sino su capacidad de sufrir. El dolor no es menos desagradable y traumático por el hecho de que quien lo sufra tenga una limitada capacidad cognitiva. Independientemente de que estemos de acuerdo o no con esta perspectiva “animalista”, esta cuestión nos lleva a una pregunta interesante: cómo podemos estar seguros de si otro ser vivo puede sentir dolor, sobre todo si se trata de un miembro de otra especie y no puede decírnoslo alto y claro. En este punto el filósofo moral tiene que pedir ayuda al biólogo.
El biólogo nos dice que el primer requisito consiste en tener un sistema nervioso. Los humanos tenemos varios tipos de sensores en la piel y en los órganos internos (corpúsculos de Pacini, discos de Merkel, terminaciones de Ruffini…) que pueden detectar presiones, temperaturas y otras circunstancias potencialmente peligrosas. No tiene sentido hablar de dolor en bacterias, hongos, plantas y otros eucariotas considerados “inferiores”. Las plantas no sufren dolor a pesar de que algunas personas afirman todo tipo de cosas raras al respecto; eso sí, las plantas perciben muchas cosas (luz, temperatura, gravedad, presencia de patógenos e insectos, agua y nutrientes en el suelo, días más cortos o más largos…) pero eso es otro cantar. Por otro lado, existen pocas dudas de que mamíferos y aves son perfectamente capaces de sentir dolor de forma similar a la nuestra (por supuesto es imposible comprender plenamente la experiencia subjetiva de otro ser vivo, sea éste un murciélago o un filósofo ). Algunos partidarios de las corridas de toros han argumentado que estos animales no sufren dolor durante la lidia. El argumento es sumamente endeble y ha sido refutado para el caso específico de los toros durante la corrida. Si los mamíferos pueden sufrir y las plantas no ¿en qué grupo taxonómico comienza esta capacidad? La pregunta es relevante no sólo desde el punto de vista de la zoología sino que además, obviamente, tiene consecuencias éticas.
Un grupo de animales donde tiene sentido que nos hagamos esta pregunta es el de los peces; seres con los que solemos empatizar muy poco y que nos causan escasos remordimientos cuando nos los comemos o los pescamos. En general, los pescadores son considerados (y se consideran ellos mismos) en una categoría muy distinta de las cazadores. Estos últimos matan a seres (relativamente) inteligentes y (a veces) adorables como por ejemplo los ciervos o los zorros. Así que la caza es una actividad mucho más cuestionada que la pesca desde un punto de vista ético. Es imposible que la muerte violenta de un besugo nos afecte de la misma manera que la de una cría de foca. Pero para que nuestra coherencia fuera total tendríamos que estar seguros de que el besugo es un ser menos “sentiente” que la cría de foca. Reconozco que la matanza de besugos no va a generar muchos titulares, al menos de momento, pero ¿qué nos dice el biólogo del potencial sufrimiento del besugo?
Los peces obviamente tienen un sistema nervioso bien desarrollado. También se sabe que poseen abundantes terminaciones nerviosas en la boca, así que es seguro que pueden percibir el anzuelo que se clava. Sin embargo, esto no es suficiente. La percepción del daño no implica necesariamente que haya una experiencia dolorosa. Para esto necesitaríamos algo más: que se produjera una “representación mental” del dolor, lo que corresponde aproximadamente con el sentido habitual del término “sufrimiento”. Esto es particularmente relevante para la práctica de la pesca sin muerte. Los pescadores de esta modalidad dicen que esta actividad es “impecable” desde el punto de vista ético y medioambiental. Cómo no, algunos animalistas aducen que se produce un daño innecesario a los peces. Nos vemos obligados a reformular la pregunta: ¿sufren las truchas al ser pescadas y devueltas al río?
Victoria Braithewaite, una profesora de la Universidad de Pennsylvania afirma que así es (http://www.psu.edu/dept/braithwaite/victoria.html) después de largos años investigando este asunto. Durante años los científicos creían que los peces no pueden sufrir porque carecen de amígdala, la estructura cerebral que en mamíferos almacena información relevante sobre experiencias notablemente malas o buenas y que es indispensable para aportar un contenido emocional a la percepción de estímulos. Pero hace unos años los zoólogos descubrieron una estructura equivalente en los peces, lo cual cambia por completo la cuestión. El equipo de Braithewaite comenzó inyectando una pequeña cantidad de ácido en el labio de los peces y puso en evidencia una conducta típica de animales que sufren: se frotaban el labio insistentemente y no mostraban interés por la comida (frente a individuos de control que no mostraban esta conducta). Seguidamente los investigadores diseñaron un test que permitiera poner en evidencia si los peces tratados por ácido estaban o no en un “estado mental perturbado” que pudiéramos catalogar como “doliente”. Para ello entrenaban a los peces en una especie de laberinto construido en la pecera; en uno de los puntos clave, donde el pez tenía que decidir entre dos posibles caminos, colocaban un estímulo nuevo. La reacción normal en un pez sano consistía en detenerse ante el nuevo objeto y nadar rápidamente hacia el lado correcto, sin perder contacto visual con el objeto. Sin embargo, los individuos que estaban bajo la influencia del dolor ignoraban el peligro potencial de forma significativa. Esta diferencia en lo que puede considerarse una conducta normal sugiere que los peces objetos del experimento experimentan una representación mental del dolor que interfiere con sus capacidades. En definitiva, los peces pueden sufrir.
Aunque estos datos son sugestivos, seguramente no son suficientes para zanjar completamente la cuestión. Para empezar, no es seguro que la inyección con ácido sea equivalente al efecto del anzuelo, aunque es posible que así sea. En otro orden de cosas, es posible aceptar la validez científica de estos resultados y no aceptar la conclusión de que es éticamente incorrecto pescar con caña. Se puede argumentar que el dolor que sufren los peces está justificado por el placer que la pesca reporta a los humanos que la practican. En cualquier caso, es importante que seamos capaces de separar los hechos (que los peces son capaces de sufrir) con los valores (si es no moralmente correcto hacer sufrir a los peces).

