En bares y en iglesias; en fiestas y en funerales; cuando estamos tristes y cuando estamos alegres; para tranquilizarnos o animarnos a pelear; en ocasiones solemnes y en fiestas familiares; para unir o para separar. En todas las épocas y en todas las sociedades ha existido algún tipo de música. Es evidente que no se trata de una actividad menor, sino de algo central para la experiencia humana.
Esta coincidencia, el hecho de que todas las culturas hayan desarrollado algún estilo de música, nos sugiere imperiosamente que ésta forma parte de nuestra herencia biológica, al igual que el lenguaje o el bipedalismo. Entonces ¿de dónde viene la música? ¿Cuándo la adquirimos? ¿Nuestra capacidad musical cumple alguna función y ha sido objeto de selección natural o es una mera consecuencia de otras capacidades cognoscitivas?
Curiosamente, la mayoría de los libros sobre Historia de la Música que han pasado por mis manos no se hacen esta pregunta. Una muestra más del “creacionismo implícito” en el que se encuentran inmersas las ciencias sociales. Al parecer, la música surgió de la nada. Simplemente, está ahí. Esta claro que esta no es una respuesta satisfactoria. La tendencia, capacidad, y hasta necesidad de la experiencia musical debe haber surgido en algún momento de nuestra evolución. También está claro que nadie tiene una teoría satisfactoria de momento. Sin embargo, para tener una respuesta es necesario hacer una pregunta primero.
Una forma de empezar consiste en preguntarnos si la apreciación musical es exclusiva de nuestra especie o es un rasgo que compartimos con nuestros parientes más próximos. Esto es lo que han hecho dos científicos cognitivos, Joshua Dermont y Marc Hauser (1). Para contestar le dieron a un grupo de monos de experimentación (titís y tamarinos, monos americanos de los géneros Saguinus y Challitrix) a elegir entre una habitación en la que se oía una canción de cuna y otra en la que sonaba música techno (Alec Empire, Nobody gets out alive). Los animales pasaron dos tercios de su tiempo en la habitación de la canción de cuna. Sin embargo, cuando pudieron elegir entre el silencio, canciones de cuna o un concierto de Mozart, eligieron preferentemente el silencio. Un experimento similar con bebés humanos mostró que éstos tenían una clara preferencia por la música frente al silencio.
Para Dermont y Hauser estos resultados sugieren que los humanos tenemos una inclinación innata hacia la experiencia musical que no compartimos con otros primates, lo cual refleja, “probablemente una selección evolutiva de procesos cognitivos relacionados con la emoción y la motivación”.
De acuerdo, los primates tienen orejas pero no oído ¿Significa eso que somos las únicas criaturas capaces de apreciar la música? No tan deprisa.
Todo el mundo sabe que los pájaros emplean de alguna manera la música para comunicarse (reconozco que equiparar los cantos de las aves a la música es opinable). En cualquier caso, los experimentos de Watanabe y Sato (2) indican con claridad que estos animales son capaces de apreciarla. Estos científicos han demostrado que los gorriones de Java pueden discriminar entre la suite francesa nº 5 de Bach y la suite para piano opus 25 de Schöenberg, siendo además capaces de generalizar esta distinción a otras composiciones de los mismos autores (suite para orquesta nº 3 vs cinco piezas para orquesta opus 16). En otra publicación, Watanabe y Nemoto (3) demostraron que si les daba a elegir, los pájaros preferían la música clásica (o más propiamente, armoniosa) frente al silencio o a la música dodecafónica (o más propiamente, disonante). En cualquier caso, puede afirmarse que algunas aves también tienen una inclinación innata hacia la música.
No estamos solos.
1. J. McDermont, M.D. Hauser, Cognition 104, 3 (2207).
2. S. Watanabe, K. Sato. Behav. Processes 47, 1 (1999).
3. S. Watanabe, M. Nemoto. Behav. Processes 43, 2 (1998).
Mmmm, me encantó el post.
De lo que dicen Dermont y Hauser “probablemente una selección evolutiva de procesos cognitivos relacionados con la emoción y la motivación” me parece razonable la parte de «emoción». ¿Pero por qué «motivación»?
Una pregunta más: ¿esa atracción por la música sería algo genéticamente codificado o se trataría de un producto secundario, algo así como una forma de aprovechar otras funciones cognitivas, que tiene más de cultural que de biológico?
Queridos Brainy y Hurakanpakito,
Lo primero, gracias por vuestros mensajes.
En cuanto a las preguntas que planteáis creo que son muy interesantes, aunque me temo que no muy fáciles de responder.
Parece lógico pensar que la música tiene un asiento en la estructura del cerebro y en los genes, pero -que yo sepa- nadie ha identificado todavía alelos relacionados con la capacidad musical (aunque es muy probable que existan).
La mayoría de los psicólogos evolucionistas piensa que se trata de una «pechina» (spandrel), en el sentido que le daba S.J. Gould al término; o sea, una característica que es consecuencia indirecta de otras, pero que no ha sido ella misma objeto de selección.
No todo el mundo está de acuerdo. Geoffrey Miller sostiene que el arte en general, así como otras características típicamente humanas, son consecuencia de un proceso de selección sexual. Una teoría interesante, pero que todavía no dispone de pruebas sólidas.
En cuanto a lo de «emoción» y «motivación», entiendo que van juntas con frecuencia. Por ejemplo, la música puede contribuir a motivarnos para entrar en conflicto, encontrar pareja, o socializar con otros miembros del grupo.
Un saludo
Gracias Pablo por la respuesta.
Sigo pensando que lo de «motivación» es, como mucho, derivado de la «emoción». Piensa por ejemplo en los esclavos sureños de EEUU y toda la paleta musical que nació (prácticamente de cero) ligada al trabajo en el campo. Seguro que ayudaba mejorar el humor y a hacer la vida menos triste (emoción). Pero motivar, lo que se dice motivar, para un durísimo trabajo, de sol a sol, como esclavos y en condiciones infrahumanas …
Pechina. Lo he tenido que buscar en el diccionario 🙂 Muy bien, nueva palabra para el vocabulario. Gracias.