Podemos llamarla Sara Martin. Es unamujer de mediana edad y por su aspecto diríamos que es una persona completamente normal. Excepto por un importante detalle: Sara es incapaz de tener miedo.
Sara padece el (rarísimo) síndrome de Urbach-Wiethe. Durante su adolescencia esta enfermedad destruyó dos estructuras simétricas del cerebro del tamaño de una nuez, denominadas amígdalas. Debido a este daño cerebral,es incapaz de asociar determinadas memorias con emociones negativas, de ahí que estímulos que deberían resultarle negativos (porque son peligrosos) le resulten irresistiblemente atractivos; p.e. insiste en tocar a la mamba del zoo.
El caso de Sara ha sido estudiado por un equipo de neurobiólogos y los resultados se publicaron en el número de enero de Current Biology. En estudios anteriores se había visto que este tipo de pacientes era incapaaz de reconocer emociones negativas en las expresiones faciales de otras personas (p.e. tus invitados están a punto de vomitar y tú crees que les ha encantado la cena). En el caso de Sara, los autores han podido hacer pruebas mucho más variadas e inusuales.
Por ejemplo, Sara declaró que no tenía miedo a hablar en público, de la muerte, de la taquicardia o de ser juzgado negativamente por otras personas. En otro experimento, se llevaron a Sara al parque de atracciones y se partió de risa en la «La Casa Encantada»; asímismo, «visionó» varias películas de terror, con interés pero sin el menor atisbo de miedo.
Estarán de acuerdo conmigo en que el conjunto de cosas que le asustan a uno es algo muy personal. Coincidiría con Sara en cuanto a la mayoría de estas cosas: «La Casa Encantada», las películas de terror, elmiedo a hablar en público, a la taquicardia y a que te juzguen mal. Por supuesto, tengo mi lista personal de terrores, pero obviamente no estoy dispuesto a revelarla.
¿La ausencia de miedo es una bendición o un castigo? Yo diría que, en general, más bien lo último. Algo parecido ocurre con las personas que no pueden sentir dolor y pueden fácilmente freírse la mano en aceite hirviendo sin darse cuenta o sacarse un ojo porque se les ha metido un mosquito. Análogamente, la capacidad de clasificar algunas memorias como emocionalmente negativas nos ayuda o construir un mapa del mundo en el que sabemos lo que tenemos que evitar y a quiénes tenemos que evitar. Es casi seguro, que esta capacidad es adaptativa y que los portadores del gen defectuoso no dejarían muchos descendientes en las sociedades de cazadores recolectores de las que procedemos.
Pingback: La mujer sin miedo
Interesante artículo.
Es impresionante lo que una pequeña parte puede afectar al resto del cerebro. Y más aún, que ocasione la incapacidad de reconocer un mal gesto o identificar el peligro cercano.
Concuerdo en que esa condición es más un castigo que una bendición. Porque una persona en ese estado puede estar herida gravemente o muerta en poco tiempo.
Visto desde fuera, suena bastante divertido 🙂
Tras leer el artículo me pregunto por la diferencia entre el miedo como emoción (con todo lo que comporta, también físicamente) y el miedo como conciencia del peligro.
Me pregunto si una persona -como la descrita en la entrada- que tenga incapacidad emocional para el miedo (y no experimente sensación subjetiva de miedo al marchar por un desfiladero o al acariciar una serpiente), puede no obstante evitar esas acciones porque «intelectualmente» (no ya emocionalmente) sabe que son peligrosas.
Como se sabe, el mecanismo del miedo pone en marcha en los animales (también en nosotros) sistemas automáticos de defensa frente al ataque, como la segregación de adrenalina y la activación de músculos horripiladores en los felinos (que hacen que los pelos se tensen y el animal parezca más grande a la vista del enemigo).
Pero, en el caso de los humanos ¿necesitamos el miedo (la sensación emocional) para protegernos de las amenazas, o bastaría la conciencia del peligro para ponernos a salvo?
Se me ocurre que tal vez a los humanos la sensación subjetiva de miedo no nos añade mucho, pues la mera conciencia del peligro podría bastarnos para evitar o alejarnos de esas situaciones.
No dudo, Emilia, de que a los humanos nos viene muy bien poder usar la parte más «intelectual» de la mente para darnos cuenta de peligros, posibles o reales. Y el miedo como emoción puede resultar muy molesto.
Por otra parte, la incapacidad para las emociones negativas resulta un problema. Y aunque se pueda aprender, por ejemplo, a descifrar las expresiones emocionales de los demás o a clasificar determinados estímulos como «peligrosos», siempre se hará de forma más lenta.