Savater se equivoca

Extremadamente floja, aunque -hay que reconocerlo- algo ambivalente, la defensa que hace  Savater de las corridas de toros en EL PAIS de hoy  (El artículo aquí) que -significativamente- acaba con la frase «Fernando Savater es escritor», imagino que para dejar claro que habla a título estrictamente personal y no como miembro de comunidad académica.

Pero vayamos por partes.  El principal hilo argumental está reflejado en la frase «la civilización humana se basa en el maltrato de los animales» ¡Falacia Naturalista Pura y Dura! Vale que los humanos hemos sido cazadores primero y agricultores después, y que durante toda nuestra historia como especie el maltrato animal haya sido una constante, pero eso no significa que deba seguir siéndolo y que debamos aprobarlo. El transporte ya no se realiza (fundamentalmente) a caballo, son los tractores los que aran la tierra y los tanques -y no los elefantes- los que acompañan a los soldados. Análogamente se podría argumentar que la violencia y las guerras han formado parte constante de nuestra historia (La civilización humana se basa en la guerra), así como la esclavitud, o la  marginación y violencia contra las mujeres. Es evidente que tenemos el derecho (y el deber) de romper con las tradiciones que consideremos aberrantes o simplemente inadecuadas ¿o no?

Sin solución de continuidad, Savater utiliza el conocido argumento de «es una salvajada, pero existen otras salvajadas«, como la caza, la experimentación animal y la misma producción ganadera. Curiosamente,  la agenda completa de los defensores de los animales se emplea como una razón para no abolir las corridas. Es evidente que cada una de las situaciones mencionadas plantea problemas morales, me parece muy raro defender las corridas de toros por el hecho de que algunos animales sean maltratados de otras formas. Es como decir que nos oponemos a que se acabe con el hambre en Mali si no acaba con ella simultáneamente en Etiopía.

Pero las corridas de toros son diferentes a las otras actividades mencionadas. En ellas no se hace una Fiesta pública (¡incluso televisada!) de un acto de innegable tortura. En los mataderos, señor Savater, los animales mueren pero sufren lo menos posible, al menos con la legislación vigente en Europa.

