Niveles de organización

Aunque el mecanicismo sea aceptado por la mayoría de los biólogos hoy día, esta doctrina ha recibido una crítica que no podemos pasar por alto. Para explicar este argumento necesitamos recurrir primero a un concepto esencial en Biología, la idea de que los seres vivos poseen una estructura jerárquica organizada en niveles de organización. Yendo de lo grande a lo pequeño, observamos todas las formas de vida de la Tierra coexisten dentro de hábitats definidos, denominados ecosistemas, dentro de los cuales hay poblaciones de distintas especies. Cada población está formada por individuos y dentro de éstos podemos distinguir una estructura corporal a simple vista. Con mayor nivel de amplificación, distinguimos aparatos, órganos, tejidos y células. La célula constituye claramente la unidad funcional de los seres vivos, pero en su interior podemos distinguir varias estructuras sub-celulares, que están compuestas por moléculas. Las moléculas por átomos, los átomos por partículas sub-atómicas como electrones y neutrones y éstas por quarks. Lo que hay en el interior de los quarks no lo sabemos, pero según una teoría física no contrastada (y muy difícil de entender) la última división de la materia está constituida por cuerdas diminutas, las cuales vibran a ciertas frecuencias y estas vibraciones explican las propiedades de la materia y la energía. Según este esquema, la vida se asimila a una gran muñeca rusa.

Esta digresión viene a cuento porque los niveles de organización mencionados constituyen a su vez disciplinas de estudio. Por ejemplo, el biólogo molecular se ocupa preferentemente de los cambios que se producen en las moléculas en el interior de la célula, mientras que un ecólogo podría interesarse por los cambios que se producen en la población de una determinada especie. En cierto modo, esta distinción se hace por conveniencia. Resulta muy difícil abordar problemas científicos si no elegimos a priori el ámbito en el que se van a mover nuestras observaciones. Idealmente, la explicación completa de un fenómeno requeriría unir cadenas de explicaciones realizadas a diferentes niveles. Por ejemplo, si estamos interesados en estudiar un virus que afecta a las focas en el mar del Norte, podemos mirar los cambios que se producen en el interior de la célula infectada, los daños que se perciben en determinados tejidos, la alteración de órganos vitales de la foca, y también cuánto ha disminuido la población de focas a causa del virus y cómo ha afectado esto, por ejemplo, a las poblaciones de peces que constituyen sus presas. En principio, querríamos saberlo todo y para ello necesitaríamos un equipo de expertos eficaces y dispuestos a intercambiar información (no es tarea fácil, créanme).

El argumento contra el mecanicismo se basa en que las propiedades de un sistema en un nivel de organización no pueden ser enteramente explicadas en términos del nivel de organización inferior, ya que requieren esquemas conceptuales propios. Reconozco que la frase anterior es algo oscura y me apresuro a poner algunos ejemplos. Si queremos describir inteligentemente una catedral gótica no podremos hacerlo exclusivamente en función de las propiedades de las rocas que la componen. Estas propiedades pueden ayudarnos a entender algunas de las características de la catedral, tal vez el color, o tal vez el grosor de algunos muros pueda explicarse por la resistencia mecánica de la piedra. En todo caso, una explicación satisfactoria necesitará tener en cuenta factores históricos, como el desarrollo de los estilos artísticos y de la tecnología de la época.

Otro ejemplo; por lo que sabemos las neuronas son esenciales para el pensamiento consciente de los humanos; no es extraño que se esté dedicando tanto esfuerzo para entender su funcionamiento. Sin embargo, algunas de estas células pueden cultivarse en una placa de Petri; parece claro que las neuronas aisladas en una placa no son capaces de pensar; el pensamiento surge después de la integración de las neuronas en el nivel de organización superior. Por lo tanto, los procesos mentales no pueden explicarse exclusivamente en términos de neuronas. Tendremos que conocer también cómo éstas se ensamblan en estructuras cerebrales, las cuales serán capaces de interactuar y podemos suponer que el conjunto sea responsable del acto de pensar. En definitiva, entender los procesos mentales requiere desarrollar esquemas conceptuales que se apoyan, pero son diferentes, a aquellos que explican el comportamiento de las neuronas individuales.

En Biología, es frecuente que cuando pasamos a un nivel superior de organización, aparezcan propiedades que no son predecibles por el nivel de organización que se encuentra más abajo. A esta propiedad se le ha denominado emergencia y (cómo no) también ha sido objeto de una enconada polémica. A algunos mecanicistas, la idea les parece una forma semioculta de vitalismo y, recíprocamente, muchos vitalistas la consideran toscamente mecanicista. Polémicas aparte, es preciso reconocer que para explicar un fenómeno a determinado nivel tendremos que resolver problemas intrínsecos de nuestro nivel de organización, así como (idealmente) encontrar conexiones con los niveles superior e inferior. Que esto merezca o no el nombre de emergencia es, tal vez, una cuestión de nomenclatura. En todo caso, la idea resulta útil.

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El tamaño sí importa

Una de los argumentos empleados por los creacionistas para negar la Evolución es que no es fácil probar que el cambio evolutivo esté produciéndose en el presente. Desde luego, el argumento es completamente naïve. Equivale a afirmar que las estrellas son pequeñas porque parecen pequeñas. Normalmente, la historia evolutiva de las especies transcurre en millones (o cientos de millones) de años. Y, naturalmente, nuestras intuiciones no están preparadas para lidiar con una escala temporal así.

Sin embargo, hay algunos casos bien documentados en los que se ha podido pillar a la Evolución in fraganti. En el mundo de los microorganismos, tales casos son sumamente corrientes. Dentro de los insectos tenemos el famoso asunto de la Biston betularia, esa polilla de Inglaterra cuyo color cambió del blanco al gris a medida que los troncos de los abedules también se volvían también grises por efecto de la contaminación.

En el número de septiembre de la revista Evolution (Parzer and Moczek, 2008) tenemos otro bonito ejemplo de especiación en tiempo real entre escarabajos coprófagos de la especie Ontaphagus taurus. Esta especie es originaria de Italia, pero en los últimos años se ha expandido enormemente debido a la acción humana. El género Onthophagus tiene 2.400 especies conocidas, lo que sugiere que hay algo en la biología de estos animales que los hace particularmente proclives a generar nuevas especies.

La (fascinante) observación que hacen los autores del artículo es que parece existir un balance entre el tamaño de los cuernos y el aparato genital (en los machos) y que es, precisamente, este proceso el que parece acelerar la divergencia en especies diferentes. Las razones de este hecho no están completamente claras. Los investigadores suponen que se trata de un «compromiso» (trade-off) sobre el uso de los recursos disponibles, en este caso la energía de la que dispone la larva para desarrollar el cuerpo de un animal adulto.

Vayamos un poco más despacio. Estos insectos se alimentan de excrementos procedentes (generalmente) de grandes herbívoros. Sin ser exactamente insectos sociales, los individuos suelen agruparse en torno a su fuente de alimentación. Para poder aparearse, los machos pelean por el acceso a las hembras, y aquí un par de buenos «cuernos» constituye una ayuda inestimable. El tamaño importa.

Pero el que mucho abarca poco aprieta. Los investigadores han encontrado una correlación inversa entre el tamaño de las defensas y el tamaño de los genitales. Y aquí viene el punto clave. Si la densidad de población es alta, el ser un buen luchador puede no constituir un gran beneficio. En ese caso, un individuo con cuernos pequeños (mal luchador) pero con grandes genitales (buen amante) puede tener una apreciable ventaja, ya que es relativamente fácil aparearse con hembras que no están siendo “guardadas”. El tamaño sigue importando.

Dependiendo de las condiciones, la selección natural puede beneficiar a individuos con distintos tamaños de cuernos (y por tanto, de genitales). El tamaño de los genitales femeninos también sufre entonces presión selectiva (por razones obvias). Una vez que la población entra un callejón evolutivo de este tipo, la separación en una nueva especie puede ocurrir con mucha rapidez. Sin duda, el tamaño del aparato genital constituye una eficaz barrera reproductiva. Los autores del artículo han estudiado diversas poblaciones de este insecto y han podido constatar que lo que era hace 50 años una sola especie está a punto de convertirse en cuatro.

Si esto ocurre en medio siglo, qué no ocurrirá en cientos de millones de años.

Parzer, H.F., and Moczek, A.P. (2008) Rapid antagonistic coevolution between primary and secondary sexual characters in horned beetles. Evolution 62: 2423-2428.

Mecanicismo vs Vitalismo

Aun a riesgo de generalizar demasiado, puede decirse que las personas que han abordado el estudio de los seres vivos lo han hecho utilizando dos aproximaciones radicalmente distintas: el vitalismo y el mecanicismo (hay algunas posturas intermedias, pero es mejor no liarse ahora). Según el vitalismo, los seres vivos poseen un tipo de fuerza misteriosa, elusiva e inmaterial, denominada fuerza vital. Esta ‘entidad especial’ es la que confiere a los seres vivos sus propiedades. El vitalismo dominó el pensamiento biológico durante varios siglos y no está totalmente muerto; de vez en cuando resurge con una formulación ligeramente distinta. En particular, cuando se pretende explicar alguna actividad biológica ‘superior’, como la consciencia o la capacidad de razonamiento humana, es probable que alguien saque a relucir argumentos de tinte vitalista. En cualquier caso, es necesario hacer dos comentarios sobre esta doctrina filosófica. El primero es que no aporta ninguna explicación sobre el funcionamiento de los seres vivos; simplemente se limita a declarar que no son explicables. El segundo es que no tiene ninguna base empírica: no tenemos ninguna constancia de que la fuerza vital exista; de hecho, según los vitalistas, ésta es indetectable por sí misma, al estar intrínsecamente unida a los procesos vitales que alimenta.

El mecanicismo representa, naturalmente, la postura contraria y constituye, naturalmente, la postura oficial de este blog. Los seres vivos están formados de materia y energía, igual que los seres inertes; por lo tanto son explicables, en principio, en términos físico-químicos. Esto no quiere decir que la explicación sea fácil; en la mayoría de los casos no lo es, sólo que si persistimos en el intento, eventualmente llegaremos a ella. Evidentemente, el mecanicismo se encuentra perfectamente asimilado en la Biología moderna, mientras que el vitalismo es, sencillamente incompatible con ésta. No es de extrañar que el vitalismo sea una doctrina filosófica en retirada. En las últimas décadas, el avance espectacular de la Biología Molecular ha consistido justamente en esto: explicar más y más fenómenos vitales empleando términos y herramientas de la Física y la Química.

La polémica entre vitalismo y mecanicismo ha estado dando vueltas durante siglos, con buenos argumentos en cada uno de los bandos (quiero decir, argumentos elegantemente construidos). Independientemente de cómo fuera el curso de esta batalla, la ciencia ha tenido que ponerse del lado mecanicista. Esto puede parecer una postura dogmática, pero en realidad se trata de un imperativo lógico: la ciencia tiene que hacer como si las cosas fueran explicables por causas naturales. Sencillamente, sin esta suposición es imposible el avance científico. En el caso hipotético de que un fenómeno no fuera explicable por causas naturales (conste que yo no lo creo), por ejemplo un fenómeno para-normal, la ciencia fracasaría en el intento de explicar el fenómeno. Mala suerte. Pero durante el proceso tendría que hacer como si el fenómeno fuera explicable.

¿Qué es la vida? Un frenesí

Empecemos por el principio. ¿Qué es la vida? Es posible que entre sus recuerdos del bachillerato encuentre una especie de definición: “los seres vivos son aquellos que nacen, crecen, se reproducen y mueren”. Si pensamos un poco, en seguida resulta evidente que esta definición no es satisfactoria. En primer lugar, nacer y morir aluden al paso de la no-vida a la vida, y viceversa, de modo que el concepto de ‘vida’ está incluido en su propia definición. En segundo lugar, si bien es cierto que la mayoría de los seres vivos crece en algún momento, también lo hacen las montañas (muy despacito) y las cuentas bancarias (no la mía). En tercer lugar, no todos los organismos vivos llegan a reproducirse y, en general, no consideramos que aquellos que no lo hacen estén menos vivos. Está claro que la definición del bachillerato no es muy buena y me temo que no puedo ofrecerle otra mejor. El caso es que la Biología no tiene una definición rigurosa del concepto de vida y, sin embargo, esto no ha impedido a los biólogos aprender muchísimas cosas. Por otra parte, usted sabe lo que es un ser vivo y seguramente ésta le parece una discusión bizantina. No obstante, creo que merece la pena insistir un poco más en este tema, cambiando ligeramente nuestro punto de vista. En lugar de buscar una definición precisa, es posible fijarse en un conjunto de características que nos permitan definir por extensión el concepto de vida. Empecemos de nuevo.

Uno. Todos los seres vivos tienen una estructura compleja, tanto si los observamos a simple vista como si (sobre todo) los miramos por el microscopio. Al cabo de trescientos años de observaciones, los microscopistas han descrito con enorme detalle las estructuras organizadas en sistemas, órganos, tejidos y células que componen un organismo. Nos han mostrado que dichas estructuras son estables y reconocibles en cualquier individuo de la misma especie o incluso de otras especies. Para un profano no es fácil distinguir a simple vista un riñón de cerdo de uno humano. A medida que se construían microscopios más potentes, se han ido descubriendo nuevas e igualmente complejas estructuras, cada vez más pequeñas. En el interior de las células, los seres vivos disponemos de máquinas diminutas capaces de las funciones más variadas. Algunas actúan, por ejemplo, como motores, otras como pilas y otras como cerraduras de seguridad, permitiendo el paso al interior de la célula a determinadas sustancias.

Dos. Estas estructuras que componen a los seres vivos son altamente ordenadas. Aunque me estoy refiriendo aquí al concepto termodinámico de ‘orden’ o ‘entropía negativa’, nuestro concepto intuitivo de ‘orden’ es perfectamente aplicable. Los componentes de la células no están colocados al azar sino en lugares precisos y siguiendo ciertas reglas (de ahí que las estructuras sean reconocibles en diferentes individuos o especies). El Segundo Principio de la Termodinámica nos informa que todas los sistemas evolucionan espontáneamente hacia un mayor grado de desorden (como sabe bien cualquiera tenga hijos pequeños). Por lo tanto, las estructuras altamente ordenadas que vemos en las células son también altamente improbables, y el hecho de que existan y se mantengan estables durante largos periodos de tiempo contradice, en apariencia, las leyes de la Física.

Tres. El truco que emplean universalmente los seres vivos para ‘burlar’ a la Física consiste en emplear energía externa para mantener el grado de orden en el interior. Es posible encontrar una relación matemática entre entropía negativa (orden) y energía, pero por ahora nos basta con la idea intuitiva de que hay que gastar mucha más energía para ordenar un armario que para desordenarlo. Lo que en realidad nos dice el Segundo Principio es que la entropía tiende a aumentar en el Universo en conjunto, pero no es imposible que en una región concreta, como es el cuerpo de un ser vivo, esta tendencia se invierta, siempre y cuando sea posible gastar energía en el proceso. Naturalmente, en esto consiste el hecho de comer. La energía contenida en el solomillo que cené ayer se está empleando en mantener el grado de orden de mis estructuras celulares (y para algunas cosas más). Todos los seres vivos nos vemos obligados a ‘comer’, aunque el término signifique una cosa distinta para cada uno. Para una planta significa tomar el sol y el aire mientras absorbe despacito agua y sales minerales. En cambio, hay bacterias capaces de ‘comer y respirar’ rocas, es decir, de obtener energía a partir de reacciones químicas entre elementos minerales que encuentran en el interior de la Tierra. Para un amigo mío, ´comer´ significa acudir a un local con no menos de tres estrellas Michelin. Ya ven que hay gustos para todo.

Cuatro. Al fin y al cabo, no estaban tan descaminados nuestros profesores del colegio: el hecho de reproducirse constituye una característica muy especial de los seres vivos. Tal vez porque nos resulta cotidiano, es difícil apreciar lo asombroso de este proceso. Alejémonos un poco para adquirir perspectiva. Una sola célula (o un pequeño número) es capaz de construir un individuo completo, y para ello sólo necesita un cierto aporte de nutrientes y unas mínimas condiciones ambientales. Por ejemplo, en el caso de un huevo de gallina, todos los nutrientes están contenidos en el propio huevo y la única condición ambiental es que la temperatura se mantenga en torno a 38 grados. Este proceso es tan fantástico como si un Boeing 747 fuera capaz de auto-ensamblarse con la simple aportación de plástico, metal y otros materiales. Conviene recordar que un avión es un objeto menos complejo que un pollo (aunque mucho más caro). Una implicación importante es que la célula germinal contiene todas las ‘instrucciones’ necesarias para el ‘ensamblaje´ del organismo al que dará lugar. Es decir, contiene las instrucciones necesarias para fabricar un hígado, un cerebro, unos pies, etc… en el lugar y momento adecuados. En verdad, una tarea muy complicada de la que todavía no conocemos todos los detalles.

Cinco. Otra característica de los seres vivos es la que el Premio Nobel Jaques Monod (*) denominó ‘teleonomía’. Se trata de un concepto un tanto elusivo y proclive a crear confusión, pero discutirlo resulta esencial para nuestro propósito. El concepto alude al hecho de que los seres vivos parecen estar diseñados conforme a un ‘proyecto’ con objeto de cumplir ciertas funciones. Un ejemplo. Si criamos un pájaro en cautividad, éste desarrollará alas, plumas y otras estructuras que facilitan el vuelo. Tal vez no llegue a hacerlo si no le dejamos salir de la jaula, pero resulta evidente que el plan corporal del pájaro está encaminado al acto de volar. En definitiva, decir que los seres vivos son ‘teleonómicos’ equivale a afirmar que sus estructuras corporales están ‘diseñadas’ para realizar ciertas funciones en su hábitat natural. El concepto no es, en realidad, nuevo. Santo Tomás de Aquino empleó un argumento parecido como prueba de la existencia de Dios, y aun hoy, este argumento es aceptado por muchas personas creyentes. Como veremos, el argumento fue pulverizado a mediados del siglo XIX por Darwin y su teoría de la Selección Natural.

Tesoro enterrado

FUENTE | madri+d

2008 ha sido declarado por la ONU Año Internacional de la Patata. A primera vista, esto resulta un poco raro. ¿Por qué no un Año Internacional de la Berenjena o del Brécol?. Bien, no es lo mismo. La patata es algo mucho más importante en la alimentación humana y su importancia se deriva, no sólo del hecho de ser un cultivo milenario, sino también de su potencial para aliviar el problema del hambre en un futuro próximo.

Lo cierto es que nos encontramos en una situación muy delicada, en lo que se refiere a la seguridad alimentaria a nivel mundial. En las últimas décadas, se ha producido un relativo éxito en la lucha contra el hambre, ya que el porcentaje de la población mundial que sufre malnutrición ha disminuido de manera constante (aunque es cierto que esto no ha ocurrido en todos los países ni en la medida que sería deseable).

Sin embargo, en los últimos meses ha comenzado una crisis alimentaria mundial que amenaza con comerse estos magros avances. Los precios de los cereales básicos (trigo, arroz, maíz) prácticamente se han duplicado en el último año, provocando protestas e inestabilidad en numerosos países de África, Asia y América.


Fuente: CNICE

Aunque este tipo de problemas son siempre complejos, el núcleo de la crisis parece estar en el aumento de la demanda mundial de cereales (por un mayor uso en alimentación animal y bioenergía).

Si algo de positivo pudiera tener este hecho, sería el llamar la atención de la opinión pública sobre los retos que se presentan a la agricultura mundial en los próximos años y la necesidad imperiosa de afrontar estos retos con los mejores recursos disponibles.

En las próximas décadas, la población mundial seguirá aumentando en unos 100 millones de personas anuales, la mayor parte en países en desarrollo.

Ya no puede decirse que el problema fundamental de la agricultura sean los excedentes crónicos.

Lo que hace especial a la patata es que, además de ser un cultivo comercial de primera importancia, puede cultivarse eficientemente en huertos familiares, proporcionando alimento a los que más lo necesitan

Lo que hace especial a la patata es que, además de ser un cultivo comercial de primera importancia, puede cultivarse eficientemente en huertos familiares, proporcionando alimento a los que más lo necesitan. Sin duda merece el sobrenombre de «tesoro enterrado» que constituye el lema de este Año Internacional.

La patata pertenece a la familia botánica de las solanáceas. Una familia peculiar ya que contiene especies utilizadas por sus características nutritivas, como el tomate, pimiento y berenjena, así como especies muy venenosas, aunque empleadas tradicionalmente en farmacia, como la atropa, la datura, el beleño y la mandrágora. La propia patata produce un alcaloide tóxico, la solanina, aunque éste no se encuentra normalmente presente en el tubérculo.

Los incas las domesticaron allá por el siglo V a.c. y construyeron un imperio basado en este cultivo. La palabra domesticar suena un poco rara aplicada a una planta, pero el proceso es el mismo que en la domesticación de animales: un proceso de selección genética promovido por los humanos que modifica ciertas características de un ser vivo haciéndolo apto para su utilización. Los incas no sólo se las comían, también las adoraban y dependían de ellas. Ellos le dieron el nombre de ‘papa’.

Los españoles entendieron pronto la importancia de esta planta; Gonzalo Jiménez de Quesada la llevó a España como compensación por el oro que no pudo encontrar. En el siglo XVI, las patatas eran una comida corriente en los barcos españoles y pronto se vio que los marineros que las consumían no caían víctimas del escorbuto.

Según una leyenda, las patatas llegaron a Irlanda desde un barco español hundido de la Armada Invencible.

No obstante, el crédito por haber introducido este cultivo en Europa suele atribuirse a Antoine-Agustin Parmentier, un militar francés aficionado a la botánica.

Fuente: CNICE

Al parecer, empleó una estratagema para popularizar su uso: hizo que una guardia custodiase permanentemente su huerto de las afueras de París, aunque los soldados tenían órdenes de permitir el «robo» de los tubérculos. En efecto, las patatas fueron rápidamente robadas y sembradas en otros muchos huertos. En realidad, Parmentier introdujo este cultivo en Francia.

La patata es el cultivo que más se ha expandido en las últimas décadas en países en desarrollo

En el siglo XIX, la patata se había convertido en cultivo esencial en toda Europa, particularmente para los campesinos y clases desfavorecidas. En los años 1845-49, las cosechas de patatas en Irlanda fueron destruidas prácticamente es su totalidad por sucesivas plagas del ‘tizón tardío de la patata’ (Phytophthora infestans), provocando la famosa «Gran Hambruna Irlandesa«. A decir verdad, el tizón fue una condición necesaria pero no suficiente para provocar la hambruna, ya que Irlanda siguió exportando alimentos a Inglaterra (bajo escolta militar) durante esos años. Podría decirse que el fracaso de las cosechas, en las duras condiciones impuestas por el colonialismo británico, provocó el desastre.


Grabado español del s. XVI
mostrando la recolección
de patatas

Antoine-Agustin Parmentier
(1737-1813)

En la actualidad, la patata se cultiva en prácticamente todo el mundo. En zonas frías, como el N de Europa o Canadá, se cultiva como cosecha de verano, mientras que en regiones subtropicales se emplea como cosecha de invierno. Se trata de la cuarta cosecha mundial, con una producción de aproximadamente 300 millones de Tm.

