Infanticidas condicionales y el «efecto Bruce»

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Seguramente usted ha contemplado miles de asesinatos en la pantalla (basta ver un ratito la tele), sin embargo, es improbable que en esa misma pantalla haya visto muchas escenas explícitas de infanticidio. Quiero decir, en plan bestia, recreándose en los detalles. Naturalmente. la imagen de un adulto cargándose a un niño pequeño da muy mal rollo y sería considerado «hard core». El infanticidio es tabú.Y sin embargo ha estado presente en todas las sociedades pasadas y presentes. Pero no es mi inteción hablar hoy de este fenómeno en nuestra especie sino en otros mamíferos.

Resulta que en muchas especies de mamíferos, el infanticidio es muy, muy frecuente, tal como demostró un largo y meticuloso estudio publicado en Science (el trabajo aquí). Un caso bien estudiado es el de los monos langures (Semnopithecus), un género que habita en la India y muchas áreas de la cordillera del Himalaya. Naturalmente, la matanza de crías no es el resultado de una conducta caprichosa, sino que es una estrategia deliberada. Los perpetradores son siempre machos y las víctimas nunca son los hijos biológicos de éstos. Cuando un grupo de machos se apodera de un grupo de hembras, desplazando a los anteriores machos dominantes, comienza la matanza sistemática de las crías. Por supuesto, las madres se resisten todo lo que pueden. Nada es más contrario a los intereses reproductivos de una madre que la destrucción de su crianza. El problema es que el tiempo juega en contra de la cría; tarde o temprano el macho asesino encontrará una oportunidad.

Por mucho que esta conducta ofenda nuestras convicciones morales, constituye una buena estrategia reproductiva para los machos. Evidentemente, los perpetradores no pueden ser los padres biológicos; la muerte de las crías acelerará el siguiente celo de las hembras y los nuevos dominadores tendrán la opción de aparearse y engendrar ellos nuevas crías. Crimen perfecto. El problema es que (en la medida en que esta conducta está controlada por genes, y debe estarlo) la reacción de las hembras perpetúa el instinto infanticida en los machos. En buena lógica ellas no deberían aparearse con los asesinos de sus hijos. Y sin embargo eso es precisamente lo que hacen , porque las hembras tienen que atender a sus intereses reproductivos aquí y ahora, y no pueden permitirse el lujo de hacer una huelga sexual como las mujeres de Lisístrata. Es una pena que las crías hayan sido asesinadas pero eso ya no tiene remedio y hay que mirar hacia adelante. Un comentario. Esto no tienen nada que ver con el bien de la especie. Tiene que ver con que los intereses reproductivos de ambos sexos son en este caso muy diferentes hasta el punto de chocar de manera dramática. La lista de infanticidas es larga. Ocurre, por ejemplo, entre los leones y los gorilas. En estos últimos se han dado cifras de hasta un 14% de mortalidad en las crías a manos de machos externos al grupo y entre los langures tan altas como el 33%.

Las hembras de langur no pueden, la mayoría de las veces, salvar a sus crías. Sin embargo, si aparece un grupo de machos deambulando, se ha visto que las hembras tienden a solicitar sus atenciones y a aparearse con ellos, incluso hembras que ya están preñadas, lo que a primera vista no tiene mucho sentido. Es posible que la conducta de estas hembras sea «preventiva». Si la banda de machos deambulantes llega a desplazar a los residentes, éstos no podrán estar seguros de que las crías no son suyas si se han apareado previamente. Si las hembras no pueden evitar el infanticidio, al menos pueden manipular la información que tienen los machos acerca de la paternidad de las crías. Y esto es clave. Conductas similares han sido descritas en chimpancés. Por ejemplo, cuando los científicos del famoso bosque de Gombe pudieron estudiar la paternidad de las crías mediante análisis del DNA, descubrieron que una alta proporción de padres eran individuos externos al grupo y completamente desconocidos incluso para los científicos, que seguían a los chimpancés 24/7. Y mira por dónde, que un buen número de hembras se las ha  arreglado para despistar a los machos residentes, y a los científicos, con objeto de realizar actividades extracurriculares con machos desconocidos ¿Se trata de una estrategia de prevención de infanticidios o es mera atracción por lo desconocido?

Debora Cantoni y Richard Brown (el trabajo aquí) estudiaron a una especie de ratón californiano que nos proporciona una historia mucho más constructiva. En esta especie los dos sexos trabajan hombro con hombro para sacar adelante a las crías. Los machos son fieles (por lo que sabemos) y pueden estar razonablemente seguros de su paternidad, ya que no dejan a la hembra ni a sol ni a sombra y practican el sexo cientos de veces al día. Y claro, en esas condiciones uno puede estar seguro. Ni que decir tiene que aquí el infanticidio es impensable. Y la virtud es recompensada: el porcentaje de supervivencia de las crías es cuatro veces mayor que en especies que practican la crianza monoparental. No todos los roedores son así ni mucho menos. Y lo que resulta fascinante son las variaciones entre especies en la conducta de los machos a este respecto. Más aun, en algunos casos empezamos a conocer los fundamentos genéticos y moleculares del este comportamiento y tiene que ver con la distribución de los receptores de la hormona vasopresina en el cerebro de los machos. Sí señores, sí. La distribución de estas proteínas cerebrales es lo que separa a un padre amantísimo de un incurable Don Juan. Pero  eso es tema para otro post.

En las especies con machos desaprensivos, el problema no se limita a la falta de colaboración de éstos, sino -una vez más- a sus intentos pertinaces de controlar la reproducción de las hembras por la vía del infanticidio. De nuevo, la pregunta clave para el ratón infanticida es: ¿es mío o no? Para resolver este conudro algunas especies han desarrollado una estrategia curiosa. Por defecto, un macho devora a cualquier cría que se encuentre, pero si se aparéa con alguna hembra, se pone en marcha un reloj biológico que inhibe esta conducta durante 21 días. Pasado este plazo, retornará a sus hábitos caníbales. La cosa es que al cabo de 21 días las crías que haya podido engendrar estarán criadas, destetadas y emancipadas y si se encuentra con alguna ¡seguro que no es mía! ¡me la como! Evidentemente, el ratón macho no necesita tener una idea explícita de su estrategia reproductiva. Lo único que necesita es una inquina sin límites contra todas las crías a menos que se haya apareado dentro del plazo de seguridad. La Naturaleza es sabia.

De nuevo, las ratonas necesitan estrategias para contrarestar esto, o al menos para limitar los daños. Necesitan saber qué machos tienen altas probabilidades de devorar a su prole y cuáles están dentro del periodo de gracia. En otras especies, no todos los machos son infanticidas (sólo los machos alfa) y el resto es más o menos de fiar. Tener esta información es de capital importancia. En este sentido, la hembra puede verse en la necesidad de decidir si merece la pena o no seguir invirtiendo recursos en la crianza. Si la probabilidad de que ésta acabe en el estómago de algún macho es muy alta, a lo mejor merece la pena abandonar y esperar a que las circunstancias mejoren para reproducirse. Y aquí es donde entra el efecto Bruce, así nombrado por su descubridora, la zoóloga británica Hilda Margaret Bruce. Lo que observó esta científica es que las hembras inducían una reabsorción de los embriones si eran expuestas de forma persistente al olor de ratones macho distintos del padre biológico. Puede pensarse que el efecto Bruce es una estrategia defensiva frente al más que probable infanticidio de la camada no-nacida. Resulta irónico que en esta especie las hembras provoquen el aborto de toda la camada en aras de maximizar su eficacia reproductiva a largo plazo. Así que en esta especie, «pro-choice» es «pro-vida». Las cosas son complicadas.

 

 

 

 

 

 

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¿Las chicas difíciles son más deseadas?

¿Resultan más desables las mujeres difíciles de conseguir? ¿O por el contrario, las chicas fáciles tienen más éxito?

Por un lado, muchos autores se han inclinado por la primera  idea; en palabras de Ovidio: «nadie quiere las cosas fáciles, pero lo prohibido siempre es tentador«. Naturalmente, este era el consejo estándar que nuestras abuelas daban a nuestras madres y (supongo) esto sigue ocurriendo en algunos casos.

Sin embargo, esta idea de la preferencia masculina por mujeres que se muestran inaccesibles tampoco tiene una aceptación universal.Por ejemplo, la escritora Sor Juan Inés de la Cruz pensaba que los hombres viven en una constante contradicción al respecto:

Hombres necios que acusáis
a la mujer sin razón,
sin ver que sois la ocasión
de lo mismo que culpáis:

Si con ansia sin igual
solicitáis su desdén,
¿por Qué queréis que obren bien
si las incitáis al mal?

Combatís su resistencia
y luego, con gravedad
decís que fue liviedad
lo que hizo la diligencia.

Parecer quiere el denuedo
de vuestro parecer loco
al niño que pone el coco
y luego le tiene miedo.

Podríamos recorrer la Literatura con citas y opiniones al respecto, pero como este es un blog centrado en la ciencia experimental, la cuestión es: ¿alguien se ha puesto ha investigar esto? La respuesta (un tanto sorprendente) es: sí. Elaine Walster, de la Universidad de Wisconsin, USA  y colaboradores publicaron en 1973 sus resultados sobre esta cuestión.

Y como suele ocurrir en esto casos, el método experimental resulta un tanto heterodoxo. Estos investigadores convencieron a una prostituta que ejercía en un burdel de Nebraska para que jugase dos posibles roles y lo hiciera de forma aleatoria con cada cliente. En el rol nº 1, la chica sometía previamente al cliente a una «manipulación experimental» consistente en un discurso de aproximadamente un minuto acerca de ella misma del tipo «no creas que te va a resultar fácil volver a verme/ voy a  estar muy ocupada los próximos meses/ yo no le doy número de teléfono a cualquiera» y cosas por el estilo. En el rol nº 2, la chica omitía el discurso y entraba directamente en faena.

Los investigadores estimaron el interés de los clientes por la chica de varias formas: número de intentos posteriores de contacto, si dió o no dinero adicional y el grado de satisfacción expresado; la idea era ver si existían diferencias entre el  rol 1 y el 2, lo que (supuestamente) contestaría la pregunta de si las chicas difíciles eran más deseadas.

Y hubo diferencias. La hipótesis de  las chicas difíciles eran más deseadas resultó ser totalmente errónea. Aparentemente, a los clientes no les hacía demasiada gracia que la prostituta jugara el papel de inaccesible. Lo cual tiene bastante sentido y era, en realidad, fácilmente predecible.

Sin embargo, experimentos posteriores realizados con agencias de citas sugirieron que esta idea no sólo aplicaba a la relación cliente-prostituta sino también a relaciones de tipo romántico. Walster y colaboradores llegaron a la conclusión de que lo que les gusta a los hombres  son mujeres selectivamente inaccesibles, es decir, frías y distantes con otros tipos, pero fáciles y accesibles para ellos.