¿Y eso de que un Parlamento no es lugar para hablar de moral? Los Parlamentos hacen las leyes y sobre éstas tiene que haber (necesariamente) un planteamiento moral. Si la violencia machista fuera considerada algo aceptable no se habrían promulgado leyes para evitarla. Si los Parlamentos de muchas naciones no hubieran pensado que la esclavitud era inmoral no la habrían abolido en el siglo XIX.

Tampoco aclara  a quién alude con la frase «Existen más razonamientos éticos en el cielo y la tierra de lo que la filosofía de Peter Singer supone». No sé a qué filósofo se refiere, pero en este sentido, el consenso parece ser aplastante: a la inmensa mayoría de los habitantes de los países de nuestro entorno las corridas les resultan un espectáculo degradante, e incluso en España el interés por ellas es minoritario (Encuesta Gallup sobre el interés por las corridas en España).

La mención de que Hitler fuera vegetariano y «promulgara leyes para proteger la naturaleza» es otra salida de pata de banco ¿es malo ser vegetariano porque lo fuera Hitler? ¿Deberíamos cargarnos la naturaleza más deprisa para llevarle la contraria a su espectro?

Y acaba con una frase lapidaria «[las posturas abolicionistas]no reflejan un acercamiento a la naturaleza, sino el predominio humanista de dos instancias desconocidas en ella: la compasión y la hipocresía». De acuerdo en la primera parte: la oposición a las corridas no tiene nada que ver con el ecologismo y es perfectamente posible ser pro-taurino y ecologista; tiene que ver con el problema moral que nos plantea a algunas «almas delicadas» (en palabras del propio Savater) que la tortura de un ser capaz de sentir dolor sea objeto de diversión y regocijo para algunos.

Y lo de la hipocresía ¿de quién es la hipocresía?

Los últimos torturadores

Durante la Edad Media, los espectáculos en los que se torturaban animales eran muy frecuentes en toda Europa: peleas de perros, gallos, ratas y, por supuesto, corridas de toros. En Inglaterra eran muy populares las llamadas bull-baitings en las que se torturaba a los toros con la ayuda de perros especialmente adiestrados. También había bear-baitings, aunque los osos eran mucho más escasos y difíciles de mantener. Naturalmente, eran otros tiempos. Las ejecuciones públicas y los Autos de Fé constituían un entretenimiento popular muy apreciado. La última ejecución pública en Madrid tuvo lugar en 1890.

A partir del siglo XVIII las ideas de los filósofos de la Ilustración fueron calando poco a poco en la sociedad, y este tipo de actos empezaron a ser considerados brutales e inaceptables. En Inglaterra fueron abolidos en el siglo XIX, de manera que el debate que está empezando a producirse estos días en España sobre la abolición de las corridas de toros lleva un retraso de más de un siglo con respecto al resto de Europa. La única razón que nos hace especiales a los españoles es que somos los únicos que permitimos que la tortura de un animal sea un espectáculo público. Hace doscientos años lo hacía todo el mundo.

Es evidente que la “tradición” no puede invocarse como un argumento suficiente en sí mismo para defender la salvajada que suponen las corridas ¿Acaso no es tradicional la ablación femenina en muchos países africanos? ¿O en “sati”, esa costumbre hindú de quemar a la viuda en la pira del marido? Seguramente, las peleas de gladiadores se habrían considerado parte de la “tradición hispano-romana”. Aunque no lo parezca, el mundo ha evolucionado bastante en el sentido moral, para lo cual ha sido necesario romper con diversas “tradiciones”. La afirmación de que “los toros son cultura” juega con el doble significado de la palabra. Por un lado, cualquier cosa que ocurra con frecuencia en una sociedad puede considerarse parte de su cultura. Por otra parte, el término tiene una connotación positiva de “actividades de orden superior que ennoblecen a quienes las practican” como el arte, la literatura o la ciencia. Si se acepta que “los toros son cultura” podríamos aplicar el mismo argumento a la violencia machista, y ¿quién va a negar que el machismo tiene una larga tradición en España?

Algunos pro-taurinos argumentan que no tiene sentido prohibir las corridas si no se prohíben también las matanzas de focas o la caza en general. El argumento viene a reconocer que sí, que las corridas son una burrada pero también hay otras burradas. Por las mismas, si a alguien le acusan de un crimen podría defenderse diciendo que… ¡más crímenes cometió Hitler! Y es muy posible que también deberían prohibirse otras atrocidades. Pero eso es un asunto completamente distinto.