Desde el punto de vista nutritivo, la patata es una excelente fuente de almidón, vitaminas y minerales

Es el cultivo que más se ha expandido en las últimas décadas en países en desarrollo. El rendimiento medio es de 16 Tm por Ha, pero esta cifra oculta enormes variaciones. En las mejores condiciones agronómicas, el rendimiento alcanza las 100 Tm por Ha, mientras que en condiciones no-comerciales no suele alcanzarse las 10 Tm (no obstante, el impacto de la patata en condiciones de auto-consumo es considerable). La patata tiene un índice de cosecha del 75-85%, lo que quiere decir que sólo un cuarto de la biomasa producida por la planta no es aprovechable. Comparado con otros cultivos, este índice es extraordinariamente alto.


Planta de patata infectada

Pero este alto rendimiento tiene un precio. El cultivo de la patata requiere agua, abono y suelos bien drenados.

Las plagas y enfermedades constituyen un serio problema, mermando considerablemente la cosecha. Afortunadamente, las perspectivas para la mejora genética de esta especie son buenas.

Desde el punto de vista nutritivo, la patata es una excelente fuente de almidón, vitaminas y minerales. Su contenido en proteínas es relativamente bajo, alrededor del 2%, aunque éstas son de buena calidad.

Si se complementa con una fuente de proteínas, es posible lograr una dieta «nutricionalmente correcta» basada en este cultivo.

A principios del siglo XX, el gran científico ruso Nikolai Vavilov (que moriría en 1943 en una de las cárceles de Stalin), organizó la primera expedición mundial para la recolección de germoplasma vegetal, así como los primeros bancos de semillas. En la actualidad existen diversas colecciones de semillas de patata, entre las que debe destacarse al Centro Internacional de la Papa de Lima (Perú). Estas colecciones abarcan miles de especies silvestres del género Solanum, así como variedades cultivadas de patata. Esta gran diversidad genética tiene un enorme potencial para el desarrollo de nuevas variedades resistentes a enfermedades o adaptadas a diferentes condiciones de cultivo.

La patata no debe verse solamente como un cultivo de subsistencia, ya que tiene un enorme potencial de mejora tecnológica y usos alternativos

Pero la patata no debe verse solamente como un cultivo de subsistencia, ya que tiene un enorme potencial de mejora tecnológica y usos alternativos. Por ejemplo, es una de las especies más empleadas en investigación para la fabricación de vacunas comestibles. Al introducir los genes correspondientes al antígeno deseado, se han creado variedades de patata que confieren resistencia a enfermedades a los individuos que las consumen. Estas vacunas comestibles reducen la necesidad de organizar costosas campañas de vacunación con personal especializado.


Fuente: CIP

El otro gran horizonte de la patata estriba en su utilización como cultivo industrial. El almidón del tubérculo no es útil sólo como alimento, sino que existen numerosas utilizaciones en la industria. Aparte de las aplicaciones alimentarias del almidón, tales como la fabricación de caramelos o espesantes, esta molécula tiene una importante aplicación en la fabricación de papel, pinturas, adhesivos, así como en la industria farmacéutica.

En las últimas décadas, se han producido considerables avances en la transformación química del almidón para adaptarlo a los usos mencionados. Sin embargo, muchos aspectos bioquímicos de la producción de almidón dentro de la planta son todavía poco conocidos. Sería imprescindible mejorar este conocimiento para poder desarrollar nuevas variedades con mayor producción/calidad de almidón.

Finalmente, debe mencionarse que los tubérculos de patata pueden emplearse para la fabricación de etanol, por lo que sería posible emplear este cultivo como fuente de energía.

Autor: Pablo Rodríguez Palenzuela (Centro de Biotecnología y Genómica de Plantas/
ETSI Agrónomos, Universidad Politécnica de Madrid)

Enlaces de interés
Weblog madri+d: Biología y Sociedad
Weblog madri+d: Seguridad Alimentaria y Alimentación

Anfibionte

¿Se acuerdan de los “malos” de las viejas películas del Oeste? Solían tener bigote, su caballo corría poco y su aspecto no dejaba lugar a dudas. Por alguna razón, los humanos somos aficionados a crear categorías perfectamente definidas. Blanco/Negro. En muchas ocasiones nos ayudan a pensar con claridad, pero otras veces nos llevan al huerto. Sencillamente, a veces la realidad no se ajusta a categorías precisas y discretas. Esto es particularmente cierto cuando nos movemos en el mundo de los seres vivos.

Cuando a finales del siglo XIX, Pasteur descubrió que muchas enfermedades estaban provocadas por bacterias, la humanidad adquirió un “malo” de película. No cabía duda de que las bacterias -al menos las que causan enfermedades en humanos- son malas malísimas. Comenzó una cruzada contra ellas. Había que eliminar la mugre y los focos de insalubridad. Sin duda, el progreso en las medidas sanitarias tuvo un efecto enorme en alargar la esperanza de vida.

Aparece el “malo”. Su nombre es Helicobacter pylori y su entrada en el panteón de los microorganismos infecciosos es relativamente reciente. Apenas un par de décadas. No obstante, la relación entre esta bacteria y la úlcera de estómago está bien establecida. Curiosamente, antes se pensaba que la úlcera era una enfermedad de origen psicológico/psicosomático y se debía exclusivamente al estrés (eso no quiere decir que el estrés psicológico no pueda contribuir). Pero el verdadero culpable –el malo- es Helicobacter.

Sin duda, se trata de una bacteria notable. Habita en el estómago de muchos mamíferos, el cual tiene un pH tremendamente ácido. La mayoría de las bacterias son incapaces de sobrevivir largo tiempo en estas condiciones. Esta asociación ha sido extraordinariamente larga en la Evolución. Según la hipótesis más aceptada, los antecesores de los mamíferos –hace unos 150 millones de años- ya eran colonizados por los antecesores de los Helicobacter. H. pylori sólo infecta a Homo sapiens y algunas especies cercanas. Cuando los primeros humanos modernos salieron de África, hace unos 58.000, seguramente llevaban a esta bacteria en su estómago. Cuando dos especies llevan mucho tiempo juntas, es normal que sus relaciones acaben siendo bastante complejas.

Desaparece el “malo”. Hasta hace unas pocas décadas. Prácticamente todo el mundo tenía a esta bacteria en su estómago. Sin embargo, con el uso frecuente de antibióticos y las extremas medidas de asepsia que suelen darse en las casas de los habitantes de los países ricos, esta situación ha cambiado por completo. En Estados Unidos se estima que menos del 10% de los niños menores de 10 años tienen Helicobacter (menos aun si son urbanitas) ¡Nuestra bacteria está en peligro de extinción! ¿Y qué? Pensarán. No vamos a preocuparnos por un microbio productor de úlceras de estómago.

Sin embargo, tal vez no sea una buena idea exterminarla. Al menos esta es la opinión de Martin Blaser y su equipo de la New York University of Medicine. Al hacerse cada vez más rara, los investigadores han podido cuantificar la frecuencia de diversas enfermedades en las sub-poblaciones con y sin Helicobacter. Y el panorama que emerge, después de analizar aproximadamente una docena de estudios independientes, nos muestra fuertes asociaciones inversas entre esta bacteria y otras enfermedades. En concreto con cáncer de esófago, asma, alergias y obesidad. Y estas correlaciones inversas parecen ser tan consistentes como la correlación directa con la úlcera de estómago.

Es cierto que las correlaciones pueden ser engañosas. Sin embargo, los científicos están empezando a formular hipótesis para explicarlas. En primer lugar, la presencia de H. pylori afecta a la regulación del pH del estómago, la cual es bastante compleja. El estómago en sí es un órgano con múltiples funciones. Por ejemplo, secreta las hormonas leptina y ghrelina, esenciales en el control del apetito y el peso corporal. Además, esta bacteria modula la respuesta inmunológica en los tejidos circundantes. Parece claro que existen múltiples y significativas diferencias entre los estómagos positivos o negativos para Helicobacter y que estas diferencias pueden tener consecuencias en muchos procesos fisiológicos.

Aunque todavía no sabemos mucho sobre las complejas relaciones entre esta bacteria y nuestro estómago, es posible que los efectos globales no sean negativos. Es posible incluso que sean positivos. Se emplea el término “anfibionte” para designar una relación patógeno-hospedador que puede ser positiva o negativa para este último dependiendo de las circunstancias. Tal vez, desde la perspectiva del siglo XXI, no deberíamos ver a H. pylori como un enemigo natural, sino como un amigo algo pesado y a veces malintencionado. En un futuro próximo, los médicos quizá no traten de eliminarlo, sino de sustituirlo por cepas de la bacteria adecuadas para cada individuo.

Para ello tendremos que conocer bastante mejor a nuestro viejo amigo/enemigo.

Generación espontánea (3)

A mediados del siglo XVIII, los partidarios de la generación espontánea empezaban a batirse en retirada, pero aun no daban por perdida su causa, ni mucho menos. De acuerdo -decían- el experimento de Redi demuestra que los insectos proceden de los huevos de otros insectos, pero las formas de vida ‘auténticamente inferiores’ que había descubierto Leeuwenhoek eran otro cantar. Los protagonistas de este segundo asalto fueron dos curas católicos; un inglés, John Needham y un italiano, Lazzaro Sapallanzani. Needham, que debía ser un gran aficionado a la cocina, preparó varios frascos de salsa de carne de cordero. Calentó los frascos en el fuego y puso tapones de corcho. Al cabo de unos días todos los frascos contenían salsa estropeada y un ejército de microbios nadaba en sus aguas. Lo que demuestra, fuera de toda duda –afirmaba el clérigo- que la generación espontánea de microorganismos es posible.

Pero Spallanzani no estaba impresionado. Éste había estudiado Física en la Universidad de Bolonia y había trabajado largos años como naturalista, realizando largas expediciones por todo el Mediterráneo, recolectando y clasificando especimenes de todas clases. Para él era evidente que el experimento de Needham tenía fallos. En primer lugar, los tapones de corcho no cierran herméticamente los frascos y, en segundo lugar, el hecho de calentar la salsa no asegura la muerte de todos los microorganismos que contiene. Por tanto, Lazzaro se aprestó a realizar una versión mejorada del experimento. Para ello empleó una salsa parecida a la del anterior. Colocó la salsa en frascos de vidrio, los cuales fueron calentados y permanecieron en ebullición a tiempos crecientes y rigurosamente controlados. Nada más terminar, los frascos fueron sellados herméticamente. Tal como se esperaba, los frascos que habían sido hervidos por encima de un cierto tiempo se conservaron inalterados. Un elegante experimento que debía haber zanjado la cuestión.

Pero no fue así. Lo que usted ha hecho, señor Spallanzani –vociferaban– es ‘torturar’ la fuerza vital e impedir que el aire fresco entre en contacto con la salsa. De este modo ha impedido la generación espontánea, para la cual el oxígeno es indispensable. La polémica continuó otros cien años, con los ánimos bien caldeados y un mínimo de experimentación.

El siguiente asalto lo protagoniza un biólogo alemán, Theodor Schwann. En 1838 repite el experimento: pone a hervir salsa de carne en un frasco. Esta vez, el aire puede acceder al frasco después de hervido, pero ese mismo aire es calentado previamente con un mechero con objeto de matar a los microorganismos, que de otro modo re-infectarían la salsa. A su vez, el aire que ha pasado por el frasco de salsa es recogido y se demuestra que contiene oxígeno. Queridos oponentes, supongo que estarán satisfechos.

No lo estaban. Nada más publicarse estos resultados, el eminente químico Justus von Liebieg lanzó todo el peso de su considerable prestigio a favor de la teoría de la generación espontánea, a pesar de que no tenía absolutamente ningún dato experimental en ese sentido. La polémica continuó hasta los años 70 del siglo XIX, en los que Luis Pasteur logró convencer a la comunidad científica mediante experimentos similares a los de Schwann. En casi trescientos años, éste fue prácticamente el único avance ‘conceptual’ de la Biología. Un balance muy pobre si lo comparamos con lo que ocurriría desde la mitad del siglo XIX hasta el presente.

Generación espontánea (2)

Nuestra historia continúa en la ciudad holandesa de Delft. Es fácil imaginar la escena, basta pensar en alguno de los maravillosos cuadros de la pintura flamenca de la época. El cuadro representa a don Antón van Leeuwenhoek, maestro pulidor de lentes, comerciante de telas y alto funcionario del Ayuntamiento de Delft. El maestro es un hombre alto y rubio de unos 40 años. Sabemos que es un hombre de gran inteligencia y que sus contemporáneos le tienen en gran estima. Huérfano desde los 16 años, ha sido capaz de labrarse un porvenir con sus propias fuerzas. Primero, como aprendiz en un comercio de telas. Más tarde en su propio establecimiento, que administra con eficacia y acierto. Unos años después, el Consejo de Síndicos le pide que participe en la administración de la ciudad, labor que acepta y a la que dedica buena parte de su energía.

Sin embargo, no es esto lo más importante. Lo que de verdad apasiona a Leeuwenhoek, es el arte de construir lentes y en esto es un consumado maestro; seguramente uno de los mejores de su tiempo. Las lentes de aumento son una herramienta esencial para un comerciante de telas y esta demanda ha favorecido el desarrollo de una tecnología compleja. Pulir las lentes es una labor sumamente delicada. Después hay que montarlas en un bastidor de metal y un delicado tornillo permitirá ajustar la distancia del objeto a la lente, posibilitando el enfoque de la imagen. El cuadro nos muestra algunas lentes terminadas y numerosas herramientas empleadas en el proceso, con el característico amor al detalle de los pintores flamencos. Sin embargo, no puede decirse que la escena sea completamente cotidiana; la mirada agitada del maestro, el gesto de su joven aprendiz, nos indican que el momento representado es muy especial. El maestro acaba de terminar de pulir una lente y se apresura a probar su funcionamiento. Al parecer, un trabajo excelente. En ese momento, una mosca se posa justo encima. Irritado, el maestro la atrapa con un rápido movimiento y ya va arrojarla al suelo cuando una idea le cruza por la cabeza ¿Por qué no utilizar la lente para observar la mosca? A mediados del siglo XVII esta idea es completamente ridícula; las lentes sirven para mirar telas, no moscas. Pero Leeuwenhoek es un hombre especial, capaz de pensar de forma diferente a sus contemporáneos. Coloca la mosca en el microscopio y ajusta el tornillo con delicadeza. Lo que ve le llena de sorpresa. Con el aumento, la mosca no parece una mosca, sino un terrible monstruo de ojos saltones y extraños apéndices que mueve sin cesar.

El maestro está muy excitado. En las siguientes horas va a mantener una actividad frenética observando con la lente los objetos más variados. De pronto, se le ocurre una idea aun más absurda que la primera. Coloca en el microscopio una gota del agua sucia del jarrón que contiene unas flores marchitas ¿qué puede haber en una gota de agua, excepto agua? Sin embargo, cuando logra enfocar lo que aparece le hiela la sangre en las venas ¡El agua está rebosante de vida! Extraños animales que no pueden verse a simple vista, que se mueven y que poseen las más variadas formas. Todo un mundo microscópico que hasta ahora había pasado inadvertido. Nadie en el mundo, en todos los siglos de historia, había imaginado la existencia de este mundo microscópico. Este es el momento que ha representado nuestro artista imaginario.

Afortunadamente, Leeuwenhoek no se llevó su secreto a la tumba, sino que escribió a la Royal Society inglesa sobre su hallazgo, y aunque no resultó fácil, acabaron creyéndole y eligiéndole miembro de la Sociedad. Leeuwenhoek es considerado, con justicia, el fundador de la Microbiología.

Generación espontánea (1)

Nuestra historia comienza en la bella ciudad de Pisa, a mediados del siglo XVII y su protagonista es Francesco Redi, físico, poeta y miembro de la prestigiosa ‘Academia del Cimento’, que había sido fundada en Florencia para continuar la obra de Galileo. Por aquel entonces la idea de la ‘generación espontánea’ era ampliamente aceptada; según ésta, la vida podía surgir espontáneamente a partir de materia en descomposición. La idea tenía su origen (cómo no) en Aristóteles y, hasta entonces, a nadie se le había ocurrido cuestionarla. Es preciso matizar que en aquella época no se pensaba que animales ‘superiores’, digamos un perro o un gato, podían surgir espontáneamente del ‘lodo’. El tipo de vida que podía generarse era de ‘naturaleza inferior’, por ejemplo, gusanos o larvas de insecto. Insisto en que no se sabía prácticamente nada sobre el funcionamiento interno de los seres vivos; de ahí es fácil suponer que seres ‘simples’ en apariencia fueran también ‘simples’ por dentro, por lo que no es tan difícil pensar que pudieran surgir espontáneamente.

Podemos imaginar al bueno de Francesco paseando por el ‘Campo del Miracoli’, junto a la famosa torre de Pisa, enfrascado en sus pensamientos. Lo cierto es que no tenemos ni idea de qué le llevó a cuestionar una visión aristotélica que parecía cuadrar bien con la intuición. Fuera lo que fuera, Redi intuyó que había algo erróneo en la idea y para comprobarlo se le ocurrió un experimento. Los gusanos se desarrollan sobre la materia en descomposición –pensó Redi- pero yo sé que tales gusanos son las larvas de las moscas, las cuales visitan con fruición estos lugares ¿no será que las moscas ponen huevos y de los huevos salen los gusanos? Redi preparó en su cocina cuatro pares de frascos iguales. En el primero puso serpientes muertas, en el segundo pescado, en el tercero anguilas y en el cuarto carne de ternera. Luego tapó uno de los frascos de cada pareja con una muselina, que impedía el paso a los insectos, y dejó los otros al aire. Era verano y las moscas empezaron a llegar, con gran satisfacción de Redi, pero no tanta de su cocinera. Tal como esperaba, los gusanos aparecieron exclusivamente en los frascos al aire. También observó que las moscas se sentían atraídas hacia los frascos tapados y que con frecuencia se posaban en la muselina. Hoy día, esta forma de proceder nos parece elemental, pero para un físico y poeta del siglo XVII debió ser algo completamente original. Lo más importante es que Redi se dio cuenta de que en un experimento de estas características podían influir muchas variables y que la única forma de llegar a alguna conclusión residía en utilizar pares de frascos que sólo difirieran en un factor: el hecho de estar o no tapados. Acaba de inventar la idea de experimento control que sigue siendo esencial para la experimentación biológica.

Reseña: El Mito de la Educación

A medida que avanza este blog, la polémica genes vs educación resulta irrelevante, o aun peor, cansina. Por supuesto, los genes cuentan. Elíjase un ambiente lo bastante homogéneo y los efectos de los genes aflorarán. Por supuesto, el ambiente cuenta. Elíjanse ambientes culturalmente muy distintos y las consecuencias se harán patentes. Ya estamos aburridos de esto. Lo que queremos saber es cuáles son los genes implicados y cómo actúan. Y sobre todo, queremos saber cuáles son los factores ambientales relevantes. Los estudios de heredabilidad son bastante inútiles para ambos fines. En el caso de los genes, la caza ya está en marcha y aunque de momento no ha sido tan fructífera como se esperaba, tenemos que darle algún tiempo. En el caso de los factores ambientales, la situación es más complicada. Hemos visto que, en la mayoría de los caracteres estudiados, cerca de la mitad de la varianza se debía a factores ambientales únicos, pero no tenemos nada claro cuáles son estos factores. En la opinión de los autores de estos estudios, tal cosa resulta un misterio. Para explicarlo, llegan a insinuar que los padres no se esfuerzan lo suficiente en la educación de los hijos, lo cual se encuentra a una distancia de tres micras de decir que la educación no tiene ninguna influencia. Transcribo textualmente:

Nuestros resultados, así como los de otros grupos, no implican que la educación carezca de efectos a largo plazo. La increíble similitud de los gemelos criados aparte en sus actitudes sociales (p.e. conservadurismo y religiosidad) no muestran que los padres no puedan influir sobre estos rasgos, muestran simplemente que esta influencia no suele producirse en la mayoría de los casos.

(Bouchard et al., 1990 Science 250:223-229)

Estos investigadores tienen que hilar muy fino. No es que no se pueda influir sobre los hijos, es que los padres no se lo toman en serio. Parece como si estuvieran haciendo un esfuerzo denodado por salvar los muebles, esto es, nuestra querida y arraigada noción de que los padres son importantes en determinar la personalidad de los hijos. Un punto de vista mucho más radical, y en cierto modo, incendiario es el de la psicóloga Judith Rich Harris, presentado en su libro “El Mito de la Educación[1]. Harris afirma a grandes rasgos tres cosas: 1) que los miles de estudios de ‘socialización’, cuyo fin es identificar la efectividad de diferentes ‘estilos de crianza’, son básicamente inválidos; 2) que los padres tienen una influencia escasa o nula sobre la personalidad de los hijos, tal como se deduce de los estudios de gemelos y de adopción; y 3) que la socialización de los niños y jóvenes se produce a través del contacto con sus amigos. Serían pues, los colegas los verdaderos padres y maestros.

En la primera parte de su libro, Harris, ataca sin piedad los métodos empleados en los estudios de socialización, los cuales se realizarían más o menos así: se elige un niño dentro de una familia y se analiza tanto el ‘estilo de crianza’ como la personalidad/inteligencia del niño; se realizan suficientes observaciones de manera que se pueda encontrar alguna correlación entre ambas cosas. Típicamente, estos estudios encuentran que las personas inteligentes y sensatas, capaces de controlar su vida, y que educan ‘bien’ a sus hijos, tienen, en general, hijos, inteligentes y sensatos y capaces de controlar su vida (y a la inversa). De aquí concluyen que ‘las buenas prácticas educativas tienen efectos positivos sobre la personalidad’ ¿Es eso cierto? Debería serlo, miles de psicólogos y educadores no pueden estar equivocados. Lo están, afirma Harris, estos científicos están llevando sus conclusiones mucho más lejos de los que permitirían los datos. En primer lugar, estos estudios no permiten distinguir los efectos genéticos de los educativos. Pudiera ocurrir que las personas inteligentes y equilibradas tengan hijos con estas características, debido a que les transmiten sus genes. De hecho, cuando se diseña el estudio para distinguir este tipo de efectos, como ocurre con los gemelos criados aparte, lo que se ve es que la educación tiene poca influencia.

Harris emplea otros argumentos adicionales. El primero es que el ‘estilo de crianza’ es característico de cada cultura. Por ejemplo, en USA los ‘asiáticos’ suelen emplear un estilo de crianza más autoritario que los ‘blancos’, a pesar de los cual no se ha detectado un efecto negativo en la personalidad (y de hecho su media del CI es más alta). Por otro lado, el estilo educativo ha cambiado en los últimos años en muchos países, haciéndose menos autoritario y más ‘correcto’ ¿dónde están los beneficios de estos cambios? Harris apunta la idea de que cada sociedad tiene su Mito de la Educación, es decir, un estilo de crianza socialmente aceptado, aunque no necesariamente el mejor ni el único posible.

Otro argumento se basa en la falta de efectos detectables en las familias no convencionales. Si el papel de los padres es fundamental, qué ocurrirá si no hay padre o si ambos ‘esposos’ son del mismo sexo u otras combinaciones por el estilo. La respuesta es: nada. Los hijos de madres solteras, de parejas homosexuales o de padres divorciados no son significativamente distintos del resto de los niños, de acuerdo con muchos trabajos. Sin olvidar que el proceso de ‘educación’ es una carretera de doble vía. Solemos asumir que la influencia va de padres a hijos, pero también fluye en sentido contrario. Un niño de carácter muy difícil va a generar respuestas negativas de sus padres, lo que se traduce un ambiente emocional y educativo peor. Como dice el viejo chiste: “Pobre Jaimito, viene de una familia destrozada”. “No me extraña; Jaimito puede destrozar a cualquier familia.”

Más razones esgrimidas por Harris. El sistema educativo tradicional de las clases altas europeas y americanas consistía en minimizar el contacto de padres e hijos, ‘encasquetando’ la educación de la prole a niñeras, institutrices o colegios internos. Y sin embargo, los hijos de las clases acomodadas se convertían en adultos muy parecidos a sus padres y enseguida adquirían su acento y, casi siempre, sus gustos sofisticados.

