Volverán las oscuras golondrinas
en tu balcón sus nidos a colgar,
y, otra vez, con el ala a sus cristales
jugando llamarán;
pero aquéllas que el vuelo refrenaban
tu hermosura y mi dicha al contemplar,
aquéllas que aprendieron nuestros nombres…
ésas… ¡no volverán!
Muy Bonito. Gustavo Aldolfo Béquer basa su imagen poética en la idea de que las golondrinas que vuelven cada año son esencialmente iguales que las del año anterior, excepto en el hecho crucial de que no nos han visto a tí y a mí juntos. Sin embargo, de acuerdo con un trabajo reciente en Current Biology, es muy posible que las golondrinas estén evolucionando muy rápidamente y que los “culpables” de este fenómeno sean (curiosamente) los automovilistas.
Se trata de una especie particular de golondrina americana (Petrochelidon pyrrhonota), que construye sus característicos nidos de barro debajo de los puentes de las carreteras. No es extraño pues, que a las golondrinas les guste posarse en el asfalto situado directamente encima del nido y ahí está el problema. A pesar de que esta ave maniobra maravillosamente bien en vuelo, debido a la escasa longitud de sus patas, les cuesta levantarlo, de aquí la frecuente mortandad por atropellos que sufre. Los autores del artículo se han pasado cerca de 30 años recogiendo datos sobre esta especie y han podido establecer con claridad dos hechos: primero, que la frecuencia de atropellos ha disminuido significativamente a lo largo de los años y, segundo, que las alas de las golondrinas se han acortado también de manera significativa. A partir de estos hechos, los autores proponen que ambas cosas pueden estar relacionadas. Una golondrina de alas largas vuela más rápido, pero unas alas más cortas facilitarían a las aves levantar el vuelo con más rapidez. Ergo, las golondrinas estarían adaptándose a la peligrosa presencia de automóviles modificando su morfología de forma apropiada. Evolución a ojos vistas.
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