La posible extinción del toro de lidia es otro de los argumentos comúnmente empleados para defender el tinglado taurino, aunque  tampoco es un argumento válido. El toro de lidia es una raza de una especie doméstica (Bos taurus) y naturalmente, el número de ejemplares depende de las decisiones que tomen los humanos al respecto. Su extinción, si se prohibieran las corridas no sería inevitable (aunque la conservación tendría un coste). El caso quedaría englobado en la problemática general de conservar la biodiversidad de animales y plantas domésticas que caen en desuso. Un problema sin duda urgente y que afecta a especies tan emblemáticas como el burro. Análogamente, las dehesas dedicadas a la ganadería brava no tendrían por qué convertirse al instante en urbanizaciones o centros comerciales. Deberían ser protegidas debido a la riqueza de estos ecosistemas, pero sin duda, otras formas de aprovechamiento, respetuosas con el medio  son posibles.

Algunos pro-taurinos radicales han llegado a argumentar que los toros no sufren, a pesar de que la violencia y crueldad de la “fiesta” es evidente. Existen razones neurológicas para pensar que sí lo hacen. Para empezar, su sistema límbico es muy parecido al nuestro. Para seguir, el dolor tiene un fuerte valor adaptativo en los animales superiores. Curiosamente, no aparece ningún trabajo de investigación publicado sobre este tema en PubMed, la principal base de datos de investigaciones biomédicas. Búsqueda en PubMed (aquí)

En resumen, las corridas de toros hacen un espectáculo de la tortura de un animal capaz de sufrir y son por lo tanto una “salvajada” doble, por la tortura en sí y por el hecho de hacer un espectáculo público de ello y (frecuentemente) televisado. Al elevarlo a la categoría de Bien de Interés Cultural, nuestros gobernantes han dado un paso más en la “apología de la tortura”, hurtando además un debate público que debería producirse con urgencia.

Hace doscientos años todo el mundo en Europa hacía estas cosas. Ahora sólo las hacemos los españoles. Somos los últimos torturadores. Un dudoso honor.

Más info:

“¡Vivan los animales!”J. Mosterín. 1998. Editorial Debate. Madrid.

“Animal Liberation” P. Singer. 1975. Ed. Harper Collins. New York.

“Animals and why they matter” M. Midgley. 1983. University of Georgia Press. Athens, US.

¿Y a mí…quién me protege?

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De un mal gusto indescriptible. Así se podría calificar la campaña de la Conferencia Episcopal frente al proyecto de modificación de la Ley de interrupción voluntaria del embarazo. Y de una demagogia incalificable.

En primer lugar, los niños de unos 10 meses de edad, como el de la foto de la campaña, están protegidos por la leyes de este país (como no podría ser de otra manera). En segundo lugar, ¿qué tendrá que ver la protección de la Naturaleza con la cuestión del aborto? Para empezar, al proteger al lince se está conservando todo un ecosistema único, sin el cual el lince no puede sobrevivir; así que no se trata sólo del lince, sino de la liebre, al perdiz roja, el buitre negro, las encinas y muchas más especies de animales y plantas. Se me ocurren muchas razones para desear que el tesoro de biodiversidad que hemos heredado no desaparezca en pocos años.

La campaña no sólo dibuja una ecuación surrealista (protección al feto vs protección a la naturaleza), sino que lo hace en el país europeo que está a la cabeza en el maltrato animal y el único donde la tortura organizada constituye un motivo de diversión (y es difundida por las cadenas públicas de televisión).

Dejando de lado el mal gusto de la campaña publicitaria, vamos al fondo de la cuestión, en cuyo núcleo nos encontramos un problema biológico: el hecho que el desarrollo de un nuevo individuo sea un proceso gradual.  Cierto que el momento de la fecundación y el del nacimiento constituyen hitos del mismo, pero no por ello el proceso deja de ser gradual. El recién nacido es muy parecido al feto un momento antes de nacer.

En general, nuestros conceptos (sobre todo en materia legal) se adaptan mal a este tipo de procesos y preferimos distinciones claras y tajantes. Los problemas vienen cuando tratamos de «imponer» categorías claras y disjuntas sobre procesos que no las tienen.