En definitiva, lo que Judith Harris dice es: “¡Oigan, el Emperador está desnudo, y si tienen alguna duda, no le pregunten a los sastres!” Hay que decir que esta investigadora estaba completamente fuera del ‘sistema’ cuando publicó sus trabajos; de hecho, no pertenecía a ninguna universidad y su trabajo remunerado consistía en escribir libros de texto de Psicología. Por tanto, podemos pensar que se encontraba aislada del adoctrinamiento y fuera de los círculos de intereses que existen en todas las disciplinas. Ella no tenía nada que perder por ‘tocar el silbato’.

En la segunda parte del libro la cosa cambia completamente, y hay que decir que resulta muy poco convincente. Harris no presenta pruebas concluyentes con las que sostener su teoría. Ya sabemos que los ‘amigos’ son importantes para niños y adolescentes. Tenemos mucha evidencia anecdótica respecto a la importancia de los grupos, pero lo que se exigía aquí era ir más allá de la anécdota. El problema de fondo es que no está nada claro de qué está hablando Harris. Bien puede ser cierto que el grupo de amigos constituya una influencia cultural importante y explique por qué los jóvenes se vistan de determinada manera o se hagan ‘piercing’; pero eso no es lo que estábamos tratando de averiguar. La pregunta se refería a características de la personalidad medibles mediante tests. Harris no presenta, por ejemplo, datos de correlación en el CI de los grupos de colegas o si pertenecer a determinada ‘tribu urbana’ sea la causa de que tu personalidad evolucione en determinado sentido. Se limita a dar argumentos que simplemente ‘suenan bien’, pero no ‘suenan mejor’ que la vieja idea de que la influencia de los padres es decisiva.

Lo cierto es que la mayoría de las personas piensa intuitivamente que el argumento de Harris debe ser equivocado; los padres tienen que importar. E importan, pero ¿para qué importan? Quizá el problema esté en que cuando nos referimos a la influencia de los padres estemos hablando de muchas cosas diferentes. Claramente, los padres proveen cuidados, apoyo emocional, educación formal y otras experiencias educativas y recreativas; imponen un determinado nivel de disciplina, pueden transmitir valores culturales y conocimientos prácticos y poseen cierta influencia sobre el ambiente social en el que se mueven sus hijos; por si fuera poco, les dejan su dinero y propiedades en herencia. Todas estas cosas afectan a la vida de los hijos, lo que no está tan claro es que afecten a su personalidad o a su inteligencia. Lo que podría esperarse de este proceso educativo es que los niños crezcan relativamente sanos (si nada se tuerce), que se integren en la vida social del barrio/colegio, que adquieran información y habilidades y, tal vez, ciertos valores culturales. Por ejemplo, la mayoría de los judíos ortodoxos son hijos de judíos ortodoxos; el ‘credo’ que uno adopta es un valor cultural (aunque el nivel de religiosidad tiene influencia de los genes). Sin embargo, esto no es generalizable a cualquier carácter. En general, no pensamos que la elevada estatura de algunas personas se deba a que de pequeño le obligaban a comer, digamos, hígado de cerdo (y hacemos bien en no creerlo); a pesar de que la alimentación puede influir en la estatura, una vez que el niño en crecimiento tiene una alimentación adecuada, el que sea alto o bajo depende más que nada de sus genes. Análogamente, no hay ninguna razón para pensar que características psicológicas como la tendencia a la ‘búsqueda de novedad’ o a la ‘evitación del daño’ sea consecuencia de un programa educativo concreto.

En resumen, los estudios de gemelos y las observaciones de Judith Harris han puesto el dedo en la llaga acerca de lo que sabemos realmente: ¿en qué rasgos de la conducta tienen los padres influencia? ¿Cómo afecta una infancia ‘dura’ al desarrollo de la personalidad? ¿Cómo debería manejarse la desigualdad natural? No parece que tengamos una respuesta contundente a estas preguntas. Por desgracia, nadie tiene una receta infalible para conseguir hijos listos y equilibrados. Y sin embargo, culpar a los padres por nuestros defectos y limitaciones constituye una conveniente forma de auto-justificarse.


[1] Harris, J, “The Nurture Assumtion: why children turn out the way they do” Free Press, New York. 1998. Edición española: “El Mito de la Educación” Debolsillo, Barcelona. 1999

Nos vemos en Septiembre

Se acercan mis vacaciones y voy a pasar unas semanas sin poder ocuparme del blog (aunque espero volver con renovados ánimos después del verano). Así que me ha parecido una buena idea rescatar estas «conclusiones preliminares», sobre qué cosas nos puede explicar la Psicología Evolucionista acerca de la Naturaleza Humana. Imagino que no todo el mundo estará de acuerdo y podremos hablar de ello después del verano.
Un abrazo a tod@s

1 ) La razón es un producto de la evolución. Somos animales y hemos evolucionado a partir de un antecesor probablemente parecido a los actuales chimpancés, pero evidentemente, somos muy distintos de las demás especies. El lenguaje, la cultura y la capacidad de razonar han cambiado (en buena parte) las reglas del juego de la Evolución. No obstante, estas características han surgido (probablemente) como adaptaciones a un ambiente dado y constituyen una parte esencial de nuestro fenotipo.

2 ) La conducta constituye un objeto de la Evolución. Todas las especies manifiestan conductas características, que son importantes para la supervivencia de los individuos. Estas conductas están determinadas genéticamente, aunque muchas veces también tienen que ser refinadas mediante aprendizaje. En muchas especies de animales se han identificado mutaciones que afectan a aspectos particulares del comportamiento. Es evidente que la conducta de los animales está sujeta a la variación y a la selección natural, de la misma forma que lo están las características anatómicas y fisiológicas.

3 ) El determinismo genético es un invento. Los genes no determinan el 100% del destino de los humanos y la influencia del ambiente siempre tiene una gran importancia. El hecho de que los genes tengan alguna influencia en la determinación de bastantes características (peso, propensión a enfermar, CI y varios aspectos de la personalidad) no excluye que la educación sea esencial para todos los individuos.

4 ) Todos los humanos somos genéticamente muy semejantes, por lo que no tiene sentido hablar de ‘razas’. La hipótesis, ampliamente aceptada, de la Eva Mitocondrial indica que todos los humanos actuales tenemos una antecesora común relativamente reciente. Además, numerosos estudios sobre la variabilidad humana indican que las diferencias entre las denominadas ‘razas’ se limitan a algunos caracteres superficiales, y son muy pequeñas comparadas con la variabilidad que encontramos dentro de cada población.

5 ) ‘Explicar’ no implica ‘justificar’. Que algo sea ‘natural’ no quiere decir que sea moralmente bueno. El estudio de la Naturaleza Humana no permite sacar conclusiones morales. Este es el pivote esencial de la Psicología Evolucionista.

6 ) Todas las culturas contienen elementos comunes. Esto nos indica que existe una Naturaleza Humana, la cual es maleable, pero no infinitamente maleable.

7 ) Existen diferencias innatas (pequeñas pero significativas) entre hombres y mujeres, particularmente en lo que atañe a los criterios de elección de pareja y otros aspectos de la reproducción. Esto no implica que un sexo sea mejor que otro ni que esté justificada la discriminación en modo alguno. Este hecho no debería ser un obstáculo para las revindicaciones feministas, sino una parte integral de las mismas.

8 ) Aunque la tendencia a la agresión debe tener componentes genéticos, su manifestación depende mucho de la herencia cultural. Las distintas sociedades (o grupos dentro de las sociedades) varían muchísimo en cuanto a la frecuencia de los comportamientos violentos, lo que indica que se trata de un carácter muy susceptible al condicionamiento. No obstante, se han identificado algunas características genéticas que pueden pre-disponer a algunos individuos hacia la agresión.

9 ) El lenguaje es un instinto. La facilidad con que los humanos aprenden a hablar cuando tienen aproximadamente dos años de edad sugiere que esta capacidad está pre-programada. Los estudios en Neurobiología y la Genética sugieren que existen circuitos cerebrales/genes especialmente implicados en esta tarea.

10 ) En todos los grupos humanos existe algún tipo de organización jerárquica, aunque ésta pueda ser muy laxa. La preocupación por el propio estatus constituye una de las motivaciones individuales más importantes, aunque este rasgo no esté exento de variabilidad entre individuos y, sobre todo, los factores que contribuyen al estatus personal varían enormemente en distintas sociedades.

11 ) El ‘altruísmo recíproco’, expresado como una tendencia a devolver los favores (y vengar las ofensas) tiene, posiblemente un origen evolutivo, y un asiento en las estructuras cerebrales. Este fenómeno parece estar en el núcleo de los códigos morales que han desarrollado las distintas sociedades.

12 ) Si desciframos la ‘lógica del titiritero’ estaremos en mejor posición para cambiar lo que no nos guste.

Díme dónde votas y te diré a quién votas

Las leyes electorales (al menos en España) prohíben cualquier tipo de propaganda política desde el día anterior a las elecciones propiamente dichas. Aunque entiendo la lógica de esta norma, siempre me había parecido un poco exagerada ¿Cómo es posible que alguien cambie su voto por el mero hecho de ver un cartel de camino al colegio electoral? ¿Hay alguien que se deje influir de tal modo?

Al parecer, ese es el caso, según un artículo reciente publicado en los Procceding of the Academy of Natural Sciences USA. Y la ley electoral aun se queda corta. Según los autores de dicho estudio, el lugar físico donde se realizan las votaciones tiene un efecto significativo sobre el voto. A este curioso fenómeno de han dado el nombre de «Contextual priming», cuya traducción al español no es inmediata, pero sería algo así como «iniciación por contexto», o -menos literal- influencia del contexto.

Los investigadores partían de la hipótesis de que, en efecto, existe este fenómeno. Pero ¿cómo podría afectarnos el entorno? Imaginemos que se ha convocado un referéndum para aprobar o no una ley que liberaliza el aborto. Sigamos imaginando que un ciudadano ha llegado a la conclusión de que está a favor de esta ley a pesar de sus creencias religiosas. pero sucede que el colegio electoral está situado en una iglesia. Cuando se dirige a depositar su voto, su mirada se cruza con una imagen de la Virgen María, que parece que le está mirando fijamente. Nuestro ciudadano no puede resistirlo y en el último momento cambia su voto.

La situación que eligieron los investigadores para contrastar su hipótesis es similar, aunque un poco menos radical. Se fijaron en unas elecciones en el estado de Arizona, en las que -al mismo tiempo- se hacía un referéndum con una propuesta de subir los impuestos locales (del 5.0 al 5.6%) para aumentar el presupuesto en educación. Los autores predecían que el hecho de votar en una escuela tendría una influencia favorable sobre esta pregunta, con respecto a los que votaban en otro tipo de dependencias.

Para poder asegurar que el entorno tiene influencia sobre el voto es necesario descartar que existan correlaciones que puedan inducir a error. Por ejemplo, es posible que en sectores más progresistas haya más apoyo para este tipo de iniciativas y, a la vez, mayor probabilidad de que se utilicen las escuelas como colegios electorales. Descartar este tipo de efectos siempre es bastante difícil, pero hay algunas técnicas estadísticas que permiten soslayar la cuestión. Si alguien quiere entrar en los detalles técnicos, el link al artículo está aquí.

Lo curioso es que ninguno de los votantes (posteriormente encuestados) pensaban que el lugar de la votación pudiera tener alguna influencia sobre el resultado. Volviendo al tema de las iglesias y el aborto, he visto en internet que existe una asociación (en USA) que propugna que no se utilicen las iglesias para realizar votaciones.

Como decía Ortega: «yo soy yo y mis circunstancias».

Sexo en las aulas

Aprovechando que el calor reina en todo el Hemisferio norte, quiero desenterrar el tórrido tema de las “preferencias de apareamiento” en nuestra especie. Dicho en cristiano, qué es lo que nos hace encontrar sexualmente atractivas a determinadas personas. El tema es espinoso, además de tórrido, y me ha costado alguna que otra “bronca”, por decir que estas preferencias no son iguales en hombres y en mujeres. Naturalmente, no es que lo diga yo. Lo dicen muchísimas publicaciones (en revistas internaciones y con revisores) (más info aquí), lo que tampoco significa que haya que creerlas a pies juntillas, pero sí que habrá que leérselas para poder rebatirlas.

Los estudios han encontrado repetidas veces que los hombres valoran más la belleza física y la juventud en sus potenciales parejas que las mujeres. La parte de la juventud se explicaría, en términos evolutivos, en función de la rápida disminución del potencial reproductivo de las mujeres después de los treinta y tantos. La parte de la belleza física es un poco más misteriosa, ya que nuestros parientes cercanos no son tan escrupulosos. En general, un chimpancé macho se apareará con cualquier hembra en celo (si puede) y un gorila acogerá con gusto a cualquier hembra en su harén. La explicación de este hecho no está muy clara aun. Seguramente, implica que en las condiciones de relativa monogamia típicas de nuestra especie, la elección de pareja la realizan ambos sexos. Pero antes de entrar en posibles explicaciones, tendríamos que dar por sentado que el fenómeno (criterios de elección diferenciales) existe en realidad.

Dicho sea de paso, siempre he pensado que la fijación de los hombres con el “físico” es un pelín ridícula en estos tiempos (“Pasaré el resto de mi vida contigo por tu boquita de piñón” ??!!! ) independientemente de que tenga o no una base biológica.

¿De qué otras maneras podríamos investigar esta hipótesis (a parte de hacer encuestas)?

A Satoshi Kanazawa, un investigador de la prestigiosa London School of Economics, se le ocurrió una forma. Si la preferencia por mujeres jóvenes está profundamente grabada en la psique masculina –pensó Kanazawa- el contacto frecuente con mujeres jóvenes podría tener un efecto negativo en los hombres, en el sentido de percibir a su pareja como menos deseable. En un trabajo previo se había comprobado que si los hombres ojeaban un Playboy antes de contestar un cuestionario, declararon estar menos satisfechos con su pareja que los del grupo de control (a los cuales, imagino, les darían una revista de numismática o algo así). Si esto es lo que ocurre simplemente por echar un vistazo al Playboy, qué no pasará con la exposición cotidiana a mujeres jóvenes de carne y hueso.

La respuesta obvia, cuenta Kanawaza, era investigar una profesión donde se produjera tal contacto y ver si la frecuencia de divorcio era mayor que en otros trabajos. Y la profesión obvia número uno era el mundo del espectáculo. Demasiado obvia, pensó este investigador ¿quién va a financiar un estudio para averiguar si los actores de Hollywood se divorcian con mayor frecuencia que el resto de la población? La siguiente profesión –en obviedad- era la de profesor de universidad o bachillerato.

Kanazawa y sus colaboradores realizaron cerca de 33.000 entrevistas y, después de tener en cuenta numerosos factores que podrían inducirlos a error (edad, nivel de educación, nivel económico y otros conocidos por tener influencia sobre el estatus marital), llegaron a la conclusión de que, en efecto, los profesores tenían una probabilidad sustancialmente mayor que otras profesiones de divorciarse o de seguir solteros. Es importante decir que entre sus compañeras de profesión no se producía tal efecto (Es cierto que ha habido algunas historias aireadas por la prensa de profesoras que acaban teniendo un lío con un alumno, pero a pesar de las publicidad, son menos del 10%)

Según Kanawaza, los profesores no eran en absoluto conscientes de este fenómeno. Ninguno pensaba algo así como “Ahí está otra vez ese “bombón” de cuarto curso; evidentemente, mi “señora” no puede compararse con ella”. Y sin embargo, el contacto visual con el “bombón” de cuarto curso acaba produciendo la suficiente insatisfacción como para erosionar sus relaciones de pareja.

(el artículo en cuestión aquí)

No todo el mundo está de acuerdo. Algunos críticos han señalado que los profesores de dicho estudio tendrían que ser realmente estúpidos para preferir “sueños eróticos” a una pareja real. A lo que Kanawaza responde que el objetivo de su trabajo no era determinar si los hombres son, o no, estúpidos.

Evidentemente, se trata de un solo estudio. Ahora llega el momento de sacar el tópico ese de “… serán necesarias otras investigaciones para zanjar esta cuestión…”. Entretanto, y dado que el divorcio es económicamente gravoso, yo voy a pedir a mi universidad un plus de peligrosidad.

¿Nos cargamos a los neanderthales?

Es posible que la polémica siga coleando bastante tiempo, y seguro, seguro tal vez no lo sepamos nunca. Pero, la verdad, a mi me parece la hipótesis más probable.

Para empezar, está la cuestión de las fechas. Los neanderthales habían sobrevivido en Europa unos 500.000 años y se extinguieron poco después de la llegada de los humanos modernos, hace 45.000-30.000 años. Para seguir, nuestro historial como una especie belicosa es bastante notable. Los cazadores-recolectores que han sido estudiado son (o eran) bastante aficionados a organizar “raids” contra sus vecinos. Las tasas de homicidio que se han estimado para estas sociedades son mucho más altas que las de las sociedades modernas (armas de destrucción masiva incluidas). Puede decirse que nuestra especie tiene cierta tendencia a cargarse al vecino y esta última afirmación no debe tomarse como una justificación de la violencia, sino todo lo contrario. Es evidente que los humanos tenemos que “trabajar” mucho el tema de la no-violencia.

Dejando de lado el espinoso e incontrastable asunto de si aniquilamos físicamente a nuestros parientes, está la cuestión de si nos mezclamos genéticamente con ellos o no. Hasta ahora, toda la evidencia indica que no. El análisis del DNA mitocondrial nos dice que los humanos actuales no descendemos de los neanderthales y en mi opinión esta es una prueba incontrovertible. Si la mitocondria dice que no, es que no, digan lo que digan los paleontólogos. Admito que no se han estudiado todas y cada una de las mitocondrias actuales, pero entre las muchas analizadas no se ha encontrado ninguna compatible con la teoría “multi-regional” (según la cual, los humanos actuales procedemos de la evolución de poblaciones de  neanderthales en Europa y erectus en Asia; en oposición, la teoría «out of Africa» establece que los humanos modernos derivan de una población que evolucionó en Africa hace 200.000-100.000 años y posteriormente colonizó los otros continentes).

Es posible que algún día aparezca una mitocondria neanderthal en un humano actual. Bueno, entonces hablamos.

Un trabajo reciente, publicado en PLoS ONE (enlace aquí), le da otro palito a la teoría multi-regional. Lo que ha hecho el equipo dirigido por David Caramelli, de la Universidad de Florencia, es secuenciar DNA mitocondrial procedente de un hueso fósil de humano moderno (Cro-Magnon), datado en 28.000 años. El resultado dice claramente que la secuencia se parece muchísimo a la de los humanos actuales. No es la primera vez que se realiza un experimento similar (siempre con el mismo resultado). Invariablemente, los críticos dicen que no se puede excluir la contaminación con DNA de humanos modernos. Para contrarrestar esta objeción, sólo siete investigadores manipularon (con sumo cuidado) los restos; y se comprobó que la secuencia encontrada no se correspondía con las de estos investigadores.

Es verdad que resulta imposible excluir por completo la posibilidad de contaminación. Pero las pruebas siguen acumulándose. Para mí, no se trata tanto de estar completamente seguros, como de estar razonablemente seguros.

El verdugo de Skinner

Algunos días, cuando salgo del laboratorio, me voy a pasear por el mínimo y recoleto “Vilas Zoo”, situado al oeste de la ciudad de Madison, muy cerca del arboreto. Lo que más me gusta es quedarme observando a nuestros parientes cercanos (en este caso, un grupo de chimpancés y una pareja de orangutanes). Fue precisamente en este lugar donde el psicólogo Harry Harlow inició sus experimentos con crías de macaco, que acabarían destronando al “conductismo” como teoría psicológica imperante (en USA) y, en definitiva, cambiando algunas ideas importantes y generalmente aceptadas sobre cómo tratar a nuestras propias crías. Hoy damos por sentado que los niños necesitan el cariño de sus padres y familiares, pero hace menos de 100 años los expertos advertían que “un exceso de afecto” podía tener consecuencias desastrosas sobre el carácter de los niños. Harry Harlow fue un científico brillante (aunque sus experimentos no estaban exentos de crueldad) y contribuyó a cambiar esta idea.

La idea básica del conductismo era que la psicología debe ocuparse sólo de fenómenos observables, esto es la conducta, y excluir por completo ideas, emociones o la experiencia subjetiva. Esta escuela surgió, en parte, como reacción al ‘estructuralismo’, el cual concebía la Psicología como la ciencia de la ‘vida mental’ y empleaba como herramienta principal la ‘introspección’, o sea, la observación y análisis de la propia mente. Los conductistas consideraban que la introspección es totalmente inaceptable como método de investigación ‘serio’ y conminaban a los demás psicólogos a ‘romper con los conceptos trasnochados y comenzar una nueva vía’. Para John B. Watson, sin duda el fundador de esta escuela, la ‘consciencia’ era un concepto inútil e imposible de definir y constituía un mero sinónimo del término ‘alma’. Había que desterrar por completo la introspección y basar los estudios psicológicos exclusivamente en la evidencia experimental, de forma similar a lo que hacen los físicos y químicos.

En su formulación inicial, hay que conceder que este punto de vista no dejaba de tener algunas cosas a su favor. Es cierto que el estructuralismo representaba una escuela de pensamiento francamente ‘filosófica’ y que la introspección es una herramienta ‘imposible’ para hacer experimentos precisos y repetibles. Por otra parte, los conductistas moderados no negaban la realidad de la experiencia subjetiva, sólo mantenían que era imposible estudiarla científicamente. En cambio, los conductistas radicales iban bastante más lejos. Sin duda el miembro más destacado de los radicales, y en cierto modo su ‘cabecilla’ fue Burrhus Frederic Skinner, quien dominó por completo la Psicología americana hasta los años 60s. En palabras de Skinner; “la cuestión no es saber si los animales piensan, la cuestión es saber si el hombre lo hace”.

Para Skinner, cualquier conducta podía explicarse mediante los principios de ‘estímulo-respuesta’ y ‘condicionamiento operante’[1]. Según esto, creencias y deseos no tenían nada que ver con la conducta. Para Skinner, los animales (y también el humano) emiten una respuesta frente a un estímulo, bien porque previamente existía un reflejo condicionado, o bien porque la respuesta era recompensada en presencia del estímulo. Se pensaba que conductas complejas en humanos también podían explicarse por ese procedimiento. Por ejemplo, Skinner sostenía que un concepto nebuloso, como el de ‘peligro’ constituía una especie de ‘estímulo’, el cual producía una ‘respuesta’, por ejemplo, de huida. En realidad, se trata de una explicación bastante hueca, ya que la capacidad de responder a un conjunto complejo de señales, interpretadas como ‘peligro’, es el enigma que queremos resolver y no la solución al problema.

El programa experimental de los conductistas se basaba en colocar animales en cajas y ‘enseñarles’ a responder a ciertos estímulos, por ejemplo luces, sonidos o pequeñas descargas eléctricas, de modo que respondieran apretando botones o palancas o artefactos similares. Para ello se emplearon diversas especies de animales, frecuentemente ratas y palomas, por la facilidad de su cría. Los conductistas creían que el cerebro de los animales funciona de manera similar en todas las especies, por lo que resultaba irrelevante la elección de la misma. Por otra parte, nunca consideraron las observaciones de algunos críticos, sobre el hecho de emplear un ambiente sumamente artificial y simplificado. Una rata colocada en una ‘caja de Skinner’ podía, sin duda, aprender a asociar estímulos y acciones, pero ¿no era ese un repertorio muy limitado de las conductas normales en una rata?