Pensándolo bien, esto también tiene bastante sentido.

Por desgracia, no sé de ninguna investigación que se haya centrado en las preferencias de las mujeres sobre la accesibilidad de los hombres.

Walster et al., 1973

Un programa de análisis lingüístico predice el éxito en las relaciones amorosas

En el famoso drama de Edmond Rostand, Cyrano de Bergerac ayuda a su amigo Chistián a seducir a la hermosa Roxana, escribiéndole elocuentes cartas. Irónicamente, el propio Cyrano está perdidamente enamorado de ella, pero éste, carente  de auto-estima debido al tamaño de su nariz, es incapaz de mostrar sus propios sentimientos, incluso cuando se hace patente que es  la elocuencia de Cyrano y no el atractivo físico de Christian, lo que surte efecto.

A pesar de este y otros notables ejemplos literarios, hasta hace poco ha habido poca investigación seria sobre el papel del lenguaje como «herramienta de seducción», aunque esta idea ha sido propuesta seriamente. Por ejemplo, Geoffrey Miller en su interesante y controvertido libro The Mating Mind sugiere que este es precisamente el origen del lenguaje en nuestra especie a través de selección sexual.

Buceando por la red, me he encontrado con este interesante artículo del grupo del profesor  James Pennebaker,  de la Universidad de Texas (el trabajo completo aquí: Ireland_et.al_LSM&relationships). Previamente, los autores habían desarrollado un programa informático, denominado LIWC, que permite medir la «coordinación lingüística» entre dos personas. Aparentemente, cuando existe una «buena onda» entre dos personas que conversan, ambas adoptan una forma de hablar similar que denota, justamente el grado de conexión entre ambas. Ahora bien, se trata de una coordinación sutil que no es fácil de percibir por un observador ajeno. De hecho, esta medida de la conexión entre ambos (denominada LSM: Language Style Matching) se basa en la utilización que hacen los hablantes de pronombres, preposiciones, conjunciones y otros elementos del lenguaje. El uso de palabras «con significado», como los verbos o nombres comunes puede ser muy diferente. Y sin embargo, los hablantes «que conectan bien» adaptan el uno al otro la forma y frecuencia en que emplean estas otras «palabras funcionales».

En resumen, el programa LIWC analiza el texto de una conversación entre dos partes y nos da un índice LSM que mide la sintonía entre ambos individuos. Lo que han hecho los autores de este trabajo ha siso investigar si los LSM podían predecir el éxito de las relaciones románticas en dos contextos diferentes: en las citas rápidas y en parejas ya establecidas de unos tres meses. El primero, las citas rápidas, está siendo objeto de numerosas investigaciones en psicología y ya ha aparecido algunas vez en este blog (p.e. aquí). Y no me extraña, porque parece un entorno planificado para obtener datos sobre el comportamiento de las personas y, al mismo tiempo, se trata de una conducta real y no de un experimento; es decir, los implicados tienen un verdadero interés en ligar. El dispositivo experimental es bastante directo: se graban conversaci0nes en estos eventos; dichas conversaciones son transcritas  a texto y analizadas por LIWC; finalmente se investiga si existe correlación entre los valores de LSM de cada pareja y el hecho de que inicien o no una relación. Y…¡Bingo! la correlación es clara. Por cada aumento del LSM en una desviación estándar, la probabilidad de iniciar una relación se multiplica por 3. En el segundo estudio, 80 parejas en la vida real fueron grabadas y analizadas. Posteriormente se investigó la relación entre los LSM y la estabilidad de la pareja. De nuevo, valores altos predecían parejas más estables.

En definitiva, este método puede resultar muy útil en futuros estudios sobre el comportamiento humano. Hay que señalar que los aspectos no-verbales de la comunicación sí habían sido estudiados en el contexto de las relaciones románticas, en cambio, los aspectos lingüísticos se habían dejado lastimosamente de lado. Para todos aquellos que no nos dedicamos a la investigación en Psicología, supongo que la pregunta es: ¿ podría servirme este programa para conquistar a mi amad0/a?

Voulez-Vous Coucher Avec Moi (Ce Soir?): El extraño experimento de Clark & Hatfield

A finales de los ochenta los psicólogos R. Clark y E. Hatfield [1]realizaron un experimento muy poco convencional. Contrataron a una serie de jóvenes con notable atractivo físico (chicos y chicas) con la misión de pasearse por un campus universitario y, de forma aleatoria, abordar a un desconocido/a y decirle: ‘te encuentro muy atractivo/a’, y después una de las siguientes frases: 1) ‘¿quieres quedar conmigo esta noche?; 2) ‘¿quieres venir a mi apartamento esta noche?; o 3) ‘¿quieres acostarte conmigo esta noche?’. Naturalmente, el propósito consistía en estudiar si los hombres y las mujeres respondían de forma distinta a las tres preguntas. Y por supuesto, así fue. Más o menos el 50% en ambos casos respondió afirmativamente a la primera. En la segunda, sólo el 6% de las chicas dijeron que sí, frente al 69% de los chicos. En la tercera pregunta las diferencias fueron abismales: ninguna de las mujeres aceptó la proposición, frente al 75% de los hombres. Lo más gracioso es que el 25% de los chicos que se negaron a semejante proposición parecían muy ‘cortados’ y balbucearon excusas. El experimento se repitió en diversos campus con resultados semejantes. Los autores concluyen que los hombres son más proclives a tener relaciones sexuales a corto plazo. En cierto modo este experimento va a contracorriente; lo normal es que los científicos se esfuercen en averiguar cosas que nadie conoce y en este caso el objetivo era demostrar algo que todo el mundo sabe. Tenemos toneladas de evidencia anecdótica al respecto: los hombres son más promiscuos y menos selectivos que las mujeres. Reconozco que esto último es un tópico, pero considero que el tratamiento correcto con respecto a los tópicos consiste en no creer que son necesariamente ciertos, ni tampoco necesariamente falsos. Supongo que la razón de este pintoresco experimento era justamente obtener una evidencia experimental y cuantitativa sobre el tema, o sea el tipo de resultado que uno puede publicar en una revista científica. Admitiendo que el experimento estaba justificado, creo que la metodología tal vez no sea tan adecuada como parece. Es posible que las personas entrevistadas estuvieran tratando de defender su ‘reputación’. Después de todo, el comportamiento de los atractivos experimentadores resultaba inusual; así, los entrevistados debían estar preguntándose de qué iba el asunto. Por ejemplo, se me ocurre que los hombres podían pensar que se trataba de una broma de sus amigos o de un programa de cámara oculta o de una ‘trampa’ organizada por su esposa. Imagino que al entrevistado podía preocuparle que su novia se enterase de que había aceptado la proposición o (aun peor) que sus amigos se enterasen de que no la había aceptado.

No obstante, otros estudios confirman la idea de que los hombres tienen mayor interés por las relaciones de corto plazo. Por ejemplo, Buss y sus colaboradores abordaron la cuestión haciendo un gran número de entrevistas a estudiantes universitarios en Estados Unidos[2].  En todos los casos, los hombres manifestaron un mayor deseo por mantener relaciones de ‘una noche’ y por tener mayor número de compañeras sexuales. Para ellos, la media del número ideal de amantes en un año era de seis y para ellas, dos. Cuando se preguntaba por el mínimo tiempo de relación previa necesario para considerar la posibilidad de tener relaciones sexuales (con personas consideradas como atractivas) ambos grupos dieron respuestas muy diferentes. Para las mujeres, la media era un tiempo mínimo de seis meses, mientras que para los hombres fue de una semana. Hay que señalar que para los hombres, un tiempo de relación previa tan corto como una hora fue considerado como ligeramente inhibitorio; es decir, el factor tiempo disminuía algo, pero no mucho, las posibilidades de que estuvieran dispuestos a practicar el sexo con una pareja atractiva. En cambio, la mayoría de las mujeres manifestó una clara repulsa a acostarse con cualquier individuo si la relación previa era menor de una semana. En cualquier caso, creo que no necesitamos una publicación científica para aceptar que los hombres tienen más interés por el sexo rápido y por un mayor número de compañeras sexuales. El hecho de que los consumidores de ‘servicios sexuales’ y pornografía sean mayoritariamente hombres constituye una prueba abrumadora en este sentido. No estoy negando que las mujeres puedan comprar favores sexuales en ocasiones, pero es evidente que lo hacen en una proporción mucho menor que los hombres.

Esta diferencia es concordante con la conducta de apareamiento de la mayoría de las restantes especies de mamíferos, lo que sugiere una base biológica para esta diferencia. Es posible, sin embargo, que esta diferencia se deba exclusivamente al condicionamiento cultural y que desaparezca a medida que dicho condicionamiento diferencial termine. Veremos.


[1] Clark, R.D. and Hatfield, E. (1989) “Gender differences in recepeptivity to sexual offers” Journal of Psychology and Human Sexuality 2:39-55

[2] Buss, D.M. and Schmitt, D.P. (1993) “Sexual strategies theory: an evolutionary perspective on human mating” Psychological Review 100:204-232

Predicción de orgasmos vaginales por la forma de caminar

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El otro día fui a comprar el periódico en mi pueblo y me crucé con dos vecinos (a los que no conocía); uno de ellos presumía en un tono de vez notablemente alto de su capacidad de predecir qué periódico en particular se disponían a comprar los parroquianos. No tengo ninguna razón para dudar de las capacidades predictivas del tipo aquel, aunque tal capacidad no parece demasiado difícil. Supongo que lo que no le resultaría tan fácil a mi vecino fanfarrón sería describir explícitamente los factores que le llevan hacer sus predicciones.

Esta historieta viene a cuento por una noticia que saltó a los periódicos la última semana, sobre las capacidades predictivas de un investigador canadiense, afincado en Bélgica, François de Carufel. Aunque en este caso, lo que predicen François y sus colaboradores es si una mujer tiene o no (con frecuencia) orgasmos vaginales. Y la base de esta predicción estriba (de acuerdo con los investigadores) exclusivamente en su forma de caminar.

La noticia la comentaba brevemente el Público en su edición del 27 de agosto, pero  el trabajo de investigación en la que se basa es un artículo de 2008, titulado:  «El historial de orgasmos vaginales de una mujer es deducible a partir de si forma de caminar». El contenido del artículo está abierto, así que si alguien quiere leerlo está aquí.

En pocas palabras, lo que hacen en este trabajo es sencillo. Primero buscan un grupo de mujeres, en este caso estudiantes belgas, dispuestas a participar en el estudio, a las que someten a un cuestionario sobre su actividad sexual. Seguidamente, las participantes son filmadas mientras caminan brevemente. Ellas no saben cuáles son los objetivos o hipótesis de la investigación.