Es evidente que todo ser humano tiene derecho a la protección de las leyes, y es igualmente evidente, que los padres no tienen derecho sobre la vida de sus hijos, aunque en un momento se la dieran. Ninguna legislación (que yo sepa) admite el infanticidio, aunque en algunas sociedades ha sido relativamente frecuente.

Por otra parte, es también evidente que los humanos (en particular, las mujeres) tienen derecho a decir cuándo y cuántos hijos desean tener. En las condiciones sociales «normales» en Europa, las mujeres tienen muchos menos hijos de los que son biológicamente posibles. Por lo tanto, es muy importante (para la madre, para el hijo y para la sociedad) que la reproducción se produzca cuando la madre considere que las condiciones son favorables para ello. Tener hijos supone un compromiso importante y duradero: es muy importante que salga bien.

Si ninguna mujer puede ser obligada a tener hijos, tendrá que poder decidir en qué punto para el proceso: no teniendo relaciones sexuales, empleando métodos anticonceptivos, interrumpiendo voluntariamente el embarazo ¿dónde acaba el derecho de la madre a decidir? ¿cuándo empieza a tener derechos legales el feto? Se pongan donde se pongan los límites, éstos serán (hasta cierto punto) arbitrarios y el tema es naturalmente opinable y debatible, pero la ley tiene que trazar una raya en algún sitio.

El debate se complica cuando entran en juego las consideraciones religiosas. Al parecer, la Iglesia Católica cree que el alma se crea en el momento de la fecundación, por lo que un zigoto (formado por una sola célula más un núcleo paterno) sería un ser humano de pleno derecho. Esto es problemático porque no hay ninguna evidencia de que el alma exista, en primer lugar, menos aun que se «incorpore» al proceso en el momento de la fecundación. Los católicos tienen derecho a creer en lo que quieran, pero deberían reconocer, al menos, que las creencias basadas puramente en la «Fe» no pueden introducirse en un debate que afecta a todos, católicos y no católicos.

Este es el punto clave. Si no hay evidencia de la existencia del alma, no pueden emplear el argumento. Las creencias religiosas son completamente respetables, pero tienen que quedarse en el ámbito privado. En un post anterior, comentaba que si una religión creyese literalmente en Papá Noel podría exigir que los aviones no volasen el 24 de diciembre, no fueran a chocar contra su trineo de renos. Recibí algún comentario indignado por «equiparar las creencias religiosas a creencias infantiles». El problema es que si el argumento de la «Fe» se admite para una cosa, puede admitirse para (literalmente) cualquier otra.

En el mundo hay suficiente sufrimiento (padecido por humanos y otros seres sentientes) como para preocuparse demasiado por si el zigoto tiene o no «alma»… creo yo.

Más videos horripilantes

McCourtain me envía el siguiente mensaje:

Desde hace ya años varias organizaciones, en particular Greenpeace, se viene denunciando la pesca indiscriminada de escualos para obtener únicamente sus «preciadas» aletas que serán servidas en la sopa de turno que se ofrece en algunos restaurantes. El video es cruel, muy cruel, pero creo que es importante ver algunos segundos para que tomemos conciencia de algunas de las acciones que hace el hombre y la supuesta supremacía sobre otros animales. Interesante el concepto de especismo.

Aprovecharé que ya has llegado hasta aquí leyendo para denunciar la pesca de arrastre. Brutalidad sin precedentes que podrás ver en cualquier puerto pesquero.

¿Preparado? aquí

Vegetarianismo y sostenibilidad ambiental

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La mayoría de los vegetarianos evita comer carne por razones éticas. Según ellos no es aceptable quitarle la vida a un animal para alimentarse existiendo otras alternativas. Personalmente, no acabo de compartir este punto de vista (pese a mi admiración por Peter Singer). Los animales domésticos son muy diferentes de sus antecesores salvajes y, en general, no pueden sobrevivir fuera de su asociación con los humanos. Tampoco tendría sentido criarlos como mascotas. Y la extinción no me parece un destino demasiado bueno. Otra cosa es la forma en que éstos sean tratados. En este sentido, creo que los animales importan y que hay muchas cosas que mejorar. No obstante, el hecho de “cambiar” los recursos del animal (incluso su vida) por alimento, cuidado y un trato aceptable me parece un buen “deal”, aunque imagino que puede ser difícil ponerse de acuerdo en definir “trato aceptable”.