Ahora nos parece evidente que el conductismo se salió de madre. Su dogmatismo resulta asombroso, teniendo en cuenta que nadie tenía explicaciones satisfactorias para las cuestiones que estaban investigando, por lo que resultaba elemental mantener una ‘mentalidad abierta’ al respecto. Más aun, Skinner y sus colegas estaban convencidos de la aplicabilidad de sus resultados a los humanos y, de hecho, sus teorías fueron muy influyentes en el sistema educativo de USA. El propio Skinner diseñó una ‘cuna’ artificial, que controlaba la temperatura y mecía al bebé a determinados intervalos. Incluso llegó a emplear esta cuna para criar a su propia hija, lo que contemplamos ahora con horror, aun reconociendo la coherencia interna del personaje. Watson sugirió la idea de electrificar todos los objetos de la casa que no debieran tocar los niños, de manera que las descargas eléctricas (presumiblemente inocuas) enseñasen a los infantes qué cosas no debían ser tocadas. Los conductistas estaban convencidos de que la mayoría de los problemas sociales podían resolverse mediante un ‘condicionamiento’ adecuado, lo que Skinner llamaba ‘ingeniería de la conducta’. Dado que, en el fondo, el conductismo opinaba que los animales (incluido el humano) son meros autómatas, el control de la conducta mediante el ‘correcto entrenamiento’ se convertía en un objetivo central de la educación. Después de todo, los niños no se convertían en seres más libres si no se los condicionaba (ya que según ellos, no existe tal cosa); más bien, rechazar la idea del control de la conducta humana por ‘métodos científicos’ constituía una falta de responsabilidad y una amenaza para la sociedad, ya que los jóvenes acabarían siendo condicionados por ‘asociaciones’ estímulo-respuesta incorrectas y perniciosas. En definitiva, el conductismo poseía el dogmatismo y la retórica necesaria para haberse convertido en una pesadilla al estilo del Gran Hermano de Orwell. Hubo suerte y no sucedió así.

Otro ejemplo del posicionamiento de los conductistas en el tema educativo es la denominada ‘bravata de Watson’. Traduzco literalmente sus palabras. “Dadme 12 niños saludables y bien formados y permitidme que sean educados enteramente bajo mi influencia; garantizo que puedo entrenar a cualquiera de ellos para que se convierta en el tipo de ‘especialista’ que digamos: médico, abogado, artista, comerciante, incluso mendigo o ladrón, y todo ello con entera independencia de sus talentos, tendencias, habilidades, vocación u origen racial”. Por supuesto, se trata de una fanfarronada. Watson no tenía pruebas sólidas en que basar sus palabras. No sé ustedes, pero, en todo caso, yo no le habría confiado la educación de mis hijos. Por cierto, Watson fue un adolescente violento, un marido infiel y un padre dominante, y (posiblemente) tuvo mucho que ver en el suicidio de uno de sus hijos.

A la ‘caída’ del conductismo contribuyó de forma importante el trabajo de un joven investigador de la Universidad de Madison: Harry Harlow[2]. Harry había iniciado un experimento de cría artificial de macacos; los pequeños monos eran criados por ‘madres artificiales’, una especie de tosco muñeco de alambre cuya forma recordaba vagamente al de una hembra de macaco. No obstante, estas ‘madres’ tenían un dispositivo que proporcionaba comida a los pequeños, por lo que éstos no debían tardar en asociar a la ‘madre de alambre’ con la ‘comida’, o al menos esa era la predicción de los conductistas. No obstante, Harlow observó que los macacos criados en estas condiciones manifestaban ciertas carencias cuando llegaban adultos, en particular en su capacidad de interaccionar con sus congéneres. Tal vez, pensó Harlow, a los cachorros criados por las madres de alambre les faltaba algo. Esto le llevó a preguntarse qué factor era más importante para las crías de macacos criadas en cautividad, si el ‘tacto’ de la madre o el hecho de que proporcionase ‘comida’. Para contestar a esta pregunta colocó grupos de bebés macacos en jaulas al ‘cuidado’ de dos tipos de ‘madre’ artificial. La primera estaba hecha de alambre y tenía un dispositivo que alimentaba a la cría, como en el caso anterior; la segunda estaba forrada de tela, pero no ofrecía alimento alguno. Según la teoría conductista, la cuestión estaba clara: los jóvenes macacos no tardarían en ‘asociar’ a la madre de alambre con la comida y pronto la preferirían. Lo que ocurrió fue todo lo contrario: los monitos preferían a la madre de tela y hacían rápidas incursiones en la otra para beberse el biberón. La conclusión que parece inevitable es que no sólo de leche viven los pequeños monos y que el mínimo ‘calor’ que proporcionaba la madre de tela resultaba muy preferible. En definitiva, el cerebro del macaco debe contener una noción ‘innata’ sobre cómo es una madre y el muñeco de tela se parecía más a ésta. Por el contrario, les resultó imposible ‘aprender’ a preferir a la madre de alambre, en flagrante oposición a las teorías conductistas.


[1] Skinner, B.F. Behavior of organisms” Appleton-Century-Crofts, New York. 1958

[2] Harlow, H.F. (1958) “The Nature of Love” American Psychologist, 13: 573-685

Serotonina y control de las emociones

La revista Science publicó, en su número del 27 de junio, este brevísimo e interesante artículo sobre los efectos de la serotonina en el archiconocido juego del ultimátum (1). Este último ha sido tratado varias veces en este blog, así que no me parece muy correcto volver a contarlo (más info sobre este juego: aquí y aquí ). La serotonina (esa pequeña molécula representada en la imagen) parece jugar un papel importante en diversos aspectos de la conducta humana y de otras especies sociales. Un elemento esencial para estos animales es la capacidad de inhibir la agresión hacia otros miembros del grupo, ya que pelear siempre tiene costes para los combatientes. Por supuesto, la serotonina tiene otras muchas funciones en el cerebro y en otras partes del organismo y su papel está muy lejos de ser simple. De modo, que pido disculpas por adelantado si alguien piensa que estoy tratando el tema de forma demasiado simplista.

A mediados de los años setenta, McGuire y Raleigh (2) comenzaron una fructífera línea de investigación sobre las relaciones entre dominancia y química cerebral. Estos investigadores demostraron que en una especie de macaco, los cambios en el nivel de serotonina estaban relacionados con cambios en el estatus del animal. En una serie de fascinantes experimentos, encontraron que si se separaba un animal de bajo rango y se le trataba con el fármaco Prozac, el cual eleva la serotonina, se observa que el animal tratado subía de rango al reintegrarse al grupo, en algunos casos hasta convertirse en el líder o macho alfa. Este resultado es particularmente interesante porque nos indica que una propiedad bioquímica del cerebro puede ser el resultado de la interacción con el ambiente y, al mismo tiempo, la modificación de esta propiedad por métodos farmacológicos puede cambiar el tipo de interacción entre un individuo y el resto. Ambiente y cerebro son una carretera de doble vía.

En estos experimentos, los macacos dominantes mostraban una conducta ‘mesurada’ y ‘auto-controlada’; en cambio, los individuos subordinadas tendían a sobresaltarse y su conducta parecía estar gobernada por estímulos externos, más que internos. En estos individuos, se observó una conducta impulsiva e incluso una tendencia a la agresión compulsiva contra otros individuos. Los etólogos interpretan que en individuos de bajo rango, los bajos niveles de serotonina resultan beneficiosos ya que inhiben su actividad motora, permitiéndoles ahorrar energía y evitar confrontaciones con individuos de alto rango. La conducta impulsiva observada en estos individuos resulta, a primera vista, paradójica; sin embargo, la relación entre baja serotonina y conducta agresiva e impulsiva ha sido demostrada en muchas especies. Es posible que esta tendencia impulsiva en individuos de bajo rango también tenga un valor adaptativo. Recordemos que encontrarse al fondo de la escala de dominancia es una situación bastante mala desde el punto de vista reproductivo. Cabe pensar que un individuo que se encuentre en esta situación se enfrente a la ‘muerte darwiniana’, esto es a no dejar descendientes. En esas circunstancias, una conducta impetuosa, como arrebatar la comida a un individuo de mayor rango, puede resultar beneficiosa. No olvidemos que la incapacidad crónica para controlar la agresividad puede determinar que un individuo pierda su integración en el grupo. En la mayoría de los casos, esto tiene un coste reproductivo para dicho individuo, pero si éste se encuentra cerca del ‘fondo’ de la escala su salida del grupo puede resultar indiferente, o incluso beneficiosa en términos reproductivos mediante estrategias sociales alternativas (tales como copulaciones clandestinas o la búsqueda de un nuevo grupo). A veces, una situación desesperada requiere una solución desesperada.

Los resultados del artículo de Science están en línea con la idea de que la serotonina ayuda a mantener el control de las emociones. En dicho estudio, los participantes voluntarios (en realidad, estudiantes universitarios que participaron en el experimento a cambio de créditos) jugaron varias rondas del juego del ultimátum mientras ingerían un fármaco que disminuía temporalmente el nivel de serotonina o, alternativamente, placebo. Después de realizar los controles pertinentes, los autores concluyeron que los participantes con menor serotonina reaccionaban de diferente forma frente a ofertas percibidas como “injustas” (alrededor del 30% de la puja) o “muy injustas” (por debajo del 20%). Precisamente, estos individuos tendían a rechazar estas ofertas con mayor frecuencia que el grupo de control (placebo). En este caso, la serotonina alta tenía el efecto de hacer a las personas menos impulsivas y con menor tendencia a convertir la emoción negativa asociada a una oferta injusta en una acción de rechazo, la cual –recordemos- tiene un coste para el individuo que la practica.

La Teoría Económica clásica predecía que los individuos deberían aceptar cualquier oferta, por pequeña que fuese, ya que algo es mejor que nada. Múltiples experimentos han demostrado que los individuos reales no se comportan así. Resulta curioso que el Homo economicus perfecto se parezca a un individuo atiborrado a Prozac.

1. Crockett, M.J. et al. (2008) “Setonin modulates behavioural reaction to unfairness” Science 320:1739

2. Raleigh, M.J. et al. (1991) “Setoninergic mechanisms promote dominance acquisition in adult male vervet monkeys” Brain Res. 559:181-190

Café para todos

¿Hay vida antes del café? En mi caso, la respuesta sería “no”, el problema es que ni siquiera estoy lo suficientemente consciente por las mañanas para hacerme esta pregunta. La cosa es que la mínima coordinación necesaria para preparar un café parece estar por encima de mis posibilidades. Necesitaría un café para hacerme un café.

El café siempre ha sido considerado como una especie de “vicio menor”. No es que sea un asunto serio, como puede llegar a serlo el alcohol, pero definitivamente un vicio. Es muy posible que conozca a alguien a quien “se lo haya prohibido el médico”. Pero ¿de verdad el café perjudica la salud? ¿Cómo saberlo? ¿Cómo lo sabe el médico?

Afortunadamente, la Medicina moderna está basada (cada vez en mayor medida) en la evidencia disponible. Eso no quita que algún médico particular decida confiar más en su “instinto” que en la Epidemiología, aunque –personalmente- yo no confiaría en un médico que pensase así. Algunos médicos no llevan demasiado bien el perder su papel de “hechicero de la tribu”. Un proverbio chino dice: la información es cara, la opinión es gratis.

En cualquier caso, los adictos al café estamos de enhorabuena con el artículo que se ha publicado hace pocos días en la revista Annals of Internal Medicine y cuya autora principal es Esther López-García, de la Universidad Autónoma de Madrid. Si alguien quiere pedir una copia del artículo, su dirección es: Esther Lopez-Garcia, PhD, Department of Preventive Medicine and Public Health, School of Medicine, Universidad Autónoma de Madrid, Avenida Arzobispo Morcillo 4, 28029 Madrid, Spain; e-mail, esther.lopez@uam.es

Según este artículo, no hay ninguna evidencia de que el consumo de café tenga efectos perjudiciales, al menos en mujeres; y sí parece que hay un efecto beneficioso, en particular para la salud cardiovascular.

Esto puede sorprender un poco. Estudios publicados anteriormente encontraban una correlación entre el consumo de café y una menor esperanza de vida. El problema, al parecer, es que las personas que consumen más café tienden a fumar más, hacer menos ejercicio y, en general, a llevar un estilo de vida menos saludable. Pero cuando se tiene en cuenta el efecto de estos factores, las personas que consumían una o dos tazas al día tuvieron (en este estudio) una tasa de mortalidad un 25% menor. Una cifra nada despreciable.

El estudio ha sido realizado a lo largo de 20 años sobre una muestra de miles de voluntarios/as (la muestra de mujeres era mayor). No se encontraron diferencias significativas entre el consumo moderado (1-2 tazas) y niveles más altos. Tampoco aparecieron diferencias (o fueron muy pequeñas) entre el café descafeinado o el normal. Lo que sugiere que la cafeína no es responsable de los efectos beneficiosos (pero tampoco parece ser perjudicial).

Los efectos beneficiosos no se encontraron en el grupo de hombres, tal vez porque la muestra era menor.

El siguiente paso sería identificar qué sustancias del café son responsables del efecto beneficioso. El café contiene muchas sustancias, entre ellas varios fenoles. No es demasiado extraño que alguna de éstas pudiera tener efectos saludables.

No dudo de que las estadísticas estén bien hechas, pero se me ocurren dos “objeciones” (aunque leves y probablemente erróneas). La primera, es que si el café está asociado a un mayor consumo de tabaco y otros factores, esto podría no ser una correlación espúrea. Es posible que el café tenga un efecto beneficioso, pero “predisponga” al consumo de otras cosas no tan saludables. Siendo ex-fumador recuerdo perfectamente mi adicción al café-tabaco como un cóctel. Una cosa me llevaba a la otra. En este sentido, el café puede tener un efecto negativo si nos induce a fumar o a hacer menos ejercicio.

La otra cuestión es que tal vez el grupo que consume menos café también tenga en mayor medida otros efectos negativos no identificados. Reconozco que la navaja de Ockam va en contra de este argumento; pero es simplemente el reverso del argumento del que parten estos investigadores: la asociación anterior de café con mayor mortalidad se debe a “confounding effects”. Podría ocurrir lo mismo con la asociación observada aquí entre no-consumo de café y mayor mortalidad, sólo que estos factores no serían conocidos.

En cualquier caso, los datos parecen bastante sólidos para que podamos disfrutar de nuestro café sin sentirnos culpables. Si alguna vez su médico se lo prohíbe, pregúntele si se ha leído el artículo.

Sorprendentes Semejanzas

Abordemos otro tema polémico la posible base biológica de la orientación sexual. Este blog adopta el principio de que la homosexualidad es tan aceptable como la heterosexualidad y, tratándose de una cuestión de ‘principio’, esta afirmación no se ve afectada por el hecho de que la homosexualidad tenga o no una causa biológica. Dicho sea de paso, este fenómeno se da en todas las sociedades, aunque éstas varían mucho en su grado de tolerancia sobre el mismo. Se estima que aproximadamente un 2% de la población (hombres y mujeres) es homosexual.

Dicho esto, también creo que preguntarse por los mecanismos que determinan la orientación sexual es perfectamente lícito. Algunos científicos han recibido críticas por parte de organizaciones gays, aduciendo que estaban tratando de «medicalizar» la homosexualidad al buscar una explicación biológica.

Las teorías psicológicas de inspiración freudiana achacaban la homosexualidad masculina a fallos en la relación entre el niño y sus padres. Esencialmente a un padre ausente o emocionalmente distante (y que por tanto no constituye un modelo aceptable) o a una madre excesivamente cercana o dominante. Estas hipótesis continúan teniendo una gran aceptación popular a pesar de carecer de un apoyo empírico concluyente. Los estudios de gemelos y de adopción han sugerido que la influencia genética es considerable, estimándose la heredabilidad entre 0.3 y 0.7[1]. Otros investigadores[2] han encontrado que la homosexualidad masculina se hereda en mayor proporción por vía materna que paterna, lo que sugiere la posible existencia de genes ‘gay’ ligados al cromosoma X, ya que los varones heredan este cromosoma únicamente de sus madres.

El psicólogo Ray Blanchard[3] ha formulado una interesante teoría, relacionada con la anterior para explicar la homosexualidad masculina. Lo que ha encontrado este investigador es que los hombres ‘gays’ tienen por término medio más hermanos mayores (pero no hermanas mayores) que los hombres heterosexuales o las lesbianas. La explicación, según Blanchard, estriba en el útero. Existen genes que se expresan específicamente en fetos del sexo masculino y que podrían generar una reacción inmunológica en la madre. Por ejemplo, se ha encontrado un gen candidato que codifica una ‘proto-cadherina’, la cual está implicada en el desarrollo del cerebro en hombres. Así, la reacción inmunológica de la madre podría interferir con el desarrollo del ‘cerebro masculino’ es esta etapa clave. Por tanto, tener hermanos mayores podría aumentar la probabilidad de este fenómeno, ya que la madre habría estado generado anticuerpos por la exposición previa a un feto masculino. Esto concuerda con los ya mencionados genes asociados a la homosexualidad masculina que parecen heredarse solamente por el lado materno. En cualquier caso, esto no parece explicar el 100 % de los casos.

Aunque el fenómeno todavía está en su mayor parte por esclarecer, un artículo publicado esta semana en el PNAS (aquí el link) le añade unas paletadas de tierra a la tumba de la explicación freudiana a la homosexualidad. El trabajo en cuestión describe las Sorprendentes Semejanzas morfológicas que se han encontrado entre el cerebro de hombres heterosexuales-mujeres lesbianas y hombres homosexuales-mujeres heterosexuales, respectivamente. Los científicos han empleado dos técnicas no-invasivas para hacer este estudio, denominadas PET y MRI,

Los escáneres revelaron que los hombres heterosexuales y las lesbianas tienen cerebros asimétricos, estando el lado derecho significativamente más desarrollado que el izquierdo. En cambio, los escáneres de mujeres heterosexuales y hombres homosexuales resultaron ser simétricos. Dado que el hemisferio derecho suele asociarse con la habilidad para resolver problemas de tipo “espacial”, esto concordaría con la vieja observación de que los hombres puntúan más alto en en este tipo de problemas en los test de inteligencia. A su vez, un menor desarrollado del hemisferio izquierdo concordaría con una menor capacidad verbal.

Estos resultados parecen demostrar que la orientación sexual está “grabada en nuestros circuitos cerebrales”. Sin embargo, en mi humilde opinión, no es totalmente conclusiva (aunque evidentemente muchos datos apuntan a ello). La cosa es que las diferencias observadas en el cerebro podrían ser una consecuencia, y no causa, de la orientación sexual. Aunque esto puede parecer un poco raro, lo cierto es que cerebro y ambiente forman una vía de dos direcciones. El cerebro no sólo capta y procesa información del ambiente, sino que también se modifica a consecuencia de esta información. El siguiente paso seguramente consistirá en examinar los cerebros de recién nacidos y esperar unos años a que éstos manifiesten una orientación sexual. Sin duda, un trabajo que requiere una buena dosis de paciencia.

Aunque la cuestión no esté completamente zanjada, hay que decir que nadie duda de que la orientación sexual en otras especies tiene un origen biológico. Personalmente, me parecería muy raro que fuésemos la única especie de mamífero donde esta característica fuera resultado del aprendizaje.

Michelangello’s Caffe, Madison, Wi


[1] Bailey, J.M. and Pillard, C. (1991) “A genetic study of male sexual orientation” Arch. Gen. Psychiatry 48: 1089-1096

[2] Hamer, D.H. and Copeland, P. The Science of Desire” Simon and Shuster, New York. 1994

[3] Blanchard, R. and Ellis, L. (2001) “Birth weight, sexual orientation, and the sex of preceding siblings” Journal of Biosocial Science 33:451-467

Mind the Gap (crónicas desde UW-Madison)

El viernes 13 (un mal día para subirse a un avión) volví a Madison, después de una visita realmente intensa en la Universidad de Cornell (en la foto). El programa que me habían preparado no me dejó ningún tiempo muerto. Acabé agotado, aunque bastante contento con la positiva reacción ante el trabajo que estamos haciendo.


El artículo que quiero comentar apareció hace pocas semanas en Science y trata del controvertido tema de las diferencias de género y de las posibles explicaciones (biológicas/culturales) sobre éstas. Tratar este tema me ha costado más de un disgusto. Me parece importante recordar que la “filosofía fundacional” de este blog no es favorecer las explicaciones biológicas respecto a las de tipo cultural/social, sino tratar de examinar los datos y ver si podemos concluir algo o no (generalmente, no).

El artículo en cuestión (cuyo enlace incluyo aquí: mind_the_gap ) parte de lo que se ha llamado el “mathematical gap” (en adelante MG): el hecho de que los chicos tienden a tener mejores resultados en matemáticas que las chicas, y las posibles explicaciones a esto. En contraste, existe el “verbal gap” (en adelante VG): el hecho de que las chicas obtienen mejores puntuaciones en tareas relacionadas con el uso del lenguaje. Los autores se basan en los datos del famosísimo estudio PISA que compara resultados de escolares en un buen número de países.

El “mensaje” fundamental del artículo es que, si bien es cierto que el MG existe en algunos países, éste es mucho mayor en países con mayor grado de desigualdad entre géneros. Por ejemplo, en Turquía la diferencia en matemáticas es considerable (a favor de los chicos), mientras que en Islandia, ellos puntúan ligeramente por debajo que ellas. Los autores encuentran que existe una correlación matemática entre el “gap” y el grado de “desigualdad de género”, para el cual existen índices elaborados para los diferentes países.

En cambio, cuando los autores se fijan en el VG, las cosas son completamente diferentes. Las chicas tienen mejores puntuaciones en “comprensión de lectura” incluso en Turquía; cuando nos vamos a los países escandinavos, la diferencia a favor de éstas es astronómica. Los autores acaban concluyendo que el MG, atribuido (según los autores) a causas biológicas, se debe en realidad a condicionantes sociales.

Me gustaría hacer énfasis en que no tengo ninguna hostilidad a priori en contra del artículo y sus conclusiones, y que en el ambiente académico en el que vivo me he encontrado con tantas mujeres intelectualmente brillantes que no creo (honestamente) que tenga ningún problema con esto. Sin embargo, discrepo algo con las conclusiones del artículo.

En primer lugar, los resultados de exámenes, como es el caso de los datos del informe PISA, no parecen un buen material para hacer inferencias sobre las posibles causas de las diferencias de género que se observan. La razón es sencilla. Para sacar buenas notas, la capacidad intelectual es seguramente importante, pero en modo alguno es la única variable importante. Para ser buen estudiante hacen falta otras cosas, como motivación, disciplina y un cierto grado de “aceptación del sistema”. Todas estas cosas están (seguramente) condicionadas por factores sociales y biológicos. De aquí que se hayan empleado los resultados de los tests y no los resultados académicos en este tipo de estudios. Los tests no son perfectos, pero al menos los psicólogos llevan varias décadas esforzándose en encontrar “preguntas” que sean independientes del contexto cultural. No es demasiado sorprendente que un “mal estudiante” tenga una puntuación alta en un test. Pero es muy difícil aprobar un examen de –digamos- Historia sin haberse estudiado la lección.

