A finales de 2001 la prestigiosa editorial Cambridge publicó la traducción al inglés del libro “The eskeptical environmentalist” (1) el cual desató una agria polémica en los medios de comunicación que todavía colea. Su autor, Bjorn Lomborg era entonces un joven Profesor Ayudante del Departamento de Estadística de la Universidad de Aarhus en Dinamarca, y un completo desconocido en círculos científicos relacionados con el medio ambiente. La polémica se debe, claro está, a que en sus 500 páginas y cerca de 3000 referencias bibliográficas, Lomborg cuestiona ferozmente muchos de los argumentos esgrimidos por los ecologistas (y algunos científicos) acerca de la gravedad de la crisis ecológica a nivel planetario. La salud del Planeta no es tan buena como debiera, dice Lomborg, pero no es tan mala como dicen. “El ecologista escéptico” es una especie de bomba en el corazón del ecologismo.
Esencialmente, el libro puede dividirse en tres partes bien definidas. En la primera el autor analiza un buen número de afirmaciones proclamadas por grupos ambientalistas (Greenpeace, Worldwatch Institute) o por científicos bien conocidos (E.O. Wilson, S. Pinn, D. Pimentel), acerca de la inminencia de la crisis ecológica global. El abanico de temas es muy amplio: la extinción de especies, la desaparición de los bosques, los efectos de la contaminación sobre la salud humana, etc. Lomborg denomina la “Letanía” a este conjunto de afirmaciones (un comentario detallado del libro de Lomborg ya se ha publicado en otra parte (2), por lo que no tiene sentido extenderse aquí). No puede negarse que el autor demuestra de forma convincente que muchas de las afirmaciones generalmente aceptadas no están fundamentadas por datos o, peor aun, son el producto del masajeo o la manipulación de los mismos. En la segunda parte, Lomborg sustenta la tesis de que la situación global ha mejorado (sin que ello quiera decir que sea buena). Una cuestión importante aquí es que el autor se centra sobre todo en indicadores del bienestar de la población, tales como la esperanza de vida, el hambre o la educación. Es cierto que en las últimas décadas el bienestar de la población ha aumentado en casi todas las regiones (excepto en Africa sub-sahariana). Por ejemplo, la esperanza de vida ha aumentado en casi todos los países (3), el hambre ha disminuido mucho en términos relativos (% de malnutridos) y algo en términos absolutos (4). Incluso, la pobreza ha disminuido a escala global según algunos estudios (5). De nuevo, los datos le dan razón, aunque es importante señalar que Lomborg se centra sobre el bienestar de los humanos, mientras que el análisis sobre la salud de los ecosistemas es casi inexistente. Lo que Lomborg quiere decir aquí es que los efectos positivos del desarrollo económico sobre el bienestar de la población han sido, hasta ahora, cuantitativamente más importantes que los efectos negativos. En la tercera parte el autor se propone contestar a una pregunta mucho más difícil: ¿es posible que la prosperidad aumente a medio o largo plazo? En definitiva, ¿es nuestra sociedad sostenible? Aquí es donde los argumentos de Lomborg resultan mucho más cuestionables. En primer lugar, simplifica mucho la situación refiriéndose sólo a tres aspectos: calentamiento global, biodiversisad y contaminación química. En segundo lugar, emplea los mismos argumentos que en la parte 2. Viene a decir, que si hemos mejorado hasta ahora probablemente mejoraremos en el futuro. Se trata de un argumento ingenuo; de la misma manera, el cerdo podría pensar que el granjero va alimentarle indefinidamente. La cuestión de la sostenibilidad no puede abordarse sólo desde la óptica de lo que ha ocurrido en los últimos años. Es innegable que el planeta está sufriendo una transformación sin precedentes, por lo que nuestra experiencia previa puede ser engañosa. Un ejemplo: el calentamiento global del planeta se predijo en los años 50 y esta predicción se basaba en el conocimiento del comportamiento de los gases en la atmósfera y no en la evidencia empírica de que la Tierra se estuviera calentando. Dicha evidencia sólo existe desde hace muy poco tiempo.
Las conclusiones del libro de Lomborg han sido violentamente rechazadas por grupos ecologistas y, lógicamente, por muchos de los aludidos. Réplicas y contra-réplicas han llenado las columnas de periódicos y revistas, así como foros y grupos de noticias en internet. Sin embargo, la mayoría de las críticas se basan en el “argumento de autoridad” o en el “argumento de utilización”. El argumento de autoridad se basa en que Lomborg carece de prestigio científico, es un desconocido en este campo (ni siquiera tenía una plaza fija en la universidad) por lo tanto, no se debe dar crédito a lo que dice. La falacia de este razonamiento es evidente y no necesita más comentarios. Según el argumento de utilización, habría que oponerse a estas tesis aunque fueran ciertas, ya que pueden ser utilizadas para inducir al relajamiento en la defensa del medio ambiente. Este argumento es todavía peor que el primero. Lo que nos debiera preocupar de las tesis de Lomborg es precisamente si son o no ciertas, no el hecho de que puedan ser utilizadas interesadamente. Es evidente que en un ambiente de confrontación las partes interesadas utilizarán todos los argumentos que encuentren a su alcance para apoyar sus posturas. Eso es inevitable y en todo caso, lo que debería denunciarse sería precisamente la utilización inapropiada. Por otro lado, la aceptación acrítica de enunciados falsos, aunque sea por una buena causa, constituye un modo de proceder peligroso. Que los gurús del ecologismo mientan para favorecer su propia agenda es del todo inaceptable, de la misma manera que es inaceptable que lo hagan las compañías acerca de los posibles riesgos medioambientales de sus actividades.