En una segunda fase, los sexólogos (entre ellos el propio Carufel) examinan los vídeos y hacen sus predicciones (supuestamente,  sin haber visto los resultados de las  entrevistas). Un sencillo test estadístico indicó que los investigadores acertaron con una frecuencia mucho mayor que la esperable por azar; de hecho, el porcentaje de aciertos fue de alrededor del 80% ¡Aleluya!

Aunque encuentro el estudio interesante, opino que tiene dos problemas serios que debían haberse evitado. El primero y principal es que conclusión no está lo suficientemente apoyada por los datos. En un vídeo de una mujer caminando, un observador obtiene información instantánea sobre múltiples aspectos de la persona. Su forma de vestir, su expresión, su peinado y… naturalmente, su forma de caminar. Habría que diseñar un dispositivo experimental que permitiera eliminar todas esas variables. Por ejemplo, los vídeos podrían tratarse con un software que convirtiese las imágenes en meras siluetas o representaciones que caminan. Los investigadores se limitan a afirmar que su juicio se basa exclusivamente en la forma de caminar y esto en a todas luces insuficiente.

Un problema adicional estriba en el hecho de que los sujetos capaces de hacer las predicciones están «apropiadamente entrenados», pero no se describe en qué consiste exactamente tal entrenamiento. El trabajo podría haber abordado esta cuestión sin demasiada dificultad. Por ejemplo, si a un grupo de observadores no-expertos se les somete aun mínimo entrenamiento: simplemente ver un vídeo con una muestra de mujeres caminando más información sobre su estatus OV  ¿el porcentaje de aciertos en este caso sería inferior al caso anterior? ¿realmente es necesario tener un doctorado en sexología?

Algunos estudios han puesto de manifiesto las notables capacidades de discriminación  que tienen sujetos completamente normales expuestos a la mera visión de una imagen durante un corto espacio de tiempo. En estos estudios se vio que personas sin ninguna preparación en psicología de empresa predecían mejor que los expertos el éxito de un jefe de ventas o de un profesor universitario, con tan sólo ver la imagen durante algunos milisegundos (más sobre esto  aquí)

Además, la muestra es ridículamente pequeña y culturalmente próxima a los investigadores, por lo que la generalización al resto de la humanidad requerirá  mucho más trabajo.

A pesar de las críticas, me gustaría dejar claro que no estoy en contra de este tipo de investigaciones (todo lo contrario) y que  creo que la conclusión del trabajo es totalmente plausible; sólo que  la investigación es manifiestamente mejorable.

Debo agradecer y agradezco a Fernando Santiago por haberme sugerido el tema de este post.

El hombre multiorgásmico

El Paciente: Doctor, antes podía hacer el amor 20 veces en una noche y ahora sólo llego a 15 ¿es eso malo?

El Médico: Eso no es ni malo ni bueno, eso es mentira


Pues bien, de acuerdo con estudio realizado por una investigadora de la Universidad de Rutgers (USA), no siempre es mentira. Existe al menos un caso científicamente probado de hombre multiorgásmico (más info aquí). El estudio fue publicado en la revista Journal of Sex Education and Therapy hace ya algunos años.

A finales de los años 90 un tipo se puso en contacto con la doctora Beverly Whipple, una sexóloga de gran prestigio, asegurando que era perfectamente capaz de tener orgasmos múltiples y que tal vez sería interesante realizar un pequeño proyecto de investigación al respecto. La doctora frunció el ceño al leer el mensaje. Es sabido que muchas mujeres tienen tal capacidad, sin embargo, en hombres se suponía imposible. La descarga hormonal que se produce después de una eyaculación hace imposible otra erección mientras no transcurra cierto tiempo (denominado Tiempo de Retardo). Seguramente se trataba de otro fanfarrón.

¡Nada de eso! El individuo misterioso insistía en que era capaz de tener una eyaculación tras otra sin perder la erección. Una y otra vez. Y estaba dispuesto a demostrarlo en condiciones de laboratorio cuando ella quisiera. Beverly lanzó una mirada al cielo, suspiró profundamente y aceptó la propuesta. Al fin y al cabo, lo más que podía perder era un día de trabajo experimental.

Sin embargo, el tipo no defraudó para nada. Y eso que las condiciones experimentales resultaban (¿cómo decirlo?).. muy poco estimulantes. El sujeto se encontraba en el laboratorio recostado en una camilla, siendo observado desde una ventana por los investigadores. Una cámara de vídeo grababa todo el proceso. Además, un medidor de presión sanguínea colocado en su brazo  se accionaba automáticamente cada cierto tiempo y otro aparato acoplado a un dedo del pie registraba el ritmo cardiaco. Más aun, tenía instrucciones precisas para medir el volumen de sus eyaculaciones.

En esas condiciones, y sin ningún tipo de ayuda de ninguna clase, el misterioso sujeto tuvo 6 orgasmos 6, sin pérdida apreciable de erección. Más tarde comentó que de no ser por la alta temperatura de la sala (al parecer, sin aire acondicionado) hubiera podido llegar fácilmente a 10.

Me temo que no queda más remedio que aceptar que el hombre multiorgásmico no es un mito y que ha existido al menos un caso en la Historia de la Humanidad científicamente comprobado. Los simples mortales debemos estar agradecidos a que dichos casos sean extraordinariamente infrecuentes.

Whiple, B. (1998) «Male Multiple Ejaculatory Orgasms: A case Study». Journal of Sex Education and Therapy 23:157-162.

El puente del amor

Los filtros de amor siempre han tenido un lugar destacado en el repertorio tecnológico de brujas y hechiceras; y es lógico que sea así ¿acaso no sería muy conveniente disponer de una pócima que nos entregase directamente el corazón de la persona amada? Por desgracia, los filtros de amor habituales tienen el pequeño inconveniente de no funcionar en absoluto. Sin embargo, los amantes despechados pueden mirar a la ciencia en busca de ayuda ¿existe un filtro de amor probado científicamente? No exactamente. Lo más parecido en este sentido podría considerarse  el Viagra, pero está claro que no es lo mismo. En condiciones normales, para que el Viagra tenga alguna utilidad necesitamos primero un verdadero filtro de amor.

Lo que sí tenemos es el curioso y sorprendente experimento del «puente del amor», publicado en 1974 en el Journal of Personality and Social Psychology por Donald  Dutton y Arthur Aron.  Este experimento se realizó en el mundialmente famoso puente Capilano, que es una de las principales atracciones turísticas de Vancouver. Se trata de un puente de cuerdas de 136 m de largo y con una caída de 70 m. El puente Capilano lo cruzan unos 800.000 turistas al año (supongo que no todos al mismo tiempo).

Dutton y Aron pensaban que los hombres podían sentirse más atraídos por una mujer (atractiva) si se encontraban en una situación de «estimulación debida a un peligro moderado». En este caso, una atractiva mujer interpelaba a los (¿temerosos?) turistas masculinos que se aventuraban en el puente y les pedía su participación en un sencillo experimento psicológico. Básicamente tenían que hacer un breve comentario sobre una foto que se les mostraba; una tarea bastante fácil, pero no tanto si estás a 70 m de altura en un puente que se tambalea y cruje. Al final, la chica les daba su número de teléfono garabateado en un papel… por si tenían alguna pregunta adicional. Naturalmente, la variable dependiente aquí era el porcentaje de tipos que acababa llamándola. Como control, repitieron la misma pantomina en un ambiente más tranquilo (un parque público).

Para regocijo de los investigadores, los sujetos del puente Capilano telefonearon en mayor proporción que los del parque. Los psicólogos se han referido a este fenómeno como el paradigma de la atribución errónea. En esencia, el cerebro confunde la excitación debida al miedo con excitación por la chica (El experimento del puente ha sido repetido con algunas variantes y resultados variables).

Independientemente de que la teoría psicológica subyacente sea más o menos sólida, los aprendices de Romeo (o Julieta) pueden tratar de sacar partido al fenómeno intentando aterrorizar a sus potenciales parejas, aunque yo les recomendaría encarecidamente que no se les vaya la mano… Tu enamorad@ debe tener miedo de la situación, no de ti,

Dutton, D. G., & Aron, A. P. (1974). Some evidence for heightened sexual attraction under conditions of high anxiety. Journal of Personality and Social Psychology, 30(4), 510-517.

Diversidad genética y éxito sexual

En los mamíferos parte de nuestra capacidad para combatir infecciones  está ligada a un grupo de genes del denominado Antígeno Mayor de Histocompatibilidad, cuyas siglas en inglés son MHC. Éstos constituyen un grupo complejo de genes diferentes implicados en la regulación de la respuesta inmunológica y presentan un enorme grado de polimorfismo, es decir, en las poblaciones existen numerosos alelos para cada gen. Por ejemplo, en el ratón suele haber del orden de 100 alelos distintos, por lo que existe un número altísimo de posibles combinaciones. Las proteínas codificadas por estos genes cumplen un papel importante en el reconocimiento de proteínas extrañas por parte de un tipo particular de células inmunológicas, los linfocitos T. Por tanto, las diferencias entre los MHC de distintos individuos se asocian a la capacidad de reconocer y responder ante distintos patógenos, de manera que la «cantidad» de variabilidad genética presente en los MHCs de un individuo está relacionada con su capacidad de combatir infecciones. Simplificando mucho, individuos con alta variabilidad poseerían «mejores genes» (en este aspecto) que individuos con menos variabilidad.

Además, la variabilidad de los MHC juega un papel en la determinación del olor corporal de cada individuo, debido a que afectan a la producción de proteínas solubles capaces de unirse a sustancias volátiles, y por ello responsables del olor. Estas proteínas afectan al tipo de bacteria que puede crecer en la piel, lo que también tiene un efecto indirecto en el olor corporal por lo que  pueden ser percibidos por las parejas potenciales. Por tanto, es razonable pensar que los individuos con alta variablidad en sus MHCs podrían resultar más atractivos como parejas.

Para probar esta hipótesis, Hanne Lie y sus colaboradoras de la University of Western Australia analizaron la diversidad genética en buen número de voluntarios (estudiantes universitarios, como suele ser habitual), a los que también pasaron un cuestionario acerca de sus costumbres sexuales y de su éxito en estos asuntos. Después de ajustar algunas variables (como la actitud frente al sexo y la edad de la primera relación) los investigadores encontraron que la diversidad del MHC estaba positivamente relacionada con la frecuencia de compañeros sexual. Este efecto no se observaba con la variabilidad genética en general, lo que sugiere que la este carácter ha podido ser objeto de selección sexual en nuestra especie. Curiosamente, el efecto tampoco se observaba en los chicos, sin que exista una explicación aparente para ello.