Con todo, esto no elimina la principal conclusión del artículo. Que el MG desaparece cuando nos movemos desde países tradicionalmente poco igualitarios a otros más avanzados en este sentido. Sin embargo, lo que argumentaban los psicólogos evolucionistas no era que las mujeres fueran peor en matemáticas sino que el “talento matemático” es más frecuente en hombres que en mujeres (aunque bastante raro en ambos casos). El estudio PISA estaba dirigido a estudiar la población de estudiantes en general (no los matemáticamente superdotados), de modo que no puede decirnos mucho sobre este punto en particular. Más aun, los datos de los tests de inteligencia indican que los hombres son mejores –no en matemáticas en general- sino en determinadas tareas que requieren visión espacial. Curiosamente, el estudio PISA muestra que sigue existiendo una diferencia a favor de los chicos en geometría (incluso en países relativamente igualitarios).

Sin embargo, la situación respecto al VG es diferente. En primer lugar, una prueba de compresión en lectura se parece más a un test que a un examen, en cuanto a que no requiere estudiar previamente unos contenidos. En mi opinión, el hecho de el VG sea notable en Turquía y monumental en Islandia, sugiere que existe una diferencia biológica en este campo, a favor de las mujeres. Sugerir no es demostrar, pero este resultado concuerda con las superiores puntuaciones de las mujeres en las pruebas verbales de los tests. Aunque pudiera probarse que esta diferencia se debe a causas biológicas, eso no quiere decir que sea una consecuencia de la selección natural. Para probar esto necesitaríamos otro tipo de evidencia

Lo que sí nos dice el informe PISA (y otros estudios) es que el éxito académico de las mujeres tiende a ser mayor que el de los hombres cuando las condiciones sociales tienden a la igualdad de género. Esto posiblemente refleja que las chicas se adaptan mejor al sistema educativo vigente.



Recuerdos desde Madison

Escribo este post desde el “Genome Evolution Laboratory” de la Universidad de Wisconsin-Madison, que dirige mi (querida y admirada) colega, Nicole Perna. Debo pedir disculpas por el estado de relativo abandono de este blog (en el caso hipotético de que esto suponga un inconveniente para alguien). El problema no es, ciertamente, la falta de tiempo, sino más bien la falta de energía mental para escribir algo después de una agotadora jornada de trabajo enganchado al ordenador. En cualquier caso, un laboratorio de biología evolutiva parece un buen sitio para hablar de selección natural.

Un problema importante en la teoría evolutiva es que resulta muy difícil obtener evidencia experimental que apoye las hipótesis que se formulan. No me estoy refiriendo al hecho de la Evolución en sí, sino al mecanismo de evolución mediante variación y selección natural. La Evolución, como tal, es un hecho incontrovertible apoyado por una montaña de pruebas, por lo que no hace falta extenderse en esto. También existen abundantes pruebas de que la selección natural existe, de que opera de forma continua y de que es un factor esencial en la evolución. Lo que no es nada fácil es saber en qué grado opera este mecanismo ¿Realmente todos los caracteres que apreciamos en los seres vivos están optimizados por la selección natural? Esta pregunta ha originado una división entre los estudiosos de la evolución. Por un lado, algunos investigadores se han mantenido fieles a la premisa ‘seleccionista’ de que básicamente todos los caracteres están ‘optimizados’ por la selección natural. La otra escuela, denominada, ‘neutralista’, mantiene por el contrario que la mayoría de las mutaciones no afectan ni positiva ni negativamente a la supervivencia de los individuos; son por tanto mutaciones ‘neutrales’. Los neutralistas no niegan que la selección natural exista, solamente afirman que la acción de ésta tiene límites y que existe un margen considerable para la variación genética. En particular, los ‘neutralistas’ señalan que la ‘selección positiva’ de un gen debido a las características favorables que confiere a los individuos portadores, es un suceso raro. Hay que señalar que esta diferencia es en el fondo una cuestión ‘de matiz’ y no cuestiona básicamente las ideas de Darwin. Desgraciadamente, los medios de comunicación tienen cierta tendencia a exagerar las discrepancias de los científicos sobre este asunto; esto también tiene cierta lógica: si los científicos están dispuestos a ‘cortar cabezas’ por discrepancias sobre el grado de selección natural en las poblaciones, las personas ajenas a la polémica tienden a pensar que las discrepancias son realmente profundas. En todo caso, los biólogos evolutivos parecen haber superado esta polémica hace ya algunos años,

Con frecuencia se acusa a los darwinistas ortodoxos de que sus razonamientos son ‘circulares’: los individuos que han sobrevivido son las más supervivientes y, por ello, los mejor dotados para la supervivencia. Más que circularidad, lo que hay es una afirmación implícita, la de que la supervivencia y la reproducción no dependen nada de la suerte y todo de los genes del individuo ¿Es posible probar que determinadas características de los seres vivos son adaptaciones, esto es, son consecuencia directa de la selección natural? En general esto es bastante difícil; para lograrlo tendríamos que comparar las características en cuestión de la especie actual y de la antecesora, la cual normalmente ha desaparecido y de la cual quedarán, o no, restos fósiles. Por otra parte, tendríamos que transportarnos al pasado para poder estudiar in situ si se ha habido o no selección natural para las características que postulamos, lo cual obviamente es imposible. El trabajo del biólogo evolutivo se parece al de un detective, sólo que éste ha llegado millones de años tarde a la escena del crimen. No obstante, existen muchos casos de caracteres complejos, que han aparecido en una especie o grupo de especies determinado y cuya función e importancia para la supervivencia resulta tan evidente, que nadie duda de que se trata de adaptaciones. El problema radica en que existen otros muchos casos donde las cosas no están tan claras. Veamos un ejemplo.

Las orquídeas son una familia de plantas emparentadas con los lirios, y de la que existen miles de especies. La mayoría de estas plantas habita en regiones tropicales, pero hay unas cuantas especies en la región mediterránea. En la Península Ibérica son abundantes en la mayoría de las regiones y resulta fácil localizarlas en primavera. La característica más fascinante de estas plantas radica en el modo en que atraen a los insectos para facilitar su polinización. En general, la mayoría de las flores logra atraer insectos debido a la presencia de sustancias comestibles para éstos, como néctar o polen. La diferencia con las flores de orquídeas es que han evolucionado hasta adquirir una forma que recuerda a la hembra de determinadas especies, lo que estimula a los machos a acercarse a estas flores. La ‘trampa’ incluye también sustancias aromáticas que ‘recuerdan’ al olor de la hembra. El engañado insecto acude así dispuesto a aparearse e incluso realiza la llamada pseudo-copulación, que no es otra cosa que el vano intento del infortunado insecto por hacer lo que la Naturaleza le ‘ordena’. El resultado es que el macho queda cubierto con el polen de la orquídea y lo llevará hasta otra planta, en la siguiente ocasión en la que sea engañado por esta artera especie vegetal. Dado que la orquídea llega a ‘imitar’ el aspecto y el olor de sus especies de insectos polinizadores, y dada la importancia que tiene la dispersión del polen para el éxito reproductivo de las plantas, nadie duda que este mecanismo sea consecuencia de la selección natural.

Consideremos ahora un ejemplo menos claro. Una de las críticas más frecuentes a la teoría de la evolución se basa en que las proposiciones ‘seleccionistas’ son ‘indemostrables’ y, por tanto, basta con que alguien considere plausible el hecho de que un carácter haya sido seleccionado para dar por sentado que esto es precisamente lo que ha ocurrido ¿Por qué tienen rayas los tigres? Según el darwinismo ortodoxo, en algún momento apareció por casualidad un tigre rayado; este animal habría resultado un cazador más eficaz, ya que las rayas actúan como un camuflaje en el interior de la selva tropical. De aquí que ese tigre se reprodujera en mayor medida que otros animales sin rayas y pasara este carácter a la descendencia. Según los críticos del darwinismo, este tipo de explicaciones ‘ad hoc’ no tienen carácter probatorio.

Y tienen razón. Sin embargo la dificultad surge al tratar de sacar conclusiones precipitadas. En el caso del tigre, podemos pensar en principio que la pigmentación rayada represente una ventaja para el animal; eso nos llevaría a establecer una hipótesis. En primer lugar, tendríamos que estar seguros de que el carácter se hereda genéticamente (cosa que ocurre). Seguramente no existe un gen específico para las rayas del tigre, pero seguramente existen unos cuantos genes implicados en este carácter (los cuales, probablemente tienen también influencia sobre otros caracteres). En segundo lugar, tendríamos que fijarnos en la variabilidad que existe en la población. Si todos los tigres tienen el mismo rasgo, sin variación alguna, tendremos una razón adicional para suponer que la selección natural interviene. De no ser así, de vez en cuando aparecería un mutante diferente que tendría las mismas posibilidades de sobrevivir que los animales rayados. De nuevo, no podemos estar seguros. Es posible que la selección tenga lugar en un gen cercano y las rayas sean una consecuencia indirecta de la selección. Alternativamente, sigue siendo posible que el carácter no tenga una influencia significativa sobre la supervivencia o reproducción del animal y la razón por la que lo observamos en el 100% de los tigres es que todos ellos son descendientes de una pequeña población fundadora, que resultó ser rayada. Con todo, la ausencia de variabilidad de un carácter en una especie, habla a favor de que dicho carácter cumpla una función. Nuestro siguiente paso consistiría en examinar especies relacionadas que ocupen un hábitat diferente. Al hacerlo caeríamos en la cuenta de que el tigre de Siberia, una sub-especie que habita en la tundra, tiene unas rayas mucho más tenues, que dan la impresión de un pelaje claro y uniforme. El hecho de que el carácter varíe de forma congruente con la función supuesta, esto es, las rayas se desvanezcan cuando la supuesta ventaja desaparece, pueden interpretarse como otra prueba a favor de la hipótesis. De nuevo, no es definitiva. Podría ocurrir que el pelaje claro fuera objeto de selección en el tigre de Siberia y que el pelaje rayado no lo fuera en el tigre de Bengala. La prueba definitiva consistiría en identificar los genes implicados en la coloración del pelaje y tratar de deducir, mediante comparación con otros genes relacionados, en qué medida ha actuado la selección natural. De momento, la controversia sigue.

Puesto que las mutaciones se producen al azar (todo el mundo está más o menos de acuerdo en esto), el hecho de observar una distribución no aleatoria de las variaciones en la secuencia de un gen prueba que algunas mutaciones están siendo ‘eliminadas’. Ciertamente, hay que recorrer un largo camino para llegar a una conclusión de este tipo y en muchos casos, sencillamente, no tenemos datos que nos permitan hacerlo. Claramente, no todo el cambio genético se debe al efecto de la selección, pero en la medida que una especie está adaptada a un ambiente, la única forma razonable de explicar dicha adaptación es la selección natural.

A partir de la década de los setenta, el increíble desarrollo de la Ingeniería Genética ha permitido estudiar los genes de forma directa. Por primera vez en la Historia ha sido posible aislar un gen individual en un tubo de ensayo, analizar la secuencia de bases de su DNA y deducir la secuencia de aminoácidos de la proteína que codifica. Asimismo, los investigadores han podido comparar las secuencias de numerosos genes en diferentes especies. Incluso es posible en algunos casos estudiar la secuencia completa de todos los genes de una especie, es decir, su genoma completo, y compararlo con el de otras especies. En el momento de escribir este post se ha secuenciado (entre otros muchos) el genoma del humano, perro, chimpancé, orangután, caballo, ratón, arroz, la mosca Drosophila melanogaster, la levadura del pan, la crucífera Arabidopsis thaliana, el nematodo Caenobharditis elegans y un buen número de especies bacterianas. Si alguien tiene curiosidad sobre el número de genomas secuenciados puede consultarlo en este enlace: http://www.ensembl.genomics.org.cn/index.html . En las próximas décadas el número de genomas secuenciados seguramente va aumentar de forma muy considerable. Naturalmente, esto tiene que afectar muy profundamente al estudio de la evolución de los seres vivos. Si la evolución consiste en el cambio de los genes a través de las generaciones, la posibilidad de conocer de forma directa y completa el material genético nos abre una ventana al pasado remoto.

Los estudios moleculares han puesto de manifiesto que muchos cambios genéticos no tienen consecuencias sobre la capacidad de supervivencia de los individuos. En primer lugar, se ha visto que una buena porción del DNA no tiene como función codificar proteínas. Lo asombroso del caso es que este DNA no-codificante puede constituir la mayor parte del material genético de una especie, del orden del 90% o aun mayor ¿Cuál es la función de este DNA? No lo sabemos. Ni siquiera sabemos si tiene alguna función; es posible que no la tenga (aunque no es esta una cuestión que haya sido zanjada definitivamente) y de ahí que se le haya denominado DNA ‘basura’. La mayor parte de este DNA ‘basura’ puede sufrir mutaciones libremente sin que esto afecte a las características de los individuos.

En segundo lugar, dentro del DNA que sí codifica proteínas se pueden dar algunos cambios en la secuencia de bases que no dan lugar a cambios en los aminoácidos. Esto es consecuencia de la redundancia del código genético. Por ejemplo, los tripletes CTC, CTC, CTA y CTG codifican el aminoácido leucina, por lo tanto las mutaciones que se produzcan en la tercera base no tendrán consecuencias sobre la secuencia de la proteína. De hecho, muchas de las mutaciones en la tercera base tienen esta propiedad y se las denomina mutaciones ‘sinónimas’. En general, se acepta que las mutaciones sinónimas son neutrales (aunque hay alguna evidencia en contra de esto último, pero mejor hablar otro día de esto).

Incluso aquellas mutaciones que sí afectan a la secuencia de aminoácidos de la proteína pueden tener efectos muy diferentes sobre la función de la misma. Por ejemplo, el cambio de CTT por ATT hace que en la proteína correspondiente se produzca el cambio de una leucina por otro aminoácido muy similar, la isoleucina. En la mayoría de los casos, un cambio de este tipo no va a afectar gravemente a función. En general, las consecuencias de las mutaciones serán diferentes dependiendo de qué aminoácido cambie y en qué lugar concreto de la cadena de proteína ocurra el cambio. Si el aminoácido que varía tiene propiedades químicas muy diferentes o si el lugar donde se produce es particularmente importante para la función, puede pensarse que el efecto sea mayor.

La relación entre el cambio en los genes y el cambio en las características de los individuos no es en absoluto directa. El cambio de una sola base puede modificar una proteína esencial provocando un cambio drástico en el individuo. Al mismo tiempo, grandes segmentos de DNA pueden variar libremente sin consecuencias. Tal vez esto quede más claro con una metáfora. El material genético es como la receta que nos permite fabricar un pastel, que es el individuo. Si introducimos cambios al azar en la receta las consecuencias serán, claro, muy variables. Si donde dice ‘echar 6 huevos’ ponemos ‘echar 60 huevos’ los cambios serán muy sustanciales. Si en la receta insertamos varias páginas en blanco seguramente el cocinero las ignorará.

A primera vista, los resultados de la Evolución Molecular inclinan la balanza del lado de los neutralistas; es cierto que la mayoría de los cambios genéticos son neutrales. Sin embargo, puede argumentarse que aunque esto sea cierto, ello no cambia el núcleo central de la teoría darwinista: que la selección natural es el único mecanismo que nos permite explicar, no el cambio genético en general, sino el cambio genético que es adaptativo ¿Cómo distinguir el cambio adaptativo del no-adaptativo? Por supuesto, no es nada fácil y ese es justamente el quid de la cuestión. No obstante, tal vez podamos aceptar la proposición de Steven Pinker en su libro “How the Mind Works”: si una característica ha aparecido en una especie particular, si se trata de un cambio complejo e improbable y si parece tener una función que contribuya a la supervivencia, podríamos pensar –en principio- que se trata de una adaptación. En todo caso esta es una hipótesis contrastable. Hay que insistir en que los argumentos de tinte ‘seleccionista’ siempre tienen el peligro de ir demasiado lejos. Es evidente que no todas las características de los seres vivos han sido seleccionadas. Lo que sí puede afirmarse es que las características que observamos en los seres vivos son, o bien adaptaciones, o consecuencias indirectas de las adaptaciones o debidas al azar.

Todo sobre Eva

¿Quiénes somos? ¿De dónde venimos? Los humanos llevamos miles de años haciendo conjeturas sobre este tema. Sin embargo, los habitantes del siglo XXI tenemos una pequeña ventaja. Especulaciones aparte, ahora estamos en condiciones de contestar a esas preguntas eternas. Mejor dicho, a empezar a contestarlas, porque la imagen que pueden proporcionarnos los científicos sobre nuestros orígenes es todavía borrosa. Aun así, resulta fascinante.

Hasta hace algunos años, la gran mayoría de los paleontólogos creía que la aparición de los primeros humanos ‘modernos’, esto es, similares anatómicamente a nosotros, podía explicarse mediante el llamado ‘Modelo Multiregional’. Hace 1.8 millones de años apareció una especie antecesora de la nuestra, Homo erectus; la cual tuvo un considerable éxito evolutivo y logró extenderse por amplias regiones de Asia y Europa. Existen pruebas de que dominaba el fuego y de que fabricó herramientas de piedra. Según este modelo, las distintas poblaciones de erectus fueron evolucionando en las diferentes regiones de forma más o menos independiente, hacia las características de los sapiens modernos. Muchas de las ‘peculiaridades raciales’ que se observan en la actualidad serían consecuencia de este largo proceso de evolución. Según esta teoría, el Hombre de Neanderthal habría sido el antecesor directo de los humanos modernos en Europa. En resumen, esta teoría se basa esencialmente en tres puntos: la expansión de erectus desde África hace 1.8 millones de años, la evolución local de estas poblaciones hasta generar las variaciones ‘regionales’ que se observan en la actualidad y, al mismo tiempo, el intercambio genético entre dichas poblaciones que habría permitido la expansión de los genes responsables de la ‘sapientización’ de erectus y el mantenimiento de cierta ‘unidad genética’ dentro de la especie.

Sin embargo, a principio de la década de los noventa, Alan Wilson y sus colaboradores de la Universidad de Berkeley formularon una teoría completamente distinta. Según estos investigadores, todos los humanos modernos descendemos de una pequeña población que vivió en África en una fecha mucho más reciente: entre 200.000 y 100.000 años. Como es fácil de imaginar, esta teoría desató una formidable polémica entre los partidarios de una y otra. La pelea estaba acrecentada por el hecho de que los partidarios del origen africano y reciente del hombre moderno no eran paleontólogos, sino bioquímicos, y las pruebas en las que se basaban no eran fósiles sino estudios realizados en el laboratorio. Por lo tanto, no se trataba sólo de una disputa entre académicos, sino que era una verdadera guerra entre áreas de conocimiento. Los paleontólogos estaban indignados, ¿cómo se atrevían esos arrogantes bioquímicos a enmendarles la plana? Para poder entrar de lleno en esta polémica, tenemos que dar un pequeño rodeo.

Es cierto que los fósiles son los únicos que nos aportan información directa sobre las especies que existieron en el pasado. No obstante, la verdadera materia prima de la evolución no son los huesos fosilizados sino los genes. Son éstos los que pueden sufrir mutaciones, las cuales constituyen la base del cambio genético a largo plazo. El estudio de la secuencia de los genes en las especies actuales nos proporciona información sobre el grado de separación evolutiva que se ha producido.

Pero, vayamos un poco más despacio. Elijamos un gen cualquiera en un cierto número de especies y comparemos cuidadosamente las secuencias de DNA de todas ellas. Es posible contabilizar las diferencias y determinar su distancia genética. La idea importante es que el número de diferencias que se acumula es proporcional al tiempo transcurrido entre la separación de las especies que estamos estudiando. Esto es lo que se conoce como el reloj molecular y proporciona un método para estimar el tiempo transcurrido entre la separación de dos linajes dados, siempre que podamos estimar la frecuencia con la que se producen las mutaciones por término medio.

Muchos de los estudios realizados para aclarar el ancestro de los humanos se basan en el DNA mitocondrial. Recordemos que la mitocondria es un pequeño orgánulo situado dentro de la célula y que posee su propio material genético. El caso es que el DNA mitocondrial presenta algunas ventajas importantes para estudiar la evolución de la especies, en comparación con el DNA ‘normal’ contenido en el núcleo. Para empezar, el DNA mitocondrial se hereda exclusivamente por vía materna. A pesar de que todos tenemos dos progenitores, nuestro DNA nuclear es una ‘mezcla’ de los DNAs de los cuatro abuelos. Sin embargo, la mitocondria la heredamos exclusivamente de nuestra madre, que a su vez es una copia (casi) exacta de la de nuestra abuela materna. Si nos remontamos atrás cinco generaciones, nos encontramos que nuestro DNA nuclear proviene de la contribución de 32 individuos, mientras que nuestro DNA mitocondrial viene directamente de la tatarabuela por vía materna. Esta circunstancia facilita enormemente el análisis. Es difícil saber de quién hemos heredado unos ojos azules, pero sabemos perfectamente de quién hemos heredado la mitocondria.

La segunda ventaja del DNA mitocondrial radica en que su velocidad de mutación es unas diez veces más rápida que la del DNA nuclear. Esto permite analizar los cambios con mucha mayor exactitud. Es como si el ‘reloj molecular’ de la mitocondria tuviera una manecilla adicional que marcase los segundos, mientras que el del DNA nuclear sólo tuviera minutero. Basta contar el número de cambios y podremos estimar el tiempo transcurrido desde que dos individuos dados compartieron una antecesora común. Si hacemos esta operación con una muestra suficientemente amplia de individuos de diferentes ‘etnias’, podemos construir un árbol genealógico de la Humanidad. En la base de este árbol se encontrará la antecesora común más reciente de la cual todos los humanos hemos heredado el DNA mitocondrial. A esta mujer, que debió existir en carne y hueso, se le ha dado el ‘título’ de Eva Mitocondrial.

El concepto de Eva Mitocondrial se ha popularizado a través de los periódicos, generándose una cierta confusión. La idea en sí de que existió una antecesora de la que todos hemos heredado nuestras mitocondrias no es exactamente una hipótesis, sino más bien un hecho matemático. Necesariamente tuvo que existir. Y si nos remontamos más atrás en el tiempo llegaremos a la conclusión de que existió una Mamífera Mitocondrial, de la cual hemos heredado la mitocondria todos los mamíferos. Sin embargo, esto no aporta ninguna información nueva. La razón por la que la hipótesis de Eva ha revolucionado nuestra idea del origen del hombre se basa justamente en la fecha en la que se estima que dicha mujer existió: entre 100.000 y 200.000 años (aunque a medida que los métodos se van refinando la fecha se acerca más al presente). El hecho esencial es que si todos los humanos descendemos de una mujer que vivió por entonces, es imposible que el Modelo Multiregional sea cierto. Los humanos actuales no podemos descender de las poblaciones de Homo erectus que salieron de África hace 1.8 millones de años, sino de un grupo reducido que debió surgir hace sólo cien o doscientos mil años.

Otra observación importante, el título de Eva Mitocondrial es ‘concedido’ en retrospectiva. Cuando ella nació no era la Eva Mitocondrial, sino que ésta debía ser una mujer que vivió en un periodo muy anterior. Además, nuestra Eva no estaba sola. Con seguridad debió haber muchos otros hombres y mujeres coetáneos, pero por alguna razón los demás linajes mitocondriales que existían entonces no han llegado hasta hoy. Por otro lado, el ‘título’ puede cambiar de manos. Si se produjese una hecatombe mundial que aniquilara a la mayor parte de los humanos excepto, por ejemplo, a una señora de Arnedillo y sus tres hijas (junto con algunos hombres), para los descendientes de este pequeño grupo, la Eva Mitocondrial sería la señora de Arnedillo, puesto que ésta sería la antepasada más reciente del cual todos los habitante de la Tierra habrían heredado la mitocondria. Por último, la Hipótesis de Eva Mitocondrial nos da una estimación de cuándo vivió esta mujer, pero no nos dice nada sobre qué aspecto tenía. En cambio, los datos apuntan claramente a que debió vivir en África.