El último episodio de este culebrón ha sido el informe del “Comité Nacional de Etica” de Dinamarca acusando a Lomborg de no cumplir con los “estándares de buena práctica científica”, el cual ha vuelto a abrir la polémica y ha sido muy celebrado por algunos medios de comunicación . Sin embargo, dicho informe presenta numerosas lagunas. En primer lugar, no entra a discutir los puntos concretos en los que el autor está cometiendo algún tipo de falsedad, sino que se limita a dar por buenos sin más muchos de los argumentos de los críticos de Lomborg. Para ello emplea repetidas veces el argumento de autoridad. Más aun, el informe no indica en absoluto qué metodología debería emplearse en un estudio de este tipo. Por otra parte, Lomborg emplea únicamente datos publicados en la literatura científica, por lo que es imposible que haya podido falsearlos, y si no se trata de datos falsos ¿qué hace el Comité de Etica juzgando opiniones? No es extraño que muchos científicos de a pie salieran en defensa de Lomborg y hayan calificado el informe como un ejercicio de “caza de brujas”.
¿Queremos decir con esta que la Ciencia y la Tecnología son las únicas herramientas relevantes para afrontar el problema ecológico? En absoluto. La cuestión fundamental sería distinguir entre los hechos que están apoyados por la evidencia empírica y las posibles políticas diseñadas para enmendar los desaguisados ambientales. Una pregunta como, por ejemplo, cuántos recursos económicos deben sacrificarse por conservar el medio ambiente es algo que trasciende el análisis científico y no puede resolverse sin un planteamiento ideológico. Cuánto nos importa la Naturaleza y cuánto estamos dispuestos a pagar por ello es algo que debería decidir la sociedad en conjunto, no sólo los científicos (ni para el caso, los ecologistas). Una vez establecidos los parámetros básicos, la Ciencia y la Tecnología pueden sugerir alternativas sobre cómo emplear los recursos con mejores resultados para el medio ambiente. Ejemplo de buen hacer es el trabajo del IPCC (International Panel for Climate Change), el cual ha desarrollado diversos escenarios que representan alternativas a la forma en que se maneje las emisiones por CO2 (6). Dichos escenarios están bien fundamentados por los mejores modelos disponibles de predicción, pero la valoración de los beneficios y perjuicios de cada escenario no corresponde a este organismo.
En definitiva, lo que ha hecho este autor es poner en el tapete internacional una cuestión importantísima y frecuentemente ignorada: que las políticas destinadas a contrarrestar la degradación del medio ambiente tienen que estar basadas en la mejor evidencia disponible (aunque, como ocurre con frecuencia, no sea fácil sacar conclusiones) y deben estar sometidas a un análisis de coste-beneficio (como cualquier otra medida política). En este sentido, puede afirmarse que “El ecologista escéptico” contribuye positivamente al debate. Aunque personalmente discrepo de muchas de las conclusiones del autor, considero esencial que el punto de partida del debate ambiental sea la mejor evidencia científica disponible y que se exija a todas las partes (ecologistas, políticos, empresarios, ciudadanos en general) un mínimo de rigor y respeto a la verdad (aunque se trate de una verdad necesariamente incompleta y supeditada a ulteriores investigaciones). Resulta lamentable que esta postura sea minoritaria dentro del panorama del ecologismo actual, el cual parece haber sido secuestrado por fundamentalistas. Los ciudadanos preocupados por la sostenibilidad del mundo en que vivimos, y que consideren que conservar la Naturaleza es importante, pero que no estén dispuesto a pasar por una taquilla ideológica ni corear consignas construidas por gurús invisibles, deberían encontrar un cauce para su movilización social. Hace falta un Ecologismo basado en la evidencia.
(1) Bjørn Lomborg “The Skeptical Environmentalist: Measuring the real state of the world” Cambridge University Press 2001. 515 pp.
(2) Rodríguez-Palenzuela, P y García Olmedo, F (2002) “El caso Lomborg” Revista de Libros.65: 54-57.
(3) United Nations Human Development Report 2001. Making new technologies work for human development. diana.moli@undp.org
(4) FAO. “The state of Food Insecurity in the World 2001”. http://www.fao.org
(5) X. Sala-i-Martín. “The world distribution of income (estimated from Individual Country Distributions). First Draft, May 2, 2002. Columbia University/Universidad Pompeu Fab
(6) . Climate Change 2007;http://www.ipcc.ch/
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