La verdad es que squedan muchas preguntas sin constestar ¿cómo perciben las potenciales parejas la variabilidad de los MHC? Posiblemente, a través del olfato, pero eso también hay que demostrarlo ¿Tiene un valor adaptativo este fenómeno? Es posible, pero tampoco hay una prueba irrebatible. En otros artículos se ha visto que los individuos, en muchas especies de mamíferos (incluidos los humanos), tienden a aparearse con individuos con alelos MHCs diferentes a los propios; lo cual es una cuestión distinta, aunque también tiene como consecuencia una descendencia con mayor variabilidad en dichos genes ¿son compatibles ambos fenómenos? En cualquier caso, debe tenerse en cuenta que el MHC no constituye el único (ni remotamente el más importante) «criterio de apareamiento» en humanos.

M.I.S.N. (Más Investigación Será Necesaria)

El trabajo aquí

El amante impasible

topi

Este macho de «topi», una especie de antílope africano, tiene una curiosa técnica de seducción. Se limita a permanecer en la cima de su termitero, como si fuera un quietista callejero. Su conducta no es tan pasiva como pudiera parecer; el macho tiene que defender su territorio frente a otros machos.

Al igual que en el negocio inmobiliario, la localización es absolutamente crucial. Las peleas por lograr un montículo bien situado son encarnizadas y por una buena razón. Las hembras tienden a aparearse con el macho que está situado en el centro de la zona, porque «saben» que es el más fuerte y «saben» que así obtendrán buenos genes para su descendencia (evidentemente, las hembras no lo saben, pero eso no cambia las cosas).

Ellas buscan…comparan…y se quedan con lo mejor.

El origen de la pornografía

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Decir que a los humanos nos interesa mucho el sexo es una afirmación poco arriesgada. Por supuesto, a todas las especies les interesa (con algunas excepciones de «asexuales») o si no, no estarían aquí. En general, los seres indolentes en esta materia no dejan sus genes (indolentes) a generaciones venideras.

Pero a nosotros parece interesarnos más, en comparación con otras especies. Entre nuestros primos los orangutanes (Pongo spp.),  la actividad sexual se limita a una corta temporada al año. En cambio, nosotros no tenemos una época de celo -cualquier momento es bueno, en principio. En eso nos parecemos a nuestros otros  parientes los bonobos  (Pan paniscus), famosos por la frecuencia y variedad de sus actividades. En muy posible que tanto en el bonobo como el humano, el sexo tenga otras funciones aparte de la reproducción.

Las representaciones sexualmente explícitas son algo bastante antiguo. un buen ejemplo son los graffiti encontrados en la ciudad romana de Pompeya; inscripciones de ese tipo podemos encontrarlas pintadas en las puertas de los servicios de cualquier ciudad moderna. Lo que no sabíamos es que este tipo de cosas fuesen tan antiguas. Alrededor de los 35.000 años, según se desprende del hallazgo reciente de una estatuilla en Hohle Fels,  Alemania, publicado en el último número de Nature.

La obra antecede a la famosa venus de Willendorf en unos 7000 años y se parece a ésta en la exageración de los «atributos femeninos», aunque -personalmente- la de Willendorf me parece mucho más interesante como obra de arte. La estatua de Hohle Fels pertenece al periodo auriñacense y corresponde a la entrada en Europa de los primeros sapiens modernos (y con la desaparición simultánea -aunque lenta- de los neanderthales).

Aunque tosca y algo brutal, la venus de Hohle Fels es una de las primeras representaciones artísticas que se conocen. Durante ese periodo debió producirse una rápida expansión de las capacidades simbólicas de nuestra especie, aunque paradójicamente, los humanos modernos se origininaron mucho antes. Estas primeras representaciones artísiticas coinciden con un impresionante desarrollo tecnológico y una rápida expansión de los humanos por todo el planeta. A este proceso se le ha llamado «El Gran Salto Adelante».

¿Qué produjo este cambio? ¿mutaciones genéticas? ¿nuevos memes? ¿un poco de todo?

Los testículos del gorila

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El gorila (Gorilla gorilla) habita en bosques del África ecuatorial. Es un animal diurno y fundamentalmente terrestre (los jóvenes trepan con frecuencia a los árboles, pero no así los adultos). Su dieta es estrictamente vegetariana a base de hojas, tallos y tubérculos, por lo que pasa gran parte del día procurándose el alimento. Al anochecer, los gorilas construyen una especie de ‘nido’ con ramas y hojas para pasar la noche. Los gorilas viven en grupos familiares estables de entre 6 y 20 individuos, compuestos por un macho adulto (a veces dos), varias hembras y algunos machos jóvenes. Este tipo de organización en ‘harén’, donde un macho tiene acceso exclusivo a varias hembras, es bastante común entre los mamíferos. Lo encontramos por ejemplo, en muchas especies de focas, morsas y leones marinos, así como entre los cérvidos. El harén representa el arquetipo de estrategia reproductiva asimétrica entre machos y hembras. Es evidente que el macho dominante, con acceso exclusivo a varias hembras, tiene una alta probabilidad de tener muchos descendientes; pero por cada uno de éstos afortunados existen varios machos que no tienen acceso a ninguna y sus perspectivas reproductivas son, obviamente, malas. En el caso del gorila, éstos viven como individuos solitarios o forman pequeños grupos de ‘solteros’. Podemos imaginar que estos individuos estarán al acecho por si el macho dominante da algún signo de debilidad, ya que la recompensa –en términos darwinianos- es enorme.

Con sus 200 kg de peso, el gorila macho es un animal realmente impresionante. Paradójicamente, sus testículos son ridículamente pequeños: cinco veces menores (en relación al tamaño) que los de su pariente el chimpancé. La explicación evolutiva de este hecho tiene que ver con las costumbres sexuales de ambas especies. Los chimpancés son promiscuos. Cuando las hembras están en celo (lo que resulta evidente por el enrojecimiento de la vulva) se aparean con varios machos del grupo, aunque los que ocupan un lugar alto en la jerarquía tienen acceso preferente (esto es, se aparean cuando las probabilidades de que se produzca la fecundación son más altas). En concordancia con estas características, el dimorfismo sexual es menos acusado que en el gorila y el tamaño de los testículos comparativamente mayor. Para un chimpancé macho el tamaño corporal no representa una ventaja tan grande como para un gorila macho, ya que no tiene un harén que defender. Por otra parte, un tamaño corporal grande tiene sus desventajas: se necesita mucha comida para mantenerlo y hace difícil subir a los árboles. Además, dada la promiscuidad de la especie, todos los machos tienen garantizado cierto acceso a las hembras. Esto implica que la competencia se produce, en parte, en el interior de la vagina de éstas, ya que los machos que produzcan más y mejores espermatozoides tienen más posibilidades de dejar descendientes. Esto ha debido favorecer un aumento del tamaño relativo de los testículos y del tamaño del espermatozoide.

Aunque en teoría los humanos somos una especie monógama (o ligeramente polígama), el tamaño de nuestros testículos es intermedio entre los del gorila y chimpancé.


Sexo precoz

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Para algunas especies del género Nothobranchius la prudencia carece de sentido. Estos peces habitan en charcas someras en el continente africano. El problema es que la mayoría de las veces estas charcas se secan durante la estación seca y todos los peces mueren, así que tienen que darse mucha prisa para completar su ciclo vital. Son capaces de reproducirse con tan sólo 3 semanas de vida.

Los huevos pueden resistir la desecación hasta  la siguiente estación lluviosa.

Y vuelta a empezar.

Dominancia masculina y éxito reproductivo

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Uno de los temas calientes de la Psicología Evolucionista (y recurrente en este blog) es el de las diferencias entre hombres y mujeres. No voy a repetir aquí toda la retahíla de post anteriores, sino comentar un artículo reciente que –en mi opinión-tiene una importancia capital para sostener el edifico de la PE. En apariencia, no se diría que el trabajo tenga tanta importancia. Se limita a demostrar que en una población de chimpancés existe una clara correlación entre el “rango” que ocupa un macho en la jerarquía del grupo y su éxito reproductivo.

El tema no es nuevo en absoluto. Desde hacía mucho tiempo se suponía que tal correlación era cierta. Sin embargo, una cosa es suponer y otra muy distinta probar. En este caso, los investigadores estudiaron a una población de chimpancés en la reserva de Gombe (Tanzania) durante 22 años, estableciendo claramente quiénes eran los machos dominantes así como la paternidad de todas las crías nacidas en ese periodo. Los resultados mostraron sin ambigüedad las ventajas reproductivas que tiene para un chimpancé ser dominante, aunque también mostraron que no es una cuestión de blanco/ negro. Los machos de bajo rango también ser reprodujeron. No es el primer trabajo que publica unos resultados similares, pero sí uno de los más completos realizados en chimpancés salvajes.

Nosotros somos diferentes de los chimpancés, pero también hemos evolucionado en grupos donde existe una jerarquía. Diversos estudios en cazadores-recolectores modernos también indicaron una relación entre jerarquía y éxito reproductivo. El problema es que la inmensa mayoría de las sociedades de cazadores-recolectores que existieron en el pasado han desaparecido en la actualidad, por lo que es imposible contrastar esta hipótesis de forma general.

Las consecuencias de este hecho siguen estando presentes (y de qué modo) en la sociedad actual. Si los machos dominantes siempre se han reproducido más, habrán dejado una generosa ración de sus genes para las siguientes generaciones, incluyendo aquellos genes que favorecen en desarrollo de personalidades dominantes. Cabe esperar que los machos actuales de nuestra especie sigan tratando de ser dominantes y ocupar altas posiciones en la jerarquía (cualquiera que sea), aunque en la actualidad el proceso no esté necesariamente ligado a la reproducción.

Entender este hecho no implica aceptarlo, al contrario, es el primer paso para cambiarlo.

Harén de maridos

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La jacana bronceada (Metopidius indicus) es un ave acuática que habita en regiones tropicales. Puede decirse que las hembras de estas especie han logrado, no ya la igualdad con los machos, sino revertir los «papeles tradicionales». Una hembra de jacana se aparea normalmente con un harén de hasta cuatro machos, dentro del territorio que ella defiende con fiereza. La hembra pone los huevos (claro), el resto de las labores se las deja a sus «maridos»: construir el nido, empollar el huevo y alimentar al polluelo. De esta forma, el éxito reproductor de la hembra es mucho mayor que con el método tradicional.

¡Enhorabuena, chicas!

La primera penetración sexual de la Historia

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Aunque la mayoría de las especies de peces realizan el sexo sin penetración mediante fertilización externa de los huevos, algunas especies son realmente vivíparas. En este caso, las crías nacen “vivas” del cuerpo de la madre, y la fertilización es, por supuesto, interna. Una pregunta interesante es cuándo apareció en la Evolución esta forma de reproducción, mayoritaria entre los mamíferos. Un equipo australiano ha descubierto un fósil que demuestra que el viviparismo es mucho más antiguo de lo que se pensaba.