Cuando Alan Wilson y sus colaboradores analizaron el DNA mitocondrial de más de 200 individuos procedentes de todo el planeta, llegaron a dos conclusiones importantes. La primera fue que, en conjunto, todas las mitocondrias analizadas eran bastante similares. La variación media entre las secuencias era de aproximadamente el 0.2%. Esto indica que los humanos actuales somos sorprendentemente similares. De hecho más similares que, por ejemplo, dos subespecies de gorila separados por unos cuantos cientos de kilómetros. El segundo descubrimiento tiene que ver con el origen geográfico. En general, y con una importante excepción, no se encontró una relación clara entre la procedencia geográfica de las muestras y la similitud del DNA. Por ejemplo, una muestra europea podía encontrarse muy próxima a una africana o a una asiática. Sin embargo, cuando los resultados fueron analizados por un programa informático y pudo construirse el ‘árbol’ que situaba a cada muestra en función de su similitud con las otras, lo que apareció fue realmente increíble. El programa colocaba todas las muestras en dos grupos claramente separados. El primero contenía la mayor parte de las muestras y era ‘multirracial’. El segundo grupo sólo contenía siete pero todas ellas eran de origen africano. Además, las muestras de este segundo grupo mostraban una gran divergencia entre ellas. En conjunto, estos datos indican que todos los humanos formamos un grupo relativamente homogéneo que se originó en África. En una etapa posterior, un grupo particular emigró a otros continentes, mientras que los otros siguieron allí. Por esta razón, todos los humanos no africanos (y algunos africanos) descienden de esta oleada de ‘emigrantes’. Al mismo tiempo, algunos de los linajes mitocondriales anteriores continuaron evolucionando en África. Por ejemplo, los ¡kung del Kalahari se encuentran en estas ramas más antiguas del árbol genealógico. Esto es particularmente interesante, ya que algunos lingüistas creen que las lenguas habladas por estos pueblos, pertenecientes a la denominada familia koishan, son también las más ‘antiguas’.

A pesar de todos los conflictos que ha ocasionado esta hipótesis, ha ido ganando terreno en los últimos años, hasta constituir el punto de vista mayoritario, aunque no es imposible que se revise en el futuro. No obstante, esta teoría parece que pisa un terreno bastante firme. Además, los datos que la avalan no provienen únicamente de la mitocondria. El hallazgo de nuevos fósiles sugiere que los primeros humanos modernos aparecieron en Etiopía y que éstos convivieron durante largo tiempo con poblaciones de neanderthales en Europa y de erectus en Asia. Claramente, la hipótesis de la Eva Mitocondrial ha cambiado nuestro relato sobre lo orígenes del hombre moderno, el cual podría quedar más o menos así:

Homo erectus apareció hace 1.8 millones de años y se extendió por Asia y Europa. En este último lugar, evolucionó hasta el Hombre de Neanderthal, el cual tenía un cerebro de tamaño similar (o incluso superior) a los humanos actuales y logró sobrevivir en las durísimas condiciones europeas durante el último periodo glaciar. No obstante, los humanos actuales NO somos descendientes directos de los neanderthales ni de los erectus asiáticos, sino de una población que surgió en África hace unos 100.000-200.000 años. Esta especie, Homo sapiens propiamente dicho, se expandió rápidamente por todo el planeta. Hace 60.000 años ya había ocupado Asia y hace unos 40.000 (tal vez antes) Australia. Se supone que llegó a Europa hace unos 35.000 años y a América unos 12.000 (tal vez antes). Parece seguro que la nueva especie reemplazó a las otras especies del género Homo que encontró en su camino: erectus en Asia y neanderthal en Europa. La hipótesis del desplazamiento ha encontrado apoyo últimamente en ciertos estudios, donde se ha logrado aislar y analizar DNA mitocondrial procedente de fósiles neanderthales. Estos estudios indican que el linaje de éstos no ha contribuido al acervo genético de los humanos modernos. En definitiva, los neanderthales no fueron nuestros padres, sino nuestros tíos lejanos y tal vez deberían reclasificarse en una especie distinta: Homo neanderthalensis y no en una subespecie (H. sapiens neanderthalensis) como se hacía en principio.

Primeras palabras (y 2)

Es posible que la pregunta verdaderamente interesante no sea qué vino antes, si el gesto o la palabra, sino cuál es el origen del sistema de referencia simbólico que forma el verdadero núcleo del lenguaje, sea este oral, escrito o gestual. Como cabía esperar, no podemos responder a esta pregunta por el momento y ni siquiera abundan las hipótesis, por leves y especulativas que estas sean. Uno de los pocos investigadores que se han atrevido a formular una es Terrance Deacon, de la Universidad de Boston, en su libro “The symbolic species”. Merece la pena considerar esta hipótesis, a pesar de su autor deja muy claro que la evidencia en la que se basa es terriblemente tenue.

Según Deacon, el sistema de referencia simbólico surgió como respuesta al conflicto social y sexual, ya mencionado, que se le debió presentar a Homo habilis en su adaptación a la sabana abierta. Para este investigador, no es una casualidad que el aumento del cerebro, la desaparición del dimorfismo sexual, la fabricación de las primeras herramientas de piedra y el aumento de la importancia de la caza se produjera básicamente al mismo tiempo. A riesgo de parecer pesado, volvamos a plantear este nudo gordiano de la evolución humana. Las ventajas de una mayor capacidad mental y del completo bipedalismo llevaron al problema cabeza-pelvis, y a su vez, la resolución de este problema hizo que los bebés humanos requirieran grandes cuidados y recursos para sobrevivir los primeros años. La solución a este segundo problema era la cooperación de los miembros de la pareja para sacar adelante a las crías. Pero para que dicha cooperación fuera ventajosa y pudiera ser objeto de selección tienen que darse ciertas condiciones. Para el hombre lo más importante era tener una razonable certeza sobre la paternidad de los hijos en los que va a invertir tiempo y esfuerzo. La mujer no tenía, obviamente ese problema, pero en cambio ‘necesitaba’ una garantía de que los recursos en forma de alimento y protección se materializasen durante el largo periodo en el que los niños representan una carga importante. De nuevo, esto no quiere decir literalmente que los implicados llegaran a ‘pensar en estos términos’, lo que quiere decir es que los hombres que descuidaban a su progenie y las mujeres que no recibiesen los recursos necesarios, se encontraban en desventaja reproductiva, por lo que se acabaron seleccionando aquellas características psicológicas que propiciaran que esto no ocurriera. Con estos datos en mente, la solución más sencilla para Homo habilis hubiera sido la formación de parejas aisladas que defendieran un territorio, tal como hacen muchas especies de aves. Sin embargo, es difícil pensar que esto pudiera funcionar en las condiciones a las que se enfrentaban.

Al mismo tiempo, la adaptación a la sabana abierta probablemente exigió un aumento del tamaño del grupo. El cambio de una dieta vegetariana a otra donde la carne era importante, trajo la necesidad de desarrollar estrategias colectivas de caza. Cómo si no iban los indefensos humanos a hacer frente a depredadores como el león y abatir presas como el ñu. Muy probablemente, actuando en grupo, utilizando herramientas y aplicando su creciente capacidad mental para ‘romper’ las estrategias defensivas de otras especies. Así pues, los primeros humanos necesitaban una especie de ‘compromiso’ económico y sexual entre los miembros de la pareja, que fuera compatible con la cohesión general del grupo. Y la solución a este complicado cúmulo de problemas, según Terrence Deacon, fue el desarrollo de un sistema de referencia simbólica basado en el ritual.

Naturalmente, a lo que se está refiriendo este investigador es al esqueleto de lo que se conoce universalmente como la institución del matrimonio. Una institución que existe en todas las sociedades conocidas, aunque las formas y términos concretos varíen notablemente. En esto Deacon se acerca a las posiciones de los antropólogos tradicionales, como Levi-Strauss, los cuales reconocieron el carácter central de los vínculos matrimoniales en muchas sociedades. Después de todo, el matrimonio contiene una promesa de comportamiento futuro, en cuanto a la provisión de recursos y al acceso sexual, y determina qué acciones serán consideradas ‘inaceptables’ y darán lugar al rechazo o castigo. Este compromiso, que atañe no sólo a los miembros de la pareja sino a todo el grupo, es muy difícil de realizar si no es mediante un sistema de referencia simbólica. Al unir un determinado acto físico con un compromiso de comportamiento futuro, los primero humanos estarían dando el primer salto entre lo ‘concreto’ y lo ‘abstracto’ que caracteriza a este sistema de referencia.

Según Deacon, el ritual del matrimonio permitió ‘marcar relaciones sexuales exclusivas, de forma que todo el grupo pudiera reconocerlas’. Por tanto, la idea de ‘pareja’ implicaría un conjunto de promesas sobre comportamientos futuros dentro de un contexto; en definitiva una especie de ‘contrato social’, cuya representación se lograba mediante un ‘símbolo’ y que representaba una solución a un problema reproductivo en unas condiciones ecológicas nuevas y difíciles.

Es evidente que cualquier ritual contiene la esencia de la representación simbólica. Por ejemplo, cuando los jefes de dos tribus de nativos americanos se fumaban la ‘pipa de la paz’ estaban realizando una promesa de no agresión. La relación entre el signo (fumar) y el referente (la conducta futura) es puramente arbitraria y no puede deducirse a partir de una ‘similitud’ o de una ‘correlación’ previa entre ambas. La falta de similitud es evidente ¿qué tiene que ver el hecho de fumar ahora con la no-agresión en el futuro? Tampoco estas acciones están unidas por una coincidencia espacio-temporal. Dos tribus pueden fumar la pipa de la paz por vez primera, ya que el significado de está acción se basa en un acuerdo ‘a priori’sobre la relación entre ambos hechos.

La idea es, sin duda, interesante, sobre todo porque no nos sobran las hipótesis alternativas. Sin embargo, hay que reconocer que deja muchas cosas en el aire. Entre el desarrollo de una especie de ‘ritual’ de matrimonio y el lenguaje que empleamos para comunicarnos parece existir un verdadero abismo. No cabe duda de que en algún momento de nuestra evolución nuestros antecesores pillaron el truco simbólico, y esto desencadenó una avalancha de cambios y consecuencias. Lo que no podemos saber es si esto se produjo a consecuencia del conflicto mencionado o por otras razones. De momento no es más que una hipótesis, a la que podríamos llamar humorísticamente Hipótesis del sí quiero.

Laureano Castro y Miguel Angel Toro, del Instituto Nacional de Investigaciones Agrarias y Alimentarias de Madrid, han desarrollado una teoría relacionada, a la que podríamos llamar la Hipótesis del No. Según estos investigadores, la capacidad de imitación es una condición necesaria, pero no suficiente, para que pueda producirse la transmisión cultural. Una característica que habría facilitado extraordinariamente este proceso es la capacidad de los padres de condicionar la conducta de sus hijos expresando su aprobación o desaprobación. El invento de la negación habría permitido a los padres ancestrales modificar la conducta de sus hijos, lo cual abriría la puerta para la transmisión de conocimientos por vía cultural. No puede dudarse que un mecanismo así haría mucho menos costoso el proceso educativo. Curiosamente, los chimpancés no parecen haber desarrollado esta capacidad, aunque son buenos imitadores (aunque mucho peores que los humanos). Así pues, la primera palabra que nuestros antecesores pronunciaron debió ser ‘no’ (aunque la teoría sería igualmente aplicable a un gesto de negación) e iba dirigida a sus retoños.

A pesar de lo sugestivo de estas teorías, no podemos saber cuál es el origen del sistema de representación simbólico que caracteriza el lenguaje de los humanos. No obstante, es fácil imaginar que una vez éste se hubiera desarrollado habría ejercido profundos cambios en la vida social y en las posibilidades de supervivencia de los primeros humanos. A partir de ahí, el lenguaje y la transmisión cultural habrían ido ‘de la mano’ de los cambios genéticos que condicionaban un uso más eficaz del propio lenguaje y la cultura. Esto es, el lenguaje y el cerebro (y otras partes de la anatomía) habrían entrado en un proceso de co-evolución, que nos ha llevado a convertirnos en los que somos.

Esto nos lleva a pensar en una dinámica evolutiva entre procesos sociales y biológicos, que constituye el verdadero núcleo del enfoque ‘evolucionista’, y que sustituye a la idea simplista, trasnochada y definitivamente errónea de Naturaleza vs Crianza. Una vez que se hubiera producido el primer rudimento de habilidad simbólica, la selección habría podido actuar sobre aquellos individuos con mayores capacidades en este sentido. Aunque el primer lenguaje fuera muy simple y, posiblemente se pareciera muy poco a lo que conocemos ahora, es fácil pensar que los que poseyeran esta habilidad tendrían ventajas reproductivas dentro del grupo. Los individuos con mayor capacidad lingüística estarían en una posición mucho mejor para establecer alianzas, para transmitir información útil, para organizar estrategias colectivas de caza, etc… Aunque se tratase de un lenguaje muy simple, podemos pensar que aquellos que fueran incapaces de pillar el truco simbólico estarían en franca desventaja con respecto a los individuos más articulados.

Una vez que los humanos entraron en este callejón evolutivo no era fácil dar marcha atrás. La selección de la habilidad simbólica debió ser el motor de la expansión del cerebro, en particular de la corteza prefrontal que parece ser el asiento de las capacidades mentales ‘superiores’. De aquí se derivarían otras capacidades mentales que contribuirían a reforzar el proceso, tales como la propensión al mimetismo vocal, el análisis automatizado de fonemas, el control de los músculos implicados en el habla y, finalmente el cambio en la posición de la laringe, que permite a los humanos emitir una gran variedad de sonidos. Los estudios de los fósiles demuestran que este ‘descenso’ en la posición de la laringe se había producido ya hace unos 300.000 años. La razón más simple y convincente para explicar este cambio es, obviamente, el desarrollo del lenguaje.

Aunque suele pasarse por alto este aspecto, la idea de co-evolución entre lenguaje y cerebro implica que los cambios se produjeran en los dos sentidos. Por una parte se estarían ‘seleccionado’ aquellos cerebros con más capacidad lingüística (hablando con propiedad, se seleccionarían genes que condicionasen esto último). Por otra parte, se habrían ‘seleccionado’ aquellos lenguajes que pudieran ser aprendidos por los nuevos cerebros de cada generación. En definitiva, las características sintácticas de los lenguajes tuvieron que adaptarse a las mentes de los nuevos hablantes, porque de lo contrario éstos no habrían aprendido a hablar y no hubieran transmitido este rasgo cultural, que es el lenguaje, a las generaciones posteriores. Según este punto de vista, las sintaxis de los lenguajes actuales habría sido el resultado de una especie de criba realizada por los cerebros de los nuevos hablantes de cada generación. Aunque esta proposición está enunciada de una forma un tanto vaga, nos proporciona un principio de explicación para uno de los aspectos más controvertidos de la hipótesis de Chomsky. Las reglas gramaticales no tendrían por qué ser innatas y, por tanto no hay que buscarlas en determinadas ‘estructuras neuronales’; sino que éstas serían un una especie de invento, un artefacto cultural con la importante propiedad de no resultar contra-intuitivo para los cerebros humanos. Hay que señalar que esta alternativa a la idea de Chomsky, tan sólo representa una variante sutil de la misma, ya que sigue suponiendo que el cerebro dispone de circuitos innatos que permiten a los humanos aprender con facilidad el lenguaje; cosa que les resulta extremadamente difícil, si no imposible a nuestros parientes los chimpancés.

Primeras palabras

A pesar de la gran incertidumbre que inevitablemente existe sobre este tema, la mayoría de los expertos considera probable que la evolución del lenguaje arrancase justamente con la aparición de los primeros Homo y coincidiendo con la mencionada expansión en el tamaño del cerebro. Es un hecho cierto que las palabras no dejan fósiles, ni tampoco el cerebro que las pronunció. Lo único que tenemos son fósiles de algunos cráneos, los cuales contuvieron en su día un cerebro que (acaso) fue capaz de utilizar el lenguaje. La evidencia es muy indirecta y deja un inmenso espacio para la interpretación (y el conflicto). Sin embargo, a partir de algunos de estos cráneos los científicos han sido capaces de identificar las huellas correspondientes a las áreas de Broca y Wernicke, esos pequeños ‘bultos’ del cerebro que parecen jugar un papel preponderante para la ejecución del habla. Según Phillip Tobias y Dean Falk, dos de los especialistas más prestigiosos en este campo, un fósil de Homo habilis denominado KNM-ER 1470, presenta signos claros del desarrollo de estas dos áreas del cerebro; y sin embargo, estos signos no aparecen en los cráneos de los australopitecinos.

Es posible que Homo habilis hubiera desarrollado un lenguaje, aunque seguramente era más simple que el de los humanos modernos. Sin embargo, esto no implica necesariamente que habilis hablara con palabras. Puede que se comunicase con gestos. La teoría de que el lenguaje fue inicialmente gestual, o una mezcla de gestos y palabras, para derivar posteriormente en el lenguaje predominantemente oral que nos caracteriza tiene unos cuantos adeptos. En particular, el lingüista Michael Corballis ha hecho una minuciosa exposición de esta teoría en su libro “From Hand to Mouth”.

Los partidarios del origen ‘gestual’ del lenguaje utilizan varios argumentos para justificar su teoría. En primer lugar, los chimpancés no tienen ‘vocalizaciones referenciales’ como las de los macacos verdes, y en cambio utilizan un amplio repertorio de gestos. Otro argumento se basa en las ‘afasias’ provocadas por lesiones en el área de Broca. Curiosamente, los pacientes sordomudos que sufren lesiones en este punto tienen problemas para ‘hablar’ en lenguaje de gestos, lo que indica que esta área está implicada en el procesamiento del lenguaje, independientemente de que éste se realice mediante gestos o palabras. Estos autores señalan que, aunque minoritarios, existen algunos lenguajes ‘naturales’ basados en gestos, como los que empleaban los nativos de Norteamérica; y que son tan ricos y complejos como los que emplean palabras habladas.

Más aun, la teoría del origen gestual del lenguaje resuelve el llamado ‘problema de referencia’, el cual resulta difícil de explicar si las palabras hubieran sido utilizadas en primer lugar. Este ‘problema’ consiste en que las palabras contienen signos arbitrarios, que no se parecen en nada a los objetos a los que hacen referencia. Con pocas excepciones, resulta imposible encontrar un ‘sonido’ que corresponda con un objeto dado y que tal conexión pueda ser entendida, si no existe un acuerdo ‘previo’ sobre la relación entre ambas cosas. Excepto con las onomatopeyas, resulta casi imposible emitir un sonido que ‘represente’ claramente a un objeto. Si los gestos hubieran sido empleados originalmente como signos, este problema de referencia es menor, debido a dos razones. En primer lugar, podemos aludir a los objetos corrientes mediante el procedimiento de señalarlos. Esto proporciona una forma inmediatamente inteligible de ‘nombrar’ objetos (admitiendo que sólo es utilizable para aquellos que se encuentren a la vista). Por otra parte, los verbos son mucho más fáciles de representar mediante gestos, ya que casi siempre es posible realizar un ‘pantomima’ que represente la acción, de forma que sea entendible sin necesidad de que haya un acuerdo previo sobre el significado. Utilizando la terminología de Pierce, diríamos que los gestos permiten hacer representaciones ‘icónicas’ de muchos verbos. Considerando ambos hechos, parece plausible que el gesto constituyera un medio más adecuado para el lenguaje original. Por otra parte, no hay ninguna razón para excluir la posibilidad de que este lenguaje inicial estuviera formado por una mezcla de gestos y vocalizaciones. En alguna etapa posterior los gestos perderían fuerza en favor de las palabras, aunque en la actualidad el habla normal siga empleando ambas. Podríamos decir, en broma, que el lenguaje tuvo que evolucionar de ‘la mano a la boca’ para que los humanos pudiéramos hablar por el móvil.

Los Primeros humanos (y 2)

Curiosamente, los dos factores fundamentales de hominización, la posición erguida y el tamaño del cerebro, debieron entrar en conflicto en un momento dado, generando a su vez otros cambios importantes. Recordemos que el bipedalismo requiere una cierta re-organización del cuerpo para funcionar. Notablemente, el paso a la posición erguida requiere cambios en la forma de la pelvis, lo que se traduce en una menor anchura del canal pélvico; una pelvis más estrecha significa un parto más difícil. Esto no debía ser un problema grave entre los australopitecinos, ya que el tamaño del cerebro de las crías era también pequeño. Pero cuando el cerebro empezó a aumentar, debido a la mayor demanda de ‘poder mental’, el problema debió agudizarse. En sentido figurado, podríamos decir que la selección natural se encontró con un problema. Por un lado, resultaba favorable tener un cerebro grande y por otro, resultaba imposible parir a las crías con semejante cabezón. También en sentido figurado, podríamos decir que la selección natural lo ‘resolvió’ de la siguiente forma. Las crías de los primeros humanos nacían con una cabeza tan grande como era posible, dentro de los límites marcados por la abertura de la pelvis. Y el resto del desarrollo del cerebro tenía lugar después del parto. Esto explica dos características peculiares de los humanos actuales: que el parto sea difícil (comparado con otros mamíferos) y que los bebés humanos sean mucho más desvalidos que los de especies relacionadas. Para que un bebé humano fuera equivalente en sus ‘capacidades’ al nacer a uno de chimpancé, tendría que pasar 17 meses en el útero, y habría que practicarle obligatoriamente la cesárea (una opción que no estaba disponible entonces). En definitiva, el conflicto entre el problema del parto y la necesidad de un gran cerebro debió aumentar espectacularmente las necesidades de cuidados parentales, con objeto de que estas (inusitadamente) torpes criaturas tuvieran alguna opción de crecer y reproducirse. Y esto trajo consigo otros cambios.

La prolongada lactancia y la dificultad de criar a la prole explica otra de las características más peculiares de la especie humana, ya comentada, y que no se da entre las especies más próximas a la nuestra: la necesidad de que los machos contribuyan a esta crianza, aportando recursos y protección. De aquí debió surgir la constitución de la ‘pareja’ como elemento característico de nuestra especie. Recordemos que los machos de chimpancé no contribuyen en nada al cuidado de su prole, en buena parte porque los machos individuales no pueden estar seguros si una cría dada es suya o no (sigo hablando en sentido figurado; esto no quiere decir literalmente que un chimpancé macho tenga que tener el concepto de paternidad). Al mismo tiempo, la disminución de la poligamia debió contribuir a equilibrar el tamaño corporal de ambos sexos. Por una parte, a los machos ya no les resultaba tan ventajoso monopolizar a muchas hembras porque no podían generar los suficientes recursos alimenticios para contribuir a su alimentación y las de sus hijos. Por otra parte, para las hembras debía ser ventajoso un tamaño corporal grande para facilitar el parto. Existen buenas razones para creer que el mencionado conflicto ‘cabeza-pelvis’ originó una cascada de cambios esenciales en nuestra evolución como especie y contribuyó a perfilar numerosos aspectos de nuestra psicología, tales como la (relativa) tendencia a la monogamia o las preferencias innatas en la elección de pareja.