Pero no son razones éticas las que me llevan a revisar este tema sino de otro tipo. El hecho es que una retirada “juiciosa” en la producción y consumo de carne podría tener efectos beneficiosos (y de gran magnitud) en el medio ambiente, en el problema del Hambre y en la salud de los humanos. Por el contrario, el mantener las cosas como están acabará incrementando estos problemas. Vayamos a los hechos.

El primer punto de mi razonamiento se basa enteramente en un informe publicado por la FAO, “La larga sombra de la ganadería: cuestiones medioambientales y opciones”. Supongo que la mayoría de ustedes no querrá leerse sus más de 500 páginas, pero no cuesta demasiado echarle un vistazo a las conclusiones. En todo caso, considero a la FAO una institución seria y una fuente de información fiable (aunque lamentablemente no ha conseguido acabar con el Hambre en el mundo).

Las conclusiones del informe son demoledoras. La ganadería extensiva es responsable de un 18% de los gases implicados en el calentamiento global y una de las causas principales de erosión, eutrofización y contaminación microbiológica. Más aun, también es una de las principales amenazas a la bio-diversidad ya que requiere alrededor del 30% de las tierras cultivables para la producción de alimentos para el ganado. La ganadería intensiva no le va a la zaga (aunque su impacto en el calentamiento global es menor), aun así, los productos agrícolas empleados en la producción de piensos (cereales y leguminosas, principalmente) compiten con las calorías y proteínas necesarias para la alimentación humana. No olvidemos que es muchísimo más eficaz el empleo directo de alimentos vegetales que dárselos de comer al ganado. En definitiva, la ganadería es uno de los grandes problemas ambientales y como la población sigue creciendo y la tendencia a consumir productos cárnicos también sigue en aumento, lo más probable es que el problema empeore.

La segunda parte de mi razonamiento se basa en los libros de texto de nutrición (p.e.). En los países ricos el consumo de productos animales es nutricionalmente incorrecto y una de las causas principales de enfermedades no-transmisibles (obesidad, diabetes, enfermedades cardio-vasculares, gota, ciertos tipos de cáncer). Contrariamente a lo que se suele pensar, una dieta vegetariana (si está bien pensada) puede suministrar todos los nutrientes y vitaminas necesarios, sin grasas saturadas ni colesterol. Así mismo, existen fuentes de proteína vegetal que pueden sustituir sin problemas a las de origen animal. No quiero decir con esto que cualquier dieta vegetariana sea beneficiosa y, de hecho el vegetarianismo estricto se enfrenta a algunos problemas (subsanables) como la dificultad de obtener vitamina B12.

Sin embargo, no estoy propugnando una eliminación completa e inmediata de la ganadería. Medidas de este tipo también ocasionarían graves problemas. Para empezar, muchas personas en los países pobres se beneficiarían si tuvieran mayor acceso a algunos productos animales (especialmente, muchos niños tendrían que beber más leche). Además, la ganadería constituye el sustento de un numero altísimo de ganaderos pobres (unos 1000 millones, nada menos) y ciertas formas de ganadería están tan imbricadas en la cultura que su abandono podría tener consecuencias catastróficas.

Por el contrario, un abandono (paulatino y parcial) de los productos cárnicos en países ricos tendría un efecto positivo sobre la salud de la población, sobre el medio ambiente y sobre la demanda de cereales y leguminosas, lo que ayudaría a bajar los precios de los alimentos básicos. Sin duda, también se generarían problemas en el ajuste.

Como muchas otras personas, estoy convencido de que vivimos en un mundo insostenible. La solución es –desde luego- difícil pero pasa por evaluar con cuidado los efectos de nuestro modo de vida y pensar alternativas que tengan sentido.