El fósil en cuestión pertenece al grupo de los placodermos, peces acorazados, que vivieron entre 430 y 360 millones de años. Al visualizar el interior del fósil en tres dimensiones, se encontraron en el interior otros peces de pequeño tamaño y que tenían las características típicas de los placodermos. Al principio, se pensó que constituían restos de la última comida del pez, pero al examinarlos con más detalle se vio que no tenían marcas de mordiscos ni restos de erosión por los ácidos del estómago. Esto sugiere que los pececitos no eran restos de comida sino embriones.

Además, el examen de otros fósiles de placodermos ha revelado la existencia de unos pequeños apéndices pélvicos que probablemente facilitaban la copulación, tal como ocurre en los tiburones actuales.

Este descubrimiento nos dice que el “acto sexual” ya se practicaba hace unos 380 millones de años. Hay pocas cosas nuevas bajo el sol.

Long, J., Trinajstic, K. & Johanson, Z. Nature 457, 1124–1127 (2009).

Maratón de sexo

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El libro Guiness de los records debería incluir a algunas especies de insecto palo (orden Phasmatodea) por sus hazañas sexuales. El macho monta a la hembra y la pareja permanece unida durante días (incluso semanas). Este comportamiento garantiza al macho que ningún otro rival ocupará su puesto y la descendencia será realmente suya (asunto que preocupa a los machos de la inmensa mayoría de las especies).

A la vejez…

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En nuestra especie, cuando hablamos de «senescencia reproductiva» nos referimos generalmente a las mujeres. Sin embargo, en los hombres también se produce un fenómeno semejante, aunque más tardío y paulatino. A medida que envejecemos nuestro niveles de testosterona bajan (lo que afecta a la conducta y a la masa muscular); asímismo, la motilidad de los espermatozoides disminuye y con ello el potencial reproductivo.

A los ratones macho les ocurre algo parecido. Sin embargo, este fenómeno parece estar sujeto a la influencia de determinados factores, muy en particular, a la presencia de hembras en el entorno. En una artículo publicado por Schmidt et al. se describe cómo en los ratones machos separados de hembras esta pérdida de fertilidad tiene lugar a los 26 meses. En cambio si hay hembras en el entorno el fenómeno se pospone hasta los 32 meses (lo que significa aumentar el periodo fértil un 20%).

Los humanos somos distintos de los ratones.

Pero…

Female mice delay reproductive aging in males

Sólo chicas

cnemidophorus

La cuestión de las ventajas evolutivas de la reproducción sexual ya se ha discutido otras veces en este blog (por ejemplo aquí). En la mayoría de los casos, la reproducción asexual se produce en seres vivos que solemos considerar como “inferiores”: plantas, hongos, invertebrados. Sin embargo, también se da en algunas especies de vertebrados; la más estudiada es una lagartija del género Cnemidophorus. En algunas especies de este género no existen machos y las hembras se reproducen por partenogénesis, esto es, el óvulo no necesita ser fecundado por un espermatozoide para dar lugar a un embrión.

Podría pensarse que la vida sexual de estas criaturas es inexistente, ya que no necesitan encontrar una pareja. Sin embargo, los viejos fantasmas de la reproducción sexual siguen afectando a estos animales y mantienen un ritual de apareamiento, necesariamente homosexual. Algunas hembras adoptan el papel de macho y copulan con otras hembras en celo. Curiosamente, este comportamiento es necesario (o al menos muy conveniente) ya que estimula la producción de hormonas necesaria para desencadenar el proceso. Los “machos” suelen ser hembras que han desovado recientemente. En aislamiento, las lagartijas se reproducen mucho menos.

En teoría, la reproducción sexual aumenta la variabilidad genética en la población, lo que la hace más resistente a enfermedades y a circunstancias variables en general. Podríamos preguntarnos para qué le sirve la partenogénesis a las Cnemidophorus, pero tal vez la pregunta está mal enfocada. Es muy posible que no le sirva para nada. A lo mejor la partenogénesis no es un carácter demasiado negativo y se ha fijado en algunas poblaciones, las cuales –de momento- no se han extinguido.

La Evolución no es un proceso dirigido y cada especie tiene su propia historia, en la cual el azar ha podido jugar un papel importante.

Citas rápidas

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…Y nunca beso en los primeros dos segundos.

Uno de los problemas recurrentes al investigar la conducta humana tiene que ver con la fiabilidad de la encuestas. En muchos casos, la metodología experimental se basa en cazar a un grupo de aburridos estudiantes universitarios y (a cambio de dinero o créditos académicos) someterlos a una encuesta; los resultados de la misma son procesados con técnicas estadísticas estándar, redactados y enviados a publicar. No quiero decir que la metodología sea completamente inútil, pero ya he expresado varias veces mis dudas al respecto. A nadie se le escapa que los humanos no decimos siempre la verdad, o de forma más precisa, existen discrepancias entre lo que decimos y los que hacemos ¿Cómo saben los investigadores cuánta es la discrepancia que hay en el caso concreto que investigan? Respuesta: no lo saben.

Afortunadamente, para estudiar la conducta humana existen métodos alternativos (aunque generalmente más fatigosos). Sin ir más lejos, el de observar cómo se comportan las personas reales en situaciones reales. Si el tema de investigación está relacionado con las “estrategias de apareamiento” de nuestra especie la cosa puede ser bastante delicada. Sin embargo, en los últimos años ha surgido una costumbre que podría abrir una ventana en este campo: las citas rápidas.

Suele admitirse que las inventó el rabino Yaacov Deyo en 1988 para ayudar a los judíos solteros de Los Angeles a encontrar a su media naranja (conmovedora la preocupación del rabino por el bienestar de sus fieles). La costumbre se ha extendido por varios continentes y grupos sociales. En un evento típico, un grupo de interesados e interesadas paga una pequeña contribución por participar en una especie de “carrusel del amor”, en el que cada pareja dispone de un tiempo aproximado de ocho minutos para conocerse. Pasado este tiempo: ¡cambio de pareja! Por costumbre, son los chicos los que cambian de lugar. Y vuelta a empezar otros ocho minutos hasta que todas las posibles interacciones tengan lugar. Al final, ellos y ellas manifiestan su interés por volver a ver a un subconjunto de afortunados o afortunadas, escribiendo los nombres en una hojita que entregan al organizador. Sólo cuando hay coincidencia se produce el ritual intercambio de teléfonos.

El método parece estar diseñado por un investigador, aunque no es así. Justamente, la “belleza” del asunto radica en que los participantes están realmente interesados en ligar, pero, al mismo tiempo, el método proporciona una oportunidad inmejorable para estudiar cuáles son de verdad los criterios que hacen a un individuo/individua atractivo/atractiva.

Los psicólogos no han tardado en detectar el “chollo” y últimamente están apareciendo artículos en revistas especializadas. Por ejemplo, Peter Todd y sus colegas de la Universidad de Indiana filmaron vídeos de las citas y luego investigaron si otros observadores (de nuevo, estudiantes aburridos) podían predecir el “resultado” del rápido encuentro. En general, las predicciones no eran malas, pero lo más interesante: las mujeres eran mucho más difíciles de “leer” que los hombres. Si alguien quiere participar en un experimento así, puede ponerse en contacto con los miembros del equipo: https://www.indiana.edu/~abcwest/webexp/

Otra dato curioso es que, en general, las mujeres resultaron ser más selectivas que los hombres; sin embargo, cuando se alteró el protocolo y eran las mujeres las que cambiaban de sitio, esta diferencia desapareció.

Imagino que esto de las citas rápidas va dar bastante juego en este blog

Yo participé una vez en una cita rápida y la cosa fue tan bién que a los cinco minutos ya habíamos cortado

Retratos de familia

Hadar, Etiopía, 3.4 millones de años antes del presente.

Esta joven hembra de Australopithecus afarensis lleva varias horas perdida. Aunque no parece haber ningún peligro inmediato, escudriña afanosamente la sabana. Sin la ayuda de los suyos, constituye una presa fácil para los numerosos depredadores. Tampoco hay muchos sitios donde refugiarse en caso de peligro. Su supervivencia pasa por encontrarlos.

Foto: The Last Humans. G.J.Sawyer and V. Deak. 2007. Yale University Press.

La verdad sobre Cenicienta

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Es un hecho conocido y bastante generalizado que los padres se preocupan por el bienestar de sus hijos y que están normalmente dispuestos a hacer grandes sacrificios en este sentido. Es un hecho también que se trata de una relación asimétrica donde, en general los padres dan y los hijos reciben. No quiero decir que los hijos no quieran a los padres, sobre todo cuando son pequeños, sino que las acciones beneficiosas se producen predominantemente en una dirección. A los padres les cuesta poco ser generosos y comprensivos con su descendencia.

Es posible que esto le parezca simplemente algo natural y que no requiere de más explicación. Por supuesto que se trata de algo natural, pero este término no nos proporciona una explicación suficiente. Ya hemos visto que los cuidados parentales son corrientes en aves y mamíferos, pero bastante raros en el resto de los animales. Por ejemplo, la mayoría de los reptiles se limita a poner sus huevos en un lugar a apropiado y ‘desearle suerte’ a su descendencia ¿Por qué nos resulta tan fácil querer a nuestros hijos?

La hipótesis más plausible es que esta conducta está pre-programada en el cerebro humano. El hecho de que el cariño y la preocupación por los hijos sea un hecho universal y ocurra en todas las culturas conocidas sugiere que tiene una fuerte base biológica. Tal vez si nuestro antecesor directo fuese una especie de reptil pensáramos de otra manera.

En todo caso, una predicción razonable a partir de la Biología Evolutiva es que los padres se preocupan más por sus hijos biológicos que por los hijos de su pareja. Esta hipótesis puede contrastarse empíricamente y eso es lo que han intentado los psicólogos canadienses Martin Daly y Margo Wilson. Estos investigadores razonaron que si existía un mecanismo innato de preferencia hacia los hijos biológicos, los casos de maltrato se darían con menor frecuencia en esta circunstancia, por tanto su hipótesis podía contrastarse empleando las estadísticas existentes sobre maltrato infantil. Sus resultados fueron concluyentes.

El maltrato infantil en las sociedades estudiadas (USA y Canadá) es un fenómeno poco frecuente, pero cuando el niño convive con sus padres biológicos es aun más infrecuente. Y no se trata de una diferencia pequeña o poco significativa. El hecho de que un niño conviva con un adulto que no es su padre biológico aumenta entre 70 y 100 veces la probabilidad de que sufra maltrato con consecuencias mortales. En cierto modo, el estudio de Daly y Wilson constituye una confirmación del cuento de Cenicienta (de hecho, estos autores escribieron un libro sobre este tema titulado “The Truth about Cinderella”). Y no hace falta decir que la palabra ‘padrastro’ o ‘madrasta’ tiene una fuerte connotación negativa en castellano. Una vez más, los psicólogos evolucionistas se afanan por probar lo que es de dominio público.