La aparición de la ‘pareja’ como ‘institución’ debió producirse en paralelo a otro proceso no menos importante: el aumento del tamaño y cohesión del grupo. El carácter ‘desvalido’ de los primeros humanos en la sabana abierta debió hacer de la vida social un elemento particularmente importante en la supervivencia. Es lógico pensar que nuestros antecesores tuvieran que actuar de forma coordinada para defenderse de animales más grandes y fuertes, así como para llevar a cabo estrategias colectivas de caza o recolección. Muchos etólogos y antropólogos evolutivos han argumentado que la vida social impone a los individuos una fuerte demanda de ‘capacidad mental’ para sacar el máximo partido de un ambiente donde hay una fuerte competencia por alimentos y privilegios reproductivos. Según este argumento, los individuos con gran ‘inteligencia social’ serían capaces de formar alianzas ventajosas (o desertar ventajosamente) y de cooperar o engañar a otros individuos según lo requirieran las circunstancias. Esta ‘inteligencia maquiavélica’ habría conferido una ventaja reproductiva a los que la tuvieran y por eso la hemos acabado heredando nosotros, aunque las ventajas reproductivas que en la actualidad nos pueda ofrecer sean dudosas.

La crianza en parejas es algo relativamente normal; casi todas las aves la practican. Lo que es excepcional en los humanos es la doble necesidad de formar parejas estables dentro de grupos sociales más amplios. Esta situación debía ser particularmente conflictiva para nuestros antecesores; de hecho, sigue siéndolo para nosotros en la actualidad ¿Cómo se resolvió este nuevo conflicto entre el grupo y la pareja? Seguimos sin saberlo, aunque se ha aventurado alguna hipótesis, pero para poder entrar en ello tenemos que regresar a la cuestión del lenguaje.

Los primeros humanos


Hace 2.5 millones de años, el clima de la región africana donde habitaban los australopitecinos comenzó a cambiar haciéndose más árido. La sabana arbolada, a la que con tanto éxito se habían adaptado, se fue reduciendo, dando lugar a una sabana abierta, con arbustos pero sin árboles. Indudablemente, este cambio debió afectarles muy gravemente, ya que en este nuevo ambiente debieron encontrarse totalmente a merced de los depredadores. Ya no había un árbol cerca donde subirse en caso de peligro, y no podían correr tan rápido como un león o un grupo de hienas, ni tampoco hacerlos frente ¿Cómo pudieron sobrevivir? Es posible que fueran capaces de utilizar palos y piedras como armas, aunque no tenemos pruebas directas de que esto ocurriera. En ocasiones, se ha visto que los chimpancés pueden hacer estas cosas. En cualquier caso, las nuevas condiciones debieron imponer una fuerte ‘presión selectiva’ que permitiera la adaptación a este mundo nuevo y extraño.

Sin embargo, no todas las zonas de sabana arbolada desaparecieron, y en las que quedaron siguieron habitando los australopitecinos durante mucho tiempo. Tampoco puede dudarse que muchas poblaciones no lograron adaptarse a las nuevas condiciones y se extinguieron. Sin embargo, algunas se adaptaron y los cambios que dio lugar esta adaptación trazaron la senda hacia la aparición del hombre. A estas primeras especies pertenecientes al género Homo, las denominaremos colectivamente Homo habilis, aunque el nombre es con seguridad incorrecto, ya que se trata de varias especies y su filogenia todavía no está claramente establecida.

Los cambios que se observan en el registro fósil correspondiente a esa época son rápidos y fundamentales. En primer lugar, se observa el mayor incremento en el tamaño del cerebro. En segundo lugar, el dimorfismo sexual disminuyó desde el 50% típico de los autralopitecinos hasta cerca del 15% que existe en la actualidad. En tercer lugar, se produjo un cambio notable en la dentición, apreciándose una disminución del tamaño de los molares. Además, se observa un acortamiento de los brazos y un alargamiento de las piernas ¿Qué significan todos estos cambios? A ciencia cierta, no lo sabemos, pero los expertos han construido un escenario ‘razonable’, aunque especulativo. Veamos.

La desaparición del bosque debió suponer un cambio mucho más radical que el paso de la selva tropical a la sabana arbolada. Cabe pensar que la adaptación se produjo fundamentalmente en dos direcciones: hacia un completo bipedalismo y hacia un aumento del tamaño del cerebro. En ausencia de árboles, las ventajas del bipedalismo son evidentes. Esta forma de desplazamiento permite cubrir distancias mucho más largas en campo abierto. Además, la posición erguida permite ‘ver más lejos’ en un terreno despejado y estar sometido a una menor insolación. Finalmente, libera las manos para otros usos –significativamente, para utilizar palos y piedras como armas. No obstante, el cambio esencial hacia la posición erguida ya se había producido en los australopitecinos.

El cambio más importante radica probablemente en el aumento del tamaño del cerebro. Las ventajas potenciales que se derivarían de una mayor capacidad mental son, en principio, numerosas. Por ejemplo, podría haber permitido a los primeros humanos recorrer un terreno más amplio, ya que se necesita memoria y sentido de la orientación para encontrar la comida y poder ‘regresar’. Sin duda, una mayor capacidad mental es necesaria para el uso y fabricación de herramientas. Las primeras herramientas de piedra que han llegado hasta nosotros fueran fabricadas por Homo habilis. Hay una gran diferencia entre emplear un palo como bastón, como a veces hacen los chimpancés, y fabricar expresamente un instrumento cortante golpeando dos piedras. La segunda acción exige planificación, capacidad de abstracción y enorme destreza manual.

Por otra parte, un cerebro grande también tiene inconvenientes. En primer lugar, gasta mucha energía. Aunque sólo representa el 2% del peso del cuerpo, el cerebro gasta el 20% de la energía en reposo. En definitiva, un buen cerebro es útil pero sale caro. Es razonable que la selección natural no favoreciera el aumento del cerebro entre los chimpancés o los australopitecinos, debido a los costes que ello apareja. Sin embargo, es posible que en las nuevas y duras condiciones a las que se enfrentaban los primeros hombres, las ventajas derivadas de tener un cerebro mayor sí fueran los bastante grandes como para compensar los inconvenientes.

Dos factores han sido propuestos como los cambios claves en este proceso de transición: el uso del fuego y el paso de una dieta vegetariana a otra omnívora, donde la caza jugara un papel importante. En ambos casos, las hipótesis son muy controvertidas, sobre todo porque no están claras las fechas en que estas actividades se originaron y muchos investigadores piensa que no se produjeron sino muy posteriormente. Es plausible que el manejo del fuego fuera un elemento esencial en la ‘conquista’ de la sabana abierta, ya que habría permitido mantener a raya a muchos depredadores nocturnos, sustituyendo así al refugio que proporcionaban los árboles. El inicio de la caza en este periodo ha sido otra fuente de discusión entre los expertos. Algunos científicos se inclinan a pensar que Homo habilis era capaz de abatir presas de buen tamaño y que, justamente, las nuevas demandas derivadas de esta actividad habrían sido el motor de subsiguientes cambios evolutivos. Los partidarios de la ‘hipótesis del cazador’ argumentan que hace falta un cerebro muy grande para seguir los rastros de otros animales y para coordinar la caza dentro de un grupo de individuos. Por otra parte, la disminución de los molares podría reflejar este cambio en la dieta. En cambio, otros investigadores argumentan que eran, a los sumo, cazadores oportunistas y carroñeros, y que los cambios en la dentición pueden explicarse en función del manejo del fuego, que habría permitido ablandar alimentos recolectados de origen vegetal.

Aunque no podemos estar seguros de la fecha exacta en que se produjeron todos estos cambios, es razonable pensar que este proceso ya se había completado con la aparición de Homo erectus, hace unos1.9 millones de años. Esta especie resultó ser extraordinariamente exitosa y fue capaz de salir del continente africano y extenderse por Asia y Europa, por lo que podemos considerar a erectus como el ‘primer turista’. Existen pocas dudas de que esta especie llegara a dominar el fuego y a ella se asocia la primera gran industria de herramientas de piedra, denominada achelense.

De ‘Cheetah’ a ‘Lucy’ (y 3)

Es posible simplificar evolución de los primates hasta el hombre en cinco etapas. La primera, acaecida entre 4 y 8 millones de años, podría denominarse la ‘etapa de la selva tropical’ y su protagonista fue un animal seguramente parecido al actual chimpancé. En la segunda etapa, hace unos 4 millones de años, este animal se adaptó a un habitat de ‘sabana arbolada’, algo más seco, y dio lugar a los diferentes australopitecinos. En la tercera etapa (2,4 millones de años A.D.) una de estas especies debió adaptarse a un habitat aun más árido, la ‘sabana sin árboles’, dando lugar a las primeras especies del género Homo, posiblemente las primeras criaturas que fabricaron herramientas de piedra. En la cuarta (hace 1.8 millones de años), surgió una nueva especie, Homo erectus, que salió por primera vez del continente africano y se extendió por Asia y Europa. La quinta etapa (hace 200.000-100.000 años) corresponde a la aparición de individuos anatómicamente indistinguibles a nosotros mismos. Veamos este proceso con cierto detalle.

Los humanos pertenecemos a la familia de los homínidos, junto con el chimpancé, gorila y orangután, cuyas características y vida social ya hemos visitado. La fecha de separación con el chimpancé se estima en 5-8 millones de años. La separación con el gorila debió producirse hace 7-9 millones de años y con el orangután, alrededor de 12. Sabemos muy poco (por no decir nada) sobre el antecesor que tenemos en común con el chimpancé. El principal problema es que no se ha encontrado ningún fósil correspondiente a este periodo, así que lo que podamos pensar de esta criatura ancestral es esencialmente especulativo. La ausencia de fósiles sugiere que dicho animal debió habitar selvas tropicales, un medio muy poco favorable para la conservación de huesos. De hecho, no se ha encontrado ningún fósil de los antecesores del chimpancé. Por tanto, es razonable suponer que este animal, a diferencia de nosotros, ha permanecido siempre asociado a bosques tropicales, por lo que sigue siendo razonable suponer que ha cambiado poco en todo este tiempo. De manera que la hipótesis más creíble de la que disponemos sobre nuestro antecesor común es que era un animal bastante parecido al chimpancé actual.

Siguiendo esta línea de razonamiento, este animal debió vivir en África, pues no cabe duda que este continente sea la cuna de Humanidad. Probablemente era vegetariano, y no debía usar herramientas de manera extensiva, dado que los chimpancés las utilizan de forma muy limitada. Seguramente, nuestro antecesor era un animal social y posiblemente y se distinguía de los humanos modernos por la ausencia de cuidados ‘paternos’ hacia la prole.

El primer paso hacia la hominización dio lugar a un grupo de criaturas a las que podemos aplicar la denominación general de australopitecinos, ya que el género más característico es Australopithecus. Aunque se han descrito varios géneros y un buen número de especies, podemos omitir los detalles y referirnos a ellos en conjunto. Los australopitecinos aparecieron hace aproximadamente 4 millones de años y se extendieron por el Sur y el Este de África. A juzgar por los fósiles, su aspecto debió ser bastante similar al de los actuales simios, excepto en un detalle importante: caminaban relativamente erguidos. En cambio, su capacidad craneal no era mucho mayor que la del actual chimpancé y no se han conservado restos de herramientas de piedra.

El hecho de que animales básicamente simiescos, caminasen erguidos resultó una sorpresa para muchos paleontólogos. La hipótesis prevalente, antes de que se encontrasen estos fósiles, era que la posición erecta había sido el cambio determinante en la formación de la Humanidad. Sin embargo, transcurrieron unos dos millones de años antes de la aparición de las primeras especies del género Homo. Durante todo este tiempo, los australopitecinos continuaron caminando erguidos y comportándose –probablemente- como simios. Los australopitecinos se escindieron en dos ramas evolutivas; una de mayor tamaño y grandes mandíbulas, denominada ‘robusta’ y otra similar pero de menor tamaño, denominada ‘grácil’. A partir de esta última evolucionaron los primeros humanos.

La idea más aceptada en la actualidad para explicar este cambio se basa en que una población de simios consiguió adaptarse a un habitat de sabana arbolada. Visto en retrospectiva, este cambio no era tan difícil. La anatomía de los brazos y piernas sugiere que estas especies seguían dependiendo en buena medida de los árboles para refugiarse de los depredadores, pero parte de su actividad debió transcurrir en el suelo. El chimpancé actual utiliza un modo de desplazamiento que se denomina ‘cuadrúmano’, durante el cual emplea los nudillos para apoyarse en el suelo; esta forma de andar le permite ir bastante deprisa durante un tiempo corto, pero no es muy eficaz para cubrir largas distancias. Está claro que al convertirse al bipedalismo, los australopitecinos obtuvieron una mayor movilidad en campo abierto.

El segundo cambio importante que tuvo que sufrir este grupo atañe a la dentadura. La sabana arbolada les obligó con seguridad a adaptarse a una dieta más fibrosa y posiblemente más variada, que debía incluir raíces y tubérculos. La dentadura de los fósiles indica que eran mayoritariamente vegetarianos y sus molares eran considerablemente más grandes que los de los chimpancés, presumiblemente adaptados a una dieta más dura y difícil de masticar.

En 1974 fue encontrado en Etiopía el esqueleto de una hembra, sorprendentemente bien conservado, a la que se le puso el apodo de ‘Lucy’ porque cuando se descubrieron los restos estaba sonando en el campamento la canción de los Beatles ‘Lucy in the Sky with diamonds’. Este fósil pertenece a una especie de Australophitecus de la rama ‘grácil’ y se ha datado entre 3.5 y 2.8 millones de años. Con seguridad, Lucy es una de nuestras antecesoras. Además se descubrieron en la misma zona los esqueletos de un grupo de individuos de la misma especie, lo que nos ha proporcionado información sobre toda una ‘familia’. Los esqueletos muestran una considerable diferencia de tamaño entre machos y hembras. Este dimorfismo sexual indica que estos animales eran polígamos y que los machos competían por el acceso a las hembras, tal como ocurre en los actuales gorilas.

En resumen, los australopitecinos caminaban erguidos, aunque seguían estando asociados a los árboles; eran vegetarianos, polígamos y probablemente no muy distintos, en su capacidad mental a los simios actuales. Por lo que parece, estos ‘simios de la sabana’ tuvieron un considerable éxito evolutivo, ya que se diversificaron en muchas especies y estuvieron pululando por el planeta unos tres millones de años.

De «Cheetah» a «Lucy» (2)

El propósito de esta serie de posts es hacer un rápido resumen de lo que sabemos en la actualidad sobre el origen del hombre, haciendo énfasis en los factores que posiblemente dieron lugar a la hominización y soslayando un poco la montaña de nombres científicos y detalles paleontológicos. No obstante, antes de empezar se impone discutir una cuestión que, aunque resulte evidente, se olvida con frecuencia:

la evolución humana no empieza en el momento en que nuestro linaje se separa del linaje del chimpancé, sino mucho antes. Nuestro parentesco con los simios se basa en que compartimos un antecesor común en una fecha relativamente reciente, pero todos los mamíferos descendemos de algún animal que vivió hace unos 260 millones de años, y asimismo el antecesor común de todos los vertebrados debió aparecer hace unos 460. Nuestros auténticos ‘primeros padres’ fueron organismos unicelulares que aparecieron hace unos 3.500 millones de años. Esto no es una cuestión puramente retórica, ya que los humanos actuales retenemos características que surgieron en etapas muy tempranas. Por ejemplo, para muchos de los genes que codifican las enzimas básicas del metabolismo es posible encontrar genes equivalentes en las bacterias.

Si nos fijamos en la evolución del cerebro, llegamos exactamente a la misma idea. El cerebro humano no surgió de la nada, sino de la modificación de un cerebro de primate, el cual surgió a partir del cerebro básico de los mamíferos, etc…El neurólogo Paul MacLean ha formulado la hipótesis, controvertida y provocativa, del ‘cerebro triuno’. En esencia, lo que dice este investigador es que el cerebro humano no es uno, sino tres, cada uno de los cuales corresponde a una etapa distinta de la evolución y que, en la actualidad, los tres cerebros operan como si fueran ordenadores interconectados, aunque cada uno conserva su forma particular de inteligencia, memoria y ‘subjetividad’.

El primer cerebro, según MacLean, es el ‘reptiliano’, formado por cerebelo y el bulbo raquídeo. Este cerebro controla muchas de las funciones básicas ‘autónomas’, como el latido del corazón y algunos aspectos básicos de la conducta, como la agresión o el instinto de supervivencia. En los reptiles, este es el cerebro predominante y sólo permite unos patrones de conducta rígidos, siendo el aprendizaje algo relativamente poco importante. El segundo cerebro es el ‘mamífero’ formado por el ‘sistema límbico’. Este nombre, algo pasado de moda entre los neurobiólogos, se refiere a un conjunto de estructuras cerebrales implicadas difusamente en el control de las emociones. Según la hipótesis de MacLean, este cerebro es el que domina muchas de nuestras motivaciones básicas y tendencias instintivas, relacionadas con la alimentación y la conducta sexual. Este cerebro permite etiquetar cualquier información con un sentimiento positivo y negativo, lo cual es esencial para el proceso de toma de decisiones. Naturalmente, el cerebro mamífero se encuentra totalmente interconectado con el tercer cerebro, el cual es específicamente humano (aunque su desarrollo comienza en los primates). El tercer cerebro incluye las cortezas cerebrales y algunas áreas subcorticales, y sería el asiento de la razón y el pensamiento abstracto. La mayoría de los expertos coincide en que muchas de las estructuras presentes en el cerebro humano aparecieron en etapas muy anteriores de la evolución, sin embargo, no está tan claro que pueda hacerse una nítida distinción en los tres ‘cerebros’ que propone MacLean, aunando aspectos fisiológicos, evolutivos y de conducta. En definitiva, esta hipótesis hace una simplificación excesiva, en opinión de muchos neurobiólogos, aunque probablemente útil.

Los primates forman un orden, dentro de los mamíferos, que nos incluye a nosotros, junto con los monos y lemures. Si nos vamos un poco más lejos, nuestros parientes más cercanos son las tupayas, también llamadas ‘musarañas arborícolas’, unas humildes criaturas que habitan en bosques de Sudamérica. Parientes más lejanos, son los llamados ‘lemures planeadores’ de Asia, los cuales poseen un pliegue en la piel que une las extremidades superiores e inferiores, y esto les permite ‘planear’ algunos metros cuando se lanzan desde los árboles. El siguiente orden en cercanía es el de los quirópteros: los murciélagos y vampiros. En general, los primates somos criaturas ágiles y diestras. La mayoría vive en habitats forestales y esto conlleva una posición más o menos erguida y una cierta destreza manual, que permita agarrar firmemente las ramas. Relacionado con esto, ningún primate tiene garras o pezuñas, sino uñas planas y ‘manos’ que permiten la manipulación de objetos. Otra característica de este grupo es la visión binocular y tricomática, esto es, la capacidad de ver en tres dimensiones en una gran parte del campo visual y de distinguir los colores. Se supone que estas características se desarrollaron por las ventajas que ofrecían a la hora de encontrar y recolectar frutos maduros, que seguramente constituían uno de los alimentos fundamentales en este grupo de animales.


De ‘Cheetah’ a ‘Lucy’ (1)

En una bonita tarde de primavera de 1998, me encontraba visitando con mi familia el Zoo de Madrid. Lo de llevar a los niños al Zoo, es una especie de obligación que tienen todos los padres en estos tiempos. A nosotros, estas visitas nos suscitaban sentimientos ambivalentes. Por un lado, no cabe duda que algunos animales se adaptan mal a la cautividad y muestran una conducta extraña y probablemente patológica. Recuerdo un zorro que corría sin parar, trazando un círculo alrededor de su pequeña jaula. No creo que sea caer en el antropomorfismo el pensar que este animal está sometido a un continuo estrés. En cambio, otras especies parecen adaptarse bien a estas condiciones y se comportan con bastante naturalidad. No puedo negar que mis favoritos absolutos son los primates y la razón, evidente, es su conspicuo parecido con los humanos. Aquella tarde nos detuvimos un buen rato en el foso de los macacos. Se trata de un amplio recinto excavado, rodeado por una ría, en el que un grupo numeroso de macacos puede moverse y trepar con bastante libertad. En un momento dado, todos los monos empezaron a aullar, presos de gran excitación. El culpable de este alboroto era un pavo real, de los que pululan libremente por todo el Zoo, el cual se había caído accidentalmente en el foso de los macacos. Éstos reaccionaron con prontitud ante la ‘amenzaza’, de una forma que me pareció inquietantemente humana. Las hembras se llevaron a las crías a la zona más alejada de donde se encontraba el pavo real, mientras que varios machos lo rodeaban y acosaban. Los macacos se comportaban como hampones, aunque mantenían una prudente distancia con el ave. Para entonces, estaba claro que el pobre pavo no tenía ninguna gana de pelear y que si no salía de allí era porque tenía un ala inutilizada. Mientras tanto, los espectadores humanos permanecíamos como hipnotizados ante un espectáculo que podía acabar siendo sangriento. Creo recordar que alguien avisó a los encargados por su teléfono móvil; pero los minutos pasaban sin que nadie apareciera y la situación del pavo real se iba haciendo cada vez más desesperada. El círculo se iba cerrando y los ataques de los macacos, generalmente por la espalda, eran cada vez más frecuentes. Al final, el incidente se saldó sin que hubiera que lamentar daños materiales ni personales. En un desesperado esfuerzo, el pavo real consiguió emprender un torpe vuelo, aterrizando a salvo a pocos metros de donde nos encontrábamos. Acabé la visita francamente impresionado por la coordinación y la cohesión que mostraron los macacos ante lo que, presumiblemente, percibían como una amenaza.

La similitud de aspecto y de comportamiento que existe entre los grandes simios, como el chimpancé, y los humanos es tan notoria que a ningún observador se le puede pasar por alto. De hecho, el propio Linneo colocó al chimpancé dentro del género Homo. Sin embargo, ni al gran naturalista ni a sus predecesores (hasta Darwin) se le ocurrió que la explicación más sencilla de este hecho es que ‘el hombre desciende del mono’, o dicho más correctamente, humanos y chimpancés descendemos de un antecesor común relativamente próximo. Darwin tenía claro que el origen simiesco del hombre era algo que podía deducirse directamente de su teoría de la evolución, y también que este era uno de los aspectos más conflictivos de la misma. Una cosa es aceptar que dos animales, digamos caballo y burro, desciendan de un antecesor común y otra muy distinta es aplicarnos esta misma lógica. De hecho, Darwin soslayó el tema en “On the Origin of the species”, aunque posteriormente lo abordó de manera explícita en “The descendent of Man…”. Naturalmente, la idea fue inicialmente ridiculizada y a la postre, admitida, aunque a regañadientes. Según una anécdota contada muchas veces, poco después de la publicación de este libro, una dama victoriana le comentaba a una amiga: “querida, esperemos que el señor Darwin esté equivocado, pero si no lo está, esperemos que no se entere todo el mundo”.

Sin embargo, hoy podemos estar seguros de que los chimpancés y los humanos tuvimos un antecesor común en un pasado reciente (en términos paleontológicos). La fecha exacta es incierta, pero el consenso entre los expertos se inclina en la actualidad por unos seis millones de años ¿Cómo podemos estar tan seguros? Las pruebas que tenemos son indirectas, ya que no podemos viajar al pasado y grabar un video para ver lo que pasó. No obstante, las pruebas son abrumadoras y no hay nadie en la actualidad que desafíe seriamente esta idea, con excepción de algunos grupos religiosos fundamentalistas. Esta certeza se basa en tres tipos de argumentos.

Primero. La anatomía comparada muestra muy claramente que los humanos somos muy similares a los chimpancés, variando sólo en pequeños detalles, como las proporciones de brazos y piernas, la ausencia de pelo, la posición erguida y el tamaño del cerebro. Si un científico extraterrestre se encargara de ‘clasificarnos’ nos colocaría cerca del chimpancé, tal como hizo Linneo; quizás no dentro del mismo género, pero bastante cerca.