Por qué los animales importan

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En mis clases de una asignatura titulada “Bases bioquímicas de la alimentación animal”, suelo hacer un debate con los alumnos sobre la espinosa cuestión del bienestar animal y las incómodas consecuencias que se derivarían (para los productores de carne) de mejorar el tratamiento que habitualmente se da a los animales domésticos. Lo normal es que se forme (espontáneamente) un grupo de “defensores” de los animales (típicamente liderado por una chica de procedencia urbana) frente a los que opinan que el punto de vista del animal nunca debería interferir con sistema productivo (tìpicamente liderado por un chico de procedencia rural). El debate lo repito cada año y generalmente, los pro-animales son más numerosos, al menos nominalmente, y cada año acaba sin que se alcance un consenso. No pretendo que este pequeño “experimento” tenga valor estadístico alguno, pero sí me permite pulsar la opinión al respecto, aunque sea con una muestra de individuos muy reducida y no-aleatoria.

Con frecuencia, los “anti-animalistas” manifiestan una sensación de ultraje: ¿cómo es posible que a alguien le preocupe los derechos de los animales? La idea les resulta obviamente ridícula, sin que sea necesario darle más vueltas. Conviene recordar que los reformistas del pasado también tuvieron que enfrentarse a algo parecido cuando cuestionaron cosas que –en aquella época- eran generalmente aceptadas, como la esclavitud o la negación de derechos políticos a las mujeres. Cuando Mary Wollstonecraft publicó en 1792 su “Vindication of the Rights of Woman”, el académico Thomas Taylor trató de refutar sus argumentos llevándolos un paso más lejos: si el argumento de igualdad se puede aplicar a las mujeres, ¿por qué no a los perros o a los gatos?

Seguramente parte del problema procede de nuestra trayectoria intelectual. En Europa Occidental, la tradición filosófica judeo-cristiana ha tendido a exagerar las diferencias entre los humanos y el resto de las especies, en línea con la creencia de que los humanos tienen alma y los otros animales no. Incluso en la actualidad, las encuestas realizadas revelan que los fundamentalistas cristianos son los que, por término medio, rechazan con más virulencia la noción de continuidad entre las especies y armonía con la naturaleza. En el siglo XVII, Descartes sostenía la visión ‘mecanicista’ de que los animales eran algo así como ‘zombies’ o ‘autómatas’, simples máquinas desprovistas de deseos o impulsos. De esta visión se seguía que era éticamente correcto maltratarlos, ya que no eran ‘seres sentientes’.

Otra razón esgrimida contra los animales es lo que podríamos llamar “el argumento de incompatibilidad”: al preocuparnos por los animales estamos dejando de hacerlo por algunos humanos, lo cual es moralmente repugnante. Personalmente creo que el argumento no es cierto (aunque puede serlo en el caso de algunos extremistas). Simplemente no es cierto que las personas más preocupadas por el bienestar animal lo estén menos por el bienestar humano. Más bien se trata de aspectos diferentes de la misma cosa: la preocupación por el sufrimiento en seres sentientes, independientemente de la especie a la que pertenezcan.

También tenemos el “argumento de inconsistencia”: no tiene sentido condenar las corridas de toros y no la caza en general; no tiene sentido condenar la experimentación animal y seguir consumiendo carne. Creo que la refutación de este argumento es evidente.

La cuestión de los “derechos de los animales” es bastante complicada, por lo que no puede ser tratada en un post con la profundidad que se merece. Así pues, remito al lector interesado a dos libros clave (Midgley, 1984; Singer, 1975). Pero no quiero dejar de señalar que al reclamar derechos para los animales no queremos decir que éstos sean iguales que nosotros, lo cual es patentemente falso. Somos nosotros, y no el resto de las especies, los que podemos tomar decisiones morales. Pero los sujetos de tales decisiones no tienen por qué ser solamente “seres racionales”. Por la misma razón, los niños pequeños o individuos que sufren un retraso mental severo no están desprovistos de protección aunque no se les reconoce los mismos derechos que al resto de los ciudadanos.

Lo importante no es si lo animales piensan como nosotros (cosa que evidentemente no hacen).

Lo importante es saber si sufren.

Midgley, M. (1984) Animals and why they matter. Athens: University of Georgia Press.

Singer, P. (1975) Animal liberation : a new ethics for our treatment of animals. New York: New York review : distributed by Random House.