Los resultados de estos investigadores han sido repetidos en países y contextos sociales muy diferentes con resultados similares: los padrastros siempre son mucho más peligrosos para los niños que sus padres biológicos. Por ejemplo, el antropólogo alemán Eckart Voland descubrió que la mortalidad infantil en este país durante la Edad Media aumentaba si el niño era criado por sólo uno de sus progenitores, pero la mortalidad aumentaba aun más, y esto es realmente significativo, si este progenitor volvía a casarse. Entre los cazadores-recolectores Ache de Paraguay, el 19 % de los niños criados por sus padres biológicos muere antes de cumplir los 15 años; sin embargo, este porcentaje se eleva al 43% cuando son criados por su madre y un padrastro. Otro estudio realizado en Finlandia puso de manifiesto que un 3.7% de las niñas que habían convivido con un padre no-biológico manifestaron haber sufrido abusos sexuales de éste, frente al 0.2% en el caso del padre biológico.

El mensaje claro y simple que arrojan estos estudios es que criar a los hijos supone una carga muy importante para cualquier adulto. Por lo tanto, tiene sentido que la selección natural haya perfilado nuestras motivaciones psicológicas de manera que los cuidados parentales no sean asignados arbitrariamente a cualquier niño, sino de forma discriminada, de manera que se maximice el beneficio reproductivo de quien realiza la inversión. Estos mecanismos constituirían la base biológica del amor de los padres hacia sus hijos, un fenómeno que se observa en prácticamente todas las sociedades.

Margo, D, and Wilson, M. “The Truth about Cinderella” Yale University Press, 1999

El efecto Coolidge

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Los Psicólogos han denominado ‘Efecto Coolidge’ al incremento del interés del macho ante una compañera sexual distinta de la habitual. El nombre viene de una divertida anécdota que no puedo dejar de contar. Al parecer, estaba el Presidente de los Estados Unidos, Calvin Coolodge, visitando una granja avícola en compañía de su mujer (aunque la visita la hacían por separado). En un momento dado, la Primera Dama preguntó extrañada cómo un solo gallo podía cubrir a tantas gallinas. Los operarios le explicaron con orgullo que el animal ‘cumplía con su deber’ un buen número de veces al día. ‘Deberían comentárselo al Presidente’ dijo ella con ironía. Cuando fue informado, éste preguntó: ‘¿cubre siempre a la misma gallina?’ ‘No, señor; siempre a una gallina distinta’. ‘Deberían informar de esto a la Primera Dama’, repuso el Presidente.


Riesgos aceptables (si eres suficientemente viejo)

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¿Recuerdan al personaje del “abuelo” de Little Miss Sunshine, el cual se había hecho (recientemente) adicto a la heroína? En general, este tipo de comportamientos nos resulta chocante, ya que solemos pensar que los jóvenes son más proclives a las actividades de riesgo que las personas mayores. Sin embargo, el razonamiento del “abuelo” era impecable: ¿por qué preocuparse por el largo plazo si no hay largo plazo?

Los biólogos llevan cierto tiempo pensando que esto también podría aplicarse a la conducta de muchos animales. Un individuo joven debe ser cauto porque si muere pierde la posibilidad de reproducirse, en cambio, para uno que esté cerca del fin de su ciclo vital, puede tener sentido el asumir riesgos, ya que no tiene (casi) cada que perder. No quiero decir con esto que los animales vayan a hacer cálculos de ese tipo, sino que esta clase de conducta podría verse favorecida por la selección natural si tuviera un fuerte beneficio reproductivo.

Pero una cosa es que una teoría “suene bien” y otra muy diferente tener datos sólidos que la avalen. Para ello sería necesario obtener datos muy precisos sobre alguna población durante varias generaciones. Un artículo del Journal of Mammalogy nos cuenta que la teoría se cumple, al menos en una especie: el cobo del Nilo (Kobus megaceros). Se trata de una especie de antílope que habita en algunas regiones de Sudán. Dado que está en peligro de extinción, se creó una “reserva” en una especie de Parque Natural para especies salvajes en Escondido (California), que depende del famoso Zoo de San Diego. Sus 36 Ha acogen a diversas especies de ungulados africanos, así como a un buen número de aves.

Durante los últimos 38 años, esta pequeña población de antílopes ha sido minuciosamente estudiada por los zoólogos. Estos animales tienen un sistema de reproducción muy poco igualitario; una manada puede contener hasta 50 hembras y un solo macho (los machos solteros forman a su vez pequeños grupos). Evidentemente, el macho que consiga un harén va a dejar una generosa ración de sus genes para generaciones venideras, sin embargo, sólo un número muy pequeño de machos llegará a reproducirse. Este hecho tiene serias implicaciones para la estrategia evolutiva de las hembras. Para ellas, un descendiente macho supone una inversión de alto riesgo: si llega reproducirse los genes de la madre irán con él pero esto es altamente improbable. En cambio, un descendiente hembra equivale a poner el dinero a plazo fijo: existe una probabilidad razonable de que se reproduzca pero el número de nietos será limitado.

Lo que han observado Fred Bercovich y sus colaboradores es que la probabilidad de que una hembra tenga un hijo macho aumenta notablemente con la edad de la madre (hasta tres veces mayor) ¿Cómo se las arreglan estos animales para manipular el sexo de la descendencia? Todavía no lo sabemos, pero hay muchos casos bien estudiados (en otras especies) en los que ocurre tal cosa.

En definitiva, los datos son congruentes con la hipótesis de mayor riesgo a mayor edad. A mí me parece que esta hipótesis es plausible, pero para tener una evidencia incontestable necesitaría conocer la base genética de esta conducta (y poder estudiar los genes por métodos bioinformáticos), cosa bastante difícil y que tal vez no ocurra nunca. Hoy por hoy no puedo descartar que la causa de este sesgo hacia una mayor frecuencia de machos se deba a alguna particularidad de la fisiología reproductiva de esta especie y no sea, propiamente, una adaptación.

¿El vaso está medio lleno o medio vacío?

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Kobus megaceros

Las chicas fértiles son más fáciles

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La noticia no es exactamente nueva. Diversas investigaciones anteriores habían puesto de manifiesto que las mujeres responden de forma distinta a estímulos tales como rostros y voces masculinas, dependiendo del momento del ciclo menstrual en el que se encuentren. Un trabajo relacionado ya había sido comentado en este blog (“Chicas alegres y Psicología Evolucionista”). Puede decirse que el artículo de Nicolas Guéguen, que aparecerá próximamente en la revista Biological Psychology, pone otro granito de evidencia al respecto.

A diferencia de otros estudios, es este caso se decidió estudiar directamente el comportamiento de las mujeres en la vida real y no en el laboratorio. El método experimental empleado puede considerarse un pelín heterodoxo. Primero, un grupo de hombres fue seleccionado por un panel de mujeres en función de su “extraodinario atractivo físico”. Después, en una mañana soleada el “tío bueno” abordaba a una chica en la calle (de manera aleatoria) y con su mejor sonrisa le decía algo así como:

Hola, me llamo Brian; quería decirte que te encuentro irresistible; tengo que irme a trabajar ahora, pero ¿podrías darme tu número de teléfono para tomar algo después?

Inmediatamente después del encuentro (independientemente de cuál hubiera sido la respuesta) una investigadora se acercaba a la chica y, tras ponerla al corriente de los objetivos del estudio, le hacía una detallada encuesta, que incluía preguntas sobre el momento del ciclo menstrual en que se encontraba.

La mayoría de las mujeres abordadas de esta forma estuvieron dispuestas a colaborar en la encuesta. Es interesante saber que, sin embargo, sólo el 8,6% aceptaron dar su teléfono, y eso que los voluntarios “estaban como un queso”. Evidentemente, no es una táctica demasiado sutil para ligar.

Hubiera sido interesante hacer también el experimento contrario: mujeres atractivas pidiendo el teléfono a hombres al azar. ¿Apostarían ustedes a que el porcentaje de síes hubiera sido bastante mayor? De hecho, se han hecho experimentos similares y así es (de eso hablaré otro día).

Pero vamos a los resultados. Lo más interesante es que entre la mujeres que se encontraban en un periodo fértil, un 21.7% dijo que sí, frente 7.8% en el otro caso. Una diferencia notable y estadísticamente significativa. En cambio, entre el grupo de mujeres que estaban usando anticonceptivos orales, el porcentaje de aceptación fue de tan sólo el 5.8%. Aunque en este caso, podría pensarse que una chica que esté tomando la píldora suele tener una vida sexual lo bastante intensa como para no estar interesada por este tipo de propuestas.

Varias mujeres me han asegurado que ellas saben perfectamente que su receptividad sexual se ve afectada por el momento del ciclo y que no necesitan ningún estudio científico para decirles lo que ya saben. De acuerdo, pero aun así, creo que es importante pasar de la evidencia anecdótica a la evidencia experimental.

El trabajo aquí (requiere subscripción).

Cerebro y pelotas

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Si hay algún tema espinoso y políticamente incorrecto, ese es el de la base genética del IQ. De acuerdo, «inteligencia» no es lo mismo que «IQ», pero este último constituye la mejor aproximación que tenemos para la primera. El tema ha sido tratado (aquí) y me he llevado bastantes broncas (estoy dispuesto a seguir hablando del asunto, pero prefiero no repetirme mucho).

Todavía más incorrecto es afirmar que existe una relación entre el tamaño de la cabeza y el IQ del individuo que la lleva puesta. Reconozco que la idea puede parecer una broma, y sin embargo, la correlación entre una y otra cosa es del 40% y parece ser muy consistente. Además, se ha visto que el IQ está correlacionado con mayor esperanza de vida. Las razones que hay por debajo no están claras. Es posible que los tipos listos tomen decisiones más juiciosas (no fumar, hacer ejercicio, comer mucha fruta), pero también es posible que exista una correlación entre el factor general de inteligencia (llamado g) y la salud general de un individuo. Más aun, es posible que exisita una relación entre g y f, siendo este último la fitness de un individuo, o sea la capacidad de sobrevivir y reproducirse.

El artículo que quiero comentar en este post, y que se publicará próximamente en la revista Intelligence, va todavía más lejos en cuanto a incorrección política. Su principal conclusión es que existe una correlación entre el IQ de un individuo y diversas medidas relacionadas con la calidad ¡de su semen! (evidentemente, este estudio se realizó únicamente con hombres).