Segundo. El registro fósil nos muestra que han existido formas intermedias entre el hombre y los demás simios, lo que confirma que las características humanas fueron adquiridas gradualmente, a lo largo de varios millones de años. Esta es una prueba muy importante a favor de Darwin, porque cuando formuló su hipótesis estos fósiles no habían sido descubiertos. Podría decirse que la aparición de tales fósiles era una predicción de la teoría evolutiva, la cual se ha cumplido plenamente aunque el registro fósil no sea tan rico y constante como nos gustaría.

Tercero. La Biología Molecular nos permite comparar muchos de nuestros genes con los de las demás especies, por lo que es posible medir el grado de parentesco evolutivo. El resultado coincide en general bastante bien con las expectativas de la zoología y la paleontología (aunque a veces hay ciertas discrepancias). Nuestros genes son muy parecidos a los del chimpancé y bastante (aunque en menor grado) a los de gorilas, orangutanes, etc… Hay que señalar que este tipo de evidencia es totalmente independiente de la que nos suministran los fósiles.

Perros

Hace aproximadamente 15.000 años, los hielos que cubrían gran parte de Europa y Asia empezaron a retroceder debido a un calentamiento global. Naturalmente, esto supuso un gran cambio para todos los seres vivos. Para los humanos no fue un mal cambio. La retirada de los hielos permitió una expansión hacia el Norte de las poblaciones que habitaban justo en los bordes del cinturón de hielo, tales como las del sur de Francia y la Cornisa Cantábrica. Al mismo tiempo, el alargamiento de la estación favorable pudo contribuir a que se formaran asentamientos humanos más o menos permanentes en Europa y Asia. Cabe pensar que este cambio también traería nuevos retos a nuestros antecesores. Por ejemplo, las grandes migraciones de mamíferos, como el caribú, probablemente sufrirían grandes alteraciones, privando a los humanos de un recurso importante y seguro. Por lo que sabemos, fue en aquella época y en algún lugar del Asia Central donde se produjo la domesticación del perro. No podemos estar completamente seguros, pero nuestra mejor hipótesis para explicar lo sucedido se basa en que una población de lobos se domesticó a sí misma, al tratar de aprovechar el alimento de los vertederos humanos.

Los asentamientos humanos semi-permanentes constituían también un vertedero semi-permanente, lo cual debería ser una tentación para animales hambrientos. El lobo es un cazador social, capaz de adaptarse a numerosos hábitats. Es fácil imaginar que estos animales estuvieran siempre merodeando cerca de los poblados a la espera de ‘pillar’ algo de comida. También es fácil imaginar que los humanos los mantuvieran a raya. Los lobos son animales muy agresivos y la convivencia con humanos resulta francamente difícil. En la actualidad, los lobos que viven en cautividad son manejados por cuidadores especializados; los lobeznos tienen que acostumbrarse a la presencia humana antes de que el cachorro abra los ojos, o de otro modo jamás tolerarán su presencia; y a pesar de ello, los cuidadores de lobos siempre tienen alguna cicatriz. En definitiva, no resulta plausible la idea de que algún cachorro de lobo pudiera ser ‘adoptado’ por una tribu humana. A las pocas semanas, la ‘bolita’ de pelo se transformaría en una bestia peligrosa. Las cosas tuvieron que ocurrir de otro modo.

La hipótesis más probable[1] es que una población de lobos comenzara a especializarse en obtener alimento preferentemente de los vertederos humanos, dejando la caza en segundo plano. El proceso es en realidad bastante lógico. Sabemos que la mayoría de los lobos son agresivos y huidizos, pero es razonable pensar que este rasgo presente cierta variabilidad; es decir, algunos lobos serán más confiados y menos propensos a huir. Éstos tendrían alguna ventaja a la hora de aprovechar la comida en los vertederos. Un lobo confiado tarda más en salir huyendo, y cuando lo hace corre menos tiempo, lo cual le hace mucho más eficaz a la hora de aprovechar ese tipo de alimento. En definitiva, la personalidad ‘huidiza’ es buena para el lobo ‘cazador’, ya que disminuye la posibilidad de ser cazado, pero es mala para el lobo `basurero’, ya que disminuye la posibilidad de aprovechar una buena fuente de comida. En esas condiciones, algunos lobos fueron haciéndose más y más mansos, por un proceso de selección natural (o casi natural); y así ocuparon un ‘nicho ecológico’ nuevo asociado al hombre. Una vez iniciado, el proceso no tenía marcha atrás. El lobo basurero sólo podía extinguirse o domesticarse.

En esta primera fase de domesticación, podemos suponer que el tipo de asociación entre lobo y hombre era lo que los biólogos denominan comensalismo. El lobo se beneficiaba y al humano no debía afectarle ni para bien ni para mal. Aunque se trata de una hipótesis, tenemos bastante evidencia indirecta que la apoya. En primer lugar, los estudios de ADN sugieren que la domesticación tuvo lugar justo al final de la glaciación, hace unos 15.000 años, y que ocurrió probablemente en Asia Central. Estos estudios también sugieren que la domesticación ocurrió una sola vez, ya que todos los perros modernos parecen descender de una pequeña población de lobos. Otro dato: los perros del continente americano descienden del mismo tronco que los europeos y no de poblaciones de lobos americanos. Esto significa que cuando se produjo la colonización de América por poblaciones humanas procedentes de Asia, éstas llevaron consigo a ‘sus’ perros.

Otra línea de evidencia que apoya esta hipótesis se basa en los fascinantes experimentos del científico ruso Dimitri Belyaev[2]. Durante casi 100 años, los zorros han sido criados en Rusia en condiciones de semi-libertad con objeto de aprovechar su piel. Es bien sabido que el zorro es un animal huidizo y que se adapta mal a la cautividad, donde presenta frecuentemente conductas agresivas o ‘psicóticas’. Por ello, Belyaev inició un experimento de ‘Mejora Genética’encaminado a seleccionar zorros más dóciles y manejables. Esto no resultó difícil, ya que algunos animales manifestaban inicialmente estas características. Tras 18 generaciones, Belyaev logró en efecto, una estirpe de zorros marcadamente mansos; los cuales no huían del hombre, sino que recibían a sus cuidadores ¡moviendo la cola! No obstante, los zorros mansos exhibían una serie de características adicionales. Por ejemplo, tenían frecuentemente ‘manchas’ y ‘pintas’ blancas, tenían las orejas caídas, emitían sonidos perrunos e incluso, respondían a su nombre. Además, el estro no se ajustaba a las estaciones, por lo que podían reproducirse en cualquier época del año. Parece probable que todas estas características sean una consecuencia indirecta de la selección por el carácter ‘mayor mansedumbre’. Más aun, los zorros ‘mansos’ tenían niveles más altos del neurotransmisor serotonina[3]. Esta molécula puede inhibir algunos tipos de agresión y los niveles de serotonina son más altos en el cerebro de los individuos (humanos) que están tomando el fármaco antidepresivo Prozac. Es cierto que el zorro es una especie diferente al lobo, pero el paralelismo no deja de sorprendernos.

La última prueba indirecta de esta hipótesis la tenemos delante de nuestras narices. Basta con observar nuestro entorno inmediato para percatarnos que muchas especies de animales están acostumbrándose a aprovechar la comida de los vertederos humanos; y cuando esto ocurre las poblaciones de estas especies suben como la espuma. Por ejemplo, las gaviotas se han convertido en habituales en grandes zonas de la Meseta Central en España. En contra de la popular canción de Joaquín Sabina, ser una gaviota en Madrid es un hecho corriente, de hecho hay muchísimas en invierno. Probablemente, lo mismo ocurre con el espectacular aumento de la cigüeña blanca y el milano real.

De la primera asociación perro-hombre, de tipo comensal, se debió pasar a una asociación ‘mutualista’, donde ambas partes se vieran beneficiadas. Es posible que la primera contribución del perro/lobo al bienestar del poblado consistiera en actuar como ‘centinela’ ya que alertaría con sus ladridos/aullidos de la presencia de otros animales. Aunque no sabemos cómo ocurrió, es un hecho que los perros han sido seleccionados en todas las culturas humanas, con objeto de servir específicamente para diversos fines: perro pastor, perro de trineo, perro de caza, etc. El escritor romano Catón nos describe, hacia el año 150 AC, las cualidades ideales que debe tener un perro guardián. Es perfectamente posible que este proceso de selección ocurriera de forma inconsciente por parte de los humanos, ya que hace miles de años, no sabíamos que la ‘conducta’ pudiera heredarse genéticamente.

Hay que destacar pues, que el perro ha sido sometido a un proceso extraordinario de ‘manipulación genética’, y esta selección se ha producido sobre características morfológicas y también [4]de conducta. Ningún otro mamífero ha sido sometido a un ‘experimento’ similar. El estudio de razas seleccionadas para exhibir determinadas conductas podría enseñarnos algunas cosas sobre las complejas interacciones entre genes, ambiente y comportamiento. Por ejemplo, los pointer tienen un rasgo distintivo, denominado “parada”: el animal que detecta una presa se queda inmóvil, en una pose característica, indicando al cazador en qué dirección debe apuntar. Este rasgo se hereda genéticamente; está grabado de alguna forma en el circuito neuronal del animal y no puede ser aprendido. Sólo cuando un animal exhibe la “parada” puede el adiestrador refinarlo mediante entrenamiento. Los criadores y aficionados a los perros están familiarizados con el hecho de que el ‘carácter’de los animales se hereda genéticamente y que existen razas con distintos temperamentos. Todo el mundo sabe que la mayoría de los ‘golden retriever’ son afables y los ‘pitbull’ no.

Este post esta dedicado a mi querido Argo (en la foto).


[1] Coppinger, R. and Smith, C.K. (1983) “The domestication of evolution” Environ.Conser.10:283-292

[2] Belyaev, D.K. (1979) “Destabilizing selection as a factor in domestication” J. Hered. 70:301-308

[3] Popova, N.K., Voitenko, N.N., and Trut, F.N. (1975) “Changes in serotonin and 5-hydroindolacetic acid content in the brain of silver foxes under selection for behavior” Proc. Acad.Sci. USSR 233:1498-1500

[4] Frank, H. and Frank, M.G. (1982) “On the effects of domestication on canine social development and behaviour” Appl. Anim. Ethol. 8: 507-525

Cinco amigos

Como cada mañana, Isaac se dirige a su trabajo por el bonito paseo peatonal jalonado de cedros que conduce a la Universidad. Siguiendo una costumbre muy arraigada, ha desayunado en un Café de estilo ‘jamaicano’, ladrillo visto y mobiliario entre rural y exótico, de los que han proliferado en la ciudad en los últimos años. Es una fresca y agradable mañana; el relativamente suave invierno de Madrid está llegando a su fin, como anuncian los cerezos en flor y las estridentes forsitias. Isaac aprieta el paso y comienza a anticipar mentalmente su jornada de trabajo. Tendrá que terminar el informe del Proyecto que ya debía haber entregado y enviar a publicar de una vez ese manuscrito que le trae a maltraer. En perspectiva se abre una dura, intensa, provechosa, inacabable y, al mismo tiempo satisfactoria semana de trabajo. Al llegar a su despacho se encuentra una nota de Ana, una de sus estudiantes pre-doctorales. “Te han estado llamando; parecía urgente.” Le dice. “No ha dejado ningún recado; volverá a llamar.” Ligeramente perturbado, entra en su despacho y enciende el ordenador. ¿Quién será? Ante la inutilidad de hacer cábalas, opta por revisar sus mensajes de correo electrónico. A los cinco minutos suena el teléfono e Isaac se apresura a contestar.

“Isaac, soy Alejandro.” “¿Alejandro?” “Sí, tío;¿ no te acuerdas de mí?” La voz suena inmensamente familiar y al mismo tiempo, lejana, como si viniera de un tiempo y un lugar remoto. “¡Claro, claro! ¡Alejandro! ¿Cómo estás?” “Yo, bien; ¿sabes lo de Félix y Jose Luis?”

¡Muertos! La noticia le deja anonadado. Hace cinco minutos se aprestaba a afrontar una nueva semana laboral y ahora le persiguen fantasmas del pasado.

Le sorprende no sentir ninguna emoción. Ni pena ni alegría, nada. Esto le hace sentirse incómodo y le lleva a una reflexión aun más incómoda ¿cómo ha podido olvidarse tan rápido de sus amigos? Eran inseparables en el Instituto y mantuvieron una estrecha relación durante los años de Universidad. De pronto, Isaac lo recuerda como si hubiera sucedido ayer. Al acabar las clases del último curso se fueron a cenar a aquel restaurante de la Dehesa de la Villa, para celebrarlo y despedirse hasta después de las vacaciones. Juraron que nunca perderían el contacto, y sin embargo eso es lo que sucedió casi de inmediato. “Han pasado veinte años” piensa Isaac, “y apenas he vuelto a acordarme de ellos”.

Alejandro aparece enseguida en un 4×4 rojo brillante; se baja de un salto y abraza a Isaac. Es evidente que se conserva en buena forma: delgado, rápido, desinhibido. “Tienes buen aspecto”, dice Isaac. “No puedo decir lo mismo” Contesta Alejandro, pero sonríe para paliar el efecto de la grosería que acaba de decir. Por el camino, Alejandro pone a su antiguo amigo al corriente de los trágicos acontecimientos, mientras conduce a una velocidad a todas luces excesiva. Las cosas les iban muy mal a los dos, aunque por razones bien distintas. José Luis se había hecho cargo del restaurante al morir sus padres. Como negocio iba estupendamente, pero esta actividad resultaba peligrosa para él. Siempre había sido un chico gordo, aunque esto no le había impedido llevar una vida más o menos normal. En el restaurante, la comida resultaba una tentación constante e irresistible. Después de todo era su trabajo; tenía que probar el género y asegurar la calidad de la cocina. Y las sobras; ¿cómo iba a tirar un solomillo de 60 euros el kilo? De forma lenta, pero imparable, José Luis fue ganado peso. Sólo serían 4 o 5 kilos al año, pero en 20 años pesaba 190 kilos. No es que fuera gordo. No es que fuera obeso. José Luis era una montaña humana. Naturalmente, esto afectaba a su vida en muchos aspectos. Tenía que dormir en un sofá porque en la cama se ahogaba con su propio peso. Tenía que ducharse sentado en una silla de plástico dentro de la ducha. Tampoco podía estar mucho tiempo de pie, porque sus articulaciones empezaban a protestar. Por supuesto, su vida sexual era inexistente. José Luis empezó a deprimirse. Paradójicamente, su restaurante iba viento en popa. Tal vez su extremada gordura era inapropiada para cualquier otro trabajo, pero resultaba ventajosa para éste. Sus clientes le trataban siempre con gran simpatía, mezclada también con algo de temor por encontrarse ante la presencia de un ‘monstruo’.

Por el contrario, Félix estaba prácticamente en los huesos y su problema no era la comida, sino la bebida. En los viejos tiempos Félix siempre estaba dispuesto a salir de copas y siempre era el último en retirarse. Además, el alcohol no parecía afectar demasiado a su conducta. Isaac no recordaba haberle visto, lo que se dice borracho, aunque no era nada raro que tuviera la lengua pastosa y los ojos enrojecidos. En todo caso, en aquella época no parecía que Félix tuviera un problema grave. De hecho, durante bastantes años se las arregló para compatibilizar una vida profesional exitosa como diseñador gráfico, con la ingestión de cantidades fabulosas de todo tipo de vinos y licores. Seguramente, el hecho de no tener que someterse a un horario de trabajo formal y de tener un círculo de relaciones algo bohemio, le permitió mantener una apariencia de normalidad que hubiera sido imposible en otro caso. Cuando Félix cumplió 38 años, su cuerpo comenzó a decir basta. Primero, le salieron unas horribles manchas rojas en la piel con aspecto de araña. A ello siguió un constante malestar estomacal y diarreas interminables. Más tarde, empezó a sentirse muy cansado a todas horas. Su relación con el alcohol también cambió; ahora cualquier cantidad le dejaba completamente incapacitado. Siempre se había retrasado algo en sus entregas, pero en esta fase le resultaba imposible trabajar y no tardó en perder a todos sus clientes. A estas alturas, Félix era muy consciente de que su hábito había ido demasiado lejos; el problema es que cuando intentaba dejarlo empezaban a sucederle cosas realmente horribles: temblores incontrolables, voces extrañas y una espantosa sensación de angustia.

José Luis le ayudó mucho. Era el único de sus antiguos amigos que no se había desvanecido en el aire. Fue José Luis quien le llevó al hospital prácticamente inconsciente y quien le ingresó en un centro de desintoxicación y quien le dio un trabajo caritativo en el restaurante. Seguramente, ayudando a su amigo José Luis se sentía útil y paliaba así sus propios problemas. Sin embargo, la única solución conocida para el alcoholismo es la abstinencia total, y esto no parecía estar al alcance de Félix. Los dos últimos años habían sido una sucesión de recaídas y vueltas-a-empezar. Así hasta el viernes pasado, cuando Félix y José Luis se salieron de la carretera en un puerto de montaña y se precipitaron a un vacío de 30 metros. “¿Se sabe quién conducía?” pregunta Isaac. “Creo que Félix.” “¿Había bebido?” “Por supuesto.” “¿Accidente o suicidio?” “Qué importa ya.”

El tanatorio está poco concurrido a estas horas y no resulta difícil encontrar la sala donde están los cadáveres. A Isaac, aficionado al humor negro, los tanatorios siempre le han recordado a los aeropuertos: los monitores anuncian la sala de embarque y la hora a la que partirá el último viaje del finado. Encuentran a algunos familiares y a algún empleado del restaurante. Han tenido suerte: están a punto de realizar la incineración. La pequeñez de la comitiva hace la situación aun más patética. Los empleados de la funeraria tienen que hacer un esfuerzo sobrehumano para levantar el féretro de José Luis. En ese momento, Alejandro cree reconocer a un individuo que se aleja furtivamente. Corre tras él y le sujeta del brazo. “¡Enrique! Ya te querías escapar de nosotros.” El gesto envarado de Enrique indica que eso es exactamente lo que estaba tratando de hacer. Sin embargo, cuando Alejandro e Isaac le saludan con efusión, éste parece genuinamente contento. Tras unas frases convencionales, Alejandro propone ir a comer al restaurante de la Dehesa de la Villa que frecuentaban veinte años atrás, y así recordar viejos tiempos. Enrique parece un poco incómodo pero no se atreve a decir que no. Alejandro insiste: “Tenéis que contarme todo lo que habéis hecho estos años. Vamos. Tenemos mucho de que hablar.”

Para Alejandro, acabar la Universidad fue una verdadera liberación. La monótona sucesión de clases, semestres y exámenes le resultaba insoportable. Con una mochila, billetes de avión abiertos y algo de dinero, se lanzó a recorrer el mundo. En Afganistán estuvo a punto de ser asesinado por un marido celoso; subió al Kilimanjaro en medio de un ataque de malaria y tuvo un inolvidable encuentro con un oso ‘grizzlie’en California. Nunca miró atrás ni echó de menos su ambiente. Cuando se le acabó el dinero y tenía casi agotadas las hojas de su pasaporte, supo que era el momento de volver. Viajar se había convertido en una rutina. De vuelta en España, se puso a trabajar como monitor de deportes de riesgo. Esquí libre, puenting, barranquismo… En su primera expedición al Himalaya estuvo a punto de perder una pierna por congelación. Eso fue un aviso. La perspectiva de quedar impedido para siempre le asustó; tal vez era lo único que podía asustarle. Decide aprovechar su experiencia y montar su propia agencia de viajes especializada en turismo de aventura. Empieza de cero y tiene que hacer de todo, pero eso es precisamente lo que le gusta. El tiempo y el lugar han resultado propicios y su empresa empieza a crecer y crecer. Nuevos retos: la atracción del negocio, el mercado, el beneficio. El dinero está bien, pero no es lo más importante. Lo que le gusta es el riesgo. Es una sensación menos física que hacer rafting por el Bio-Bio, pero igualmente excitante. Naturalmente, en estos veinte años ha tenido más multas de tráfico y más aventuras sexuales de las que puede recordar.

La historia de Isaac es bien distinta. Para él la Universidad fue un fácil paseo, si acaso demasiado fácil. Se merendó los cinco cursos de Ciencias Físicas sin pestañear. Sus frecuentes juergas y salidas nocturnas no le impidieron acabar con un expediente cuajado de matrículas de honor. Al acabar, el cuerpo le pedía más. Consigue una beca Fullbright para hacer la tesis en el prestigioso Instituto de Tecnología de Massachussets. Los tres primeros meses son de relativa zozobra. Tiene que acostumbrarse al inglés y, por primera vez en su vida, se pregunta si esto le vendrá demasiado grande. La respuesta es que ni grande ni pequeño: como un traje a medida. No es un paseo militar, como sus estudios en Madrid, pero tampoco le resulta difícil. Al final se gradúa con honores y en el momento de partir le conocen por su nombre todos los camareros de Harvard Square. ¿Y luego? Podía haber encontrado trabajo en una universidad americana, pero no acaba de acostumbrarse al modo de vida de ese país y opta por volver a la Complutense. En conclusión: no puede quejarse. Las cosas le van bien, o al menos todo lo bien que pueden ir. A veces se arrepiente de no haberse quedado en USA. Su trabajo en España está lastrado por mil factores invisibles: la inercia del sistema, el desinterés de sus estudiantes, el alejamiento de los ‘círculos de poder’ de la ciencia…

Enrique era, con diferencia, el más tímido y retraído del grupo. Ya en el colegio le resultaba muy difícil desenvolverse en las fiestas de cumpleaños y, no digamos, en los campamentos de verano, a los que le obligaban a ir y que él odiaba con todas sus fuerzas. No obstante, a los veinte años, en un ambiente de camaradería y arropado por su grupo de amigos juerguistas, este aspecto de su personalidad pasa casi desapercibido. Sin embargo, el tema chicas lo lleva fatal. El temor a ser rechazado es tan fuerte que le impide afrontar una cita en condiciones. Al acabar la carrera, Enrique decide concentrarse en lo que le parece el objetivo principal de su vida: asegurarse el porvenir haciéndose funcionario. A ello se pone, encerrándose 60 horas semanales para preparar una oposición a inspector de Hacienda. Tres años estudiando no le resultan un castigo muy duro, comparado con el maravilloso premio de tener un trabajo asegurado de por vida. Aprueba con un excelente número y pronto adquiere fama de trabajador metódico y eficaz. Siempre parece estar de mal humor y manifiesta una hostilidad contra el mundo en general y contra los defraudadores en particular. Dado que estas son cualidades deseables en un inspector de Hacienda, empieza a vislumbrar una buena carrera en la Administración. Sin embargo, un pequeño incidente frustra estas expectativas. En un momento dado, decide empapelar a un ‘pez gordo’ cuyas actividades delictivas son más que evidentes. En una semana negra tiene que afrontar presiones de sus superiores, anónimos amenazantes y una campaña de calumnias en marcha. Demasiado para Enrique, el cual opta por un destino eminentemente técnico sin apenas responsabilidad.

Los tres brindan por la memoria de sus amigos muertos y se prometen que volverán a verse pronto (aunque esta vez ya todos saben que no lo harán). Alejandro vuelve a llevar a Isaac a la Universidad; Enrique ha insistido en tomar un taxi. Cuando se despiden, y ya a punto de reintegrarse en su vida cotidiana, un pensamiento asalta la cabeza de Isaac. Los cinco fueron al mismo colegio y compartieron multitud de experiencias y valores; ¿qué fuerza misteriosa les hizo tan diferentes y de una manera tan consistente? Por desgracia, sus extensos conocimientos de Física cuántica y Matemáticas no le permiten, ni remotamente, contestar a esta pregunta.