Aunque puede parecer que la hipótesis es completamente disparatada, los autores están tratando de contrastar una hipótesis anterior más general, formulada por Geoffrey Miller y que trata de explicar por qué los humanos somos tan inteligentes (pueden insertar aquí el chiste fácil). Según la hipótesis de Miller, la inteligencia sería un handicap «zahaviano», esto es, un indicador de que el individuo posee «buenos genes», lo cual se reflejaría en un buen estado de salud y, claro, en un una buena calidad del semen. Si añadimos que la inteligencia es un factor de atractivo sexual, al elegir a los potenciales compañeros sexuales en función de su inteligencia, estaríamos eligiendo a la vez «buenos genes». Del mismo modo, se piensa que el pavo real capaz de sobrevivir con ese pedazo de cola tiene que gozar de buena salud y otras características favorables; de aquí que a las hembras les resulte atractiva. La inteligencia humana y la cola del pavo real serían, pues, consecuencias de la «selección sexual» (la otra gran idea de Darwin).

Para este trabajo, Rosalind Arden del King’s College de Londres, empleó datos  procedentes de soldados americanos que habían estado en la guerra del Vietnam. Estos «voluntarios retrospectivos» habían sido estudiados a conciencia en diversos aspectos de su salud física y mental; incluyendo, claro, tests de inteligencia y calidad de esperma. Y sí, en la muestra de 425 casos se encontró una correlación positiva entre ambas cosas. De manera que los chicos más listos también tenían más «soldaditos». Lo mejor de dos mundos.

No cabe duda de que esta pieza de evidencia experimental está en consonancia con la hipótesis de Miller, pero dado que el propio Miller es uno de los co-autores, estaría más tranquilo si otros laboratorios siguen encontrando pruebas en este sentido.

PS También se ha visto que los individuos de mayor IQ tienen menor probabilidad de ir a la cárcel. No sé si es porque se portan mejor o porque  les pillan con más dificultad.

Cuanto más dinero, más sexo

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De los muchos temas que trata la Psicología Evolucionista, uno de los más interesantes -en mi opinión- es la conexión entre estatus y éxito reproductivo en nuestro linaje evolutivo. Y lo es porque nos explica (o al menos, comienza a explicar) algunas conductas tan generalizadas que tendemos a pensar que no necesitan explicación ¿Por qué se esfuerzan los millonarios a tener más dinero? ¿por qué es tan difícil que un dictador deje voluntariamente el poder? ¿por qué es tan importante para las personas su carrera?

La mayoría de los humanos deseamos tener un estatus alto por razones similares a las que no llevan a desear el sexo o la comida. Esto no es incompatible con que existan variaciones individuales en cuanto al deseo personal de estatus (solemos calificar a estos individuos de ‘ambiciosos’). Y la ambición se debe, seguramente a la suma de factores genéticos y ambientales. Es cierto que quedan bastantes cosas por descubrir y demostrar, pero puede decirse que el esquema aquí indicado descansa en una sólida evidencia experimental. Según esto, podemos considerar que el ejecutivo que descuida su vida personal en interminables jornadas de trabajo es, en realidad, un adicto a sustancias que fabrica su propio cerebro, en el sentido literal de la expresión. Lo mismo podemos decir del político que se dedica en cuerpo y alma a la ‘causa’. Sus motivaciones internas son, en realidad, muy parecidas a las del ‘yonqui’ que necesita su dosis. Me gustaría añadir que no considero que esto sea malo en sí. Personalmente, creo que lo que se debe exigir a los políticos es que hagan una gestión honrada y eficaz y, en este sentido, las motivaciones internas me parecen del todo irrelevantes. A un político (y en general, a cualquier persona ambiciosa) la adicción a la serotonina ‘se le supone’.

Por otra parte, es muy frecuente que los políticos o los ejecutivos (o los ambiciosos en general) no sean en absoluto conscientes de los mecanismos que están operando en su cabeza y les llevan a desear determinadas cosas. Por el contrario, todos los indicios apuntan a que somos notoriamente inconscientes de todo esto. Parece como si los humanos tuviéramos ‘antenas sociales’ que nos permiten percibir cuáles de nuestras acciones reciben mayor reconocimiento y ello nos permitiera adaptar nuestra conducta en este sentido. Así, el colegial empieza a notar que la posesión de determinados objetos o características personales causa un efecto entre sus colegas (o sea que ‘mola’) y no necesita detenerse a analizar las razones profundas de este fenómeno para saber lo que quiere. La misma filosofía implícita puede aplicarse en la empresa, el partido político o el mundo académico. Según la hipótesis discutida aquí, el fenómeno subyacente a esta dedicación ‘en cuerpo y alma’ a los más variados fines profesionales es, esencialmente, la búsqueda de estatus; a su vez, esta motivación sería una consecuencia evolutiva de las ventajas que se derivaron en el pasado para los individuos que exhibían estas tendencias. Evidentemente, el hecho de que una determinada conducta fuera adaptativa durante el Paleolítico no quiere decir que lo sea ahora. Y en cualquier caso, no estamos afirmando nada sobre la aceptabilidad de tal conducta. Sólo estamos tratando de explicar sus causas últimas.

Naturalmente, en muchas sociedades actuales, el estatus está completamente desconectado de la reproducción. No obstante, sigue existiendo una conexión entre el dinero y el sexo, según un artículo reciente en la revista Evolutionary Psychology. En este trabajo, los investigadores realizaron una entrevista telefónica a una muestra aleatoria de personas entre 18 y 45 años. Sospecho que en la encuesta se camuflaban las verdaderas intenciones de la misma, haciéndose pasar por un «cuestionario sobre salud». El caso es que, de una forma u otra los investigadores sonsacaban a los encuestados sobre sus hábitos de consumo, en particular sobre el consumo compulsivo, así como sobre sus hábitos sexuales. Se encontró una correlación positiva entre «el consumo de recursos» y el número de compañeras sexuales, así como entre consumo e «intenciones de apareamiento», o sea, que los hombres que más dinero gastaban eran los que más deseaban tener muchos ligues, y a menudo lo conseguían.

En la muestra de mujeres no se detectó ese efecto.

El trabajo aquí

Estatus

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El deseo de estatus es universal. Lo encontramos en todas las sociedades que han sido estudiadas; eso sí, con gran variaciones sobre el tipo de cosas que confiere estatus a los individuos. De hecho, la Antropología constituye una fuente de información sobre este tema mucho más valiosa que la Psicología. Veamos algunos ejemplos. Entre los kwakiult, un pueblo de la costa Oeste de Norteamérica, hoy desaparecido, los individuos de alto estatus se veían obligados a organizar monstruosas fiestas, llamadas potlatch (en la imagen), si querían mantenerlo. Las fiestas duraban varios días y se organizaban por las razones más diversas, como nacimientos, bodas o el ingreso en sociedades secretas. Otras veces se organizaban por motivos triviales, ya que el verdadero objeto de estas fiestas era mostrar la riqueza de los organizadores, a través del consumo exagerado de todo tipo de comida, así como el reparto de regalos fabulosos entre los invitados. En algunos casos, los anfitriones terminaban la fiesta quemando la casa para mostrar públicamente su generosidad y desprendimiento. Aunque esta costumbre nos pueda parecer chocante, los jefes tribales que la protagonizaban estaban actuando de forma egoísta, ya que cuanto mayor fuera el dispendio realizado mayor sería su prestigio dentro de esta sociedad. Evidentemente, nuestras ‘bodas’, ‘bautizos’ y ‘comuniones’ tienen algún elemento en común con los potlatch.

Para los yanomami, las formas de conseguir prestigio son bien distintas. Esta tribu habita en selvas ecuatoriales en las orillas del río Orinoco, entre Venezuela y Ecuador. En la actualidad se estima que deben quedar menos de 10.000 habitantes y se encuentran continuamente amenazados por las actividades de mineros –garimpeiros- que penetran ilegalmente en sus tierras. La subsistencia de este pueblo se basa en una agricultura semi-nomádica de ‘corta y quema’. Esta cultura, que se caracteriza por una extrema agresividad, ha sido muy estudiada por los antropólogos[1] [2]. Para un joven yanomami el camino hacia el éxito social pasa por emboscar y matar a muchos hombres de poblados vecinos y violar a muchas mujeres. Dentro de un mismo grupo, las peleas y el maltrato de los hombres hacia las mujeres no son nada infrecuentes. Cabe esperar que incluso los partidarios acérrimos del relativismo cultural califiquen estas prácticas de ‘dudosas’.

Entre los ¡Kung del desierto del Kalahari, los criterios de estatus son bastante más pacíficos. Este pueblo mantiene (o lo hacía hasta hace poco) un modo de vida nómada basado en la recolección y la caza. Los ¡Kung forman pequeños grupos sin líder aparente y, en general, constituyen una sociedad pacífica, sin clases sociales claramente definidas. La desigualdad económica es virtualmente imposible en su modo de vida, ya que no tienen forma de acumular riqueza, y las piezas cobradas son frecuentemente compartidas entre los miembros de la tribu. A pesar de su aparente igualitarismo, los estudios antropológicos revelan la existencia de una jerarquía laxa basada en la experiencia y la habilidad de un individuo como cazador. Al parecer, los individuos de alto ‘rango’ ejercen el liderazgo de forma suave, influyendo sobre las decisiones del grupo pero sin imponer su voluntad. Por otro lado, la sociedad valora la modestia del cazador habilidoso y las normas de educación exigen que éste no alardee de su capacidad como tal.

De acuerdo. Para los cazadores-recolectores el estatus es importante, pero ¿nos afecta eso a nosotros, los occidentales del siglo XXI?

Más en el próximo post


[1] Changnon, N. “Yanomamo: the fierce people” Holt, Rinchart and Winston, Inc. 1997.

[2] Eibe-Eibesfeldt, I. “El Hombre Preprogramado”. Alianza Editorial, Madrid 1977.


¿La primera familia nuclear?

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Una excavación arqueológica en Eulau (Alemania) ha desenterrado lo que probablemente constituye el primer vestigio de “familia nuclear”. El hallazgo en cuestión contiene los esqueletos de una pareja y dos niños, los cuales fueron enterrados juntos hace unos 4660 años, como puede verse en la foto.

Los análisis de DNA han demostrado que los niños eran hijos biológicos de la pareja. Al parecer, sufrieron una muerte violenta. Se encontró una punta de flecha incrustada en una vértebra de la mujer y otras fracturas que no habían cicatrizado, por lo que debieron producirse justo antes de la muerte. Los investigadores sospechan que esta “tragedia” pudo ocurrir en el contexto de luchas por la posesión de la tierra. En concreto, la zona en que se encontró posee uno de los suelos agrícolas más fértiles de Europa. La guerra no es un concepto reciente.

Otras pruebas, basadas en la cantidad de estroncio en el esmalte dental, sugieren que el hombre y los niños se habían criado en la misma zona, pero la mujer procedía de otro lugar. Lo que nos habla de una organización social de tipo “patrilocal”.

La noticia ha sido recogida por numerosos medios de comunicación y presentada como la primera evidencia de organización en familia nuclear. Es posible que esto sea un pelín exagerado. Lo que nos muestra estrictamente este hallazgo es que los niños posiblemente estaban con sus padres en el momento en que llegaron los “asaltantes”. No indica la ausencia de un grupo familiar más amplio.

Otros medios han ido un poco más lejos, señalando que la “familia nuclear” es la forma “natural” de organización en nuestra especie. Demasiado lejos tal vez. Los estudios de antropología nos muestran una gran diversidad de formas de organización, en general, con sistemas más amplios que la familia nuclear.

En cualquier caso, en estos tiempos en los que los modelos de familia se multiplican (monoparental, reconstituida, padres/madres del mismo sexo), conviene señalar que independientemente de los descubrimientos en Biología y Arqueología acerca de la forma en que nuestros antepasados se organizaban, nosotros haremos lo que consideremos mejor para nuestros intereses como individuos.

Y haremos bien

Ancient DNA, Strontium isotopes, and osteological analyses shed light on social and kinship organization of the Later Stone Age by Wolfgang Haak, Guido Brandt, Hylke N. de Jong, Christian Meyer, Robert Ganslmeier, Volker Heyd, Chris Hawkesworth, Alistair W. G. Pike, Harald Meller, and Kurt W. Alt. PNAS 18226-18231 vol105 no.47

Sexo libre en Samoa

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De todos los mitos de los años sesenta, uno de los más queridos (y que conste que sentí mucho su derrumbe) es el de la supuesta sexualidad libre en la isla de Samoa, con la bonita implicación de los tabúes sexuales son simples construcciones sociales. Me apresuro a asegurar que cualquier cosa que ocurra entre adultos que consienten me parece bien. No obstante, la frecuencia y universalidad de tabúes sexuales sugiere que éstos derivan de una compleja interacción entre biología y cultura. Así que no es fácil que vayan a desaparecer de un plumazo, ni estoy seguro de que su desaparición indiscriminada suponga un beneficio para todas las personas. Reconozco también que las diferentes culturas difieren mucho en este punto. Sin duda , la Naturaleza Humana es maleable. Pero no infinitamente maleable.

Samoa constituyó el gran ‘patinazo’ de Margaret Mead, una de una de más distinguidas discípulas de Franz Boas y uno de los principales baluartes del ‘ambientalismo’ antropológico. Buena parte de la fama de esta antropóloga se debió al libro “Adolescencia, sexo y cultura en Samoa (Coming of Age in Samoa)[1]” escrito en 1928 y que se convirtió más tarde en un auténtico best-seller. En él describía las costumbres sexuales entre los nativos de esta isla y destacaba la aparente falta de tabúes y la libertad que tenían las mujeres en esta materia. El libro parecía validar completamente las ideas ‘relativistas’ y ‘ambientalistas’ de la escuela de Boas. Seguramente influyó sobre la revolución sexual de los sesenta. Sin embargo, había un inconveniente; digamos, un pequeño inconveniente: la mayor parte lo que decía Mead sobre las costumbres sexuales de las samoanas resultó ser falso.

El trabajo se basaba en las entrevistas realizadas a dos chicas adolescentes (no mucho más jóvenes que la propia Mead, que entonces tenía 23 años). Probablemente, lo que ocurrió es que Fa’apua’a Fa’amu y Fofoa, que así se llamaban, acabaron escandalizadas y ‘agobiadas’ por la insistencia de la investigadora en asuntos sexuales, los cuales constituyen un tabú en Samoa, como en otras partes del mundo. Al parecer, su reacción fue ‘contarle’ un montón de embustes, ya que eso era lo que quería oir. Seguramente, Mead no pretendía cometer un fraude y fue genuinamente burlada por las dos jóvenes. No obstante, es evidente que sus conclusiones fueron muy, muy precipitadas. Sólo pasó unos meses en la isla, no aprendió el idioma local y al parecer, no se le ocurrió la conveniencia de cotejar las historias que le contaron. Sin embargo, este ‘borrón’ no debería impedirnos reconocer que Mead realizó una contribución importante a la Antropología y que muchos de sus trabajos fueron realizados con rigor.

Cuando en 1983 (después de la muerte de Mead) el antropólogo australiano Derek Freeman reveló esta historia en su libro “Margaret Mead and Samoa: The Making and Unmaking of an Anthropological Myth” tuvo que sufrir la ‘persecución’ de muchos de sus colegas de la Asociación Americana de Antropología, los cuales denunciaron su libro como ‘anti-científico’, aunque hoy no cabe la menor duda de que la venerable antropóloga metió la pata hasta el fondo (una de las entrevistadas ‘confesó’ su engaño).

En Samoa todavía se están riendo.

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[1] Mead, M. “Adolescencia, sexo y cultura en Samoa” Editorial Paidos, Barcelona, 1995

Factores genéticos que predisponen a la homosexualidad pueden aumentar el éxito reproductivo en heterosexuales

Reconozco que escribir este post me ha resultado un poquito difícil. En primer lugar está la cuestión de la naturaleza inflamable del tema. Lo normal es que si empiezas a hablar de las bases biológicas de la conducta homosexual muchas personas se sientan atacadas. En segundo lugar está el problema de la supersimplificación inevitable. Se supone que escribir sobre ciencia para un público no especializado requiere un cierto grado de simplificación, pero ¿en qué momento se pasa uno de la raya? No es fácil saberlo.

Respecto a la primera parte, lo digo alto y claro: la homosexualidad no es un problema, lo homofobia sí.

el tema ya se ha tratado en este blog (aquí). Así que me reafirmo en lo dicho.

Respecto a la segunda, he optado por traducir literalmente el título del artículo que pretendo comentar (y que se publicará próximamente en la revista Evolution and Human Behavior). El trabajo habla de factores genéticos –indicando que los genes correspondientes no han sido identificados. Habla de predisposición a la homosexualidad -no que éstos determinen inevitablemente la orientación sexual. Y sigue afirmando que puede que dichos factores tengan el (contra-intuitivo) efecto de aumentar el éxito reproductivo en individuos heterosexuales. También puede que no lo hagan.

Hechas estas salvedades, vayamos un poco más despacio. Se estima que en los países occidentales, entre el 1 y el 10% de la población es homosexual (Grulich et al., 2003; Johnson et al., 1992). En buena parte, estas variaciones se deben a la forma en que se hacen las encuestas (no es lo mismo tener una conducta exclusivamente homosexual, que de forma ocasional o tener una fantasía de vez en cuando). Obviamente, en países donde la homosexualidad está catalogada como delito, es prácticamente imposible hacer estimaciones. Sabemos, por referencias históricas, que la preferencia por individuos del mismo sexo ha ocurrido en todas las épocas y sociedades. Además, este tipo de conducta ha sido descrita en al menos 63 especies de animales. Ni es una moda pasajera ni una característica exclusivamente humana.

Los estudios de gemelos idénticos sugieren que existen factores genéticos que predisponen a la orientación homosexual (Bailey and Bell, 1993; Kendler et al., 2000; Kirk et al., 2000; Pattatucci and Hamer, 1995). Si un gemelo es gay el otro tiene una probabilidad de (aproximadamente) el 50% de serlo también, mientras que en el caso de los hermanos normales, esta probabilidad es del 22% (con todo, bastante más alta que la de la población general). No sabemos cuáles son los genes responsables de esto, pero sí podemos decir que los genes juegan un papel importante.

Y aquí llega la paradoja. Si hay genes que propician la conducta homosexual, cómo es que dichos genes no han sido retirados por la selección natural, dado que los homosexuales se reproducen poco o nada. Algunos han llegado a ver en esto el “fracaso” de la teoría de la evolución. Pese a la aparente contradicción, no es nada difícil acomodar este hecho a la Biología Evolutiva y, de hecho, se han propuesto varias hipótesis para explicarlo (aunque comentarlas todas ahora resultara demasiado largo). La hipótesis que se han puesto a contrastar los investigadores del mencionado artículo es que puede que los “genes gay” tengan un efecto “negativo”, en el sentido de disminuir el éxito reproductivo de algunos individuos, pero es perfectamente posible que los mismos genes tengan un efecto “positivo” en individuos heterosexuales. La selección natural podría favorecer la difusión de estos genes en la población si el segundo efecto es apreciablemente mayor que el primero.

Para contrastarla, los investigadores examinaron una amplia muestra de hermanos gemelos, a los cuales enviaron una encuesta sobre actitudes y conducta sexual. Lo que vieron es que los hombres con características psicológicas “femeninas” y las mujeres con características “masculinas” tenían más probabilidad de ser homosexuales. Hasta aquí nada nuevo. Pero cuando dichos individuos eran heterosexuales tenían un mayor número compañeros sexuales (de sexo opuesto). También encontraron que los individuos heterosexuales que tenían un gemelo idéntico no-heterosexual, también tenían un mayor número de compañeros. En definitiva, estos resultados sugieren que los mismos factores genéticos que favorecen la homosexualidad, también contribuyen al “éxito” reproductivo en individuos heterosexuales. Este efecto sería el responsable de mantener una elevada frecuencia de estos genes en la población.

La hipótesis es, desde luego, contra-intuitiva. Nos dice que hombres con características femeninas (pero sin ser homosexuales) resultan más atractivos. Y también que las mujeres con características más masculinas resultan más atractivas. O al, menos, que este tipo de individuos tiene un mayor número de compañeros sexuales.

Desde luego, la evidencia que se presenta aquí es “circunstancial”. Podríamos decir que “los datos son compatibles con la hipótesis”, pero falta mucho para tener algo más consistente. Bueno, algo es algo. Como decía Cervantes “para sacar una verdad en limpio es menester dar muchas vueltas y revueltas”.

Bailey, J.M., and Bell, A.P. (1993) Familiality of female and male homosexuality. Behav Genet 23: 313-322.

Grulich, A.E., de Visser, R.O., Smith, A.M., Rissel, C.E., and Richters, J. (2003) Sex in Australia: homosexual experience and recent homosexual encounters. Aust N Z J Public Health 27: 155-163.

Johnson, A.M., Wadsworth, J., Wellings, K., Bradshaw, S., and Field, J. (1992) Sexual lifestyles and HIV risk. Nature 360: 410-412.

Kendler, K.S., Thornton, L.M., Gilman, S.E., and Kessler, R.C. (2000) Sexual orientation in a U.S. national sample of twin and nontwin sibling pairs. Am J Psychiatry 157: 1843-1846.

Kirk, K.M., Bailey, J.M., Dunne, M.P., and Martin, N.G. (2000) Measurement models for sexual orientation in a community twin sample. Behav Genet 30: 345-356.

Pattatucci, A.M., and Hamer, D.H. (1995) Development and familiality of sexual orientation in females. Behav Genet 25: 407-420.